DESPEDIDA AL POETA Y PERIODISTA RUBÉN VARGAS*, FALLECIDO EL PASADO JUEVES EN LA PAZ
“Me gusta ser boliviano porque los bolivianos son chistosos y valientes”
Esta, la de arriba, es una declaración que Rubén Vargas hizo mientras conversaba con Gonzalo Lema, la recojo ahora que los bolivianos estamos de duelo por su partida.
Conocí a Rubén Vargas en los años 1990. La poesía, mi primer libro publicado, me llevaron varias veces a La Paz, durante esas visitas hice amistad con Jesús Urzagasti, Juan Carlos Ramiro Quiroga y Rubén Vargas, poetas cuya dimensión humana fue un asombro para mí, por entonces formaban, junto a otros escritores, un círculo amable de conversaciones. La condición de artistas de estas personas desbordaba su escritura. El brillo de sus conversaciones, de sus gestos, me conmovía. Es triste despedir a los amigos, es muy penoso constatar que los amigos, la gente que queremos y nosotros mismos estamos tan expuestos y desprevenidos respecto a condiciones ineludibles de existencia en este mundo: la enfermedad, el sufrimiento del cuerpo.
Rubén Vargas murió el jueves, al amanecer. Después de acompañar a su esposa y a su hijo en el velatorio, mi amiga Alba María Paz Soldán, con la bondad que inunda también su mirada, me dijo: “Dios ha sido bueno con él, su brillantez no podía haber sido mermada en vida”. Rubén Vargas fue uno de los poetas, escritores y periodistas bolivianos más brillantes que conozco, su inteligencia era disciplinada, lectora, incisiva y alegre. Tenía una gran sensibilidad para encontrar motivos de buen humor, lo que siempre es una generosidad. Ahora, tomada por la nostalgia y por el deseo de consubstanciarme con los sentimientos de despedida de los amigos que lo queremos, reviso la entrevista que Gonzalo Lema sostuvo con él en el 2013, y que fue publicada en su libro La verdad esencial. Voy subrayando algunas ideas de Rubén: “el pasado regresa a través del recuerdo o la nostalgia transformado por las necesidades o los deseos del presente”… Y ya me hace sonreír respecto a la disposición de mi ánimo al principiar este texto. Una sonrisa mayor, una risa, sí, me provocan estas otras contundentes palabras: “El rol del poeta en la vida es nacer, crecer, reproducirse y morir. Igualito que una pera o una marmota”. Sin embargo, serio declara después: “la poesía que me parece más interesante es aquella que trabaja en las fronteras del lenguaje”. Creo que la obra poética de Rubén Vargas se instala ahí, Señal del cuerpo (1986) y La torre abolida (2003) son los dos títulos que publicó. A mi parecer, lo dije antes, La torre abolida es uno de los libros más bellos del corpus poético de la literatura boliviana, es un homenaje al hombre que carga con el sino de la escritura y es, además, una profunda reflexión sobre los sentidos más profundos del lenguaje humano, sobre su multiplicación en las varias lenguas de los diversos territorios de experiencia que hay en la tierra, su fragmentación en la respiración de cada individuo, es decir, en cada aliento, y, a la vez, su sustancia fundadora y constituyente del destino común de los seres humanos. De ahí que los poemas de apertura de este libro dialoguen con el pensamiento y los pasos de Benjamin (“¿Qué Shibboleth/ habrá de portar/ para abrir la puerta/ de su tribu?/ Paso cerrado”), de Kafka (“¿Cuál es la meta?/ Salir de aquí… Escribes para medir las distancias,/ para no perder de vista/ al mensajero/ cuando/ traspone la primera puerta”), de Paul Celan (“Almendra vacía/ urna de arena/ rosa de nadie/ piedra quebrada/ sin una queja/ la escritura”) y de Jaime Saenz (“Este cuerpo calla en la oscuridad/ te espera en un rincón/ te ayuda a vivir/ y te ayuda a morir”). Es esa la línea por la que transcurrió la poética de Rubén. El curso que siguió su camino, su vida, fue de permanente interacción y, por tanto, de permanente interpelación al lenguaje, a la condición humana, y en esta empresa “no hay razones para alegrarse ni para entristecerse”, frase que al parecer le gustaba repetir y ahora, en este momento de nostalgia, resulta en verdad sabia.
Hace dos años le envié un texto para otra despedida, la de Jesús Urzagasti. Se trataba de una presentación de su obra reeditada que yo había escrito mucho antes, que no leí cuando debía haberlo hecho y estaba archivada, esperando, tal vez. No tuve el cuidado de guardar oportunamente las referencias de las citas. Rubén me pidió que me encargara de eso antes de publicar el texto, yo no tenía el tiempo necesario para cumplir con su solicitud. Cuando leí mi texto publicado en el suplemento Tendencias de La Razón, vi que él se había dado el trabajo de buscar cada cita, en los varios libros de Jesús, para añadir, como es correcto, los pies de página. “Lo hice por los lectores”, me explicó.
Te agradezco, Rubén Vargas, por todos tus múltiples trabajos, ahora inscriptos también en nuestro camino, bien logrados, y considerada y amorosamente ofrecidos a tus lectores.
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*Rubén Vargas (La Paz, 1959) publicó dos libros de poesía: Señal del cuerpo (1986) y La torre abolida (2003). Un libro de lecturas, como él lo llamó: Tal vez enigma de fulgor (2012), que es una selección de poemas de escritores nacidos en la ciudad de La Paz. Diversos poemas, ensayos y artículos suyos fueron incluidos en antologías, otros libros, revistas especializadas y periódicos del país y del extranjero. Fue profesor en la UMSA y editor del suplemento cultural Tendencias del periódico La Razón de La Paz.
Homenaje a Rubén Vargas
Recuerdo y escritura: el jinete de la palabra
Deseo de ser jinete:
Partir siempre,
salir de aquí,
alcanzar la meta.
¿Cuál es la meta?
Salir de aquí
Rubén Vargas
“Piedra de Praga”, de La torre abolida
Mitsuko Shimose
Recuerdo que lo conocí por primera vez en la carrera de Literatura. Fue mi profesor de Poesía y el que impulsaba a escribir un libro de poemas como trabajo final de la materia.
Recuerdo que le gustó mucho mi poemario (él era así, siempre tan amable), aunque nunca me animé a mostrárselo a nadie, excepto a una sola persona aparte de él...
Recuerdo que estaba ansioso por escuchar y estar presente en mi defensa del gran Jesús Urzagasti, a quien también perdimos hace algún tiempo atrás...
Recuerdo que me lo volví a encontrar en el periódico La Razón y, cada vez que nos cruzábamos, me contaba cómo habían sido sus inicios como periodista y me alentaba con lo mejor que él tenía: sus palabras... (él era así, siempre tan gentil).
Recuerdo que en un día de paro de transportes, cuando estaba caminando rumbo al periódico, él me encontró en el camino y me dijo: “¡Sube al auto!, ¿cómo es posible que vengas a pie hasta aquí?” (él era así, siempre tan cortés).
Recuerdo algunos almuerzos compartidos, comida para el cuerpo que era pretexto para el alimento para el alma: letras de ficción envueltas en su sorprendente ingenio.
Recuerdo que cuando él no sabía que yo colaboraba en Escape, me dijo que estaría encantado que formase parte del equipo de Tendencias... “Alguien se tiene que hacer cargo del suplemento cuando yo ya no esté, y quién mejor que tú”, me dijo aquella vez (él era así, siempre tan cordial).
Recuerdo que él ya presentía que, en un periodo a corto plazo, él ya no estaría entre nosotros...
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Recuerdo a mucha gente en su velorio, entre familiares, literatos, poetas, periodistas y demás artistas que formaron parte de las entrañables páginas de Tendencias.
Recuerdo que María Luisa Talavera, su esposa, quien fue mi docente en el Instituto de Estudios Bolivianos, me dijo que él y ella solían hablar sobre mi reciente labor periodística.
Recuerdo la serenidad de María Luisa, muestra de su inconmensurable fortaleza.
Recuerdo a María Teresa, su hermana, y a doña Teresa, su mamá, entre la sorpresa, la gratitud y las lágrimas por tantas muestras de cariño y solidaridad para con su familia.
Recuerdo llantos transparentes, ojos rojos y trajes negros contrastando con miles de flores blancas puestas sobre un piso frío.
Recuerdo el féretro en el que él estaba, con una bufanda guinda, un saco caqui y un clavel rojo en la solapa.
Recuerdo la última vez que vi su rostro, sin bigote, sin barba en el mentón, sin lentes que lo caracterizaban, un rostro ya sin vida pero colmado de paz.
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Recuerdo su timbre suave, su pensamiento claro y su corazón sensible, todos ellos plasmados en su escritura inevitablemente ligada a la memoria de su recuerdo:
Adueñarse de un recuerdo
tal como éste relampaguea
en un instante de peligro.
“Piedra llamada Walter Benjamin”, de La torre abolida
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Poemas de Rubén Vargas tomados de las selecciones del espacio Poema Memoria
Runas
Piedra de lluvia
agua de pedernal
pulida
en el corazón de la mano
en la línea
cruzada
de todos los caminos
Un canto rodado
contra la corriente
contra la simiente
de los ecos
multiplicados
en el origen de los días
El santo y la señal
de la lengua redimida
su apacheta
Y a la vera
del crepúsculo anunciado
las más bellas ruinas
del aire
se levantan
Runas
Piedras
Hombres
Palabras
Una espiral
girando
en el vacío
La trenza de oro
La Torre abolida
Piedra de Praga
Poema V
Noches y días
escribiendo una carta
adivinando tu propio rostro,
preguntando
por el acontecer del gesto,
interrogando cada línea
de un dibujo imposible.
Y no sabías,
no sabías:
en algún lugar
un espejo ya velado
remedaba
en la espera
su trama de agua y plata
sólo para ti.
Piedra llamada Walter Benjamin
III París, circa 1935
Bajo esta luz le fue revelado
que poco importa
no saber orientarse
en la ciudad. Perderse,
en cambio, como en el bosque,
requiere aprendizaje.
Ciudad de los Pasajes
dulce reverso de las aguas y el crepúsculo.
Caminar era entonces
una deriva a ninguna parte
una lenta caligrafía bajo los cristales
la certeza del puntual desencuentro.
Ciudad de los Panoramas.
En la sombra de la escalera,
en el portal apenas entrevisto,
en los ojos de la multitud
la promesa de una escritura:
Adueñarse de un recuerdo
tal como éste relampaguea
en un instante de peligro.
V Angelus Novus
El Ángel vuela de espaldas
un viento tempestuoso
lo arrastra al futuro.
Quisiera detenerse
plegar sus alas
volver sobre las ruinas
que se amontonan a sus pies.
Quisiera reparar lo irreparable.
Pero la tormenta sopla del Paraíso
y las ruinas se elevan
como una torre hasta el Cielo.
Y para ese viento
ya ni siquiera
tenemos nombre.
Ejercicios en el desierto
(Fragmento IV)
Se trata de permanecer quieto
de espaldas al desierto
con los ojos volcados hacia el centro:
un punto negro
sin reflejo ni variación.
Allí está tu cuerpo
como un planeta muerto
sin arriba y sin abajo
esperando la resurrección.