Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 20:52

Ruperto Salvatierra en el Gíldaro Antezana

Ruperto Salvatierra en el Gíldaro Antezana



El salón municipal, ubicado en la esquina de la Plaza 14 de Septiembre y España, acoge una muestra donde el destacado artista cochabambino comparte espacio con Germán Patiño, Gerardo Zurita y Alejandro Andia.

Sin duda alguna, el nombre de Ruperto Salvatierra es conocido en el escenario de las artes plásticas de Bolivia. Para el público de calle, sin embargo, tanto el nombre como la obra se diluyen en una asombrosa ignorancia. Esta circunstancia es compartida por la mayoría de los cultores de cualquier rama del arte serio en nuestro país: estamos naufragando en una vulgaridad masiva que obedece a intereses comerciales y que ha pervertido la música y el baile, la culinaria y las fiesta rituales en un mercado de alcohol desenfrenado, exhibicionismo tumultuoso, comida chatarra y bagatelas de plástico. Esta lujuria colectiva acumula toneladas de basura, fragmenta las relaciones familiares y engendra insoslayables saldos de violencia: ebriedad que enturbia la mirada y ataranta la conciencia. La publicidad y sus operadores sociales confabulan para promover esta degradación de la salud pública como si fuese un valor deseable y provechoso: dicen defender “nuestra cultura y tradiciones” cuando lo que hacen, en realidad, es reducir la cultura toda a un seudo folclore de espectáculo orientado al lucro vergonzoso del dinero. ¿No es cierto, acaso, que los medios de comunicación y las instituciones publicas y privadas no suelen afanarse en la educación de la inteligencia del pueblo, nutriendo el la pedagogía del cine, la literatura, el teatro, la danza o las artes visuales con la insistencia y comedimiento con el que se prolonga el estado de cosas descrito?

A esta imagen caótica de la realidad de estos días se contrapone el arte sereno, nítido y trabajado de Ruperto Salvatierra. Lo podemos constatar al contemplar la serie de obras que expone en la galería pública más importante del centro de la ciudad.

Salvatierra ha cultivado con acierto el arte del retrato de personas y esta es la faceta de su trabajo que se suele privilegiar. Sin embargo, ha realizado excelentes estampas paisajísticas y preciosos bodegones. Me interesa participar a mis lectores que esta variedad de temas visuales logrados emergen de su maestría en el arte del dibujo: sus trabajos a lápiz, sanguina o tinta son notables en la reproducción de sus modelos. Su profusión de buenos óleos basa su efecto al dominio de esa técnica. Participo, ahora, a mis lectores algunas consideraciones sobre el modo artesanal con el cual, mano y ojo, colaboran en el efecto de sus creaciones.

Años de práctica han logrado refinar el tratamiento de los fondos, detalle que no se suele apreciar. Las texturas y colores responden a una composición esforzada, tan importante como las estampas icónicas de primer plano, tema o motivo de la obra. Nos son los habituales y monótonos fondos casi monocromáticos que usan otros; realizados a espátula o diferentes brochas sus colores formas y texturas son dinámicas y audaces: sobre este soporte se plasman los retratos suaves o angulares que Salvatierra usa según su antojo creativo, guiado por una intuición hábil. Contémplese con detenimiento las diversas figuras de la muestra y se verá que su paleta de color está llena de detalles con los que captura la luz e ilusiona los volúmenes y sombras. También está pensado el ángulo de visión: la composición es otro de los dominios personales de este pintor del valle: las masas de color ocupan a veces armoniosamente, a veces no, el espacio de la tela, dirigidos estos tratamientos a crear el ánimo o impacto comunicativo visual con que su autor propone su visión del mundo. Resalto los cuadros de pequeño formato (oleos sobre cartón): Uno de ellos (“Flor de durazno”) ha sido adquirido para la colección privada de Gualberto López y es de una sencillez fresca y suelta: las flores son pequeños volúmenes de espátula sobre una línea sinuosa –el Tallo- y un celeste aéreo de fondo no vibrante.

Menciono su cuadro de sandías y un paisaje con hombres encarando una ida al pétreo Tunari para apuntalar lo aquí valorado: son los únicos cuadros de bodegón y paisaje.

Este arte de estampas rurales conmueve al ojo y al espíritu: son una constatación de que el arte personal meditado, trabajado e inteligente se opone a la chusca masificación que contamina la sensibilidad de hoy e insulta el sentido humano.

Escritor - [email protected]