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Cochabamba de película

Cochabamba de película



Hasta hace solo una década habría resultado prácticamente imposible hacer una lista que reuniera al menos 10 largometrajes realizados en Cochabamba y/o por cineastas cochabambinos. Sin embargo, la irrupción del digital y de la camada de nuevos cineastas que ha traído consigo hoy hace factible. Este ejercicio De hecho, este ranking recoge no 10, sino 12 largos de una u otra manera asociados a esta región. Están los que, aun abordando realidades y personajes ajenos a Cochabamba, fueron dirigidos por realizadores cochabambinos (de nacimiento o adopción). Hay otros que, habiendo sido dirigidos por directores bolivianos de otras latitudes, ponen su mirada en episodios y protagonistas propios de este departamento. Y claro, tampoco faltan los que fueron realizados por cineastas cochabambinos para abordar también cuestiones propias de Cochabamba. La lista, que abarca 80 años de historia, aglutina filmes documentales y de ficción nacionales, lo cual supone haber dejado de lado producciones extranjeras filmadas en y dedicadas a Cochabamba. La excusa no podía ser otra: el aniversario cívico de este 14 de septiembre.

La Guerra del Chaco (1936)

Luis Bazoberry

Fotógrafo de profesión, Luis Bazoberry (Cochabamba 1902-1964) se incorporó al ejército en tareas de aerofotografíametrista, pudiendo así desplazarse por el escenario de la confrontación. Al mismo tiempo, Bazoberry aprovechó la disponibilidad de una pequeña cámara de filmación a cuerda, con escasos 25 segundos de capacidad de carga, para rodar también una gran cantidad de imágenes en movimiento. Buena parte de ese importante material filmado por Bazoberry fue destruido por el clima infernal de la selva chaqueña. Con el resto, una vez finalizada la contienda, Bazoberry se trasladó a Barcelona para realizar allí el montaje y la sonorización del filme, trabajo efectuado otra vez en medio de penosas condiciones.

Concluida la película que recibió el título de La Guerra del Chaco, aunque también fue conocida como Infierno verde, su estreno no despertó mayor entusiasmo, precipitando la decepción del esforzado cineasta.

Hoy sí se puede apreciar la real importancia y el valor de este documental de aproximadamente una hora de duración, en el que se intercalan escenas filmadas “en el lugar de los hechos”, con algunas fotos fijas agregadas a posteriori. Todos los grandes personajes de la época viven para la posteridad en aquellas imágenes, siendo el momento cinematográfica e históricamente más impactante el del registro de la firma del armisticio, la confraternización de las tropas enemigas y la desmovilización de los efectivos. Sonorizada también con posterioridad, se le agregaron voces, música y ruidos destinados a la mejor ambientación de las escenas. A la muerte de Bazoberry, la prensa, incluso del exterior, recién se acordó de ponderar la película descubriendo la valiosa pieza histórica que el cineasta había legado a la posteridad. (Pedro Susz)

El día que murió el saliency (1998)

Paolo Agazzi

Con El día que murió el silencio, Paolo Agazzi ratifica su confianza en la comedia como un género capaz de abordar historias y temáticas universales, pero desde un contexto y una idiosincrasia identificables por el público boliviano, en este caso, propios del pueblo chico. Rodada en la población de Totora (Cochabamba), que en la cinta lleva el nombre de Villaserena, la trama narra las peripecias de los habitantes del pueblo tras la llegada de Abelardo, un radialista procedente de la ciudad que se gana la vida amplificando las alegrías y miserias cotidianas de los habitantes desde una precaria emisora instalada en plena plaza principal, con parlantes que diseminan la palabras, melodías y ruidos hasta en los más recónditos lugares del poblado.

Si por algo cabe guardar en la memoria esta cinta, es por el tufillo nostálgico que desprende por la vida y las historias de pueblo, por la paz y la tranquilidad que su representación evoca, esa paz y esa tranquilidad que están asociadas al silencio, al mutismo, al secretismo. El día en que el silencio es roto, la paz se acaba y el pueblo deviene en infierno, nos recuerda Agazzi. Y ya se sabe que con el ruido llega también la furia. Así pues, acaso el filme sirva como un discurso reivindicativo de esos comunidades que prefieren vivir sus infiernos en silencio, que anteponen su represión a la exhibición y el enfrentamiento directo que amenaza con desacomodar sus rutinas vitales. En este punto, resulta llamativa la reflexión que propone sobre la inminencia de la modernidad, que se materializa en los medios de comunicación y en su poder para anunciar/provocar el caos, el fin de la vida pueblerina, la muerte de la intimidad y la insuficiencia de las interacciones personales. Un panorama desolador ante el cual, sin embargo, la cinta contrapone una sentencia audaz –acaso improbable- en tiempos tan mediatizados y renuentes a la intimidad como los actuales: hay cosas que es mejor callar y mantener en silencio. (Santiago Espinoza A.)

Lo más bonito y mis mejores años (2006)

Martín Boulocq

Con una visión casi voyeurista, casi impúdica, en un ejercicio de intromisión, la cámara de Martín Boulocq funciona como una suerte de narrador infiltrado y mudo, que es implacable e inclemente a la hora de desnudar a sus personajes. Los más bonito y mis mejores años es una radiografía de la juventud urbana cochabambina, no de toda una generación, es la radiografía de un fragmento de una generación que parece deambular por el mundo sin un objetivo concreto más allá del seguir existiendo de la única forma que sabe hacerlo, desmarcándose de todo, tratando de encontrarse. Es el retrato de un muy específico sector de la sociedad, realizado por alguien que ha devorado y que ha sobrevivido al grunge, a Stanley Kubrick, a la nouvelle vague, a Henry Miller y a Tsai Ming-liang. Lo más bonito y mis mejores años ha logrado poner en el mapa a la clase media urbana de una pequeña ciudad boliviana, con sus inconsecuencias y su esquizofrenia, con sus gustos y aficiones, con su ternura y su desencanto, con su complejidad.

Lo más bonito y mis mejores años es una película que retrata a tres jóvenes de forma contundente. Con un sentido del humor disparatado, a veces naïf, con escenas que pueden ser tan conmovedoras como irrelevantes, con una visión desesperanzada del ser humano y de la vida, esta película hace que nos preguntemos sobre la relevancia y trascendencia de nuestros actos, sobre nuestro ser y estar en el devenir. La opera prima de Boulocq constantemente logra detonar sensaciones y sentimientos internos, de una manera muy extraña, logra que sintamos nostalgia, que queramos recuperar ese tiempo perdido, que añoremos lo más bonito, nuestros mejores años. (Andrés Laguna)

¿Quién mató a la llamita blanca? (2006)

Rodrigo Bellott

¿Quién mató a la llamita blanca? es una comedia ágil, de humor fácil y directo, una road movie divertida y llevadera, que intenta retratar en cierta medida la idiosincrasia boliviana, que intenta mostrar en tono jocoso y caricaturesco los hábitos, las costumbres nacionales. No es gratuito que se le haya encargado a Sandóval ser el narrador de la película, pues los personajes de ¿Quién mató a la llamita blanca? están construidos a partir del modelo que impuso el café concert estilo Tra-la-la, están construidos a partir de clichés y logares comunes, con muy pocas características singulares, suelen caer en tipificaciones y arquetipos.

Varias cuestiones son interesantes de ¿Quién mató a la llamita blanca?, la recuperación del protagonismo de la mujer boliviana (del “matriarcado” nacional, como reconoció Bellott en varias entrevistas), las constantes referencias al cine clásico (por ejemplo cuando Jacinto le saca fotos con un celular a Domitila, parece un homenaje a Bonnie & Clyde), los guiños y referencias a la no lo suficientemente recordada Vuelve Sebastiana (1953), la experimentación casi libertina con el digital, la presencia de una banda sonora poderosa, la presencia de lo fantástico y de lo mágico, la recuperación de un lenguaje popular genuino. Pero lo más importante de ¿Quién mató a la llamita blanca? es que, con esta película, una nueva estética en el cine nacional llega a su punto más alto y más atrevido, una estética en la que lo sobrecargado, lo kitsch, lo de mal gusto, está llevado a un extremo tal que termina siendo bello. Una estética que toma elementos de las culturas autóctonas, de occidente, de oriente, y se yergue con fuerza y desenfado, una auténtica estética mestiza, una extraordinaria estética chola. (AL)

Airamppo (2008)

Miguel Valverde y Alexander Muñoz

El 2008 no fue el mejor año para el cine boliviano, se estrenaron pocas películas y sólo un par merecían ser vistas. El panorama no era nada alentador. Sin lugar a dudas, la propuesta más audaz y desenfadada fue Airamppo. Semilla que tiñe. Esta cinta, escrita y codirigida por Miguel Valverde (el recordado “Tortolito” de ¿Quién mató a la llamita blanca) y Alexander Muñoz, hace el esfuerzo por contener toda la magia, el poder, la locura, la vida, de las fiestas que se celebran en el valle cochabambino y que, inevitablemente, están bañadas por la chicha.

Airamppo es un creativo homenaje a la milenaria bebida de maíz, a la festividad de un pueblo, a la cultura más profunda de una nación. La cinta gira alrededor de cuatro personajes, el alcalde de Totora (interpretado de manera desgarradora y desmedida por Carlos Soriano), una joven cholita (Carmen Julia Luján), un pseudo hippie paceño (Israel Saavedra) y un gringo de no muy puras intenciones (Joel Harvey). Ellos, a partir de sus estructuras particulares, de su singularidad, viven el festival de la cultura de Totora de la mejor manera que pueden. A pesar que muchos hechos y situaciones se suceden, Airamppo más que intentar narrar una historia estructurada, busca retratar la esencia de la fiesta, de la embriaguez, del ser/estar junto a la chicha, con todo el desorden y los excesos que eso implica. En sus momentos más logrados, Airamppo contiene la esencia de la celebración de los valles de Cochabamba. (AL)

Un día más (2009)

Leonardo de la Torre y Sergio Estrada

En el documental Un día más, Leonardo de la Torre y Ser Estrada cuentan una historia de vida, la de un poblador de Arbieto (Valle Alto cochabambino) afincado en Estados Unidos al que la nostalgia le puede siquiera una vez al año y vuelve a su terruño.

A él, a don Diógenes, acompañan los dos realizadores en ese periplo diario por las “junglas de asfalto” donde reside y gana dinero, y por los duraznales donde vive y trabaja. A él y algunos familiares y amigos, aquí y allá, vemos, escuchamos y reconocemos. Y con ellos compartimos sus alegrías y miserias, todas atravesadas por el viaje, en una historia que renuncia a los artificios técnicos y narrativos más recurridos por el documental, como la profusión de datos, la voz en off o el registro de momentos creados por los directores para aportar tensión a la trama.

Con Un día más, de la Torre y Estrada han conseguido materializar el quimérico anhelo de “humanizar” un hecho sociológico/antropológico. Y lo han logrado apelando a una –Carlos Sorín dixit- “historia mínima”, que encierra en sus escasos 80 minutos la complejidad del fenómeno migratorio, más allá de la morbosidad por los números sobre los compatriotas bolivianos en el extranjero o su impacto económico en forma de remesas. (SEA)



Los viejos (2011)

Martín Boulocq

Los viejos, segundo largometraje del cineasta cochabambino Martín Boulocq, es una película que se halla en las antípodas no sólo del cine más comercial, sino del propio audiovisual boliviano más reciente, ese cine verborrágico, sobresaturado de recursos verbales y musicales, que habla hasta por los codos, pero que no dice nada. Los viejos, en cambio, se juega por la fuerza expresiva del ruido y del silencio, por la ausencia de las palabras, pero, eso sí, llega a decir algo. Su silencio habla, precisamente, del silencio que gobierna la vida de sus protagonistas, sus interacciones. Más que mudo, es un cine, acaso, enmudecido, que prefiere dejarse llevar por el silencio y por los ruidos, antes que por el caos verbal o por los lugares comunes de la música. Es un cine que siente el peso de las palabras, con personajes que han sufrido un doble destierro: el físico (familiar, geográfico) y el verbal (las palabras).

En Los viejos la naturaleza impone no sólo el ritmo del relato, cansino y letárgico, sino también sus ruidos y silencios, sus colores y formas, sus seres y objetos. Partiendo de esta premisa, la cámara se juega por mostrar lo que ocurre antes y después de que aparezcan los personajes. Y en algún caso, cuando la convención impone identificar al hablante, prefiere mostrar los rostros de los que callan, los estragos que producen las palabras en quienes las escuchan/soportan. Es una cámara consagrada a revelar lo que el paso del tiempo le ha hecho a sus personajes, lo que el peso de las palabras ha dejado en los seres que han sido condenados al silencio. Una cámara que espera por sus personajes, que espera a que lleguen o a que se vayan, resignada a que no se queden, como recordándonos que en ese lugar, antes que los personajes, está la naturaleza, con sus colores y ruidos, y que ella es lo único que permanece. (SEA)

San Antonio (2011)

Álvaro Olmos

En la apertura del documental San Antonio, largo documental de Álvaro Olmos, se plantea una reflexión sobre el documental mismo, y es quién mira a quién. Desde el encuadre de Ramón, uno de los reos que guiará su estadía y posterior salida del penal de San Antonio se sitúa la mirada de quien se filma ante un espejo, dejando entrever que la mirada goza de cierta autonomía y distancia respecto del realizador. 

En este gesto especular, al cual Olmos renunciará a medida que el filme se desarrolle, la mirada va mutando, desde quien se reconoce como sujeto enunciador, dueño de su historia y su  voz, hasta su posibilidad de reconfigurar, desde su mirada, su condición de reo.

San Antonio, como lugar, según el epígrafe del filme, es la cárcel más pequeña de Bolivia, construida para albergar a 80 personas, aunque, a la fecha, habitan en ella más de 300 personas, entre reclusos, sus parejas e hijos. Es una pequeña ciudad, donde se reproducen las prácticas sociales de la exterioridad: bienes raíces, intercambio de bienes y servicios, jerarquías sociales establecidas a partir de la acumulación de poder entre otros elementos. En este panorama sobresalen, para Olmos, tres internos: Ramón, argentino, víctima de la pobreza, a quien el narco tentó por 500 dólares para llevar píldoras de cocaína en su cuerpo; Sergio Arce o “Lucifer”, miembro de la Mara Salva trucha, que, tras un sonado homicidio doble en Cochabamba, radica San Antonio apelando su veredicto; y Gery, víctima del sistema judicial boliviano, que se encuentra a la espera de una sentencia por el hurto de un celular.     

Lo llamativo de San Antonio es la diferencia sobre el género, aquel que hizo de la cárcel y sus afectados el fundamento para pensar la libertad. En San Antonio parece no existir una nostalgia de libertad ni una intención didáctica de explicar el sistema jurídico ni mucho menos indagar sobre las causas estructurales de la estadía de los personajes en este lugar, sino el de ensayar, a modo de reportaje, una cartografía de tres reclusos. Uno encuentra la redención en el amor a la familia distante, el otro aspira a sobrevivir en la cárcel y el tercero espera acumular en la cárcel respeto. (Sergio Zapata)

El olor de tu ausencia (2013)

Eddy Vásquez

De todas las películas bolivianas que a modo de cartografía y búsqueda, por prueba y error, van afinando el cuerpo de su historia en el proceso y no antes, El olor de tu ausencia, ópera prima de Eddy Vásquez, parece la que mejor parada ha salido del reto. El desarrollo de las tres historias presentadas fluye de manera más armónica a lo largo de toda la película, no sin altibajos en la marcha. Se advierte un diversidad de estéticas y formas de narrar, desde las más sobrias y cuidadas, con atención por la luz, los espacios y texturas, hasta estéticas más cercanas al videoclip o las ya instituidas tomas nerviosas “cámara en mano”. Esto incide también en la forma de abordar cada situación en un constante devenir y pugna interna entre optar por el esteticismo o la contemplación versus el descarnado efecto de la cámara protagonista y caótica. Posiblemente sin decidirse nunca por una, Vásquez las va tejiendo todas en edición, esta vez sí, necesariamente, en torno a una estructura narrativa concreta.

Todo esto sitúa a El Olor de tu ausencia en un punto de transición importante en nuestra cinematografía, proceso que empezó hace más diez años. Refleja los cambios que ha tenido el país en todo este tiempo, y eso creo que es capital. Si se ha dicho que el cine paceño es por tradición político, que plantea siempre cuestionamientos sobre la relación de clases sociales y sus tensiones de poder en todos los niveles, el cine que se va generando en Cochabamba va configurando una especial atención por la contradicción del cambio y la adaptación en las nuevas generaciones, algo que también es muy político pero prescinde de representantes de “clase” para difuminarlos en los espacios intermedios, en los grises que deja la división. Por esto observamos una Cochabamba distinta, la zona sur se ve como nunca se la vio, porque en realidad aquí nadie quiere fotografiarla (aunque ocupe casi la mitad de la zona urbana de esta ciudad). Surgen también las clases medias, las inter-medias, las ambiguas, las periferias, las mezclas o las supuestas “alienaciones”. No es casual que haya muchos adolescentes como personajes y que la ciudad se sienta más mestiza que nunca y más convulsionada, contraria a la aparente tranquilidad valluna de la que siempre nos jactamos. (Luis Brun)

Quinuera (2014)

Ariel Soto

Es evidente que en los últimos años el documental boliviano ha sido más elocuente que la ficción. Cuando hablo de elocuencia me refiero a una suerte de honestidad discursiva, mezclada con habilidad para narrar y sobre todo describir paisajes cinematográficos, esto último muchas veces se cree inferior a lo primero, nada más falso. Mirar, contemplar, sentir las latencias de lo que nos rodea, encontrar el ritmo de las cosas, es igual de importante que crear historias. O dicho de otra forma, una cosa complementa a la otra. Esta complementariedad de sustancias en el documental ha logrado un mayor acercamiento a la realidad boliviana, sin disfrazarla o maquillarla antes, librándose de algunos vicios de nuestro cine como el personaje estereotipado, el diálogo fácil, ingenuo o finalmente, innecesario, o el maniqueísmo en sus diversas facetas.

Quinuera, documental del cineasta boliviano Ariel Soto, logra este acercamiento porque es consciente de las armas que usa y de cómo debe usarlas. Soto, en esta película, tiene varios recursos a mano para trabajar un tema tan simple como significativo: la vuelta al campo. Arranca con puestas en escena que intentan presentar a los personajes de la manera más atractiva y real posible, para luego usar la entrevista (que nada tiene que ver con la entrevista convencional de reportaje) como una herramienta que relaciona voz e imagen, ya sea para redundar, contrastar o simplemente generar una atmosfera específica, todo esto guía la narración. La tierra es territorio, es lugar (la parcela donde se siembra quinua), pero también es la gran metáfora de la identidad. La necesidad por pactar con la tierra este retorno, por renovar los ritos que logran la conexión pese a los cambios y al tiempo, es tratada de manera clara y creativa, por lo sutil de su planteamiento en imagen. (LB)



El caso boliviano (2015)

Violeta Ayala

El caso boliviano, documental de la cineasta cochabambina radicada en el exterior Violeta Ayala, sigue la historia de tres jóvenes noruegas que fueron detenidas en 2008, en el aeropuerto de Cochabamba, con 22 kilogramos de cocaína en su equipaje. El documental recapitula y registra los eventos ampliamente cubiertos por los medios locales y noruegos: la detención de Stina Brendemo, Christina Øygarden y Madelaine Rodríguez, sus respectivos juicios y la fuga de las dos primeras.

El caso boliviano se inscribe en la tradición del documentalismo de investigación periodística e histórica, ampliamente desarrollado afuera de nuestras fronteras, pero apenas practicado en Bolivia (en el cine boliviano reciente, una de las contadas salvedades es el trabajo de Álvaro Olmos, director de San Antonio y Diario de piratas). En tal condición, partiendo de un asunto de interés noticioso, se ocupa de hacer seguimiento a una serie de hechos desatendidos por la prensa tradicional, revelar asuntos que trascienden a la coyuntura periodística y denunciar un estado de cosas irregular Y de lo que revela la documentalista resulta particularmente inquietante el descubrimiento de la conducta perversa de algunos medios de comunicación noruegos, al pagar por la exclusiva de las historias de las noruegas y, en algún caso, financiar la fuga de una de ellas. El descubrimiento habla de la corrupción en que caen y promueven los medios, aun en los llamados países del primer mundo, al extremo de manipular el curso de un caso policial, pagar para que tenga el desenlace más útil a su angurria de audiencia, burlarse de las normas y de las instituciones bolivianas (aunque el Gobierno noruego tampoco aparece como un santo) y, en última instancia, fabricar -que no registrar ni construir- una aventura real aún más espectacular y retorcida que las que suele ofrecer la ficción. (SEA)

Carga sellada (2016)

Julia Vargas

El tren, que vino como una promesa de futuro, una gran oda a la revolución industrial y las máquinas, rápida e irónicamente fue el vehículo de la nostalgia, de lo que pudo ser o de lo que se perdió en el camino. El cine boliviano no ha sido indiferente a este medio de transporte, más aun siendo el altiplano el escenario principal de su desarrollo, decadencia y agonía, transitando por sus rieles aventureros codiciosos, mineros y luego una gran oleada de migrantes hacia el valle y oriente. El tren ha sido protagonista de la construcción de las ciudades bolivianas como las conocemos ahora.

Todo esto debió ver la cineasta cochabambina Julia Vargas al momento de emprender el proyecto de Carga sellada, película boliviana que se exhibe actualmente en salas cochabambinas. La historia, coescrita por Vargas y Juan Claudio Lechín, contiene todos los tópicos o ingredientes de la aventura altiplánica: persecuciones en extensos paramos perdidos, atisbos de realismo mágico, clases sociales enfrentadas, autoridades corruptas, Uyuni (este último se puso de moda en el cine al mismo tiempo que se convirtió en destino turístico), una cholita de misterioso encanto y una gran epifanía al final, relacionada siempre con la impronta mística de la identidad de los pueblos quechuas y aimaras.

En suma, esta película no es un Esito sería para Julia Vargas. Es algo más, seguramente la mejor película que ha dirigido hasta ahora. Costumbrista, un tanto conservadora y con destellos de humor, recuerda perfectamente a 1995, tanto por el contexto histórico, como por el estilo de narración que plantea la directora. Gana la nostalgia y el romanticismo sin duda, es difícil no disfrutar del sonido del tren cruzando una pampa tan hermosa como desafiante. Ese desafío sigue en pie, el de seguir observando y buscar el verdadero sentido de esos paisajes, preguntarnos porqué aún hoy nos siguen llamando. (LB)