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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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[La Lengua Popular] Calla triste la guitarra por la muerte de Alirio Díaz

[La Lengua Popular] Calla triste la guitarra por la muerte de Alirio Díaz



La semana pasada recibí la triste noticia de la muerte de uno de los verdaderos gigantes de la guitarra del siglo XX, el venezolano Alirio Díaz. Tenía 92 años y estaba en Roma, su segundo hogar durante gran parte de su vida. Curiosamente, su existencia casi centenaria no fue demérito para la sedimentación de su leyenda. Es como si la madera de la que estaban hechos hombres como él o su maestro Andrés Segovia trascendiera lo efímero del fugaz goce artístico y se trasladara a una región distinta, una región en la que, más que el genio esquivo, encontramos una especie de laboriosidad matutina y longeva.

Estas leyendas no perviven por su zenit, lo hacen por su recorrido. En el caso de Alirio Díaz, esta percepción es algo particular. Tengo la sensación de que la carrera del virtuoso venezolano nunca fue bendecida por la fugacidad romántica de la intensidad. Por este motivo, su nombre se fue difuminando a lo largo de su centuria en la memoria y en el recuerdo. Pero, a la vez, con una laboriosidad y constancia de molino, su nombre pasó a existir en otro sitio, algo más lejano, quizá también más profundo, en el que pervive su estela, mas no tanto su recuerdo. Y lastimosamente solo nos percatamos de la estela justamente cuando recordamos que gran parte de nuestro recorrido fue guiado por ella, incluso sin saberlo o notarlo siquiera.

Alirio Díaz siempre fue muy especial para mí. Fue su interpretación de “Natalia”, aquel “Vals criollo número 3” de Antonio Lauro, la que me abrió por primera vez un horizonte inmenso de posibilidades interpretativas del instrumento. Yo era un “pollo”, guitarrísticamente hablando, para usar una expresión de mi maestro Marcos Puña, y fue Alirio Díaz, con su estilo directo y brillante, el que me dio las primeras armas con las cuales defenderme. Y si bien su interpretación de ese vals venezolano me pareció vertiginosamente acelerada y atropellada, solo después entendí la descomunal pertinencia de esa sensación rítmica de prisa desmedida y asfixiante arrebato. Básica y simplemente, de eso se trataba todo.

No tuve la fortuna de conocerlo personalmente, pero mi maestro sí, en una clase magistral realizada hace 22 años. Y mi maestro cuenta que, además de su trabajo detallado y entusiasta, de Díaz le llamaron la atención dos cosas: “Cierta ansiedad propia del hombre ocupado que mira la partitura tratando de ¡leer pronto!, tanto así que, para mirar mejor, se quitaba los lentes acercándose al atril. Y, a su vez, estaba presente el hombre de origen humilde, lo suficientemente sabio como para no dejarse envanecer por la fama, lo suficientemente sensible para saber que los ‘pollos’ que tomábamos clase estaríamos nerviosos, y teníamos falencias y virtudes. Pero él hacía énfasis en las virtudes, apoyándonos, más allá de que tocáramos bien o no tan bien. Siete primeras palabras que me dijo sonriente, mirándome a los ojos, hicieron que mis nervios se esfumaran”.

Además de su carrera como eximio guitarrista, Alirio será recordado por su inmensa contribución a la difusión de la música popular venezolana por todo el mundo. Su arraigo e identidad para con la música venezolana eran muy fuertes, y una de sus principales satisfacciones fue el que su nombre, fama y leyenda siempre estuvieran inseparablemente unidas a su amada Venezuela. En este sentido, Alirio Díaz fue, con mucha probabilidad, el responsable de difundir y popularizar mundialmente las obras de Antonio Lauro, Raúl Borges, Vicente Emilio Sojo e Inocente Carreño, piedras fundamentales de la música popular venezolana.

Definitivamente, es como virtuoso guitarrista que Alirio Díaz adquiere notoriedad, no solo en Venezuela o América Latina, sino en todo el planeta. Se presentó como solista alrededor del mundo y tocó con una infinidad de grupos sinfónicos, siendo dirigido por regentes de la talla de Leopold Stokowski, Andre Kostelanetz o Sergei Celibidache, entre otros. En Italia, formó parte de los cursos de perfeccionamiento que impartía Andrés Segovia en la Academia Musical de Chigiana, en la provincia de Sienna. De esta manera, Díaz se convertiría en uno de los principales herederos musicales del gran Segovia.

El artista también publicó dos libros, Música en la vida y lucha del pueblo venezolano y Al divisar el humo de la aldea nativa: memorias de infancia y adolescencia. Entre sus interpretaciones más conocidas están “El diablo suelto”, de Heraclio Fernández, y dos temas fenomenales de Antonio Lauro, el “Seis por derecho” y “Natalia (Vals No. 3)”.

Finalizo este pequeño homenaje con unas palabras de Agustín Barrios, el increíble guitarrista paraguayo de comienzos del siglo pasado, que era llamado el “Paganini de las selvas guaraníes”: “Tupã, el Espíritu Supremo y protector de mi raza, / Me encontró un día en el medio del bosque florecido. / Y me dijo: Toma esta caja misteriosa y descubre sus secretos. / Y, aprisionando en ella todos los pájaros canoros de la floresta / Y el alma resignada de los vegetales, la abandonó en mis manos. / La tomé, obedeciendo la orden de Tupã, / Colocándola junto a mi corazón, / Abrazado a ella pasé muchas lunas al borde de una fuente. / Y, una noche, Jaci, retratada en el líquido cristal, / Sintiendo la tristeza de mi alma india, / Me dio seis rayos de plata para con ellos descubrir sus arcanos secretos. / Y el milagro se operó: del fondo de la caja misteriosa, / Brotó la sinfonía maravillosa / De todas las voces vírgenes de la naturaleza de América”.

La guitarra calla triste por la muerte del maestro Alirio Díaz. ¡Gracias, maestro!

Filósofo - [email protected]