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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Los heroicos perdedores bailan solos

Los heroicos perdedores bailan solos



Organizado por el Café Kafka e Iris, el ciclo de cine “Amores raros/Amores frikis” continuará este martes 6, con la proyección del filme argentino Los paranoicos (Gabriel Medina, 2008). La función arrancará a las 19:00, en el café de la calle Pasteur No 139, entre Heroínas y Bolívar. A la función, que será gratuita, seguirá una charla sobre el filme conducida por el realizador audiovisual y comunicador Luis Brun.

En una sala pequeña, de colores cálidos y percudidos, a media luz, Luciano Gauna, nervioso y angustiado, observa por la ventana, luego enciende un sahumerio, cierra sus cortinas, y saca de un gorila de plástico una bolsita, prepara su porro de marihuana, enciende un minicomponente plateado de los 90 y pone una canción,. Finalmente, en el centro de la sala, se prepara y baila solo, y canta, y sigue bailando, como si fuera un ahogado que sale a la superficie del mar por un momento, una gran bocanada de aire, como un grito, que nunca oiremos en toda película.

En estos tiempos, una de las realidades, ésa que se acelera compulsiva, deja hendiduras, vacíos y silencios en los que algunos solemos quedarnos sin pensarlo, a veces sin quererlo, solo observando. Desde ese lugar, el resto parece desgastado, como una sala al amanecer después de una fiesta, como una resaca masiva, filas y filas de gente esperando, llamando y buscando. En estos vacíos, donde se respira mejor y el aire está lleno de humo de cigarrillo, como fallos del sistema, parece que nada te toca, parece que nadie te oye, estás a salvo y estas incompleto. Con estas piezas mínimas, el cineasta argentino Gabriel Medina (La araña vampiro, 2012) construye el universo de Los Paranoicos (2008), en un juego de silencios incómodos y agresividad contenida, que tiene a Luciano Gauna como su personaje principal, interpretado por el uruguayo Daniel Hendler (25 watts, 2001; El abrazo partido, 2004), quien es el eje de la historia, “heroico” perdedor, sobreviviente del tedio y la gran farsa de las relaciones sociales.

Esta película me es familiar por muchas razones. Las inmensas páginas en blanco esperando, las palabras incompletas, los rituales cargados pero sin sentido, los amores que no se dicen, todas estas imágenes contenidas al final en una pequeña discoteca oscura, llena de sudor y humo caliente, a veces agresiva, a veces hermosa, en la que una pareja baila, como puede, como quiere, me retrotrae y saca una sonrisa: los personajes son esos que fueron jóvenes en los 90 y que ahora andan inconformes por ahí fumándose un porro para llevar el día.

En Los Paranoicos, los espacios son importantes, aunque se los plantee de manera muy sutil, pues son los personajes los que sustentan y dan fuerza al cuadro a través de oportunos primeros planos que resaltan la falta de diálogos cerrados y los reemplazan por miradas. De esa forma, el cuarto del protagonista, las casas donde él trabaja animando fiestas infantiles, las calles y edificios de Buenos Aires, todo es un marco decadente de sobras y contraluces, que complementan el sopor de los protagonistas. En esta maleza de concreto, de absoluta impersonalidad, pueden darse al mismo tiempo intensos viajes por el sentir de los personajes, delirantes todos, a su manera, desde la megalomanía de Manuel, exitoso productor y guionista que intenta ayudar a Luciano Gauna, aunque sienta un profundo desprecio por él, hasta los miedos y dudas del mismo Luciano que lo paralizan por completo. En medio de ellos está Sofía, de la cual sabemos poco, salvo que no puede dormir desde una extraña pesadilla que tuvo en el avión de venida a Buenos Aires.

Entre líneas de diálogos aparentemente intrascendentes y luego silencios y más silencios de inquietante tensión, Sofía irrumpe, transforma los espacios de Gauna, como otro síntoma clínico, como una droga antidepresiva más, para luego, poco a poco, hacerse más tangible y más real. Como muchos que intentamos escribir, Gauna busca un final para su inacabado guión. Mientras el final de la película va cayendo por su propio peso, las paredes de la historia se estrechan y Gauna no tiene otra que salir a la calle y encarar sus miedos.

Como viajando a la deriva en medio de las copas de esos altos árboles que abren y cierran la película, sabemos que el futuro de sus personajes es incierto, que su éxito o fracaso en la vida es tan relativo como las ensoñaciones de su protagonista, durmiendo en la sala de una casa, con su traje de “Cachito”, un bicho de gamuza lila con el que anima cumpleaños infantiles. Dormirse en el trabajo, cualquiera que sea, siempre es una opción, al menos cerrar los ojos intentando transportarse hasta que la realidad te jale de los pies nuevamente. En medio de ese tire y afloje la historia tiene un sutil punto de inflexión y nos da una tregua: Luciano Gauna y Sofía se encuentran en la calle, caminan en la misma dirección, Luciano no volverá a bailar solo.

Aunque en Los Paranoicos nunca se hable del amor como tema central, aunque se lo evite sin esfuerzo, aunque solo las miradas nos puedan decir algo y la cámara se aleje veloz con un dolly out en la única muestra de cariño de toda la película, este sentimiento finalmente es el que puede salvar o al menos sostener a sus paranoicos personajes, algo así como la filosofía de una añeja y nostálgica canción de Soda Estéreo que suena en un viejo minicomponente de los 90: la verdad es que nadie vive sin amor.

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