Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Desagravio



Sobre El cronopio fugitivo (Ed. Edhasa), biografía del escritor argentino Julio Cortázar, hecha por Miguel Dalmau y publicada la semana pasada en España.

La cofradía de los tiradores cobardes no es ociosa: El sniper gringo que disparaba -al azar, oculto en el maletero de un coche- al american way of life. Los noveles asesinos de Facebook: verdugos de sus compañeros y maestros en colegios y universidades estadounidenses, y que se solazaban en sus cuentas de la red, antes de intentar asesinar al ídem. Norman Thomas Di Giovanni, tirador, traductor y traidor de Jorge Luis Borges, que le disparó un libro de heces, pero que reventó en la cara del propio Di G. Y ahora un tal Dalmau que ataca a Julio Cortázar con los obuses enanos de su panoplia de envidia y puritanismo.

Los unos matan inocentes, los otros quieren matar a los muertos.

A todos los mueve algo común: el miedo a su terrible anonimato.

Julio Cortázar, el que renombró las cosas del mundo e inauguró el arte de decir, el que escribió palabras tan fuertes como alzaprimas, que nos dejó instrucciones para llorar sin dejar de reír, el que enseñó que el amor estaba aleado (no, aliado, plis) a la justicia social, el que cultivó amigos en lugar de lectores, Julio el ser humano, es el blanco del pequeño farsante de gran cara ferrufínica.

El género literario biográfico es un arte que se parece al escultórico: se quita el granito sobrante para acceder a la figura. Éste, descubre una pietá en su obra. Este otro, encarba y presenta un objeto grotesco. Ninguna pieza de estas merece instalarse en la galería.

Se dice que la biografía es el arte de “humanizar” al famoso -escritor, en este caso- al que se le tiene abrumado de genuflexiones.

Jorge Luis Borges es un buen ejemplo de residente del Olimpo al que se quiso traer a la Tierra. Un libro, llamémosle así, publicado hace poco lo hizo mediante sus miserias corporales y sentimentales con relación a su primer matrimonio. Han pasado tan solo meses y libro y autor han quedado en el olvido, en el basural de donde provinieron.

Ni hagiografía ni diatriba, si se desea conocer al hombre llamado Borges, debe leerse Borges a contraluz, escrito por su novia Estela Canto.

Si a Julio, a él mismo.

El mamotreto de Dalmau está lejos, felizmente, de Cortázar, sólo nos acerca la miseria de su autor, quien se ve cruzado por

“(…) el cronopio (que) levanta sus bracitos como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las conveniencias (…)”.

¿Cegado por la devoción a Cortázar? Seguro que sí, por el deslumbre de sus textos cuando mis ojos tenían la edad exacta para volver a nacer.

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