Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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ENTREVISTA AL ESCRITOR CRUCEÑO, UNO DE LOS INVITADOS AL IX ENCUENTRO DE ESCRITORES IBEROAMERICANOS QUE SE CELEBRÓ DEL 24 AL 27 DE AGOSTO, EN EL CENTRO SIMÓN I. PATIÑO.

Barrientos: “En la ficción hay cosas que uno no debe conocer para poder escribir sobre ellas”

Barrientos: “En la ficción hay cosas que uno no debe conocer para poder escribir sobre ellas”



Como otros autores bolivianos de su generación, Maximiliano Barrientos (Santa Cruz de la Sierra, 1979) tiene una relación de larga data con el Encuentro de Escritores Iberoamericanos que organiza el Centro Simón I. Patiño. Lo empezó a frecuentar como parte del público asistente, en los primeros años de la década pasada. Poco después tuvo oportunidad de hacer lecturas de las obras de los autores invitados. En 2007, ya con dos libros publicados en el país (Los daños y Hoteles), fue invitado al Foro de Escritores Bolivianos, el evento hermano del encuentro que se organiza también bianualmente. Y en este 2016, con más de cinco libros en su haber, cuatro de ellos editados en el exterior (Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer, Hoteles, La desaparición del paisaje, Una casa en llamas) y convertido en un nombre referencial de la literatura boliviana actual, ha vuelto como invitado de la novena versión del Encuentro Escritores Iberoamericanos. Ha compartido la experiencia con otros autores de talla internacional: los argentinos César Aira y Claudia Piñeiro, el español Antonio Orejudo y los bolivianos Rodrigo Hasbún y Magela Baudoin.

Este retorno al encuentro y a Cochabamba, una ciudad muy querida para el escritor cruceño, otorgó el contexto para dialogar con Barrientos de la evolución de su obra, de la vigencia de sus influencias literarias formativas, del lugar que la violencia ha cobrado en su trabajo más reciente, de sus búsquedas estilísticas y de los proyectos en que viene trabajando actualmente.

En 2007 fuiste uno de los invitados del Foro de Escritores Bolivianos que organiza el Centro Simón I. Patiño y ahora, nueve años después, has vuelto para su IX Encuentro de Escritores Iberoamericanos. ¿Tiene para vos y tu carrera algún significado especial este retorno?

Me encanta Cochabamba. Viví un tiempo acá. Estudié desde 2001 hasta 2004. Entonces, he podido asistir a algunos encuentros como espectador. Y en 2002, me parece, antes de publicar, hicimos, con Tico (Rodrigo Hasbún) y Anabel (Gutiérrez), unas lecturas para uno de los encuentros iberoamericanos. Luego comencé a publicar libros, vine en 2007 y ahora vuelvo en 2016.

¿Te atreverías a analizar la forma en que, desde ese 2007 hasta ahora, se ha ido transformando tu literatura?

El cambio más evidente es de estilo. Si comparamos la prosa de Los daños (2006) con la prosa de Una casa en llamas (2015) o de La desaparición del paisaje (2015), vamos a ver cierta transformación, cierto manejo de imágenes distinto, cierta depuración, cierto empleo del lirismo que en los primeros libros no estaba. Seguramente, hay también muchas cosas en común. Creo que el universo ha ido manteniéndose. En los últimos dos libros ha habido una apertura a explorar aspectos como la violencia que no estaba de forma tan marcada en los primeros libros. Pero, estas transformaciones nunca se dan a nivel consciente, responden a otro tipo de impulso. Yo no escribo escogiendo el tema o las cosas. Siempre hay algo detrás, un misterio, algo que me llama la atención, ciertas imágenes que pueden ser sugerentes, y trabajo de esa forma. La reinvención nunca es voluntaria. Sé que hay escritores que escriben una novela sobre un tema y a la siguiente lo hacen sobre otro completamente distinto. Siento que eso está en su ADN y me parece fantástico. Yo no funciono así. Las transiciones funcionan en un nivel del que yo no tengo control.

En tus primeros libros había una influencia bien marcada de la narrativa estadounidense, de autores como Carver o Cheever. En tu obra actual, ¿esas influencias siguen vigentes, han sido desplazadas o conviven con otras?

Siempre he sido un lector de literatura norteamericana y lo sigo siendo, y soy un lector de literatura latinoamericana también, sobre todo de literatura argentina. Si hago una estadística, el universo de escritores del que me nutro es norteamericano, argentino, latinoamericano en general y, luego, del resto del mundo, en ese orden. Quizá ya no estoy leyendo con la misma frecuencia a los escritores que leía hace 10 años, porque los leí mucho en ese momento y como que ya los he dejado. Incluso en los talleres que dicto evito dar esos textos que a mí me marcaron, empiezo a dar otras cosas. Pero eso no quiere decir que haya perdido la admiración que siento por sus escrituras. Sigo pensando que Raymond Carver y Richard Ford son grandes escritores, aunque hace mucho que no los leo. Creo que han cumplido una función muy importante en mi formación de esos primeros años, cuando intentaba construir un estilo. Ahora me parece que por más que lea muchas cosas, no sé si marquen. No sé si la influencia puede ser tan profunda como lo fue en esos años. Tiendo a creer que no. Las lecturas ya no me afectan como me afectaban antes. Me he acostumbrado a leer de una forma menos ingenua y creo que en eso hay una pérdida. Ahora leo desde un lugar muy técnico, por decirlo de una forma. Me estoy fijando en el estilo, en la estructura, en cosas que antes no me fijaba. Eso permite que los libros me afecten menos. No quiere decir que no me afecten, me siguen afectando, pero ese tipo de lectura pone una especie de barrera y eso es algo inevitable. Creo que todos los escritores tienden a leer de esa manera.

Decías que en tus más recientes libros hay una presencia muy explícita de la violencia. ¿Has pensado a qué se debe esto?

He tratado de pensar por qué, pero no lo sé, y creo que es bueno no saberlo. Si hiciera un ensayo sobre esto, me interesaría saber, pero como no lo estoy haciendo y estoy trabajando en un nivel distinto al que trabaja un ensayista, importa mucho no saber. En la ficción hay cosas que uno no tiene que conocer para poder escribir sobre ellas. En la medida que uno conoce demasiado un tema, uno ya no pude escribir sobre él o, al menos, yo no puedo. Hablo mucho de la intuición y pareciera que vengo hablando de ella desde hace ocho años, pero eso ha sido un aspecto clave en la literatura. Antes de escribir una novela o un cuento, no puedo elaborar el argumento. Tengo que tener una pauta, porque tampoco lo puedo escribir de la nada, pero a medida que conozco muy bien el argumento, ya no pudo escribir. Ese punto ciego para mí es necesario. Necesito andar a ciegas para que el texto se ponga en marcha. La violencia está ahí, siento que está ahí en todo momento, y siento que la presencia del cuerpo también está, cosa que antes no estaba de forma tan marcada. En la novela que estoy trabajando ahora eso está a un nivel mucho más grande que en Una casa en llamas. El cuerpo y la violencia están ocupando un plano central. Quizá en los primeros libros la nostalgia tenía una presencia muy fuerte, pero es como si el final de la nostalgia diera inicio a la violencia. No sé cuánta convicción real hay en eso, pero puede ser una hipótesis de trabajo. No me interesa desarrollarla, pero quizá está ahí.

En los últimos años has publicado en editoriales del exterior, como Periférica, de España, o Eterna Cadencia, de Argentina. Hasta hace algunos años, para un boliviano, publicar en países con industrias editoriales tan grandes era algo excepcional. ¿Crees que eso ha cambiado? ¿Percibes que tu caso o el de otros autores es aislado o, por el contrario, obedece a un interés inusitado en la literatura boliviana?

La verdad creo que no es un interés por la literatura boliviana en general, sino un interés por obras concretas. Y creo que así debería ser. Ese interés por obras concretas ha puesto en el mapa la literatura boliviana. Pensando en mis libros, no sé si hablo explícitamente de Bolivia o qué tratamiento tengo de Bolivia. No creo que Bolivia, dentro de mi ficción, sea de interés para un editor. Ni siquiera hay un tratamiento exótico de Bolivia. Escribo sobre una clase media cruceña, cuyos problemas pueden tenerlos un colombiano, un español o un argentino. En ese sentido, no sé si hay algo específico boliviano. Sé que Bolivia es un contexto. Por otro lado, a mí no me interesa que la literatura explique un país. Creo que es una forma errada de acercarse a un libro de ficción, eso de tener que leer una novela porque con ella vas a conocer muy bien cómo funciona la sociedad boliviana. Ese es un criterio sociológico para juzgar una obra de ficción y a mí no me interesa. Pienso que si ciertas cuestiones sociales de un país están reflejadas en un libro, eso viene a ser un extra. Hay que valorizar un libro por cuestiones estrictamente literarias. Eso se refiere a cuestiones de estructura y de estilo y a cómo el autor puede sostener ese universo. En la medida que ese universo sea autónomo, provoque una serie de reacciones emocionales, creo que hay literatura. Lo otro, el marco grande, siempre va a ser un excedente. Creo que la forma justa de aproximarse a un libro es desde lo literario, no desde lo social.

En una entrevista que concediste a propósito de Una casa en llamas, afirmabas que te interesa la literatura que trabaja la brutalidad desde la técnica. ¿Qué persigue tu literatura al apelar a esa brutalidad?

Lo que intenté explicar en esa entrevista es que a mí me interesa la intensidad en la literatura. No me interesa la literatura que se mueva en un plano intelectual. No me interesa esa literatura que se entiende como un problema. La literatura no es para mí un algoritmo. Me interesa la literatura que me da asco o me entristece o me hace reír a carcajadas, que me provoque una reacción más allá de lo intelectual, entre comillas. Cuando digo que me interesa la intensidad, la fuerza, la brutalidad, no me interesan per se; me interesan cómo se dan en un contexto de la técnica. En ese sentido, creo que hay una dialéctica entre la técnica que básicamente establece un marco y la brutalidad que es gasto puro, que es derroche. Me gusta cómo funcionan estas dos cosas que, en las raíces, tendrían que ser antagónicas. Esa simbiosis se da no solamente en la estructura de la narración, sino en el mismo lenguaje. Hago mucho hincapié en el lenguaje, pero, al mismo tiempo, me interesa que el lenguaje no sea el protagonista, que sea invisible. Creo que la única forma de que el lenguaje en literatura adquiera cierta materialidad, que nos provoque una experiencia, es poniéndose en un segundo plano. Cuando leo una novela que me hace pensar que estoy leyendo lenguaje, es una novela que fracasa. Cuando leo una novela o un cuento y me lleva a la experiencia, suspende mi propia situación vital y me introduce a ese mundo ficticio autónomo creado, creo que la obra funciona, más allá de que no tenga que ver con lo que yo soy. Propiciar esa experiencia es el verdadero fin de la ficción. Eso es la intensidad en la ficción. Un libro que no me suscite esa transferencia de mi realidad a otra es un libro que fracasa. La literatura tiene que propiciar ese tipo de viaje y para ello el lenguaje es fundamental.

Adelantabas que estás escribiendo una novela. ¿En qué proyectos estás trabajando actualmente?

Estoy trabajando en dos cosas: esta novela que ya está prácticamente acabada y en un libro de ensayos autobiográficos, narrativos. Este libro está bien avanzado, pero no está acabado. También estoy escribiendo cuentos, pero no con la finalidad de reunirlos en un libro. Estoy empezando a escribir cuentos después de mucho tiempo y quiero acumularlos. Como proyectos de libros están la novela y el libro de ensayos.

¿Se editarán en el extranjero, al igual que tus anteriores libros?

Sí, y a ver si esta vez se pueden publicar también en Bolivia.

Periodista – [email protected]