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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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[La Lengua Popular] La máquina del tiempo

[La Lengua Popular] La máquina del tiempo


Hay deseos que se confeccionan a la velocidad de una estrella fugaz a la que difícilmente se le podría agregar algún firmamento que la contenga. Hay deseos que se confeccionan en la neutralidad del tiempo, de la posibilidad eterna del estar quieto frente a una fuente cargándose de monedas. Los primeros son los que se componen de la inmediatez absoluta, de la rapidez de un suspiro que apenas consigue articular sonido. Los segundos son los que se componen con la paciencia del tejido que por las noches vuelve a ser hilo, para que la mañana siguiente vuelva  a ser tejido. En ambos, el tiempo es el que se vacía, se deja, es fugaz, es eterno o simplemente ya no está, se pierde en aquellos días.
En el accionar de un deseo nos sumergimos a la vez que en la entrañable posibilidad de la alternativa, también en las profundidades más insospechadas de nuestros insomnios y nubes pasajeras. Cuando mordemos la fantasía del desear, aterrizamos en lo más tormentoso de nuestra intimidad. Nos adentramos en las brechas maniáticas de huracanes que, de a poco, nos van dejando en sombras. Es cuando el “Ojalá que vuelva” o todas las posibles combinaciones de apariciones que podrían cambiar y complejizar el rumbo caprichoso del viaje pesan una tonelada de noches.
Es imposible separar el olvido y la memoria. O, mejor dicho, es imposible separarse de lo uno o de lo otro. Es imposible que podamos dejar de habitar lo que fuimos en otros días, sin esa condición melancólica que acompaña los detalles que de a poco vamos configurando en la geografía que recordamos de alguien. En el fondo no amamos y no odiamos más que lo que cada uno ha dejado en ese otro, también destinado a desaparecer, también. 
El poeta chileno Jorge Teillier nos rescata, o nos advierte en su “Nieve nocturna”: “¿Qué dedos te dejan caer,/ pulverizado esqueleto de pétalos?/ Ceniza de un cielo antiguo/ que hace quedar sólo frente al fuego/ escuchando los pasos del amigo que se fue,/ eco de palabras que no recordamos,/ pero que nos duelen, como si las fuéramos a decir de nuevo”.
El silencio que conlleva al eco es el más peligroso y el más intenso. Nos recuerda quiénes fuimos, qué tan gratos nos movimos. Me gusta cuando una composición me arrastra a ese tipo de silencios, cuando existe una profundidad que al primer toque te sumerge, te rapta y te permite ver cómo fuiste, pero desde otras distancias. Cuando la música es capaz de descifrar la agonía de la mirada vertical a ese cielo sin la fugacidad milagrosa de una estrella, o de la mirada horizontal de la paciencia dolorosa de la acumulación de monedas en una fuente envejecida, es inevitable no detenerse con ella y permitirse jugar en esos tres o cuatro minutos que hacen de máquina del tiempo.
Conocí la música de Gabriel Lema & Andrea Aguirre por un tropezón afortunado en la red, como se suelen conocer las mejores cosas. No puedo más que decir que cada segundo dedicado a escuchar el arranque de sus canciones fue deslizarse en un universo donde cada centímetro está diseñado a llevarte a un deleite absoluto de muchas sensaciones encontradas, la mayoría melancólicas apariciones, pero magníficamente desarrolladas. Es un privilegio para el oído la conexión íntima que estos dos lúcidos extraterrestres logran en cada composición. No se puede no advertir que con cada canción a veces se sufre, pero se aprende.
Gabriel Lema & Andrea Aguirre han logrado hacer una máquina del tiempo que con facilidad te transporta a la esencialidad de los momentos previos a las fugacidades estelares o a las supersticiones coloniales. Pero, para ser más atinado, han logrado con precisión redibujar esos momentos en los que el tiempo se ha encargado de sembrar pequeñas fracciones de terremotos. Donde la gente a veces se ha conocido, a veces se ha juntado, a veces se ha querido, a veces se ha dejado, a veces la gente ha estado.
“Haciendo fuerza para sonreír, siempre supimos quién iba  partir/ no es necesario ni respirar, lo que empezaste no va a parar./ […] Entiérrame/ en el fondo de esta nostalgia”. (Canción: “Más cerca de ti”). “[…] Poder andar en la oscuridad/ y tu alma es tan impar como tu sombra,/ ¿Ahora cuál viento te abrazará?/ […] Voy aceptar esta soledad/ y mi alma es tan impar como mi sombra./ ¿Ahora cuál viento me abrazará?” (Canción: “Espejos”). Si decides ir, márchate ahora/ y postergar, saltar el tiempo una vez más,/ asumiré que me borras de tu mente./ y quién soy para ti, lo que viviste junto a mí./ […] y quién fui para ti y quién vendrá después de mí”. (Canción: “El mismo lugar”). 
La música de Gabriel Lema es exacta para las pulsaciones que quiere lograr en el aumento dicotómico y progresivo de cada letra, de cada piso del ascensor del acto narrativo. La voz de Andrea Aguirre es simplemente perfecta para, más que cantar, susurrar ese juego entre niebla y luz de la intimidad del volver al momento donde el impacto de la herida de un adiós es tan vertiginosamente agonizante.
Gabriel Lema & Andrea Aguirre es un proyecto diseñado para apagar la luz, refugiarse en la cama, mirar el techo y entregarle toda la confianza a los audífonos porque el resultado está garantizado. Porque la intimidad de este proyecto es profundamente deliciosa. Porque está bien de vez en cuando subirse a la máquina del tiempo y recorrer esas versiones con las que en las manos de alguien un día fuimos. Porque siempre está bien desear que cuando los fantasmas se acuerden de uno, se remojen los labios.
Filósofo y escritor - [email protected]