Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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A PROPÓSITO DE SENTIRNOS PROPIETARIOS DE LAS MANIFESTACIONES CULTURALES

Nuestras preocupaciones por lo festivo

Nuestras preocupaciones por lo festivo



¿Cuál es el sentido de que algo sea nuestro? Cuando uno nace todo lo que nos rodea aparece como nuestro, pero esto cambia cuando crecemos y aprendemos nuestra cultura y desde ésta sabemos que no todo es nuestro. Actualmente, para los ayoreos, por ejemplo, todo lo que es producto de la naturaleza no tiene dueño, es de todos, no tiene dueños y se lo utiliza en función de las necesidades, se comen lo plátanos cuando se tiene hambre y, si no se la tiene, se los deja para los que la tengan; para ellos es inconcebible que haya personas que se apropian de los plátanos y los vendan en los mercados.

La subjetividad moderna, y al mismo tiempo colonial, ha transformado muchas cosas y ha separado la realidad entre sujetos y objetos, entre personas que piensan y cosas que no tienen esa atribución. Con la producción de la racionalidad de medio-fin, los sujetos, las “personas que piensan”, se han transformado en propietarios y los objetos en cosas apropiadas por los propietarios y, más aún, aquellos propietarios (no nos olvidemos que son las personas que piensan) tienen la posibilidad de transformarse en vendedores, a diferencia de los compradores (aquellas personas que no piensan) y que adquieren con el producto de su trabajo asalariado todo lo que pueden comprar, sobre todo en estos meses en los que un viejo gordo vestido de rojo “obliga” a hacerlo. Aunque esta racionalidad ha penetrado casi todos los espacios de la vida, hay algunos en los que no está presente. Se puede comprar sexo pero no amor, se puede comprar servicios y bienes suntuarios pero no felicidad, se puede comprar “diversión” pero no alegría, se puede comprar espectáculos pero nunca el éxtasis festivo

Porque lo que es de uno es lo que uno tiene y lo vive y se relaciona con ello todos los días, uno puede dejar de tener casa, pero nunca dejará de tener familia. Entonces la cosa, el objeto no es tan importante, aunque sí es bueno tener una casa para vivir con la familia, pero si hay familia, una cueva, un árbol o el espacio bajo el puente también sirven. Lo que aparece como importante es el modo en cómo yo me relaciono con los hechos, los procesos o con las cosas. Por ejemplo, mi ciudad, aquel hecho urbanístico material, la vivo como mía, por eso la cuido, no boto la basura donde sea y cuestiono a los que lo hacen. Y cuando no la siento tan mía, no me interesa ni la basura que yo boto en la calle ni la que otros botan.

Por eso, si yo vivo una práctica festiva como mía, es porque me la he apropiado creciendo y siendo parte de ella, la conozco, la vivo y nadie tiene que contarme su historia, porque es parte de mi corporalidad recibida de mis padres y de mis abuelos, que la recibieron de los abuelos de sus abuelos, etc. y de mi barrio, de mis calles. No la conozco por las especulaciones de “expertos”, la reproduzco y también la comparto. Por eso, cuando algunos componentes de una práctica festiva, en este caso la fiesta patronal en homenaje a la Virgen del Socavón que además reproduce prácticas rituales andinas, mal llamada “Carnaval”, se empiezan a reproducir, a mediados del siglo XX en La Paz, luego en Cochabamba, luego en otras ciudades de Bolivia, luego en ciudades de otros países, actualmente en Europa y otros continentes, ¿será que me están robando lo que es mío? ¿Será que me están robando eso que yo siento, esa alegría, ese éxtasis festivo?

Pues yo no siento eso cuando veo diabladas, morenadas y otras danzas en otros lugares, lo que sí veo es que aquella alegría y aquel éxtasis festivo que se vive en Oruro es distinto en todas partes, y eso no me produce ni me provoca un sentido de propiedad, porque siempre que puedo vuelvo a Oruro a bailar, tocar y vivir el éxtasis festivo y no me provoca bailar diablada o tocar tarqa en la Tirana, La Paz, Puno, Buenos Aires o Estocolmo, porque lo que pasa en esas ciudades no es lo mío.

Entonces, cuando queremos que, desde algún lugar en el que no se sabe nada de lo que pasa en Oruro, se reconozca que nosotros somos dueños de la “diablada”, y otras danzas, ¿cuál será el sentido? ¿Será que no nos sentimos tan “dueños”? ¿Será que tenemos miedo de que en algún tiempo eso ya no sea nuestro? Si eso es así, entonces porqué más bien no nos ocupamos de hacerlo nuestro realmente, en todas las prácticas que significan y hacen a aquellas danzas y no solamente en el momento que nos sacan la foto para el “feis” y después a seguir consumiendo de las industrias culturales impuestas por las corporaciones transnacionales.

Sería bueno que si tanto nos afecta lo que pasa con nuestras actividades festivas se tomen cartas en el asunto de manera estructural y no sólo coyunturalmente. Desde los años setenta en los que Presencia y otros periódicos de La Paz publicaban fotos de la festividad de Oruro para hacer propaganda de la entrada paceña, hasta ahora que Puno recurre a los dueños del patrón global de poder para legitimar su fiesta patronal, de manera intermitente y coyuntural, he visto a mucha gente cual niño que hace un berrinche porque el otro niño, el vecino, coge su juguete, y es en ese momento que el juguete es de él, mientras no lo coge, no importa ni siquiera existe. Ahora no sólo somos los orureños los berrinchudos, ahora somos los bolivianos. Pero la figura sigue siendo la misma, de forma repetitiva porque la Miss Perú, porque el ballet de Chile, porque Viña, etc. Y en lo cotidiano, ¿cómo vivimos lo festivo? En lo cotidiano, ni siquiera existe, como el juguete del niño. Entonces, ¿cómo será que me estoy relacionando con aquello que considero mío?

Parecería que lo festivo tiene que ver más con coyunturas específicas y por eso tiene relación con todo menos con lo cultural. Con lo social, en términos de protagonismo social, por eso me peleo, para salir primero en la foto; con lo económico en términos de negocio y ganancia, por eso me peleo para no tener competencia comercial y llevarme la mejor parte de la torta; con lo político, como posibilidad de ganar conciencia y con esto ganar votos, por eso me peleo, para legitimar mi sueño de poder; y con lo cultural, que tiene que ver con la producción y la reproducción de cada segundo de mi vida, ¿cómo me relaciono con lo que considero mío?

Aquí sólo hago un apunte. Si lo festivo se relaciona con lo cultural y si la educación se relaciona con lo cultural, entonces preocuparnos por lo festivo debería ser preocuparnos por lo educativo. Y ahí habría que preguntarnos qué de lo educativo en el kínder, en la primaria, en la secundaria y en la universidad prioriza lo festivo. Sabemos que como “folklore” (esto quiere decir degradado) está en las horas cívicas y en las entradas estudiantiles y universitarias. Pero, nos preguntamos, ¿dónde está lo festivo como historia? ¿Dónde está cómo fundamento filosófico de una racionalidad que no es ni moderna ni colonial ni capitalista? ¿Dónde está como posibilidad productora y reproductora de la vida? Las respuestas a estas preguntas tienen que ver con política, economía, tecnología, procesos sociales, etc.

Todo esto es lo festivo y así se lo vive en las comunidades rurales, pero esto no interesa al hijito de papá que se va por tres días a pasarla bomba al “Carnaval” en Oruro, o a los “gestores” que de uno o de otro modo instrumentalizan lo festivo para sus propios beneficios, o al político, que asiste al “Carnaval”, como parte del proselitismo institucionalizado ya en la época neoliberal cuando todos los candidatos a presidente fueron pasantes de varios de los conjuntos en Oruro.

Por todo lo expresado y también indignado por lo que está pasando, pero en mi caso por lo que está pasando en nuestras conciencias, sugiero dejar de pelearnos por lo que no es nuestro, dejar de pedir legitimidad a círculos de poder que no tienen idea de lo que es lo nuestro. Y más bien, si tenemos alguna remota idea de qué es lo nuestro, apropiémoslo, cultivémoslo, reproduzcámoslo, revitalicémoslo y disfrutémoslo cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo de nuestras vidas. Esto quiere decir reaprendamos la manera en la que nos relacionamos con aquello que consideramos nuestro.

*Orureño.

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