Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
  • Actualizado 00:06

Juana, por favor

Juana, por favor



La película Juana Azurduy, Guerrillera de la Patria Grande, de Jorge Sanjinés, no es una película biográfica. Es pura invención. Es la re-escritura de una historia repetida hasta el cansancio. En automático. Coreada como un mantra, desde la escuela, hasta la banalización. Una historia del heroísmo, patriotismo y coraje de una mujer que alza la espada con un único soundtrack de fondo: “Juana Azurduy, flor del Alto Perú/ No hay otro capitán más valiente que tú”. Todo está dicho sobre Juana Azurduy, nada que inventar, todo está en la tradición, salvo para alguien que dude, que sospeche, como Sanjinés, y vea en la tradición el mejor terreno para inventarlo todo. Que, a pesar de todo lo dicho, queda todo por decir.

Lo que se ha dicho es que Juana Azurduy nació en Chuquisaca, Virreinato de La Plata, en 1780. Que su padre fue un español terrateniente y su madre “hija de esta tierra”. Que aprendió a trabajar la tierra. Que muy joven entró a un convento. Que ahí estudiaba la vida de Tupac Amaru y otros que se rebelaron contra los españoles. Que la expulsaron del convento. Que se casó con el criollo Manuel Ascencio Padilla. Que tuvieron cuatro hijos. Que murieron los cuatro. Que, con su esposo, se enlistó en las luchas por la independencia. Que pelearon contra los españoles comandando indios en su mayoría. Que, en 1814, Juana empuñó su espada en una batalla estando embarazada de un quinto hijo. Que, en 1816, le cortaron la cabeza a su esposo en una emboscada. Que, meses después, la recuperó frente a cientos de indios. Que la enterró. Que se fue a Salta y luchó junto a las tropas de Martín Miguel de Güemes. Que Belgrano le concedió el grado de Teniente Coronela de los Decididos del Perú en 1816. Que es nuestra heroína trágica y romántica. Que también es la heroína de los argentinos. Que, tras haber terminado las luchas independentistas, Simón Bolívar la ascendió a Coronela en 1825. Que la llenaron de honores, en 1825. En 1825…

La película de Sanjinés arranca en 1825, en un capítulo poco conocido de esa historia repetida hasta el agotamiento: la visita que hicieron los Libertadores Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, José Miguel Lanza y el Estado Mayor del Ejército Colombiano a Juana Azurduy en su casa de Chuquisaca, de la recién fundada Bolivia, para rendirle honores y reconocerle sus sacrificios por la libertad y la independencia logradas. Juana (Mercedes Piti Campos), desde la intimidad de su modesta casa, en una serie de flashbacks les narra a sus visitantes los logros y peripecias que vivió junto a varios combatientes montoneros de la guerra de republiquetas y recuerda a los personajes que fueron parte de esa lucha, incluyendo a los menos conocidos: indios, caciques, mujeres. En una narración que intercala los planos en interiores (casa de Juana) con los exteriores (campos de batalla, la casa de sus padres, ciudades y campos), Juana Azurduy rehúye al centrado cinematográfico en el personaje de Juana.

En la visita a Juana, un encantador y elegante presidente Sucre (Fernando Arce) la saluda solemnemente con un cálido apretón de manos y un “qué gusto, heroína”. Juana no se rinde al galanteo, no acepta el “heroína”, huye al halago y le dice cortésmente: “Juana, por favor”. El gesto no es falsa modestia o pudor: no se siente heroína, no le sirve, ni le sirvió, ser heroína. Este el punto de inflexión en el personaje: Juana se vuelve la voz de una historia que no “ha entendido nada”, como les ruge a sus visitantes al final de la película. Y es el punto de inflexión de la película, la historia ya no se cuenta sola, Juana se torna en la voz de la historia, en voz en off. A partir de aquí se desata la historia de algunas batallas íntimas y públicas que se vivieron, su voz es la que convoca la historia con ternura, la arrulla en sus faldas. Sin claudicar ante el tono solemne y glorioso que embarga en ese momento a los victoriosos Libertadores, Sanjinés duda con Juana. Sospechan de la historia de gloria contada hasta el cansancio. Receloso de que los sacrificios y los honores a Juana le importasen tanto, Sanjinés escarba en ese encuentro e inventa lo que Juana podría haberles dicho, lo que podría haberles invitado, lo que podrían haber bailado.

La voz, entonces, mira. En el primer flashback de la película Sanjinés saca a todos fuera de campo, al campo de batalla, espectadores incluidos. En una escena de la visita, Juana mira fuera de cuadro y les cuenta cómo lucharon en el Cerro de Carretas, en 1814. Les dice: “Es aquí cerquita”. Juana, Bolívar (Jorge Hidalgo), Sucre y Lanza (Iván Canelas), en sus caballos, se acercan al lugar y, desde un acantilado, en el mismo plano, con un paneo van de 1825 a 1814. Miran abajo donde, vadeando un río, van pasando Padilla, sus combatientes, ella misma, hacia la lucha por la libertad. En off, escuchamos a Juana recitar emocionada nombres: Cáceres, Moto Méndez, Eusebio Lira, José Manuel Chinchilla, Cañoto, el Tambor Vargas, Esteban Arze y otros más. Delineando al ya conocido personaje colectivo del cine de Sanjinés. Este primer flashback de muchos en la película instaura la presencia de Sanjinés y sus planos secuencia, planos con ritmo interno propio que se agradecen y deben a su director de fotografía, César Pérez. Con algo de nostalgia, pero con su propio impulso, vuelven los planos del paisaje boliviano tan propios de Sanjinés. Sobre todo en las escenas de las batallas, en las que, como un baile bien coreografiado, el hombre, el combatiente y la tierra bailan al son de la honda música de Cergio Prudencio. Planos abiertos, grandes, lejanos para mirar la historia con distancia, sin empalagamientos. Los planos cerrados se guardan como contrapunto para el final, en el cadencioso plano secuencia de la cueca que Juana concede al Libertador. Queda instaurado así un punto de vista narrativo, Sanjinés quiere que veamos desde esa distancia, como con un catalejo, un momento de nuestra historia y escuchemos la voz de una mujer real que arenga a las tropas, y no la de la “flor del Alto Perú”.

Juana Azurduy es una cinta “basada en hechos reales” a partir de los cuales Sanjinés fabula, imagina y construye un discurso propio alrededor de la que fue Teniente Coronela Juana Azurduy de Padilla. Sanjinés invoca la lucha de una mujer y su intuición para decir lo que le faltó a la historia decir: que la Patria Grande era un sueño, que la Patria quedaba huérfana sin Libertadores, que, aunque liberados, no seríamos libres, que los lobos merodeaban.

En el compendio de aforismos de Robert Bresson Notas sobre el cinematógrafo, hay uno que receta: “Cinematógrafo, arte militar. Preparar una película como una batalla”. Juana es el pretexto íntimo y poético, la tradición, la memoria, la cabellera larga y negra de mujer de la que Sanjinés se sujeta para salir al campo de batalla, su película. Sale a lado de su más lúcido estratega, su director de fotografía, actualiza el plano secuencia integral, recluta a eficaces actores, apuesta por el arte como instrumento de cambio y, de paso, hace un homenaje a la mujer.

Hace tiempo que a Jorge Sanjinés no le interesa hacerse con su obra cumbre, porque ya la tuvo, o que sus películas recuperen la inversión inicial, porque la inversión de Sanjinés no es monetaria; lo que él busca y buscó siempre es instaurar un nuevo protocolo de lectura de la realidad boliviana. El cine es el instrumento que él utiliza y conoce para marcar, como lo hiciere en La Nación Clandestina, las claves para entender nuestra realidad. A partir del mito, de la historia repetida hasta el cansancio, inventa una Juana con voz de mando. Es la voz que interpela a sus visitantes al son de una invicta cueca para que escuchen lo no dicho. La voz que ordena al presente: mantenerse despiertos, seguir luchando, espantar a los lobos. La voz íntima que instruye: escuchar el viento, la cueca, la música de los pueblos, la poesía de Juan Wallparrimachi, alzar la voz con ellos, no morir. Aunque la historia en automático siga repitiendo que a la heroína Juana Azurduy el Mariscal Sucre le otorgó una pensión. Que Linares se la quitó en 1857. Que dejó de ser una heroína para ser una indigente. Que murió vieja en 1862. Que murió sola, en la miseria, acallada, sin voz.

Gestora cultural y productora de cine- [email protected]