Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 12:33

EL 17 DE OCTUBRE SE CUMPLIERON 120 AÑOS DEL NACIMIENTO DEL BARDO CHILENO

Pablo De Rokha, el poeta rebelde

Pablo De Rokha, el poeta rebelde



 

Al cumplirse 120 años del nacimiento del poeta chileno Pablo de Rokha, vapuleado y discriminado en su época, su obra sobrepasa las fronteras del tiempo. Dos botones de muestra: Editorial DasKapital ha publicado el libro de Daniel Rozas, Pablo de Rokha y la revista Multitud y Arnaldo Delgado junto al grupo Canto Crisol musicaliza sus poemas. Esto, en el marco de una serie de actividades para celebrar al vate y el anuncio de próximas publicaciones.

Por otro lado, estudiantes y centros culturales de distintas poblaciones recuerdan a De Rokha en sus medios populares. La identificación de un sector importante de jóvenes estudiantes y trabajadores, vinculados a la comunidad literaria desde variadas instancias, con la obra rokhiana, ha ido en aumento en los últimos años. ¿Razones? Puede ser que al releer su obra, resaltan algunos motivos principales: su honestidad poética, su discurso sin pelos en la lengua, su insurgencia ante el capitalismo, su sentido de lo popular, su manifestación ideológica sin complejos, su ruptura, en la teoría y en la práctica, con un canon académico-social de la poesía que desde siempre el stablishment, político y literario del país, han querido imponer desde las aulas universitarias.

Pero lo importante, más que lo que otros pudieran decir sobre Pablo de Rokha y su obra, es lo que él mismo dice o expresa en sus poemas. De Rokha abarcó múltiples temas, siempre desde una perspectiva social, política, ideológica y cultural. Consideraba la poesía, y el arte en general, como una herramienta de lucha, una herramienta para denunciar los abusos patronales y del capitalismo. Su canto buscaba crear conciencia social, aportar en el camino de liberación del ser humano. Liberación de las cadenas impuestas por una minoría dueña de las armas, impulsada por la avaricia y el afán de poder. Dicho lo anterior, considero que lo mejor para celebrar estos 120 años del poeta, es dejarlo hablar a través de sus textos. Uno de ellos, “Epitafio en la tumba de Juan, el carpintero”, publicado en 1922, me parece que sintetiza muy bien su concepción del deber ser:

“Aquí yace “Juan, el carpintero”; vivió setenta y tres años sobre la tierra, pobremente, vio grandes a sus nietos menores y amó, amó, amó su oficio con la honorabilidad del hombre decente, odió al capitalista imbécil y al peón canalla, vil o utilitario; —juzgaba a los demás según el espíritu—.

Las sencillas gentes honestas del pueblo veíanle al atardecer explicando a sus hijos el valor funeral de las cosas del mundo; anochecido ya, cantaba ingenuamente junto a la tumba del rorro, —un olor a virutas de álamo o quillay, maqui, litre, boldo y peumos geniales perfumaba el ambiente rústico de la casa, su mujer sonreía; no claudicó jamás, y así fue su existencia, así fue su existencia.

 Ejerció diariamente el grande sacerdocio del trabajo desde el alba, pues quiso ser humilde e infantil, modesto en ambiciones; los Domingos leía a Kant, Cervantes o Job; hablaba poco y prefería las sanas legumbres del campo; vivió setenta y tres años sobre la tierra, falleció en el patíbulo, POR REVOLUCIONARIO. R. I. P.”

Escuelas primarias

Respecto a otros temas, he aquí algunas muestras. Sobre las escuelas primarias chilenas, escribió:

“Como un copihue agropecuario de condición frutal es un panal de abejas o nido de calandrias en un camino real, la Escuela Primaria Chilena.

Brama el río funeral de la miseria por adentro de sus cimientos y en su barco flamea el pabellón de lo épico.

 El coraje forestal del profesor defiende a la desnutrida criatura proletaria, y la niña maestra es una gran paloma del saucedal obrero, en el cual Chile se define como lo heroico y su categoría.

 Los quillayes, los boldos, los peumos, los maitenes cantan la tonada de la nacionalidad en la guitarra de la entraña escolar y el roto relumbra en su corazón.

 La batalla social de los desamparados la plantea como vivencia y lenguaje de multitudes y adentro de sus techumbres desesperadas se están criando las semillas de las banderas del porvenir, como grandes potros.”

Pablo de Rokha era parte del pueblo, vivió como tal y asumió su voz, su defensa, su condición. Dice en el poema “Canto del macho anciano”:

“Caduco en “la República asesinada”

y como el dolor nacional es mío, el dolor popular me horada

la palabra, desgarrándome,

como si todos los niños hambrientos de Chile fueran mis parientes;

el trágico y el dionisíaco naufragan en este enorme atado de lujurias

            en angustia, y la acometida agonal

se estrella la cabeza en las murallas enarboladas de sol caído,

trompetas botadas, botellas quebradas, banderas ajadas, ensangrentadas

            por el martirio del trabajo mal pagado;

escucho la muerte roncando por debajo del mundo

a la manera de las culebras, a la manera de las escopetas apuntándonos

                        a la cabeza, a la manera

de Dios, que no existió nunca…”

(…)

 

“Tranqueo los pueblos rugiendo libros, sudando libros,

            mordiendo libros y terrores

contra el régimen que asesina niños, mujeres, viejos con macabro

            trabajo esclavo, arrinconando en su ataúd

a la pequeña madre obrera en la flor de su ternura,

ando y hablo entre mártires tristes y héroes de la expoliación, sacando

            mi clarinada a la vanguardia de las épocas, oscura e imprecatoria

de adentro del espanto local que levanta su muralla de puñales y de fusiles.”

El amor por Winétt

Otro tema inevitable en la obra rokhiana es el amor hacia Winétt, su idolatrada esposa y poeta, fallecida en 1951. En el poema “Oleaje de eternidades”, le canta:

“El sexo, el hambre, el vino y la justicia,

Winétt, enarbolaron las catedrales y los estandartes, y “Dios” es alcohol terrible,

los cantos son mando tronchado y libertad acumulada.

 

         Cuando te nombro, Luisa Anabalón, se remece la especie,

todos los muertos paran la oreja en lo infinito,

y del árbol del mundo caen lágrimas grandes, pálidas como truenos solos,

                             y águilas sin cabeza,

familias horriblemente heridas por la divina cuchillada de lo bello tremendo,

porque tu  nombre es el amor vestido de abismo, el dolor trayendo un recuerdo

de fabulosa heroína moribunda o pájaro oceánico,

                          y la naturaleza y la materia echando flor ogaño…”

La rebelión rokhiana

En el poema “Grano de pólvora a una cigarra”, también dedicado a Winétt, el amor y el sentido de rebelión ante la injusticia se hace latente con fuerza y furia, mostrándonos a Pablo de Rokha con toda su consecuencia literaria y política desatada. Además de la vigencia de los versos, podemos constatar su vigencia poética, porque, en realidad, 120 años no son nada, apenas el inicio.

 “Empuña el sol tocando y desparramando su cuerno de fuego, y en los surcos maduros el pan estalla entre gaviotas y vasijas...

Todo está hecho así, Luisita: vihuelas y cadenas, y somos materia que habla, materia que llora, materia que canta y enormes categorías de espanto; cae el hombre y se levanta la sociedad huracanada, rompiendo esclavitud adentro y congojas grandes como espigas o como estruendos de eternidades que batallan arrojándose montañas a la cara; amor, aquí estoy cuidando tu sueño como un tigre rojo o un soldado de basalto de centinela en las avanzadas del mundo.

Sobre el hambre del régimen levantan los imperios económicos la bandera negra de la piratería internacional, enarbolada por los Caínes y traidores, y el águila de los infiernos desgarra y aplasta vientres de mujeres de miel y niños atroces con la pata macabra de la guerra y la inflación rugiente de cadáveres.”

(…)

“Entre el ilustre mar y tú, la relación de profundidad es enorme; es por aquello que no es tu recuerdo quien va adentro de mí, sino yo mismo íntegro adentro de tu recuerdo porque yo soy tu recuerdo; desde mi congoja llueve tu nombre, y voy como Galvarino con los brazos cortados a la altura del corazón.

Llora la ojota nacional, y el país hambriento y desesperado aguanta la patada del gran imperio del dólar tallada en la bota del patrón, y el peón apenas se puede la miseria; tranco a tranco, empujo mi alma como un carretón viejo; y estos renglones echan humo y pena de gran incendio, como si se quemasen todas las montañas del mundo; sobre las ruinas tremendas alto y ancho retumba el trueno; aguarda un momento Winétt: ¡voy a golpear la Eternidad con la cacha de mi revólver...!”

*Texto publicado en Revista Punto Final Nº 815, año 49, octubre 17, 2014.