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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Martín Caparrós: El libro es el refugio privilegiado del mejor periodismo

Martín Caparrós: El libro es el refugio privilegiado del mejor periodismo



Entrevista al escritor y periodista argentino, referencia ineludible de la crónica latinoamericana. Su premiado trabajo El hambre está a la venta en el stand de la librería Floyd’s de la Feria del Libro de Cochabamba que se celebra en el campo ferial de Alalay hasta el domingo 16

A Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) lo delatan la cabeza pelada y un bigote decimonónico. O la conjunción de ambos rasgos, en realidad, que le confieren un aire entre señorial y pirata. Cualquiera que haya reparado en las solapas de sus libros o haya visto alguna imagen suya en internet podría identificarlo sin problemas por esa faz. Para quienes no lo conocen en persona resulta una sorpresa descubrirlo invariablemente vestido de negro: camisa o polera negra, pantalón negro, zapatillas de tela negras, maletín negro. Y no parece estar de luto. Al contrario, es muy dado a disparar observaciones cómicas, gastar sutiles bromas o, incluso, lanzar una bolsa de plástico a un crítico de música también argentino que luego lo amenaza juguetonamente con un cuchillo en respuesta a la agresión también juguetona. Luego se entrega a la conversación, comenta que acaba de ganar el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald, almuerza salmón y, finalmente, se marcha con cierto apuro. Espigado como es, se da maneras para intentar pasar desapercibido. Pero es imposible.

Porque Martín Caparrós, con ese rostro solo suyo y siempre cubierto de negro, es en esta Medellín (Colombia), de finales de septiembre y principios de octubre, lo más parecido a un rockstar. Es uno de los invitados de cabecera del Festival y Premio Gabo de Periodismo, que organiza la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Es uno de los maestros de esta institución, en la que imparte talleres, entrega premios y anima fiestas. Es un nombre imprescindible de la crónica latinoamericana, ese género al que se ha entronizado en la cima de la pirámide no invertida del periodismo continental. Es autor de libros, a estas alturas, referenciales para el periodismo narrativo en español, como Larga distancia (1992), La guerra moderna (1999) o El hambre (2014). Y es también autor de novelas ampliamente reconocidas, como Valfierno (2004) o Los Living (2011). Su producción abarca una treintena de libros de ficción y no ficción y un puñado de prestigiosos premios, como el Planeta, el Herralde, el Konex o el Rey de España.

Si a su porte tan distinguible se le suma una de hoja de vida como la resumida líneas atrás, se entenderá por qué Caparrós, aun caminando discretamente, no puede pasar desapercibido. Camina, conduce charlas sobre periodismo, camina, firma ejemplares de sus libros para estudiantes, camina, atiende a las preguntas de sus colegas, camina, se saca fotos con admiradores, camina, entrega el Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo, camina, se detiene a ser entrevistado. Una de esas varias entrevistas es la que, pese a estar algo agotado, pero sin perder la amabilidad, accede a contestar para este suplemento. En la conversación habla sobre el premio que acaba de ganar por El hambre; sobre la forma en que su obra desafía las fronteras entre géneros literarios; sobre las digresiones periodísticas que acompañan los textos de su antología Lacrónica (2016); sobre la importancia del Festival García Márquez de Periodismo; sobre su percepción del estado actual de la crónica latinoamericana; y sobre el lugar privilegiado que esta ha encontrado en los libros. Finalizado el diálogo, firma otro ejemplar de Lacrónica y, cuando está a punto de marcharse, le irrumpe un nuevo pedido de entrevista. Y accede. Es el precio de ser un rockstar del periodismo latinoamericano al que delatan la cabeza pelada y un bigote decimonónico.

Acabas de ganar en España el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald, por El hambre (2015). ¿Qué significa este reconocimiento para este libro en particular? ¿Crees que contribuirá a que se siga difundiendo y leyendo?

Me gusta, por supuesto, que me den un premio. En España ya había tenido otro premio por este libro, que es el Cálamo y lo dan en Zaragoza, en una especie de votación de lectores. Y este nuevo premio supongo que va a ser una oportunidad para que más gente se acerque al libro. Por otro lado, me gusta también que se llama Premio Internacional de Ensayo. Me interesa cómo esto agrega cierta confusión sobre los géneros. Porque hay gente que tiende a creer que El hambre es una crónica y se queda muy contenta porque ha definido algo. Y yo creo que las definiciones genéricas son mucho más complicadas. Es más, me interesan las que son confusas, las que son discutibles. Y en este caso pone un argumento claro para la discusión: un premio clásico de ensayo, dado a un libro que se supone que es otra cosa.

¿Vos has hecho el ejercicio de definir el género al que se ajusta El hambre? ¿Es crónica o ensayo?

No. La definición que más he usado es una mezcla de ambos: una crónica que piensa, un ensayo que cuenta. Cuando se supone que la crónica es la que cuenta y el ensayo el que piensa, yo digo que El hambre es una crónica que piensa y un ensayo que cuenta.

¿Esperas que el premio ayude también a abrir y/o prolongar el debate en torno al tema del hambre, que suele pasar casi invisible para muchos?

Eso espero, absolutamente. Yo hice el libro para eso y sigo hablando del tema cada vez que puedo por eso, así que supongo que sí, que todo contribuye a que un poco más de gente se interese por esa cuestión. No diría que es poco visible; es muy visible, pero no lo miramos.

Acaba de lanzarse en América Latina Lacrónica, una suerte de antología que reúne crónicas o fragmentos de crónicas tuyas que ya se habían publicado en otros libros y medios. Sin embargo, el valor agregado de este volumen es la incorporación de capítulos en los que, a la manera de un manual o antimanual, repasas y piensas tu experiencia en el periodismo, tus aprendizajes y tus consejos. ¿Cómo nació la idea de complementar tus crónicas con estos textos más reflexivos?

Fue casi por casualidad. Un amigo me propuso que hiciera una selección de textos para un tomo de una editorial pequeña española. Me pidió que seleccionara mis crónicas que más me gustaran y, cuando empecé a hacerlo, me di cuenta de que quería comentarlas, quería contar un poco cómo las había hecho, por qué las había hecho, sistematizar un poco mis opiniones, mis ideas, mis pequeños tips sobre cómo hacer este trabajo. Entonces terminó saliendo esto que tú dices, un libro mixto en el que, por un lado, hay veintitantas crónicas que fui haciendo durante 30 años en distintos lugares del mundo; pero, por otro lado, hay esta reflexión, este relato sobre cómo hacer este trabajo.

¿Crees que pueda funcionar como un manual de periodismo narrativo o un antimanual de periodismo más convencional?

Me lo han dicho bastante, que funciona como un manual de periodismo. A mí la palabra manual no me gusta, porque me da la sensación de un conjunto de reglas un poco primitivo. Lo de antimanual no está mal. Y también me gusta pensarlo como una guía para la discusión: ahí están los temas que a mí me parecen más importantes sobre la cuestión de la crónica y están mis opiniones. Otros opinarán otras cosas, pero por lo menos eso es una base para empezar a discutir.

En uno de los textos de Lacrónica en los que relatas y piensas tu experiencia periodística, recuerdas el momento en que tu padre te dijo que estaba resignado a que hicieras periodismo, pero te pidió que no te vuelvas periodista. A estas alturas de tu carrera, ¿crees haber satisfecho el pedido de tu padre? ¿Te convertiste en periodista o solo haces periodismo?

Lo que él decía, básicamente, era que no tuviera la cultura del periodista, que se supone que sabe un poco de todo y nada realmente. Y a mí me gusta esa idea, de saber un poco de todo y nada realmente. Este es un mundo de hiperespecialistas. La gente que trabaja seriamente en una cuestión se encierra en ella, va cada vez más lejos en esa cuestión y pierde la perspectiva general. Antes de llamarlo cultura periodística, quizá se podría pensar que se le llamó cultura renacentista, de la persona que sabe un poco de todo. Es una figura que se perdió y que me parece que en algunos casos los periodistas recuperamos. Así que no estoy en contra en ese sentido de ser periodista; más bien, a favor. Y soy, soy un periodista, como también soy un novelista. Si tengo que definirme, soy un escritor que escribe distintas cosas, a veces ficción, a veces no ficción, a veces historias, a veces noticias.

Como una figura de referencia de la crónica en español y maestro de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, ¿cómo has percibido esta versión del Festival y Premio Gabo que se ha celebrado en Medellín?

Me parece un espacio muy interesante, obviamente, para reunirse, poner temas en el tapete y para discutirlos; por momentos, incluso, para descubrir las contradicciones, las diferencias y tratar de hacer algo con ellas. Por ejemplo, esto que comentaba de que los cinco premios que dio la Fundación este año fueron a proyectos independientes, pequeños, críticos, cuando el discurso inaugural lo dio una “vaca sagrada” del establishment periodístico (Martin Baron, actual director del Washington Post y antes también del Boston Globe, desde el que condujo la investigación sobre curas pederastas que narra la película Spotlight). Era interesante ver las diferencias, las distancias entre unas y otras cosas. Es bueno que haya un espacio como este festival donde todas estas cosas convivan y dialoguen entre sí.

La concesión de los Premios Gabo a proyectos alternativos afianza una hipótesis tuya, en sentido de que el periodismo contra el público, el cual reivindicas, no se está haciendo en los grandes medios, en los del establishment periodístico…

Sí, y creo que debería ser una especie de llamado de atención para ciertos medios grandes pensar por qué, hace unos años, era bastante frecuente que sus trabajos ganaran estos premios y ahora es mucho menos frecuente. Pueden decir que los jurados nos hemos vuelto idiotas, cosa que también es posible (risas) y estoy dispuesto a discutirla, o pueden decir que hay algo que no están entendiendo.

Como alguien que hace crónica incluso desde antes de que estuviera en boca de todos y se instalara en la agenda de periodistas y medios, ¿qué percepción tienes del estado actual de este género, ahora que parece ya no estar concitando tanto entusiasmo mediático como hace algunos años?

Sí, creo que se calmaron un poco las aguas. Me parece que eso es bueno, porque se ha abierto el espacio. Ahora que ya no hay tanto furor fan (risas), lo que hay es que la gente que está trabajando en serio tiene un poco más de lugar para hacer lo que hace. Hace cinco o seis años decía que, para mí, la situación de la crónica en ese momento se sintetizaba en una historia que me había sucedido y que la cuento en el libro también. Me había llamado un periodista chileno para preguntarme cosas sobre la crónica. Y me preguntaba, me preguntaba, me pregunta, y al final le dije cuánto iría a escribir sobre eso. Me dijo que su editor le había pedido 2 mil palabras. Esa era la situación de la crónica en América Latina: era mucho más probable que te pidieran 2 mil palabras sobre la crónica que una crónica de 2 mil palabras. Yo creo que eso ya se asentó y ahora hay muchos lugares donde no vas a poder publicar una crónica de 3 mil o 4 mil palabras, pero hay algunos donde sí, y probablemente sean más que hace cuatro o cinco años.

Vos revindicas que, al margen de los medios, el lugar ideal para publicar crónicas son los libros…

Sí, el libro es, para mí, el refugio privilegiado de mucho del mejor periodismo que se hace en América Latina. Es un espacio donde nadie te dice cuánto tienes que hacer o cuánto no tienes que hacer; un espacio donde se puede experimentar con las formas que uno quiera; un espacio mucho más libre. Por supuesto tiene el problema de que nadie te paga para hacer un libro. O sea, hay que bancársela, trabajar en los ratos que te deja tu laburo alimenticio, hay que hacer una serie de sacrificios. Pero, por suerte, hay mucha gente que tiene ganas de hacerlos. Y de lo que se está haciendo, hay algunos libros realmente notables.

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