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A DIEZ AÑOS DE LA MUERTE DE LA ESCRITORA BOLIVIANA BLANCA WIETHÜCHTER (1947-2004)

Blanquísima Blanca. Encaramada sobre el más alto faro

Blanquísima Blanca. Encaramada sobre el más alto faro



Hay un escritor entre Cabral y Fogwill, cuya costumbre de releer todos los libros del escritor o escritora que por algún mal cálculo del destino o cuando el propio cuerpo se cansa y decide partir, se imponía como celebración y homenaje a la vida y obra de aquél que se iba.

Son diez años de la muerte de la escritora Blanca Wiethüchter. Verla en vivo y en directo intimidaba en su timidez, se movía y salían palabras por debajo de su chal; cuando inclinaba dulcemente su cabeza, de ese modo tan único, de su nuca salían palabras extrañas, amorosas, como “tiempo”, “intemperie”, “hueco”, “memoria”. Y cuando, luego de hablar un rato, acomodaba su cabello, en el momento en que subía su mano para arreglarlo, se deshilachaba su brazo y escuchabas cómo las palabras “vida”, “fervor”, “ciudad”, “albañil”, “cavar”, en un susurro, despacito, caían a sus pies y se arrastraban como un velo de novia detrás de ella.

Este es un homenaje de la RAMONA para recordar los diez años de su partida. Diez textos para celebrar, recordar y repensar a Blanca la poetiza, la mujer, la esposa, la investigadora, la palabra, la memoria, la madera, la vida. Blanca la amiga entrañable de Saenz, esposa de Villalpando, maestra de poetas y poetizas de todo Bolivia. Blanca la que amaba la vida, la que reía a carcajadas, la que habitaba La Paz, el lugar, la que esperaba su cumpleaños para recibir regalos especiales de sus amigos, la que bailaba, la que vivía en la palabra. Blanca Wiethüchter, la del apellido alemán, para algunos difícil de pronunciar, tan difícil que le decían, como refirió su esposo, Blanca Winchester. Blanca la que nació en La Paz en 1947 y murió en Cochabamba en octubre de 2004. (Alba Balderrama)

1.Blanca Wiethüchter: nombrar los libros

Antes de leer, de verdaderamente leer, a Blanca Wiethüchter, estaba fascinada por los títulos de sus libros: Asistir al tiempo me suscita un irreprimible impulso de cuadrarme y acudir, también, a esa cita. El verde no es un color parece extender la negación más allá de los alcances de ese color refutado. La lagarta es quizá el título que más me turba, me incita a una vigilancia casi visual al colocarme ante imágenes inquietantes que no amainan con su contenido; al contrario, se avivan con los diálogos de la voz poética, con su tenaz búsqueda por un cuerpo “profundo” y “subterráneo”, ese cuerpo al que Blanca Wiethüchter nombra desde una lengua afilada y poderosa, anunciando la intensidad que luego estalla en El rigor de la llama. Pero yo iba a hablar de títulos, no de la vehemencia ni la energía que las palabras cobran en sus poemas. En el caso de este poemario, el fuego riguroso de su nombre se eleva disciplinado, no se aplaca en la caza ni en el tiempo: arde e interroga, recuerda, abrasa. Y siguiendo este recorrido superficial por las tapas de sus libros, sobresale con un brillo singular Los negros labios encantados, un título que hechiza solo. Y que llama y envuelve. Los negros labios encantados anuncia en su nombre, su ritmo. “Muda te contempla la piedra/ muda tú la miras”, conversa la poeta como en tantos poemas, donde el diálogo es su forma buscarse, de llamarse.

De todas maneras, mi preferido sigue siendo el primero que escuché nombrar, el primero que vi sobre una portada: Asistir al tiempo. Tardé mucho en leerlo, acaso porque la fascinación por lo que evoca me hubo detenido, permitiéndome mantenerlo como promesa. Asistir al tiempo: es brillante, pensaba. Sigo pensándolo. Maravillosa, bendita redundancia que sin embargo ella se atreve a pronunciar: ¿se puede no asistir al tiempo? Ahí, en la cubierta de unos poemas que continúan seduciéndome y desconcertándome a la vez. La afirmación tajante del nombre de este libro es la expresión de un anhelo necesario que se manifiesta categórico en el infinitivo. Blanca Wiethüchter no ignora esa convocatoria y al tiempo acude, como quien se dirige a una casa vasta, infinita, descomunal y sin embargo, abarcable por la potencia del lenguaje. El tiempo de Blanca puede entenderse como un hogar donde habitan las palabras y las horas. Ahí, ella se persigue a lo largo del tiempo como si éste fuera un escenario al que atravesar. La poeta recorre su memoria como si paseara por unas habitaciones familiares, disgregando su identidad en ese espacio hecho de transcurso. Y responden los versos sin voluntad de detenerse. (Anabel Gutiérrez León)

2. Elocuencia del vacío. El jardín de Nora

En la única novela publicada de Blanca Wiethüchter, la evocación de las memorias y las percepciones hacen de la narración un cuerpo en continua intriga, ajetreado, desviado, arrebatado. La historia de Nora, una austriaca que llega junto con su esposo Franz a vivir a La Paz, que quiere cultivar un jardín vienés sobre un lecho de río lleno de piedras, que tiene diez hijos que enmudecen misteriosamente entre los seis y siete años, está llena de huecos y memorias que emergen.

La extrañeza de la narración se produce al armarse el contrapunto entre un flujo de distintas memorias y el retaceo deliberado de la cronología. Según la crítica Lucía Reinaga, “el poder de la voz narrativa no reside en su conocimiento de los sucesos venideros sino en su memoria”(1). Matizamos esta propuesta: esta voz narrativa no conoce una sino dos memorias. Por una parte, la que configura las historias de los personajes y, por otra, la que sugiere una historia digamos ancestral, un complejo entretejido en las capas impúdicas de una tierra que se abre para mostrar una herida, un disenso, un vacío.

El jardín de Nora plantea la articulación de un bordear el vacío, del desvío que despliega lo “incierto” en tanto borronea la actualidad de los sucesos y los desplaza hacia la zona de lo presentido, hacia la no-temporalidad de aquello que se presentía desde hace mucho. Las tensiones culturales no se resuelven en el equilibrio de la producción del (nuevo) lugar y el (nuevo) sujeto de la diferencia. La diferencia permanece en tanto hueco porque el cuerpo del discurso se distancia de cualquier afán conciliador y/o denunciante para vaciarse de aperturas y posibilidades de equilibrio. La novela construye el cuerpo del vacío desde la respiración de un relato de espesor sensual que pone en cuestionamiento el planteamiento de una realidad latinoamericana, que si bien diversa continúa siendo una figura unitaria. La corporeización del vacío pasa por un eludir el planteamiento de una realidad y articular el cuestionamiento en el escenario de las realidades latinoamericanas, plurales e intrincadas, hechas, dichas y escritas desde su permanente disenso. (Mary Carmen Molina Ergueta)

(1) De las montañas de la locura a la montañas de La Paz. El hueco como herramienta para leer horror en la literatura, p. 109.



3. El trabajo educativo de Blanca Wiethüchter*

(…) Quienes hemos sido alumnos de Blanca (…), sabemos bien que una de las peculiaridades de sus clases era que el lugar de trabajo bien podía ser o las aulas de la Universidad o bien su propia casa. En la medida en que blanca cambiaba de vivienda, cambiaban también las clases. A mí me tocó visitar, primero, un departamento de la 20 de Octubre, luego la planta baja de un edificio donde funcionaba “Puraduralubia”, un espacio que Blanca había creado para realizar reuniones, conferencia, talleres, en fin, una diversidad de actividades artísticas y culturales. Después, en el mismo edificio, un piso de los altos, creo que el séptimo, y por último, su casa de Los Pinos. 

Este hecho, esta transición imperceptible, casi natural, del aula al hogar permite hacer algunas especulaciones. Parto de una confesión: nunca me he sentido incómodo ni en el aula ni en casa de Blanca; creo que la atmósfera familiar, de confianza y generosidad que ella lograba crear permanecía entonces incólume inclusive en los momentos más duros de discusión y crítica. Éste me parece un punto alto en su actividad como docente: como los antiguos griegos, Blanca sabe que la razón es un punto de llegada y no de inicio, que el diálogo y la discusión no significa demostrar que se tiene razón, sino buscar la razón, es decir los puntos de encuentro y no de división. (…)

Pero su convencimiento de profesora no es únicamente el resultado de esta ética de vivir la literatura. También lo es de su inquebrantable convicción de que hacer y vivir en Bolivia no solo es un destino sino un milagro. (…) La alegría de ser y estar en este país ha llevado a Blanca a empresas diversas e importantes: fundar revistas, editoriales, organizar carreras, programas de estudio, dirigir suplementos literarios, dirigir y producir vídeos, escribir y editar una historia crítica de la literatura en Bolivia, dirigir tesis de grado, dar a conocer poetas jóvenes, en fin, una serie de trabajos cuyos frutos hoy disfrutamos.

Termino diciendo que estas virtudes: el poder crear un ambiente de generosidad y confianza, el tener conocimiento y convicción por lo que se hace, y gratitud por el lugar donde se vive son lo que es Blanca Wiethüchter. Y por ello, muchas gracias a ella. (Gilmar Gonzales Salinas)

*Fragmento del texto que, con el mismo título, hace parte del libro Blanca Wiethüchter, el lugar del fuego, editado por Marcelo Villena en 2004.

4. Tu madera viva*

Blanca:

Me toca injustamente, por este cargo circunstancial, romper el encantamiento de tu voz y de tu poesía, para hablar de lo que representas y has representado siempre: la vida como algo intenso. Cuando uno viene del oscuro túnel de la política, encontrarse otra vez con la esencia de las cosas es profundamente reconfortante. Ciertamente tú has estado y estarás en la esencia de las cosas.

Tu voz y tu poesía tocan aquello que importa, lo que tiene que ver con uno y lo que tiene que ver con los demás. Creo que tu camino de construcción literaria ha sido primero una búsqueda y un encuentro de ti misma y después -Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia, no es casual- un encuentro con la raíz que para quien es como tú, hija de inmigrantes, es mucho más difícil de encontrar que la raíz que está prendida en quien ha estado tantas generaciones aquí. Creo que una de las cosas extraordinarias que has hecho es encontrar los arcos y los pliegues del país, encontrarlos a partir, no de la estridencia de la provocación, sino del descubrimiento de las otras voces y de la relectura de las voces que todos creíamos conocer.

Alguien hablaba de la ciudad más bella del continente. Yo sé cuál es la ciudad más bella del continente para ti; aquélla que tiene que buscarse en los huecos del cielo, hasta que, encontrada, tiene las luces que se ven abajo, como dices en Madera viva y árbol difunto. Aquella que es ésta misma, que es de alguna manera un cielo y un infierno, ésta que es, a pesar de todo, la que tiene más fuerza, más poder, más sangre, más historia y más cultura. (…) (Carlos D. Mesa Gisbert)

*Fragmento del texto que, con el mismo título, hace parte del libro Blanca Wiethüchter, El lugar del fuego, editado por Marcelo Villena en 2004.

5. Primera mañana

Era una mañana de julio. O mejor, era un amanecer de Julio y yo regresaba a La Paz después de estar unos meses fuera. Tenía en la mochila la primera edición de Madera viva y árbol difunto, que se había publicado en 1982.

Yo me había prometido no leer ese libro en otro lado que no fuera La Paz, no sabía de qué trataban los poemas ni cuáles eran las resonancias en la poesía boliviana de ese libro. Había leído Ítaca (2000) y El verde no es un color (1992) y la novela El jardín de Nora (1998) y me parecieron muy jodidos, muy fuertes y demasiado intensos, a veces hasta divertidos, pero muy cerca de la tragedia; esa línea entre el chiste bien contado y la melancolía abismal. Así que cuando leí en la terminal de buses de La Paz Madera viva y árbol difunto, a modo de descansar de ese largo viaje, no pude respirar, tenía una mochila, una maleta enorme con mi ropa, libros, discos y algunas cosas más. Ese día, mi maleta durmió en la oficina de guardaequipajes y yo, desde las siete de la mañana, empecé a caminar por La Paz. Nunca pude verla con ojos de turista. Desde que había llegado a ella, tres años antes de ese momento, siempre supe que en ella no estaría de paso. Había vivido en tres zonas distintas de la ciudad de El Alto y, al final, ahora que estoy en Quito, recuerdo haber pasado mi vida por cuatro zonas (barrios) diferentes de La Paz y en cada uno de ellos fui feliz, pero feliz así en el estilo que está escrito Madera viva y árbol difunto, que es una felicidad extraña. Uno entiende por qué todo el mundo dice que La Paz es mágica, mística y misteriosa, uno sabe, al leer a Blanca Wiethüchter, autora de todos los libros mencionados ahora, que La Paz es interminable, que La Paz es poesía en movimiento. Es básicamente una forma de llegar a lo oscuro a través de la luz y una manera de habitar en la luz sin quedarse ciego. Hoy, que han pasado tantos años y tantas cosas nuevas, hay en el cuerpo paceño y en el mío, lo que más extraño es esa voz. La vitalidad de cierta poesía y de cierta narrativa: Blanca Wiethüchter, más que un nombre, que tu voz esté, que siempre esté, aunque ya no estés. (Christian J. Kanahuaty)

6. Soñar la mariposa

Te leo y huelo las páginas y los panes de la mesa y entonces

Y las flores del comedor

Y la madera recién encerada del comedor, madera viva

El pasado es un día, una noche, una forma de mirar tan plena y fatal

que todo lo transforma.

Tu cuerpo liberado en el lago en el silencio

en los muros de cal en esta casa

en esta fecha en este recuerdo

en este instante de saberse infinito y completo.

Te moriste primero, enigma, palabra, sortilegio, aurora. Debe ser por eso que te vemos en las palabras certeras, esas que como el viento de otoño desnudan los árboles, los troncos y maderas que tanto querías.

Blanquita de mi vida, te enciendo una vela para invocarte esta noche. El miedo me está ganando. Una vez dijiste que ángeles se llaman las palabras /que conjuran los poderes del miedo, y yo que te creo con fervor, llamo a los ángeles encerrados entre las páginas huesudas de los libros que me rodean. Vos, la gran mujercita sentada que miras hacia abajo, por las laderas y las pendientes esperando las lluvias de febrero, dime, ¿qué se esconde en las pupilas de los lobos? ¿Qué manos desnudan las amapolas? ¿Qué palabras amorosas engendras en las orillas?

Tan cercana y tan lejos, como una crisálida que deja de ser crisálida y nosotros, recordándote, nosotros sin poder soñar la mariposa.

¿De dónde has venido, Blanca, para que te amemos como te amamos? (Cecilia De Marchi Moyano)

7. La geografía suena

Amor por lo vivo, por la vida, de ahí vino y eso buscó siempre la poeta más intensa de Bolivia, Blanca Wiethüchter. Todo lo escribió encendida por el “luminoso amor” al que invocó, le preguntó, le cantó y le sonrió (Luminoso amor que todo lo transformas / de qué astro, de qué luz, de qué vida / has venido / ¿de dónde? / Por qué cerro, por qué ladera / por qué montaña / has bajado / ¿por dónde? / Para amarte como te amo / para amarte como te amo / ¿de dónde has venido?).

Todo lo que escribió venía inspirado por ese amor. De su amor de esposa salió un pequeño libro, bonito, especial e intenso dentro de su simpleza, La geografía suena. Biografía crítica de Alberto Villalpando (2005). El libro sobre el que trabajó hasta poco antes de morir aborda la vida y obra de uno de los compositores más innovadores y arriesgados de música boliviana. Escribió el libro a cuatro manos con el músico y director de orquesta boliviano Carlos Rosso, quien hace los comentarios técnicos de la obra musical de ese hombre de quien “Es necesario decirlo, fuma. Su mujer dice que es dulce y que se llama Alberto Villalpando”.

La geografía suena, a modo de resonancia, da cuenta del amor por su esposo y su música, es la continuación de una historia íntima, su historia personal, que terminó siendo la historia del país y de su literatura. En otro de su libros, pequeños y monumentales, Memoria Solicitada, Blanca cuenta la primera vez que vio a Jaime Saenz. Imposible no relacionar el sonido y los ecos de ese dulce amor que pasan de un libro a otro en el tañido de unas campanas que Blanca recuerda en Memoria Solicitada: “La primera vez, que lo vi (a Jaime Saenz), en el año 1968, fue en el Paraninfo Universitario, de la UMSA. El estreno de un Concertino para piano y orquesta de cámara, de Alberto Villalpando, lo había arrancado de su guarida. Me acuerdo que Villalpando, en el escenario, manipulaba un extraño instrumento, que lo pensé inventado para reproducir sonidos andinos. Pero no era así. Levantado sobre una armazón simple, colgaba una doble hilera de cañas huecas. Originaba un sonido cristalino, seco y singular. Se trataba –lo supe después– de unas campanas chinas y que –Dios los cría y el diablo los junta– habían construido ambos, Saenz y Villalpando, precisamente para el concierto. Luego Saenz tuvo uno similar. Se enamoraba de herramientas de toda índole (…)”. (Alba Balderrama)

8. Asistir al tiempo*

Asistir al tiempo.- Aunque carezco de aptitudes para la crítica literaria precisamente, ello no obstante, puedo afirmar que conozco la poesía de Blanca Wiethüchter y sé lo que es.

El conocimiento poético se enciende con revelaciones claramente definidas en el libro Asistir al tiempo. El espacio es, a mi entender, una llave maestra en cuanto se quiere penetrar en el contenido de estos poemas. El movimiento y por tanto el tiempo que fluye de él sólo cobran vigencia en la medida en que se remiten al espacio como materia de la realidad poética. Tiempo y movimiento no interesan sino en la medida del estar. Dicho de otro modo: el estar es lo que en verdad importa; mas no se trata de un estar en el espacio; el estar es de hecho el espacio.

El estar poético.- Nótese el espacio concreto y la tensión del estar poético, por lo que la realidad geográfica se transfigura. Asistir al tiempo es precisamente quedarse en un lugar determinado. Estar en un lugar que corresponde al sucedido particular por el que se sintetizará el ansia de ser. Ello significa justamente apropiarse del espacio. Así el espacio transfigurado es el estar. Pues el poeta ha dejado y al mismo tiempo no ha dejado de ser el estar. De otro modo no podría asistir al tiempo. Tal la realidad profunda del sueño, si cabe: de hecho asistes al tiempo que discurre mientras duermes y te estás, cuando sueñas; sólo que en el plano de la realidad vital la experiencia poética alcanza la objetividad respectiva en la misma medida en que la voluntad concurre.

Los caminos de la ciudad.- Es evidente que todos los caminos en la poesía de Blanca Wiethüchter conducen a la ciudad. Canta el poeta el canto que la ciudad canta; sufre el sufrimiento que la ciudad sufre y se alegra con la alegría con que la ciudad se alegra. Contempla con dilatadas pupilas la contemplación de los altos muros que la ciudad contempla. Los muertos que en la ciudad respiran, son quienes le señalan los caminos, en la amplitud, en el espacio. Luego el silencio y el olvido, y la lluvia; el dolor y el amor, el encanto y la muerte, el ruido y los habitantes, y el viento, en la ciudad se encuentran. Es por lo que conoce la ciudad por lo que Blanca Wiethüchter conoce el espacio. La realidad consubstanciada con lo poético encuentra así su curso en el hacer, a partir de una totalidad siempre dinámica que se alimenta en las fuentes del auténtico mundo vital al que pertenecemos. Pues el poeta no sueña. El poeta vive y trabaja y actúa. Está despierto.

El canto.- Cantar a la ciudad es cantar a todo cuanto la ciudad implica. Tal el canto en la poesía de Blanca Wiethüchter.

Pues en medio del enigma de la ciudad profunda; en medio de un vago sentimiento inexpresable, de júbilo y de tiniebla, siempre nos preguntamos qué será al ciudad – cómo será la ciudad.

Qué cosa extraña.

Hay que ver, hay que ir. Hay que estar. Hay que morir y quedarse. Hay que seguir al poeta, por razones de espacio – la vida se está. (Jaime Saenz)

*Fragmento del Prólogo que abre el libro Asistir al tiempo de Blanca Wiethüchter, editado en junio de 1975.

9. Una poética de lo que hace vivir*

Blnca Wiethüchter es, por la calidad y el aporte de su obra poética, una de las más importantes poetas bolivianas del siglo XX. A los largo de los diez poemarios ya publicados, propone la ruptura y la fragmentación de la voz poética por medio de variados recursos, entre los que destacan la intersexualidad, la colectivización del hablante y la pluralidad de las voces enunciativas. Su obra está marcada por el esfuerzo implacable de trabajar el lenguaje arduamente hasta convertirlo en una zona crítica donde la densidad de los contenidos corresponda con la agudeza de las formas. Una reflexión atenta a los procesos de la identidad personal, su inserción en una colectividad, y a las maneras en que la literatura nutre y se alimenta de su momento histórico han sido dos de los parámetros constantes en su escritura. existen tres líneas poéticas en la obra poética de Blanca cuya propuesta apunta hacia la configuración de voces y de sujetos poéticos que enfrentan e incluyen el problema de la alteridad a nivel textual. (Mónica Velásquez Guzmán)

*Fragmento del texto que, con el mismo título, hace parte del libro Blanca Wiethüchter, el lugar del fuego, editado por Marcelo Villena en 2004.

10. Cuando el corazón late a 24 por segundo*

(…) “El cine es una puerta que plantea dos cosas; por una parte es un problema de oficio y, por otra, es una especie de seducción que además te muestra otros lenguajes”, declara Blanca Wiethüchter en 1995, cuando el cinematógrafo cumple sus primeros cien años, cuando el mundo recuerda la primera proyección pública de los cortometrajes que los hermanos Lumière realizaron con aquel nuevo aparato que reproducía las imágenes en movimiento capturadas de una manera nunca antes vista.

Bolivia celebró el centenario del cine (1995) de una forma muy especial, ese año figura dentro de la historia como el “boom”. Si bien se ha discutido mucho la relevancia de este momento y las casualidades que lo provocaron, es importante decir que se estrenaron cuatro largometrajes trascendentales (cifra hasta entonces inédita en el país), que marcan un antes y un después en la producción nacional. Cuestión de fe (Marcos Loayza), Jonás y la ballena rosada (Juan Carlos Valdivia), Para recibir el canto de los pájaros (Jorge Sanjinés) y Sayariy (Mela Márquez) son las películas que conforman este grupo imprescindible a la hora de analizar lo que sería el futuro. (…)

Sayariy se abre con un texto provocador en las primeras escenas, si se toma en cuenta esta no-pertenencia y la urgencia del reconocimiento de lo que se es: “Estando aquí, sin estar estoy / lejos, lejos de mi campo / acaso queriendo estar de vuelta / sin estar aquí estoy / acaso queriendo estar aquí…”. Blanca Wiethüchter perfila desde aquí lo que será la película.

La anécdota puede ayudar. Cergio Prudencio, con quien Márquez había decidido trabajar en la música de Sayariy, recomienda que Blanca Wiethuchter ayude con el texto de la voz en off que la película requería. Este relato que ya resultaba una exigencia del largometraje tenía que ser trabajado de una forma que se acople a la estructura inicial del film. Fue entonces que Prudencio y Márquez llegaron a la casa de Wiethüchter en la zona de Calacoto en La Paz. La cineasta, al recordar ese momento, dice: “Me recibió con una ternura que me encantó, congeniamos desde ese minuto”. Ese día para Márquez está signado por una palabra que recordaría siempre: regio. Cuando la directora recuerda la etapa de escritura de los textos para su película, le viene a la mente “regio” como una palabra recurrente en el lenguaje de Blanca y esto logra arrancar una sonrisa que se llena de tristeza y a la vez de una alegría de antes.

Wiethüchter decidió escribir los textos para Sayariy, pero éstos fueron hechos de una manera poco convencional. Márquez volvió a Italia para trabajar en la post-producción y en La Paz Cergio Prudencio, junto a Blanca, trabajaba lo que fue la banda sonora de la película donde se incluyen 28 poemas que forman un cuerpo único. La poeta declara: “En principio no estaba calculada mi participación en Sayariy, pero después surgió la necesidad de acompañar al documental con secuencias poéticas y empecé a trabajar. Los poemas que yo escribí están ligados a la acción, a lo que sucede en ciertas secuencias, pero aun así, son poemas autónomos.” (…)

“No me gusta la soledad, el trabajo de escribir es solitario. En la elaboración de un video participan muchos, eso otorga la posibilidad de compartir durante un hacer que busca ser arte.” Esto expresa el sentir de Blanca Wiethüchter acerca del audiovisual. Parece existir una necesidad fundamental que ayuda a desarrollar a través de otros medios la creación de nuevos mundos que se nutren de lo que ya se conoce. Sin embargo, su trabajo en Sayariy resulta ser algo más que otro episodio en la vida de la poeta. Es desde aquí que explora una forma de narración a la que no se había aproximado antes, esta idea de la internación en un lenguaje para recurrir a imágenes que ahí nacen para poder construir esto que se hace desde el propio pensamiento, el universo mismo de la otra cultura, a la que sin dejar de ser occidental se aproxima con la honestidad de quien le guarda un alto respeto. (…)

“Yo provengo del mundo de la literatura, he escrito ensayos, escribo poesía e incluso le doy a la prosa de vez en cuando. ¿Cómo no caer en la seducción de expresar –expresarme-, a través de otro lenguaje, tan poderoso como la imagen visual ?.” Tal vez el cine y el video hayan sido el jardín de Blanca, ahí donde plantó hermosas flores que hoy cultivamos. “Sin estar estando, aquí estoy / Acaso sin estar aquí.” (Claudio Sánchez)

*Fragmento del texto que, con el mismo título, hace parte del libro La crítica y el poeta: Blanca Wiethüchter, de varios autores y editado por Plural en 2011.