Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
  • Actualizado 00:06

Los rincones de Ismael Sotomayor

Los rincones de Ismael Sotomayor



Sobre el olvidado y bohemio escritor paceño, amigo de Jaime Saenz y alma literaria de la La Paz de inicios y mediados del siglo XX.

Nadie como aquel hombrecito jorobado para describir los conventillos y las callejuelas empinadas, los tambos y las recovas, los atrios y las casonas repletas de leyendas de espadachines, sacristanes, jugadores, mujeres furtivas y muchísimas almas en pena.

Ismael Sotomayor y Mogrovejo perteneció a la casta de los tradicionalistas seculares que contaron las romanzas coloniales y republicanas, las costumbres de las clases altas o bajas para participar en procesiones de Corpus Cristi, los paseos a la campiña, las veladas vespertinas con laudes y panderetas, los asaltos y enamoramientos clandestinos con sus trágicas consecuencias. Murió sin herederos directos o literarios y actualmente no existen escritores interesados en ese tipo de anécdotas.

Dicen los viejos bohemios que Sotomayor fue el verdadero habitante de las cantinas y tugurios perdidos en callejones de la Zona Norte y que Antonio Ávila o Jaime Saenz eran apenas unos aprendices a su lado. Vivió en diferentes barrios, solitario y demasiadas veces borracho, y murió tan misteriosamente como había vivido.

No fue el escritor genial, escribe su amigo y también tradicionalista Antonio Paredes Candia, sino el “estudioso paciente que dedicó su vida a manejar infolios y papeles raros para desentrañar nuestro pasado”, sobre todo el pasado desde que el capitán Alonso de Mendoza fundó Nuestra Señora de La Paz el 20 de octubre de 1548.

Un origen de blasón y de escondidas

Ismael Sotomayor nació en La Paz el 12 de octubre de 1904 (o 1907), y fue bautizado en la parroquia del Sagrario, esquina donde vivió esos primeros años en la calle “Illimani” de Miraflores. Su árbol genealógico alcanza a 1676 en el corazón de la corte española, cuyos descendientes en línea directa llegaron a La Paz, La Plata (Sucre) y Potosí. Entre sus muchos archivos estaba la historia familiar del marquesado.

Ismael agregaba a veces como segundo apellido el de Mogrovejo, en recuerdo a su tío Santo Tomás, Segundo Arzobispo de Lima, Perú, y tío de Jacinto Roque Manzaneda y Mogrovejo, propietario de la casa que lució varios años la portada barroca en piedra rojiza que ahora inicia el paseo por El Montículo (fechada en 1776).

Su abuelo Pablo Sotomayor había muerto asesinado por el tirano Mariano Melgarejo en el Palacio de Gobierno pues era un militar vinculado con su rival, Adolfo Ballivián. Tenía apenas 33 años y en su honor Eloy Salmón compuso una “Marcha” que se toca en la procesión de Viernes Santo. Cuentan que Ismael entre sus excentricidades caminaba con un birrete con hilos dorados que había pertenecido al tirano.

Su esposa era Fidela Jaúregui Yanguay Manzaneza y Mogrovejo, y su hija, Hortensia, se casó con Froilán Rivera Díaz de Pareja, padres a su vez de Froilán Rivera Sotomayor, quien se casó con Tila del Castillo Cabrera, pariente directa del héroe Ladislao Cabrera y padres de Ana Rivera Sotomayor. Hortensia, hasta su muerte en 1930, su hermanastro Froilán, Tila y Ana fueron la única familia de Ismael y fue la sobrina la que publicó una extensa biografía sobre él y su obra.

El era hijo “natural”, como se apuntaba en esos años, de Hortensia Sotomayor viuda de Rivera y de Emilio Fernández Molina, quien murió cuando él tenía ocho años y por ello cargó con sólo el apellido materno, algo pesado para la época. Hortensia lo crió junto a su hijo mayor, Froilán Rivera Sotomayor, mayor en 10 años, aficionado a la literatura, quien cual Theo -el hermano de Vincent Van Gogh- intentó velar por el melancólico Ismael hasta el final de sus días.

Ismael estudió primaria en el colegio San Vicente de Paúl. En su juventud vivió con su familia en la calle “Mapiri”, en San Pedro. Desde joven colaboró en varios periódicos con notas culturales e históricas, firmadas con su nombre o como “Ismael-Lillo”. Pasaba horas copiando manuscritos de Simón Bolívar o el certificado de nacimiento de Vicente Pasos Kanki, folios que ninguno de sus conocidos supo cómo conseguía.

De joven, era un hombre ameno, con agudo sentido humorístico y hacía reír a los niños con su repertorio de “54 clases de gestos”. En su época bohemia, ayudaba a los niños abandonados en los alrededores de las tabernas.

La casa en Sopocachi

A mediados del siglo XX, la Avenida Centenario (hoy Avenida Ecuador) en pleno Sopocachi, emblemático barrio paceño, presentaba rasgos bucólicos con su recorrido curvado como los recovecos de los ríos. Los liberales ilustrados de la época intentaron desarrollar una arquitectura moderna, inspirada en la importación de la estética centroeuropea, sin descuidar su integración con la extraordinaria naturaleza de una urbe que cuelga bajo el infinito cielo transparente.

Una casa solariega, una de las últimas que aún quedan en pie, recuerda las viviendas de las fincas en los extramuros de La Paz, recién estrenada como sede de Gobierno. Los jardines llegaban hasta la mitad de la calle, que era estrecha para los pocos automóviles que la transitaban. Pasaban las lecheras desde Llojeta, algunos arrieros con mulas y acémilas trasladando choclos y habas.

La familia Sotomayor tenía sus chacras más lejos de la vivienda, a la altura de lo que actualmente es la Clínica Copacabana, más abajo de la Plaza España, que entonces era un totoral, un pantano. “La casa era como una chacarilla: en el patio dos árboles frutales, uno de durazno y otro de ciruelo, daban su sombra; ahí el estar en familia era tranquilo, con los siempre dos sirvientes y el portero noventón y sordo se criaban dos enormes perros, una galgo llamado “Prieto” y otro llamado “Dingo”. En el tapial de noche las luciérnagas brillaban y los grillos chirriaban; en época de lluvias algunos sapos brincaban en el jardín”, explica Ana.

En esa casa de estilo neoclásico y con balcón colonial, Ismael Sotomayor, ya cuarentón, tenía un pequeño departamento que albergaba a la creciente biblioteca y archivo. Froilán lo había designado depositario de los papeles heredados.

Ahí Ismael escribió sus primeras obras y ganó sus primeros premios. Aunque vivía solo en un departamento en la parte este del jardín, almorzaba con sus parientes y compartía algunas horas con ellos.

De esa casa se trasladó a unos pequeños cuartos en la calle “Hermanos Ballivián”, actual Nicolás Acosta No. 299 esquina Cañada Strongest, donde vivió 16 años. Su hermano le pagaba las habitaciones y los alimentos en una casa de pensión, aunque la dueña informaba que Ismael ni almorzaba. Ahí apareció muerto en 1961.

Paredes Candia describió su habitación como una covacha con un mísero foco. Sotomayor solo leía de día y en la noche partía a diferentes cantinas donde los hombres “bebían, cantaban y discutían hasta caer ebrios en el suelo”. Cuenta la anécdota con una prostituta a la que llamó “ninfa epónima”, usando el español antiguo que acostumbraba, y ella le dio gran tunda porque se sintió insultada.

Al parecer, sin que sepa su familia, tuvo una hija que luego fue monja en Arequipa, Sor Ana María Teresa, y casó con una muchacha de Sorata, Margarita Alarcón, quien lo humillaba en toda forma por su incapacidad de ubicarse en los asuntos cotidianos. Sotomayor no sabía lo que era el dinero y vivía cada vez más desprolijo, cuenta su amigo.

Era de corta estatura, aunque no enano y, por un accidente como recluta en vísperas de la Guerra del Chaco, le creció una joroba que lo acomplejaba y frecuentemente se sentía humillado. La bebida fue afectando sus facultades y los tugurios más oscuros de Chuquiago lo vieron arrastrado de ebriedad.

Papeles familiares

La familia Rivera Sotomayor reunió por distintas circunstancias una gran cantidad de documentos históricos, cartas, testamentos, textos de diversa procedencia.

Desde muy joven, Ismael se interesó por leerlos, copiarlos, resumirlos y desde 1929 comenzó a publicarlos en el periódico “Juventud” que dirigían Víctor Santa Cruz y Rigoberto Armaza Lopera, ambos vecinos de su barrio y a la vez destacados intelectuales juveniles.

Frecuentaba la redacción de El Diario que tenía una amplia planta de redactores cultos y bohemios. Era la época del periodismo trasnochador e Ismael compartía licores hasta el amanecer. También frecuentaba los centros culturales Génesis y Agustín Aspiazu, tertulias que comentaban noticias, cuentos, rimas y quejas sobre novias esquivas, según recordaba su gran amigo Luis Raúl Durán.

En 1931, sus crónicas periodísticas fueron publicadas como libro bajo el título de “Añejerías paceñas”. Llegaban casi al medio millar, varias refrenadas por el Presidente de la Academia de la Historia, Manuel Rigoberto Paredes, a la que pertenecía Ismael, con sólo 23 años. También era miembro de la Sociedad Geográfica de La Paz y al Instituto de Estudios Americanistas y coloniales y de varias entidades similares en toda América Latina, aunque nunca salió de Bolivia. Gamaliel Churata alabó sus conocimientos. Los personajes de su obra, como el famoso Kholo Tomasito o el sastre catalán, merecen otro artículo.

A lo largo de su vida recibió muchos premios, condecoraciones, pergaminos y medallas, pero nunca dio importancia a esos bienes y guardaba el dinero sin gastarlo. En cambio, su mayor tesoro era su biblioteca compuesta por unos seis mil libros, sin contar folletos, revistas, periódicos. Tenía manuscritos y expedientes del propio Mariscal Antonio José de Sucre o de la fundación del convento de San Francisco.

Muerte y herencia

Murió entre el 28 a 30 de mayo de 1961, en circunstancias extrañas porque el cuarto estaba con candado por fuera y al principio su hermano/padre pensó que estaba de viaje en algún poblado. Murió solo, aunque los vecinos indicaron que recibió visitas de varios intelectuales el último día en que se lo vio vivo. Fue enterrado el 8 de junio. Paredes Candia asegura que estuvo pudriéndose dos semanas y que probablemente fue asesinado.

El hermano Froilán era el único heredero oficial, pero José Fellman Velarde, entonces ministro de Educación y Bellas, ordenó al abogado Félix Eguino romper los candados precintados y sacar todos los libros, cartapacios, maletas, baúles y cajones, sin que se sepa dónde fueron esas reliquias y los muchos objetos de valor. La familia intentó conocer durante años qué fue de esa biblioteca sin tener respuesta.

El nuevo ministro Mario Guzmán Galarza informó que ese despacho “adquirió” la biblioteca, sin explicar cómo o a quién y sin dar detalles.

Durante varios años, sus amigos periodistas y el poeta Jaime Sáenz reclamaron ese hecho absurdo y malvado, como recordó la obra cumbre de César Brie y del Teatro Los Andes en “Las Abarcas del tiempo”. Desgarrada, con su joroba deformada, Teresa del Pero, “Ismael-Lillo”, cruzaba el escenario con sus libros encogidos por la alquimia llorando “mis libros, mis libros”…

En su recuerdo, Saenz lo describe como alguien con “olor a yerba, romero e incienso y también a humo”. Tenía 100 ediciones diferentes de El Quijote, alguna con láminas doradas, y que nadie podía explicarse cómo cabían en un cuartucho.

Una calle, por la Plaza Adela Zamudio, lo recuerda, mientras las nuevas generaciones, incluso de estudiantes de historia y de literatura, nada saben sobre él.

[email protected]