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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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Esto es café y todo lo que necesitamos

Esto es café y todo lo que necesitamos


Imaginar el lugar del que voy a contar necesariamente implica una disposición por pensar en el por qué un café se vuelve tan determinante para acercarse al otro y por qué el lugar es primordial para hacer del tomar una taza de café un ritual de inmortalidad instantánea. Para intentar responder simplemente tenemos que permitirnos dibujar la geografía más simple de una tarde cotidiana que de alguna o de otra manera termina cambiándonos la vida. El cambio siempre es impreciso, suele ser a veces por un rato, suele ser otras veces por mucho, incluso a veces por poquísimo o muchísimo tiempo. En conclusión, mutamos.

Mi abuelo siempre recordaba una escena en la que mi abuela -que para ese tiempo todavía no lo era- lo había mirado al pasar por el cafecito de una calle central de alguna ciudad que no es necesario mencionar. Pero sí es preciso imaginar una calle convulsionada de gente y una pequeña terraza conteniendo un par de mesas redondas y sillas de espaldar corto, ambos de un color madera bien barnizado. El abuelo pasaba por ahí. En el proceso de la caminata, se permitió dibujar las líneas de una geografía femenina que toda su vida lo acompañó. Más o menos por lo que contaba iba así: la mirada atenta de una mujer en algún punto impreciso de la mesa, el reducido detalle de su silueta con las piernas cruzadas, el travieso y delicado jugueteo del vaivén de un zapato desnudando y apretando el talón blanco y rosa a la vez, en los pequeños segundos finales antes de abandonar con el paso esa presencia un encuentro corto, pero terriblemente eterno de miradas.

Cuando le pregunté a la abuela sobre la veracidad del hecho, jamás me dio una respuesta. A veces simplemente se reía negándolo todo, otras parecía que en su mente revivía aun con más detalle y fuerza aquel encuentro de miradas. De todas formas lo determinante es que existió una mirada.

Recién terminé de leer una gran novela, Todos se van de la cubana Wendy Guerra, en la que en una de las partes de mayor intensidad del libro (estructura de diario personal dividido en infancia y adolescencia) resume la esencialidad del mantenerse en pie cuando aparentemente los adioses mayores han cobrado un peso de cobre y las bienvenidas recientes nos cubren como seda tibia. Advierte que, más allá del acto de abandonar y recibir, lo único suficiente para acuñar en el telón blanco de lo que va pintando el proceso de nuestras vidas es fabricar secretos en esos reducidos, íntimos y universales rincones que llamamos un café, y permitirnos en ellos contener una buena mirada, extender un carnívoro beso y enrejar un cálido abrazo. A partir de esas dimensiones, el proceso del desgaste de la vida se resume tarde o temprano en una inmovilidad de oportunidades, en una inmovilidad de sueños, en una inmovilidad de decepciones. Y es justamente esta carencia de movimiento la que hace que aquellos pequeños momentos geográficos de algún día, de alguna ciudad, terminen siendo el eterno retorno de los días más felices.

Si partimos de todo lo expuesto, un café se convierte en un templo, en una guarida, en una caverna, en una trinchera donde por un rato nos permitimos expandirnos a nuestra mejor versión para el otro. No importa cuántas veces he dicho adiós, el siguiente café está configurado para un otro al que quiero tener cerca, me posibilita un juego inmortal que dura el espacio ciego de una taza blanca y un mar negro. Hace un par de días me volví a someter a la fabricación de una trinchera para inscribirme al buen resguardo que Todos se van apunta. El olor de la invitación a esa inmortalidad de entrada me conmovió hasta exprimir cada huesecillo delgado que estructura el cuerpo de un segundo. Y, sin atragantarme con ninguno, simplemente recordé una de las mejores premisas que he escuchado y que pertenece a la película Reality Bites, en la que la belleza tan particular de Winona Ryder nunca deja de estremecer al espectador. Troy Dier, el amigo escritor de la actriz, sentencia todo el espíritu de lo que intento decir: “Todo lo que necesitamos; cigarrillos, un café, una buena conversación; vos y yo y quince bolivianos, son una idea de la eternidad”.

La idea del ritual del cafecito se arma en la reverberación de una conversación que se funda en la sencillez, en el goteo de palabras que van armando otro contexto de interpretación de lo que realmente somos, nos habilitamos para contarnos, para narrarnos en la complejidad más íntima de un oído amigo, amante, hermano, hermana, conocido, uno mismo. Robert Walton, el capitán del barco en el que el doctor Frankenstein termina refugiándose, al borde de la muerte y del fracaso de la monstruosa empresa de eliminar a la criatura abominable que había creado; lo único que escribía a Margaret, su hermana, eran pedidos de la posibilidad de encontrar un amigo con el cual compartir momentos de tranquilidad y abismos. Al encontrarse con el doctor Frankenstein y su historia tan particularmente monstruosa, Walton, a pesar de la ruina del sobreviviente, en la medida del ritmo de la conversación encuentra un amigo en banca rota y a veces en euforia y gloria. Pero antes que toda situación, un amigo. El desarrollo del ritual de un cafecito siempre nos coloca de alguna manera en uno de esos dos papeles como confesores o como descubridores de la amplitud de la idea de amistad. Descubrimos al otro y a la criatura que ha ido creando y dejando en el tiempo. Esto siempre resulta fascinante.

Por todo lo dicho, el nombre del lugar que les voy a recomendar tiene muchísima mayor fuerza. Esto es café (C. Juan Capriles entre Santa Cruz y Pantalon Dalence #654) es como el sello a todo lo que implica el ritual de encontrarse en un café. Esto es café tiene tres ambientes comunes, uno es en el exterior y otros dos en el interior. Lo que hace grandioso a este lugar, además de las impresionantes fotografías gigantes de labios de mujer en las paredes, son los espacios privados, que justamente permiten hacer de un cafecito cualquiera una máquina del tiempo. El que fue un lugar especial para mí me permitió domiciliarme básicamente en una pequeña sala con una ventana por la que puedes mirar una pareja de pavos reales que se pasean en un pequeño jardín.La alfombra, la mesa del centro y un pequeño estante con libros hacen del espacio un buen lugar para estar, para permanecer, a la vez que permiten confeccionar las horas más delicadas, en las que la confesión de una mejor versión de mí pudo sostenerse en enmarañados cabellos rubios, sutiles ojos verdes y un café con memoria de acento italiano.

Esto es café es un lugar para compartir un secreto, para promocionar un lugar mágico, para jugar con el tiempo, para hacer de la conversación un regalo.

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