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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Mariana Enríquez: “Los muertos no me dan miedo”

Mariana Enríquez: “Los muertos no me dan miedo”



Entrevista a la escritora y periodista argentina, que fue una de las principales invitadas de la XXI Feria Internacional del Libro de La Paz que concluye hoy, en el campo ferial Chuquiago Marka. La literata participó en un conversatorio con el autor boliviano Maximiliano Barrientos

Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) no le teme a los muertos. Tampoco cree en fantasmas. Venera a Stephen King. Y detesta la saga Crepúsculo. Todos estos son datos que, viniendo de una persona cualquiera, resultarían irrelevantes. Pero al salir de la boca de una escritora que, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en una referencia de la literatura de terror, adquieren una relevancia incontestable. Echan algunas luces sobre la obra de esta narradora argentina que, desde la trinchera de la literatura de género, ha sido entronizada como una de las voces más potentes de la literatura en español actual. Con libros como Bajar es lo peor (1995), Cómo desaparecer completamente (2004), Los peligros de fumar en la cama (2009) o Las cosas que perdimos en el fuego (2016), este último todo un fenómeno editorial, ha pasado de ser una joven promesa de las letras argentinas a una autora consolidada en el panorama literario iberoamericano. De ahí que su paso por la capital paceña haya sido uno de los puntos más altos de la XXI Feria Internacional del Libro de La Paz, que concluye hoy domingo.

Mariana Enríquez sabe que el periodismo cultural está atravesando una crisis. Entiende que, para sobrevivir, debe volcar la mirada hacia los fenómenos mediáticos, sin dejar de lado el quehacer creativo. Cree que el espacio virtual se presta a algunos vicios que distorsionan el ejercicio periodístico. Estas observaciones, dichas por cualquier otro, podrían pasar inadvertidas. Pero, lanzadas por esta mujer que integra el equipo que edita el suplemento cultural dominical del diario argentino Página 12, Radar, merecen una escucha atenta. Ella es subeditora de ese modélico e imprescindible suplemento, en el que escribe –sobre música y literatura, sobre todo- y desde el cual ha ido formando a periodistas y lectores de cultura, dentro y fuera de Argentina. Su voz es también la de una maestra que enseña periodismo cultural en la Universidad Nacional de La Plata, ahí donde estudió Periodismo y Comunicación Social. Y por si fuera poco, ha patentado un estilo propio de cultivar la crónica. De ello dan fe sus libros Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios (2013) y La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo (2014). No se trata, pues, de una periodista cualquiera.

Mariana Enríquez, la escritora de ficciones de terror. Mariana Enríquez, la periodista cultural y cronista. Ambas se asoman en esta entrevista concedida la semana pasada en la Feria del Libro de La Paz, solo unas horas después de haber ofrecido una charla, acompañada por el escritor boliviano Maximiliano Barrientos, y probablemente solo unas horas antes de haber ido al Cementerio General paceño que -dijo- estaba ansiosa de conocer. Quién sabe encontró ahí una nueva historia que contar, una de esas que consagra a los muertos que no teme.

Decías en tu charla en la feria que la tradición del relato de terror, gótico, con la que se te identifica, pese a estar comúnmente asociada a la literatura en inglés, ha tenido también una versión latinoamericana…

Para mí, sí, sobre todo en la América del Sur más del sur. Hablo de Onetti, de alguna novela de Ernesto Sabato –aunque yo no soy muy fan de Sabato, Sobre héroes y tumbas es un gran libro-; alguna cosa de Manuel Mujica Láinez, como la novela Bomarzo, que transcurre en el Renacimiento italiano; José Donoso, un tipo muy oscuro que entra en el Boom Latinoamericano con todos los fuegos artificiales, pero si uno lo lee, tiene esas casas encerradas, monstruos; Silvina Ocampo también, que además vivía un poco encerrada; algunos cuentos de Cortázar. Para mí ellos se inscriben en esa tradición, que es más rioplatense y andina, por Chile. No digo que no haya en otros lugares, sino que no la conozco.

En el último tiempo, el terror ha cobrado un enorme protagonismo cultural y comercial de la mano de la literatura adolescente, por cosas como la saga Crepúsculo (de Stephenie Meyer), cuya popularidad se ha agigantado aún más por sus versiones cinematográficas. Siendouna autora que hace una literatura de terror -por decirlo de alguna forma- más seria, ¿cómo ves este fenómeno?

No es algo que me preocupe demasiado, la verdad. Me parece que es un fenómeno de mercado, que en muchos casos es beneficioso, en el sentido de que a los chicos se les hace un hábito la lectura. Ves cosas larguísimas, tipo Crepúsculo, que a mí me parece horrible. Pero, más allá de que me parezca malo, Crepúsculo tiene, no sé, cinco mil páginas. Entonces, ya tienes a un chico al que, si el día de mañana le das a leer Guerra y paz, no se va a espantar por la extensión del libro. Ya tiene un hábito y una dedicación a la lectura, una disciplina que a mí no me parece contraproducente. Me parece que hay espacio para las dos cosas (la literatura de terror adolescente y la más seria). Me parece, además, que el lector adolescente no busca lo que yo hago. Cuando un adolescente lee mis cuentos, en general, le gusta, pero no los busca, porque está en otra segmentación del mercado. Lo único que me interesa de ese fenómeno de mercado es que, a lo mejor, las obras que les ofrecen a los chicos tengan más calidad. En algunos géneros pasa. Por ejemplo, en fantasy, Juego de tronos, para mí, es muy bueno; en aventura infantil, Harry Potter es muy bueno.

Otra cosa que dijiste en la charla de la feria es que tus relatos de terror se ajustan a un realismo sucio, social, pero que, aun en menos proporción, también hay espacio para lo sobrenatural. Para un autor que eventualmente escribe sobre cuestiones sobrenaturales, ¿es necesario creer en ellas? Dicho de otra forma, ¿Mariana Enríquez cree en fantasmas (u otros fenómenos sobrenaturales) o solo los asume como parte de su trabajo?

Es parte de mi trabajo. La verdad, me gustaría tener alguna prueba, pero termino siendo escéptica por falta de experiencia. Nunca me pasó nada.

¿Nada?

Nada. Entonces no creo por eso. Con el terror a mí me pasó algo cuando era chica. Me acuerdo que, cuando entre los 8 y 11 años, leí un libro de Stephen King que se llama Cementerio de animales, y me dio tanto miedo que lo tuve que tirar físicamente, lo arrojé. Hasta esa edad yo pensaba que la literatura no podía provocarte cosas físicas, que no podía involucrarte tanto. Ya sabía que la música te da ganas de bailar, que una película te da ganas de llorar, pero creía que la literatura estaba menos conectada con lo afectivo. Cuando descubrí lo contrario, es como que se abrió una puerta: ya pude llorar con libros, dejar un libro para más tarde porque no quería que termine y todas esas cosas. Lo descubrí con ese libro de Stephen King que, para mí, es sorprendentemente efectivo y que habla, desde el terror, de una cosa totalmente cotidiana, que es el miedo a la muerte y a la enfermedad, a la muerte de los hijos. Es uno de los temas más serios que se te pueda ocurrir, tratado en un género que tiene que ver con el entretenimiento, entre comillas. A mí eso me interesa mucho: una literatura que sea popular, al menos en intención, y que además provoque algo emotivo. Me encanta la literatura que nada más se lea placenteramente, pero lo que más me gusta es provocar algo, porque a mí me lo provocaron y fue muy revelador.

En la charla que sostuvo contigo en la Feria del Libro, Maximiliano Barrientos dijo que de tus relatos de Las cosas que perdimos en el fuego le llama la atención el protagonismo de los personajes femeninos. Vos matizaste la idea señalando que, más que un protagonismo femenino, en tus cuentos hay una suerte de invisibilización de los hombres, cuyos personajes llegan a ser casi notas al pie. ¿Este es un procedimiento consciente en tu escritura? De ser así, ¿a qué obedece?

Cuando lo escribí fue muy inconsciente. Fueron apareciendo estas mujeres y los hombres eran de esa manera. Dejé que sucediera y, después, cuando se hizo consciente, cuando los cuentos fueron reunidos y conformaron un libro, me di cuenta de una cosa muy rara: a los lectores varones les llama mucho menos la atención un personaje hombre que sea Jack El Destripador que un personaje hombre que sea solo un marido intrascendente, un tipo que no hizo nada, que está ahí, un hombre gris como tantos otros que andan por el mundo. Hay una idea de que el hombre como protagonista tiene que tener cierta importancia, tiene que ser un motor de cambio, tiene que ser, de alguna manera, el centro, así sea un dictador, un asesino de masas (risas). Y eso no parece mortificar a los lectores varones: que los representen como asesinos de masas. Yo solo los represento como laterales. No hay ninguno que haga maldades demasiado específicas; hay un cuento donde algunos cometen hechos de violencia doméstica. Pero, cuando las mujeres se radicalizan, pueden ser muy radicales y pueden someter a sus compañeras también a cosas muy violentas. Para mí fue aleccionador que fuera más impactante que un hombre asesino de masas llame menos la atención que una mujer que escribe hombres que no son protagonistas. Eso es todo lo que pasa: las protagonistas son ellas, no ellos.

Ahora bien, como para desvirtuar alguna hipótesis de reivindicación de género, dijiste que cuando escribes no eres mujer, sino una especie de andrógino. ¿Qué significa eso?

Que no me fijo una agenda que tenga que ver con temas de mujeres, de hombres, de género o que tengan que ver con cosas políticas o sociales, por decirlo de alguna manera. Yo escribo la historia que aparece. De hecho, en mis dos primeras novelas te diría que prácticamente no hay mujeres. Las que están aparecen completamente aparte. No tengo un programa anterior a la escritura para posicionarme en tal lugar o en tal otro; más bien dejo que surja, a ver qué voz aparece en ese momento. Y bueno (en los cuentos de Las cosas…), aparecieron estas chicas, pero hacía mucho que no aparecían en general. Tampoco tengo límites para pensar que no puedo escribir personajes varones porque no soy varón y no los conozco. Me parece que lo que estamos escribiendo son personajes, no estamos escribiendo hombres y mujeres reales. Tolkien no conocía hobbits, entre otras cosas porque no existen, y podía escribirlos igual. Y con un hombre y una mujer en una ficción literaria es lo mismo, incluso si es autoficción: es un personaje, es una construcción del lenguaje, no existe.

Al margen de escritora de ficciones, eres periodista cultural y escribes crónicas, como las que están reunidas en Alguien camina sobre tu tumba. ¿Crees que hay vasos comunicantes entre tu literatura de ficción y tu trabajo periodístico o de no ficción?

Cuando escribo crónica, en libros como ese o en la biografía de Silvina Ocampo (La hermana menor), sí (encuentro conexiones con la ficción). A mí me gusta el periodismo cultural, pero la libertad que me da la ficción con respecto al periodismo es que este es datos, respeto a la palabra del otro, es responsabilidad pública. Lo que uno dice tiene que tener alguna función. En el periodismo cultural me parece importante llevarle a la gente productos culturales que sean interesantes, tener una opinión formada sobre esas cosas, formada en el sentido no de armada, sino de saber de lo que estás hablando todo lo que puedas, porque somos periodistas, no somos especialistas. Y sobre todo, me parece importante tratar de presentárselo al lector de una manera lo suficientemente atractiva como para que pueda tener acceso a la cultura. Tenemos que ser facilitadores, quiero decir. Odio el esnobismo en el periodismo cultural. Me parece que se puede hablar de cosas extremadamente difíciles, complejas, teóricas o muy académicas, con un lenguaje muy sencillo para que cualquiera pueda acceder a eso. En cuanto a las crónicas, la de Silvina Ocampo, que es una minibiografía, es muy poco académica, tiene momentos que son muy chismosos y dejo que sean así, porque me divierte; pero también hago un análisis de la obra, más desde lectora, como fan, como para que sea un personaje más accesible. Porque Silvina se terminó convirtiendo en una escritora de la academia, muy cerrada sobre sí misma, y eso como que obtura que puedas disfrutar de sus cuentos, que son muy simpáticos, una locura, muy divertidos. Y con Alguien camina sobre tu tumba lo que quería hacer era un libro de viajes a cementerios de muchos lugares del mundo. Tenía ganas de hacer algo que fuera en contra de la crónica latinoamericana, entre comillas, que es sobre cosas muy vivas, que se mueven, como los carnavales, la música popular, el colorido, la violencia…

La vitalidad latinoamericana…

Sí, y yo tenía ganas de hacer exactamente lo opuesto a la vitalidad latinoamericana (risas). Tampoco es que eso no me guste. Algunos cronistas me gustan muchísimo. Cristian Alarcón me gusta muchísimo. Lo mismo Sanjuana Martínez, una mexicana que me parece que el tema narco lo manera de manera genial. Sergio González Rodríguez es otro mexicano que me gusta mucho. Pero yo no sé hacer eso, y me da miedo hacerlo. Pero los muertos no me dan miedo, para nada. Por eso me divertí mucho haciendo ese libro.

Volviendo al periodismo cultural, vos que lo ejerces y lo enseñas, ¿cómo ves el hecho de que en muchos lugares se halle prácticamente en extinción, con espacios cada vez más reducidos y sin condiciones óptimas para ser bien realizado?

En Argentina está pasando un poco eso. Grandes medios como La Nación, que además es un periódico muy tradicional, el suplemento cultural que tenía lo resumió, lo hizo más pequeño y lo integró al diario. El suplemento de Clarín es también un poco más breve. Yo trabajo en Página 12, en Radar (su suplemento cultural dominical), que sigue siendo un espacio grande con notas largas. Después aparecen otras cosas que, a lo mejor, podría incluir más periodismo cultural, como Anfibia (revista virtual), que me gusta mucho, pero no tiene tanto periodismo cultural como yo quisiera. Hay más crónica, a veces escrita por periodistas culturales, que son los que mejor escriben, casualmente, porque son los que más leen. Es una ecuación tan sencilla como que el que más lee, escribe mejor. Pero ahora que doy un curso de periodismo cultural hay mucha gente interesada, y creo que se ha abierto bastante a tratar de pensar los fenómenos populares desde otro lugar. Como que el periodismo cultural dejó un poco la capilla, la cosa más seria. Y a mí me interesa un periodista cultural que pueda cubrir una obra de teatro muy compleja, pero que también pueda decirme algo de por qué las chicas aman a Justin Bieber. Quiero esa amplitud. Me parece que si el periodismo cultural logra salir de esa especie de corsé, puede tener más espacio. Pero es cierto que los medios lo van achicando.

Y se está achicando en los medios impresos, que es el espacio más natural para el periodismo cultural, porque ejercerlo en radio y televisión es muy difícil…

Sí, es muy difícil. Yo hago, por ejemplo, crítica de libros en una radio, y en dos minutos es muy difícil hacerlo. El periodismo cultural necesita más espacio en los medios escritos, pero el tema de las empresas periodísticas está más allá de lo que les pasa a los periodistas.

¿Y cómo ves el fenómeno de los blogs y de otros espacios similares en internet, donde es posible escribir cosas extensas, por ejemplo?

A mí me parece que está bueno, pero creo que el diario tiene un impacto en cuanto a la gente que le llega que es otro, tiene otra legitimidad. Lo otro también puede tener una legitimidad, pero le falta. Estamos en un cambio de paradigma y falta que se legitime. Además, pasa algo con los blogs y similares, que tiene también que ver con el público: dependen muchísimo de cuánta gente lo lee, cuántos “likes” tiene, y eso termina medio condicionando al periodista a escribir las cosas que va a leer el público que lo sigue. Le ha pasado a medios grandes, como The Guardian o The Huffinton Post, que ha orientado sus contenidos hacia lo que busca el lector. Y en eso el periodismo cultural queda más abajo, es así. Pero, creo que como en cualquier momento de crisis es importante acomodarse. El otro día estaba leyendo la biografía de Andre Agassi, Open, que la escribió con un periodista ganador del Pulitzer (J.R. Moehringer). Y yo pensaba que ese es un libro de periodismo cultural, no sobre deportes. Es un libro sobre un ícono, sobre qué es ser una celebridad, sobre qué es ser un deportista de elite en un mundo que te está mirando, cuando todavía ni siquiera es para tanto. Es una generación anterior a Messi, Djokovic. Pensaba que ahora un libro bien escrito sobre Novak Djokovic, puede ser un libro sobre Europa del Este, sobre cómo un país pobre de Europa le gana a los otros, sobre cierto racismo que hay hacia él y sobre cómo es ser un deportista de elite en el mundo de las celebridades. Entonces, me parece que el periodismo cultural tiene que empezar a virar, a ver esos fenómenos, que no son solamente los libros, las obras de teatro, las películas; sino empezar a ver lo cultural desde un lugar más antropológico y que incluya a los medios y a las cuestiones masivas, para ayudar a pensarlas.

Periodista – [email protected]