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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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El divo y la cultura popular: querida… masa

El divo y la cultura popular: querida… masa



Desde que Ortega y Gasset hizo popular el concepto de hombre masa, a ese caudal humano de habitantes de las ciudades modernas y consumidores de la Industria Cultural se los llamó así, masa, connotando, además, un valor agregado de gente mediocre, conformista, acrítica y de mal gusto. Después, a finales de los 80, los teóricos de la sociedad, la cultura y la comunicación se pusieron buenitos y empezaron a barajar el más correcto denominativo de Cultura Popular, que pretendía revindicar, además, a esa categoría humana como productores de significados, recuperando sus espacios de manifestación cultural y reconceptualizando sus luchas simbólicas por el reconocimiento. Hasta ahí, todo bien. Todo muy liberal. El problema es que estas posiciones se fueron simplificando al máximo y algunos de sus cultores confundieron el “reconocer” las expresiones culturales de lo popular con el discurso facilón e hipócrita de apropiarse de ellos. Por eso, por ahí andan sueltos docentes, intelectuales y artistillos, criados y educados en los parámetros de la ilustración, cultores del jazz y del cine de vanguardia, que, por puro snobs y para ser más queridos y aceptados, dicen amar el folclore, llorar con los melodramas, bailar al son del zapateo chicha y admirar la arquitectura kistch de los “cholets” alteños. Pura pose, no más. Pura inseguridad de adolescencia intelectual tardía.

Lo cierto es que lo popular es un concepto inmenso que está plagado de originalidad, de sentido y, sobre todo, de intensidad simbólica. Ahí están sus fiestas multitudinarias, éxtasis del color y del exceso. Ahí están sus sincretismos religiosos, su magnífica reconstrucción del lenguaje, su humor plagado de resistencia y conspiración, en fin. El problema es que esta cultura popular es la que, también, consume una cantidad incalculable de basura disfrazada de música, por ejemplo. Y está bien, claro. Es su libre elección. Pero es notable darse cuenta del grado con el cual estas expresiones son sacralizadas y sus ídolos puestos en pedestales descomunales que niegan toda posibilidad de crítica y confinan al ostracismo a todo aquel que pretenda siquiera puntualizar una ligera observación sobre alguna ligereza de dichas manifestaciones. Ay de ti que hables mal de Arjona. Cuidadito que se te ocurra comentar con malaleche alguna canción de Cristian Castro. Ni por si acaso se te ocurra proferir en mala fe alguna apreciación de los Kjarkas. No lo hagas porque viene la inquisición, una masa amorfa conformada por amas de casa, choferes, estudiantes, pequeños empresarios, niños bien, doctores en comunicación y cineastas fracasados y se turnan para mentarte la madre en tu muro del Facebook. Esos dioses anacoretas creados por Televisa y empresas similares son intocables, son incuestionables, son encarnaciones de lo divino a los cuales solo nos queda rendirles culto porque son expresiones de lo popular, uy, y lo popular nunca se equivoca.

Pero, en realidad, sí se equivoca. Porque la inmensa mayoría de estos artistas y cantantes son repeticiones de clichés conceptuales que no tienen valor estético más que en la cabeza y el mal gusto de los que los aplauden. Sus canciones son elementales, hechas sin creatividad alguna, no complejizan nada, son redundantes hasta el límite de la porfía. No hay canción que no hable del dolor por la ausencia y la maldad del abandono. No es que pretenda encontrar grandes temas filosóficos o juegos de ingenio en sujetos que tienen, al parecer, una formación inconclusa, pero al menos uno espera algo de originalidad y no el hastío de escuchar siempre la misma cantaleta del desamor y de la angustia. A la gente le gusta, dirán, y claro, qué no le va gustar. La cosa es que no tiene otras opciones porque la Industria Cultural se pudre en plata con este homenaje a la subnormalidad y los que educan, los que piensan, los que leen están muy preocupados por cultivar su imagen de buenitos y todo es lindo para ellos, que el pueblo siga escuchando eso, dicen, porque es el sentir popular, porque es la dramatización de la lucha por el reconocimiento, dicen, mientras en su walkman suena John Coltrane. Acá es cuando hacemos entrar en el baile a Juan Gabriel, que en paz descanse.

Juan Gabriel es el modelo más acabado de semejante parodia. Divo, héroe, ídolo, dios, Juan Gabriel, sumando toda su obra, sus más de mil canciones, no llega a usar con coherencia más de 200 palabras. Soledad, llanto, amor, luz. Abrazo, olvido, recuerdo y por favor. Creo que el vocablo más difícil que acuñó fue: “Querida”. Y si en vocabulario demuestra desconocimiento, miremos su construcción narrativa. Canción: Querida. Primer párrafo. Mensaje: Pienso en ti, estoy solo, ven. Segundo párrafo: Te extraño y me duele, estoy solo, ven. Tercer párrafo: Piénsalo y ven. Hay que reconocer que acá se luce con una frase magistral y profunda que a la letra dice, a saber: “El tiempo es cruel”. Me mató. A partir del cuarto párrafo ya no hay coherencia, pura súplica, insistencia, chantaje emocional, y hasta una frase de antología: “Más compasión de mí, tu ten”. ¿Está imitando el hablar del Maestro Yoda? Entonces, ¿qué podemos esperar de la gente que idolatra, admira, defiende y hasta se rasga las vestiduras por esta encarnación del poco léxico? Encima de todo, chilla todo el tiempo como magdalena presenciando los azotes a dios. Pero no. Eso no puedes decir, es Juanga, el Divo, y es patrimonio de nuestra cultura popular. Lo raro es que la cultura popular y sus defensores correveidiles cantamañanas, a título de defender la libertad para escuchar esto sin ser “excluidos”, dicen, son los más recalcitrantes a la hora de exigirte silencio. ¿Uno no puede cuestionar lo popular y lo masivo? ¿No puede ya plantear argumentos que justifiquen su postura? Yo conozco profundamente varios aspectos de la cultura popular, defiendo incansablemente su derecho a expresarse y manifestarse, soy un convencido de que solo en la inclusión de sus saberes y sus estéticas se puede construir la tolerancia y la interculturalidad. Pero eso no quiere decir que me guste todo lo que escuchan o lo que hacen. No los voy a juzgar por eso, pero tengo también todo el derecho a expresar lo que pienso sobre ello y a mí, en lo particular, me produce una risa mefistofélica escucharlo al Divo balbuceando incoherencias, verlo moviéndose como un receptor casual de enemas y gritando en la cara de todos sus fans: “Sufro, pero amo a mi querida… masa”.

Comunicador - [email protected]