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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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La fascinación de lo extraño. Una felicidad repulsiva, de Guillermo Martínez

La fascinación de lo extraño. Una felicidad repulsiva, de Guillermo Martínez



Reseña del libro de cuentos del escritor argentino galardonado en la anterior gestión con el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez.

Como ya todos hemos celebrado, La composición de la sal de la boliviano-venezolana Magela Baudoin obtuvo el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. Habiendo leído y releído, con placer y asombro, el libro galardonado en la primera versión del premio –Una felicidad repulsiva de Guillermo Martínez (1)–, me alegré doblemente con la noticia. Por razones que no vienen a cuento (2), no he leído aún a Magela Baudoin. A la espera impaciente de su libro, creo que la ocasión es propicia para reseñar Una felicidad repulsiva, libro que me encantó por diversos motivos y especialmente por la maestría en el manejo del cuento extraño.

De Guillermo Martínez (Argentina, 1962) había leído dos novelas –Acerca de Roderer (1993) y Crímenes imperceptibles (2003)– así como un libro de cuentos: Infierno grande (1989). Ya conocía, pues, la calidad literaria del escritor y matemático argentino y, con todo, Una felicidad repulsiva es ahora mi libro preferido del autor. También es uno de los mejores volúmenes de relatos que he tenido la suerte de leer en los últimos años. Se inscribe en la línea de la mejor tradición argentina: la del cuento extraño, en la estela de Bioy y Cortázar, asimilando esas influencias de modo fértil. Además, Martínez es matemático y, tanto en sus cuentos como en sus novelas, suele explotar las teorías matemáticas de forma sorprendente, lo cual le da un toque original a casi todo lo que escribe. Estamos ante un narrador diestro, con una prosa fluyente, desprovista de adornos o de hallazgos innecesarios, pues todo está puesto al servicio de la historia. Domina la elipsis y confía en el lector, logrando lo que quería Borges: la aparente sencillez y la complejidad secreta.

Compuesto por once relatos, Una felicidad repulsiva no tiene desperdicio. El primer párrafo ya es una muestra de síntesis y tensión narrativa: “Leo a Flaubert. Tres condiciones se requieren para ser feliz: ser imbécil, ser egoísta y gozar de buena salud. De acuerdo; pero aun así, y como cada vez que alguien afirma, como un axioma, ‘la dicha perfecta no existe’, no puedo evitar recordar la felicidad serena, extendida, imperturbable, verdaderamente repulsiva, de la familia M.”. La familia M. tiene tanto éxito social como deportivo –el escenario donde brillan sus miembros es principalmente un club de tenis– y encarnan el inconfesable ideal de toda tribu. Una pregunta trabaja al narrador, para cuya familia la vida es mucho menos fácil y glamorosa: ¿Son realmente tan felices como aparentan? Conforme pasan los años y en su familia van llegando los problemas y enfermedades, se da cuenta de que los M. no solo parecen dichosos sino inmunes al tiempo. Los M. desaparecen y con ellos, al menos temporalmente, el enigma. Pero el final nos reserva un último encuentro vertiginoso. Es un cuento fantástico descendiente directo de Borges y Bioy, muy bien resuelto.

“El I Ching y el hombre de los papeles” escenifica a una pareja en vilo por la salud incierta de su hijo. Ya han perdido a una hija, así que la posibilidad de su fallecimiento es tabú y esperan una recuperación improbable. Él es catedrático de matemáticas y ella, aficionada al I Ching. Tener fe en el libro oracular chino o dejarse llevar por la razón hacia la desesperanza, he ahí el dilema. Este cuento conmovedor se centra en el padre cuya soberbia racional se ve progresivamente minada desde el interior. El final es de una elegancia ejemplar.

“Lo que toda niña debe ver” se inscribe en la línea de lo extraño: no hay ningún elemento sobrenatural ni siquiera por alusión y, sin embargo, logra descolocar al lector. La escena humorística y erótica con la que empieza se va tiñendo de una extrañeza cada vez más inquietante. A altas horas de la noche, después de una farra, el narrador se adentra en un callejón para orinar y entonces se abre una puerta. Aparece una mujer treintañera y atractiva, sonriente “como si hubiera tenido un golpe imprevisto de suerte”: “…antes de que pudiera responderle nada, extendió una mano para desabrocharme el pantalón, la rodeó con tres dedos para extraerla por completo del calzoncillo y la contempló complacida por un momento bajo la luz (…) –Es muy bonita –me dijo alzando los ojos–. Es… representativa. Es absolutamente perfecta”. Ruptura de expectativas: no es lo que está pensando usted, malicioso lector, es algo mucho más inteligente y desconcertante: ella invita al hombre para mostrarle “el pito en reposo” a su hija de casi dos años. Según un manual de educación de la cual la mujer parece fanática, a esa edad la niña “debe ver un pito”. La mujer no parece estable ni confiable, pero el narrador está medio borracho: como el lector, solo tiene una cosa en mente pero, a diferencia del lector –y he aquí donde surge la tensión–, no huele el peligro que va emergiendo entre líneas.

Doy un salto hasta otro cuento extraño: “Help me!” es una de esas historias que se te quedan dando vueltas en la cabeza varios días después de leídas. Podría resumirse en dos o tres escenas que chocan e intrigan a la vez, creando la necesidad de resolver la historia a posteriori. Sin embargo, es imposible resolver lo que, para el narrador y el lector, adquiere con el tiempo los visos de una pesadilla. En Bratislava, nada más salir de su hotel, al narrador turista se le aparece una mujer que parece muy desgastada por quién sabe qué experiencias. Esta comienza a decirle con un tono cada vez más lastimero y ansioso: “Help me!, Help me!” Poco a poco, esas dos palabras inglesas van llenándose de un sentido insospechado; “ese balido atroz” lleva al narrador a la habitación de la misteriosa mujer y a entrever, de forma erótica y perturbadora, una realidad fascinante, es decir, repulsiva e hipnótica a un tiempo.

Fascinantes, tal vez ése sea el adjetivo que mejor defina a los relatos extraños de este libro. Asentados en un realismo cotidiano, corroen lo normal hasta rozar situaciones límite. Salvo el primero, ninguno juega con lo sobrenatural; las historias parecen escarbar en una realidad minimalista y descarnada en busca de situaciones asombrosas que revelen con fuerza la naturaleza humana: nuestras inconfesables tendencias y el sustrato irracional de nuestros actos. Así en el último cuento, para mí el más logrado –“Una madre protectora”–, en que por una vez el narrador argentino se toma su tiempo, va contando la historia y construyendo a los personajes en pinceladas sucesivas como un Henry James del siglo XXI. Dividido en diez capítulos y un epílogo, es un cuento tan extenso como intenso. A través de un círculo literario, el narrador-testigo conoce a un pintor argentino y a su esposa sueca. Tiempo después tiene un hijo. Cuando nace el bebé, la sueca va progresivamente revelándose como una madre sobreprotectora. Contada a través de los dimes y diretes de los personajes del círculo, su obsesión por la seguridad del bebé va en crescendo hasta alcanzar lo inquietante. El narrador no puede comprobar la veracidad de los chismes; así, prevalecen la tensión y la ambigüedad. En el epílogo está la pieza que permitirá al lector sobrecogido armar todo el puzzle.

A mi ver, éste es un buen ejemplo de por qué el cuento extraño es el futuro del relato fantástico. El objetivo de lo fantástico es inquietar y en el mejor de los casos descolocar al lector para dejarle entrever el fulgor de lo real debajo de las telarañas de la costumbre. Esto puede lograrse sin acudir a lo sobrenatural: el juego con las fronteras de lo cotidiano y lo normal, cuanto más realista y sutil, no puede sino resultar más potente. Lo sobrenatural ya no causa la repulsa ni el efecto hipnótico de antes; en general, pasa por un juego literario. No es anodino que Borges haya titulado “artefactos” y “ficciones” a sus cuentos fantásticos. Lo extraño, en cambio, tiene a un tiempo la fuerza de lo verosímil y la frescura de lo inaudito. No hay necesidad de ir a buscar elementos exteriores a lo natural: es desde el interior mismo de los personajes, de su naturaleza profunda y sus actos, que surgen los elementos capaces de corroer nuestra visión normalizada del mundo. Este es, en todo caso, el camino que parecen seguir con fortuna ciertos narradores de nuestra lengua y en el cual se inscribiría Una felicidad repulsiva junto a otros volúmenes de cuentos recomendables como Pájaros en la boca (2009) de Samanta Schweblin, El final del amor (2011) de Marcos Giralt Torrent o El matrimonio de los peces rojos (2013) de Guadalupe Nettel.

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(1) Publicado inicialmente en 2013 en Argentina (Ediciones Planeta) y reimpreso dos años después en España (Ediciones Destino).

(2) El autor de la reseña vive en Francia.

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