Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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CON EL TÍTULO DE EXPERTA EN CRISIS, SE EXHIBE EN SALAS LOCALES LA PELÍCULA QUE RECREA LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL BOLIVIANA DE 2002, ESA QUE LE GANÓ EL HOY FUGADO GONI SÁNCHEZ DE LOZADA AL “EXILIADO” BOMB&OACUTE

Bolivia como anécdota y redención

Bolivia como anécdota y redención



Con menos ruido del que se esperaba, se ha estrenado en salas comerciales bolivianas Experta en crisis (Our brand is crisis), película dirigida por David Gordon Green (George Washington, Pineapple express, Joe) que toma como punto de partida el documental del mismo título en inglés que radiografiaba los intestinos de la campaña presidencial que llevó a Gonzalo Sánchez de Lozada a su segundo mandato, en 2002. Nacido aparentemente como un trabajo de encargo, aquel documental de 2005, dirigido por Rachel Boynton, ofrecía un fresco revelador de los entresijos de la estrategia electoral que permitió a Goni repuntar y ganar los comicios, privando de llegar al Palacio Quemado al favorito de las encuestas, Manfred Reyes Villa, que acabó tercero. La cinta daba cuenta del exitoso trabajo de los asesores electorales gringos de Goni, quien aparecía como poco menos que un títere de sus caprichos “marketeros”. Pero, superada la celebración del triunfo electoral, ofrecía un final aciago, con imágenes de febrero y octubre de 2003, del escape del presidente yanqui-lloqalla y de su soledad infinita ya en Washington. Con ese desenlace cuestionaba la ética de los estrategas estadounidenses que llevaron a la presidencia de Bolivia a un hombre que desangró al país y dejó una profunda crisis en sus instituciones.

El espíritu discursivo del documental permanece en la versión ficcional de Our brand is crisis, cuyos derechos de adaptación fueron comprados hace ya buenos años por George Clooney, de quien se rumoreaba que protagonizaría la película. Sin embargo, el protagónico recayó finalmente en Sandra Bullock, que encarna a Calamity Jane, la asesora de campaña que es contratada por el equipo del Sánchez de Lozada de la ficción, rebautizado como Castillo y personificado por el portugués Joaquin de Almeida (actor que ya sabe de ponerse en la piel de presidentes bolivianos, pues hizo de René Barrientos en Che-Guerrilla de Soderbergh). Jane llega a Bolivia, un país exótico, con llamas y sin oxígeno, para remontar la carrera electoral de Castillo, y en el camino se encuentra con su némesis, Pat Candy (Billy Bob Thornton), asesor de campaña del líder en las encuestas, Rivera (Louis Arcella), que vendría a ser el Manfred de entonces, algo que deja fuera de duda la fascinación que despierta su inmutable cabellera.

Ahora bien, el guión de Peter Straughan (El topo, Los hombres que miraban fijamente a las cabras, Frank) toma con bastante libertad los hechos históricos y los mezcla a placer en función de sus necesidades narrativas. Así, por ejemplo, convierte al personaje de Evo, llamado Velasco, en un negro de talante descafeinado; le inventa una turbulenta vida familiar a Castillo/Goni; lo vincula con una secta religiosa extraña, cuando en realidad fue a Manfred al que se asoció con los Moon; le presta el saco de Evo -el típico de motivos indígenas- al Bombón/Rivera; y altera los resultados finales de las elecciones, siendo que, a la postre, Reyes Villa acabó tercero y no segundo, por debajo de Goni y de Evo. A estas libertades históricas, comprensibles por tratarse de una ficción, aunque, de seguro, incómodas para alguna audiencia boliviana, se suman otras más ofensivas, como la presencia de actores mexicanos (y de otros países latinoamericanos) que deben pasar por bolivianos y no hacen el mínimo esfuerzo por disimular sus acentos. Y ojo que no tengo nada contra los actores mexicanos o de otras nacionalidades ni mucho menos. La molestia se debe a que este proceder nos confirma que, más allá de haber rodado parte del filme en Bolivia, empleando técnicos y uno que otro actor boliviano, para los gringos, entre ellos los productores de Hollywood, todos los latinos somos iguales, indistintos e intercambiables, mientras luzcamos morenos y hablemos español. ¿Alguien dijo colonialismo?

Poco más puede observarse de la factura técnica del filme, que, en líneas generales, es correcta, convencional y funcional a la narración. Los aciertos y flaquezas más evidentes de la cinta se desprenden de la apuesta ambivalente del relato, que funciona bien como una comedia ingeniosa y subida de tono sobre la disputa entre los personajes de Bullock y Thornton, pero que fracasa cuando cae en la muletilla de la redención moral de su protagonista.

A riesgo de ganarme la antipatía y/o desprecio de muchos, creo que la Bullock saber hacer lo suyo cuando interpreta a mujeres atolondradas en comedias de medio pelo, del tipo Miss Simpatía. Por el contrario, me resulta insufrible cuando se pone seria en dramas como The blind side (con el que, curiosamente, ganó su Oscar). Y en Experta en crisis, con alguna salvedad, se impone su mejor faceta, la de la mujer alocada y hasta poco femenina, que combate cuerpo a cuerpo con los hombres y es capaz de acciones tanto o más audaces y vulgares que las comúnmente asociadas a los personajes masculinos. Su química con Bob Thornton es explosiva. Intercambian comentarios obscenos, pero también apuntes inteligentes. Se asestan golpes bajos, pero también citas demoledoras. Se profesan un odio rotundo, pero se admiran en silencio y hasta se saben más parecidos de lo que quisieran. Estos pasajes confirman el talento para la comedia absurda que poseen Gordon Green y Straugham, no por nada involucrados en cintas tan desopilantes como Pineapple express y Los hombres que miraban fijamente a las cabras, respectivamente.

La batalla personal en que Jane y Candy se enfrascan es tan punzante y entretenida, que hasta puede llevar al espectador -incluso al boliviano- a olvidar el contexto social y político en el que se desenvuelve. En efecto, la campaña electoral boliviana se convierte en un cuadrilátero, más anecdótico que real, para la pelea sin tregua entre los dos estrategas políticos. Llegado un momento de la película, Bolivia no pasa de ser una anécdota. Y esto que a muchos podría molestar o indignar, es lo que al suscrito le resulta más efectivo y disfrutable de Experta en crisis. La película funciona como un entretenimiento, si no inteligente, al menos ingenioso sobre la forma en que unos estrategas inescrupulosos manipulan la realidad y a sus sujetos, sin medir sus consecuencias y con tal de imponerse sobre su oponente. Cobra sentido, entonces, esa máxima vindicada por el personaje de Bullock: la narrativa puede acomodarse a los intereses de sus protagonistas. Así, no solo la narrativa de la historia boliviana es manipulada según los intereses del guion, sino que el propio motor narrativo que mueve el filme, la batalla electoral, cede -y para bien- a la disputa caprichosa de Jane y Candy.

Por desgracia, esta apuesta hilarante y ácida pierde peso, sobre todo en el tramo final del relato, para dar paso al mensaje políticamente correcto de rigor. Daría la impresión de que Paul Laverty, el guionista de También la lluvia (Iciar Bollaín, 2010), se hubiera colado en la escritura del guión de Experta en crisis para regalarle un final inquietantemente parecido al de aquella película española ambientada en la Guerra del Agua de Cochabamba. Y para ilustrarlo, nada mejor que un spoiler: la toma de conciencia del personaje de Bullock ante la realidad boliviana es muy similar a la que experimenta el personaje de Luis Tosar en También la lluvia. A ese gesto de compasión ante el caos y el descalabro del tercer mundo es lo que llamo la muletilla de la redención moral. A ella cabe atribuir que la película pierda su filo, al caer en el subtexto paternalista y trillado de que no basta con filmar cintas en y sobre países como Bolivia, en los que la injerencia yanqui ha hecho estragos, sino que hay que aprovechar la oportunidad para purgar culpas y lavar conciencias por todo el daño que se les ha causado a sus habitantes. Es cierto que se trata de una actitud muy propia del Hollywood “progre” que encarna Clooney, productor ejecutivo/dueño de la cinta; pero habla también de la falta de personalidad de Gordon Green, un cineasta que padece una indefinición crónica para asumirse abiertamente comercial o, en su caso, honrar sus inicios indie. Como fuere, esta ambivalencia se enquista en el filme, que parece demasiado perturbado por dejar una visión meramente anecdótica de Bolivia, así que resuelve curarse en salud y endosarle al país un papel redentor. Y bueno, puede que este discursito cuaje aún entre la población estadounidense de izquierda, pero por estos lares hace ya tiempo que ha dejado de ser creíble.

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