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FERIA LIBRE

El último pícaro

El último pícaro
Según los expertos, Vida de Estebanillo González, hombre buen humor, contada por él mismo (1646) es la última de las grandes novelas picarescas del siglo de oro de las letras españolas. La precedió, un siglo antes, la obra fundacional del género, el Lazarillo de Tormes (1554). Señalo, como aficionado vicioso al género novela picaresca, dos obras contemporáneas al Estebanillo: La niña de los embustes (1632) de Alonso Castillo de Solórzano, y El diablo cojuelo (1641) de Vélez de Guevara. La primera es rara en el género al ser protagonizada por una mujer, experta delincuente y empresaria hábil, una feminista avant-la-lettre; la segunda es protagonizada por un demonio verboso, que vuela con su acompañante de una ciudad a otra y le hace mirar en un espejo sucesos que acaecen en lugares distantes. Un adelantado a los viajes en avión y la tele, vaya pícaro.

Lo que distingue al Estebanillo de su modelo el Lazarillo, es antes que nada el hecho de tratarse de una obra completa, una verdadera novela. No un libro fragmentario como el otro, que llama a pensar en censuras que la han dejado con capítulos apenas esbozados, como si mangas negras hubieran colocado allí sus tijeras oscurantistas. No obstante, esas mangas han seguido persiguiendo al personaje de Estebanillo, ya que ediciones de la era franquista insisten en denigrarlo literariamente. Lo que ocurre es que se trata de un texto más bien inmoral. Para mí es un libro barroco, enrevesado por afán estilístico aunque con un ritmo que supera a otras picarescas. Suyo es el humor más desmesurado.

Estebanillo práctica el robo, el engaño, la traición, la truculencia y la impiedad sin importarle nada a quien perjudica y sin mostrar alguna suerte de sentimiento culpable. Su genio vivo y su dipsomanía ayudan. Se pasea en la Europa en guerra, como la invasión de Flandes por España, desertando cuando se le antoja. Sus insultos son insolentes in extremis: “Hijo de cien cabrones y cien mil putas”. Se considera escritor, su orgullo. Dice: “Supe leer, escribir y contar... lo que me ha valido para continuar el arte que profeso; pues puedo asegurar, a fe de pícaro honrado, que no es oficio para bobos”. Sus fracasos lo hacen más fuerte: “De los escarmentados se hacen los arteros”.

De todos sus méritos, el aporte máximo es a la gastronomía, una joya barroca: el relleno imperial aovado. Aquí va in extenso: “Repare vuesa merced en este relleno, porque es lo mismo que el juego del gato al ratón: este huevo está dentro deste pichón, el pichón ha de estar dentro de una perdiz, la perdiz dentro de una polla, la polla dentro de un capón, el capón dentro de un faisán, el faisán dentro de un pavo, el pavo dentro de un cabrito, el cabrito dentro de un carnero, el carnero dentro de una ternera, y la ternera dentro de una vaca. Todo esto ha de ir lavado, pelado, desollado y lardeado, fuera de la vaca, que ha de quedar con su pellejo; y cuando se vayan metiendo unos en otros, como cajas de Inglaterra, por que ninguno se salga de su asiento los ha de ir el zapatero cosiendo a dos cabos, y en estando zurcidos en el pellejo y panza de la vaca, ha de hacer el sepolturero una profunda fosa, y echar en el suelo della un carro de carbón, y luego la dicha vaca, y ponerle encima el otro carro, y darle fuego cuatro horas, poco más o menos; y después, sacándola, queda todo hecho una sustancia y un manjar tan sabroso y regalado que antiguamente comían los emperadores el día de su coronación; por cuya causa, y por ser el huevo la piedra fundamental de aquel guisado, le daban por nombre aovado.”

Bartolomé Leal