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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Morir solo en Nueva York

Morir solo en Nueva York


El cuerpo de George Bell fue encontrado en un departamento atiborrado de cosas: pilas de papeles alrededor del catre, un calentador que no funcionaba, una alfombra de color parduzco, varios adornos de porcelana, envolturas de comida para microondas. Nadie lo echó en falta. Nadie lloró su muerte.
Esta crónica fue escrita por N. R. Kleinfeld del periódico New York Times. Fue finalista en los premios Pulitzer, y es un buen ejemplo de periodismo: lo que se busca es informar y develar la verdad. La opinión del periodista está relegada, y se usan las técnicas narrativas para mostrar una realidad: la muerte nos llega a todos en soledad.
Carlos Corona es periodista de crónica roja. Hoy fue destinado a un alojamiento que tiene por nombre “Cristóbal Colon” (es un letrero grande y amarillo, y el apellido de Cristóbal no tiene tilde). «Debo escribir cinco notas al día», dice mientras baja del minibús. «Sea lo que sea, debo mostrar sangre y muerte».
Remberto Cárdenas es docente de Comunicación Social en la Universidad Mayor de San Andrés. «El periodista no opina, muestra», dice a sus estudiantes. «El periodista no tumba gobiernos, ayuda a mejorar la sociedad». Uno de sus estudiantes le pregunta sobre la cobertura de caso Zapata-Evo Morales. «¿Quién te dijo que eso es buen periodismo?», dice Remberto Cárdenas y de frota la barba.
La muerte de George Bell es el inicio de una búsqueda: ¿cuántos muertos solitarios hay en Nueva York? ¿Cuántos casos similares? Un juez dictamina que para conocer la identidad de George Bell se debe llevar una radiografía, encontrada en el departamento, a un médico forense. No hay más datos acerca de su identidad: sus manos están deterioradas, no tiene carnet, no tiene billetera.
«Tengo dos asesinatos que cubrir», dice Carlos Corona. «Uno se acostumbra a la muerte, pero no se puede acostumbrar a la soledad». Es padre soltero, su mujer lo dejó después de que se dio cuenta de que Carlos a veces no llegaba a casa durante dos días. «Llegaba con olor a cigarrillos y bebida», dice Carlos Corona. «Mi esposa decía que olía a leña de otro hogar».
«El periodista debe hacer su entrevista cara a cara», dice Remberto Cárdenas. «El periodista solo debe usar el teléfono para conseguir citas de entrevista». Algunos estudiantes toman nota, otros miran su celular, agachados. Al fondo, un estudiante gordo, de camisa de Mago de Oz, duerme. «El verdadero periodista no cuelga su grabadora frente al entrevistado y espera. Tampoco se presta la grabadora de otro periodista porque llegó tarde a la entrevista».
El cuerpo de George Bell estuvo en la morgue durante siete meses. A través de las radiografías se confirmó que George Bell era George Bell. El juez dictaminó que la herencia que dejó sería repartida en todos los gastos del sepelio. Dictaminó que se debía vender el departamento, y el cuerpo de George Bell debía ser cremado. Él lo quiso así y lo escribió en una escueta carta encontrada entre algunos trastos viejos.
«Gano para comer y vestir a mi hija», dice Carlos Corona. «La muerte da dinero». Anota algunos datos en una libreta, mientras dos camilleros se llevan el cuerpo de una muchacha que estaba recostada boca abajo en un catre de metal, en el cuarto 25 del alojamiento. «A veces el sueldo no llega a tiempo», dice Carlos Corona. «En ese caso, llevo a mi hija donde mi madre, que siempre tiene algo de comida. Ser periodista es difícil».
«El periodista es un servidor. Nunca es un hombre que se jacta del poder», dice Remberto Cárdenas. «El periodista no se vende, no debería hacerlo y, si lo hace o si va en contra algún caso sin pruebas o se las inventa, deja de ser periodista. En la calle hay muchos de ellos. Deberían ser los pocos, pero no lo son. Solo lean lo que escriben».
«Por sus frutos los conoceréis».

Periodista y escritor - [email protected]