Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 09:37

EN DEFENSA DE LOS RESTAURANTES AMBULANTES

La ciudad y las comidas

La ciudad y las comidas



Mientras periodistas se llenan la boca (nunca-mejor-dicho) con distinciones y premios concedidos a restaurantes y chefs bolivianos en el extranjero o extranjeros en Bolivia, otorgados por sabe sólo dios qué jurados, en Cochabamba el mejor premio se lo conquistan, y les concede el insigne jurado de la gente común (diría Pablo Neruda), día a día, a fuerza de fuego y cariño, los cientos de restaurantes ambulantes que aparecen a la hora del hambre por toda la ciudad. 

Aparecen con sus ollas de viandas frescas, exquisitas; traen sus calores del fogón abrigados en albos secadores y rematados por los aguayos y sus colores, cual madres para dar el alimento a sus hijos. Los esperamos en cualquier recodo de la ciudad.

De la esquina que no han invadido los tenderos, del k’ullku formado por la desigual rasante de dos edificios, del zaguán cedido por las dueñas de casa a cambio de un bocado, del lugarcito de la plaza o la calle robada de la arbitrariedad municipal, salen vapores y aromas que convocan sin resistencia a la gente que sabe comer. A la fresca, lluviosa o tórrida intemperie, se arremolina el apetito pugnando por una vianda de una calidad y precio inconcebibles.

Este servicio social, uno de los más apreciados y justos de cuantos hay, empero, es visto como de mal gusto (!) por los funcionarios municipales, apoyados por una buena tajada del periodismo, que después de sorber sus caldos de sobre, mandan sus huestes para atacar al sabor, reprimir el gusto, destruir el trabajo honrado.

Pero, muchos soldados de las-buenas-costumbres caen bajo el hipnótico aroma que engorda su deseo y, por un platito, hacen la vista gorda.

Y ahí vienen los municipales azuzados por alguna red de TV que prefiere un escandalete a investigar asuntos más dignos para sus televidentes.

Un comensal se pregunta si podrá al menos imaginar, ya no comprender, a esta periodista desaprensiva que acompaña a la Intendencia en el “operativo” represivo para desalojar a estos grandes seres humanos de su plaza. ¿Podrá imaginar aquella empleada de la televisora cuánto trabajo le supuso a esta mujer, desde el despertar cuando todavía no ha amanecido, encender el fuego, pelar, lavar, cortar, picar, recoger, moler, amasar, batir, revolver, endulzar, salar, aliñar, probar, acomodar, abrigar y cargar nuestro banquete, el que esperamos en plazas, esquinas, en las aceras y a donde la vemos llegar, multiplicada, con su semblante satisfecho y cansado para servirnos un falso conejo verdadero, unos huevos recién “cosechados”, una elocuente sopa de maní o una de papalisa (delicatessen + acontecimiento estético), un asado con huevo en pan o plato, un apanado: la milanesa, su antepasada, mejorada?. ¡Y los rellenos!, no esas bolas que cuestan cada día más, sino los moldeados por las manos campesinas que nos regalan a 3, 2 o menos bolivianos y que se terminan de cocer y formar con el ritmo de los pasos de su hacedora.

Parafraseando al viejo lema apropiado por el movimientismo revolucionario: barriga llena, corazón contento (lo que es mucho decir de los gourmetes k’ochalas), nos vamos agradecidos, pensando que estas mujeres que nos traen del campo los alimentos son el símbolo de la Cochabamba rural y generosa.

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