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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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SOBRE MAD MAX: FURY ROAD, LA NUEVA ENTREGA DE LA SAGA CYBERPUNK ACTUALMENTE EN CARTELERA LOCAL

Todos cantan: We don’t need another hero

Todos cantan: We don’t need another hero



Después de más de dos décadas de olvido, Fury Road aparece como la continuación de Mad Max, la trilogía cyberpunk con la que su director George Miller hizo nombre. Es una película nueva, no es más de lo mismo, en muchos sentidos es innovadora, vertiginosamente fresca, cinematográficamente alucinante; pero en otros no, en otros solamente nos da ganas de chillar, y añorar al héroe que antes nos salvó del cataclismo postnuclear.

Por ahora al menos, no necesitamos otro.

The Road Warrior se polvea la nariz

La película parece una continuación presurosa, sin respiro, de la escena de persecución que vimos en la última entrega (MM3: Beyond Thunderdome). Max, encarnado por Tom Hardy -el Bane maloso de The Drak Knight- anda más loco que nunca y eso nos lo confirman unos inconsistentes flashbacks. En esta última aventurita, dicho paranoide conoce a la Imperator Furiosa (Charlize Teron), chofer particular de Inmortan Joe (el jeque radioactivo del desierto, personalizado por Hugh Keays-Byrne) y su chusma de War Boys rapados, tatuados y bañados en bloqueador solar.

Furiosa pretende renunciar al cargo vitalicio de trailerista para redimirse de sus traumas de infancia, y se lleva con ella a varias cautivas -vírgenes y no tanto- para impedir así que continúen con la insana multiplicación de esos blancoides fundamentalistas. En la huida, que empieza desde el primer segundo de la película, Max se alía con Furiosa y, mientras aprietan el acelerador huyendo del jeque, aprenderá mucho de ella: cómo decir su nombre propio en voz alta, por ejemplo.

Muy pocos críticos o comentaristas clasifican a Fury Road dentro del multitemático género cyberpunk, para muchos es simplemente un film de acción. En ese entendido, las películas de acción que vale la pena recordar son lastimosamente reducidas, son memorables justamente porque no escenifican acción únicamente, no solamente contienen frenetismo y vértigo en todas sus escenas y suelen darle su tiempo a la trama para que adquiera una mediana solidez.

MM: Fury Road, bajo este parámetro, es más bien trivial, es acción non-stop, mareo y velocidad continua, que no te da tiempo para la más mínima introversión, la apelación emocional. Tiene tan pocas pausas y planos estáticos, que acostumbra al espectador a un cuento agitado, paranoide, que -aun siendo ésta la intencionalidad del film- no propicia muchos momentos apreciativos. La cinematografía -que es exquisita- podría saborearse un poco más en esos prodigiosos panoramas; la trama que es bastante simplona, desarrollarse más en sus propuestas dramáticas, etc. En pocas palabras, si quiero ver accidentes preciosistas y choquecitos sobre ruedas, para eso tengo mi Xbox; de Mad Max siempre esperaremos mucho más que eso.

Los que apreciamos Mad Max 1 sabemos que salir del cine luego de verla era posiblemente uno de los traumas insuperables de nuestra adolescencia, así como el comienzo de una extraordinaria fascinación. Era el encuentro con el futuro disonante, la ira y la venganza como temas moral y narrativamente abordados, por sobre las escenas de acción y violencia, que eran pocas pero extremadamente shockeantes, aguda y maliciosamente pensadas para que planifiques gastar el ahorro de tus recreos en psicólogos.

En la segunda peli (The Road Warrior), pasaba algo peor todavía: la violencia se recrudecía y la esperanza en el porvenir del mundo era nula. Sin embargo descubrías que definitivamente ese mundo te gustaba, te atraía y atrapaba, finalmente era el tuyo porque te gustaría vivir esa aventura fantástica, montado en un Ford Falcon setentero con impulsor de nitrógeno y “solo contra el mundo”. La fascinación que ejercían los vaqueros del Far West en nuestros papás era la misma que sentíamos identificándonos con Max: el solitario, el cínico, el sobreviviente pistolero que busca el oro, la recompensa; para los cowboys la gloria y la cabaretera mamuchi del pueblo, para los guerreros de la carretera: gasolina, agua y sobrevivencia. Por todo esto, precisamente, Tom Hardy nos parece una versión light, maquillada y timiducha del anterior Guerrero, el único y viejo Max.

Queremos al viejo Max

¿Por qué no necesitamos otro héroe? La nostalgia irremediable que nos provoca Fury Road nos remite no al mentecato de Mel Gibson únicamente, aunque sí al personaje que cimentó Miller y que Hardy no ha sabido encarnar. En la trilogía previa, los diálogos eran escasos, pero cargados de sorna, de humor, rudeza, brutal honestidad, otro atributo extraído de los films épicos de cowboys. No obstante, Miller le dio a Max la suficiente y precisa cuota de participación en el desarrollo de su historia, quizás anticipando que el ladrillo histriónico que tiene Gibson por cerebro no daría para más. Esa precisión no solamente erigió y cerró la redondez psicológica de Max, si no que le otorgó un halo fabuloso de misterio, de un pasado que, en caso de que no conocieses el primer film, debía permanecer así: cerrado y oscuro, desconocido.

Los héroes del cine que merecen ser recordados tienen todos esa mística fantasmagórica, en algunos casos proveniente de las capacidades actorales y, en otros, de la construcción histórica del personaje que realizan los guionistas. El héroe que nosotros añoramos corresponde a esta segunda naturaleza, a uno que es títere fidedigno del carácter que le imprimió su creador. No queremos al nuevo Max con sus paranoias estilo Silent Hill o sus flashbacks de héroe impotente, si no al antiguo, del que poco sabías, en cuya oscura alma y mente no te atreverías a sondear. El anterior era un ex-policía, viudo, violento, artero e inadaptado. Un velociraptor del desierto, terriblemente astuto, imposible de desafiar. ¿El nuevo? es Barney con chamarra de cuero.

Mad Max ha muerto, en su lugar un ternurín muerde almohadas tiene alucinaciones disgregadas y busca una redención que -además- ni siquiera es suya; es la redención de la maravillosa Charlize Teron (Imperator Furiosa), así como el protagonismo, la emoción y el verdadero meollo argumental de esta película. Seguramente muchos fans se extirparon el cuero cabelludo en la escena en la que el citado peluchín se anima, con el tartamudeo monosilábico que lo distingue, a decir su nombre, “my name is Max”, solloza. ¡Tomate podrido, molotov macerada o chicle masticado directo a la pantalla!

Durante las dos películas anteriores, el Loco no menciona siquiera su identidad, el misterioso origen de don Max ha sido sepultado en la primera parte de la trilogía, pero esta triste excusa de hombre que es su sucesor ¡sé anima a rebautizarse! y además con la más trivial de las causas y en la más cursilona de las escenas. Mal, una falta de respeto al personaje original, que Miller debió prever y borronear rápidamente en el guión. Quizás con la película que hizo del pingüinito ése (cuando dirigió Happy Feet) se le ablandó demasiado el miocardio.

El susto que le falta -y el que le sobra-

En su época, la trilogía nos espantaba de entrada con sus funestas introducciones en blanco y negro, o con imágenes televisivas, contextualizando el desconsolado presente de la humanidad, víctima de guerras y descuidos pasados. En esta también tenemos una intro parecida (más bien cabría decir “moneada fielmente” de la segunda película), pero ya no nos da tanto miedo. Al menos no tanto, como la realidad que vivimos.

Las fuentes de agua dulce se secan paulatinamente y escasean todos los recursos naturales que sostienen la vida gracias a efectos de un Cambio Climático contra el que ya prácticamente poco se puede hacer. Las guerras actuales de la humanidad prescinden -hasta ahora, al menos- de la anterior amenaza nuclear, pero son más crueles, sangrientas e inhumanas que en la Edad Media. La novela ganadora del Pulitzer The Road (Cormac Mc Carty) es suficiente para que tengamos que usar pañales de adulto por las noches, y por el día andar a base de Armonyl 500mg, cada 3 horas. Bloqueador solar infaltable. Borrachera con amnesia posterior ineludible. Rezo obligatorio y pesadillas recurrentes: pan de cada día. Ese miedo al futuro -¡ahora menos incierto, porque de seguro tronamos!- es algo que tampoco ha sabido explotar esta película. En menos de una treintena de años veremos guerras crudísimas, hambrunas pesadillescas y matanzas civiles por agua y comida; a las generaciones más ch’ijlas les esperan cosas peores todavía. Tanto así que la amenaza del exterminio nuclear, para no pocos pesimistas, es casi una esperanza eutanásica frente a estos escenarios de sufrimiento lento y agobiante. Si vemos las series de Tv, los comics más populares y en general los sustentos de la cultura mediática occidental, parecería que The Walking Dead y otras del estilo están más cercanas a ser manuales de supervivencia y entrenamiento virtual que ficciones del fin del mundo.

Asustémonos por favor, algo habría que hacer antecitos ¡No todo es diversión, ch’aska y carreritas!

La orden Vikinga de la carretera y su cromado “Pare de Sufrir”

Otra maniobrilla del argumento en la que se pudo haber profundizado con más tesón es el tema del fanatismo religioso o de la fe en tiempos postarmageddon. Aquí el tratamiento es superfluo, una amalgama de fundamentalismos apenas insinuados, cernida bajo un Valhalla que aguarda a sus guerreros con recompensas aún más inciertas que la misma fe que lo edifica. No hay miles de vírgenes, no cielo ni infierno, no hay nada más que el deseo de muerte en combate, violenta, cruda y sostenida con pretextos meramente narrativos. Filosofía, existencialismo y misticismo cero. Más que algunos ademanes que simulan rezos o persignaciones y la teñida dental de cromo que se meten los War Boys antes de irse al carajo, nada sabemos de la existencia espiritual o del cuestionamiento existencial en este desierto radiactivo.

El género cyberpunk tiene diversas fuentes, algunos le atribuyen sus orígenes a la novela de Gibson Neuromante, otros a la de P. K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, otros más rebuscados inclusive a Frankenstein o a la película de Fritz Lang Metrópolis. Neuromante -una preciosidad- dio origen a todos los mundos imaginarios plagados de adictos a la información virtual, y tiene su cúspide cinematográfica en películas como El Piso 13, Matrix (hermanitos Wachowsky), Inception (C. Nolan) y otras. La de los androides soñadores dio origen al más fabuloso film del género: Blade Runner (R. Scott). En ambas novelas, la presencia de la religión o el misticismo es sutilmente entretejida, pero se deja deglutir e implica una habitual presencia, más allá del existencialismo recrudecido que no puede faltar nunca en el cyberpunk.

En la anterior trilogía de Max, las dos primeras se desarrollaban bajo el absoluto olvido de los dioses, la deidad de ese entonces era quizás una mezcla de Desolación y Muerte, amalgamadas bajo el cielo llano y sin respuestas del desierto. En la tercera, el mesías de una tribu de infantes es el propio Max, un piloto sin alas, un don nadie, la esperanza cándida proclamada en el menos idóneo de los adultos. El dios cojo de unos mocosos, caídos del cielo y también del catre. En Fury Road uno se imaginaría entonces que el cuarteto de vírgenes, que son el motivo-carnada de toda la aventura, lo son también del fanatismo religioso de los Warboys, pero no, ni ahí, son sólo un efugio para mostrar chicas ricotas y semidesnudas. Inmortan Joe es casi tan malo como los pastores de “Pare de sufrir”, y su liderazgo religioso se limita a ser el aguatero del pueblo. Así, el cuestionamiento existencial en el que te ahogabas en las anteriores, representa otro desierto despoblado con el actual tratamiento del tema.

Cyberpunk, más que antes

El cyberpunk es amplísimo, complejo, lleno de matices y subgéneros. Algunos lo etiquetan y clasifican nerdoidemente en steampunk, starpunk, elfcyberpunk, classiccyberpunk e infinidad de grupillos a cuyo pajerío insoportable no conviene dedicar más de lo necesario. Sin embargo, las coincidencias de todo el material intelectual y artístico definen algunos rasgos comunes: distopia futurista, endiosamiento de la tecnología, antihéroes o cazarecompensas, mundos apocalípticos, tribus nómadas, desesperanza y pragmatismo existencialista en la más cruda de sus representaciones, robots, androides, inteligencias artificiales, computadoras… y obviamente ciborgs.

En ese contexto, Fury Road es la más cyberpunk de las cuatro pelis, no solamente por el brazo cibernético que complementa la anatomía de Furiosa, sino por la armadura y la horrenda máscara del malvadito Inmortan Joe, por los vehículos “buitre”, que destacan con sus púas múltiples y herrumbradas y son muy diferentes de los buggies, trailers y armatrostes que tuvo Mad Max; finalmente, por la presencia de tribus que se articulan con distinciones de género o estructura social, cosa que antes no era tan evidente, pues las civilizaciones y organizaciones de las películas precursoras eran sedentarias pero no moduladas en torno a una identificación de género, religión o inclusive monarquía, como en esta nueva entrega. Lo que siempre le faltó a Mad Max en tecnología futurista le sobra en el ingenio de sus cacharros, vestuario y maquillaje, acordes todos a la carencia de recursos naturales y al caos civil que plantea la historia.

Con la inclusión de esa zurda cibertrónica empero, Mad Max refuerza su pertenencia al cyberpunk más que nunca, ya que anteriormente es posible que hayamos visto -especialmente en la segunda y tercera película- a Max cojeando y ayudado por una prótesis herrumbrada y chirriante en el pie derecho, pero no era un órgano artificial de cuatro dedos, como en ésta. Gusta el detalle, disgusta quizás lo poco que se explota.

Algunos críticos se han referido a Fury Road como a una copia de The Road Warrior (la segunda peli) pero con esteroides. Yo diría que es harto parecida, pero incluye motonetas, tormentas de arena, mutantes radiactivos, monarquías fundamentalistas y una fotografía insuperable. En las pocas escenas estáticas en las que se admira el desierto azul nocturno es imposible no sobrecogerse ante la belleza pacífica y dulce de esa nada, retratada con tanta poesía quizás por primera vez en la historia del cine cyberpunk.

Far Beyond Thunderdome

En general Fury Road agrada y divierte, no es apta para taquicárdicos, está muy centrada en una acción infinita y demasiado rauda, pero tiene un encanto hipnotizador, heredado de las anteriores quizás pero también con muchos detallitos nuevos y particulares. Lo que definitivamente no divierte, y eso seguramente ya lo han leído en otras reseñas nacionales, es tener que verla doblada, como proponen la gran mayoría de salas. Eso es un insulto y una bajeza de la empresa monopolista que bien conocemos al intelecto (además del bolsillo) de los cinéfilos bolivianos, del público en general, de la madre que nos parió. Señores: dennos películas en idioma original, que para eso pagamos finalmente y hasta los más ch’itis de nosotros están podridos de sus doblajes ofensivos y distorsionadores.

El blockbuster es seguramente ya un éxito absoluto en ventas, tanto para los seguidores acérrimos como para el público nuevo, joven y adolescente, cuyo triste imaginario apenas tiene entre sus tesoros las seis (¿o son más?) tontísimas pelis de la saga Rápido y Furioso, harto más empalagosas, estúpidas y desatinadas, pero que al final propugnan en ellos el mismo amor que en los más viejos: cuatro ruedas, aroma a diessel y nitrógeno, carrera, choque, vértigo, violencia y más violencia: pobre y de caporal teenager en Fast and Furious, cinematográficamente -al menos- perfecta en Mad Max, también en su ultimita.

Para ver qué tan viejo es el tema, me pasé unas noches buscando información en la web y encontré miles de vídeos en YouTube. Entre fanmade trailers y teasers, cancioncitas de rock y niumetal con imágenes editadas de las anteriores películas, animaciones truchas y tonterías diversas destaca siempre el videíto musical de Tina Turner “We Don’t Need Another Hero”. La melodía popera y pegajosa es el himno de las desesperanzas que cantaban los adolescentes co-protagonistas de la tercera película (Beyond Thunderdome), a juicio de muchos la mejor producida y realizada, a juicio personal, creo que sólo la segunda representaba la auténtica esencia del Road Warrior Cyberpunk. En ese mismo afán, me topé justamente con otro vídeo de este tema, pero del 2009 y en vivo, donde la jamásnuncajoven Tina está más oldie que antes, pero su vozarrón jazzero no ha cambiado, salvo para mejorar quizás, y canta con timbre y feeling intensos, envejecidos sí, pero como un buen vinacho.

La nostalgia teatrera, la esperanza trunca y la angustia que parece expresar Auntie -el personaje de la Turner en MM3- cuando canta, quizás representa la de todos nosotros. Nostalgia del Max Rockatansky de antes, esperanza de que en las siguientes entregas Hardy sea poseído por el espíritu rudo y cínico de éste, angustia de tener que esperar unos añitos para ver las secuelas, pero más angustia porque el destino que tenemos delante se parece aterradoramente al desierto fantasioso que dejamos atrás. Definitivamente, si Tom Hardy es el Hello Kitty Max de las nuevas pelis y si Furiosa está excluida de ellas, vamos a tener que cantar de nuevo y hasta que el calentamiento global nos chamusque las cuerdas vocales: “¡we don’t need another hero!”.

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