Opinión Bolivia

  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
  • Actualizado 20:06

SEGUNDA PARTE

¿La lectura como defensa personal

¿La lectura como defensa personal



Cada vez que llega una feria del libro se nos antoja hablar de la lectura, pero cuando decimos “leer” pocas veces parecemos estar hablando de lo mismo. Por el papel que juega el internet hoy en día, pero también por la facilidad con la que se pueden adquirir películas piratas en nuestro país, hablar de lectura debe involucrar un radio de acción un poco más amplio. No vivimos ya en una era diferente, no nos molesta tanto la falta de acceso a la información, al contrario, lo que nos obnubila es el sobre-exceso de información que circula por ahí. Como dice Umberto Eco, “para aprender a leer necesito un librito pequeñito, no una enciclopedia, y el internet es como una enciclopedia”. Luego está la cuestión de la desinformación, el manoseo del conocimiento por gentes de todas las proveniencias e intenciones. Por tanto, no es ya la ignorancia lo que el sistema educativo debe preocuparse por conjurar. Sépase además que existe una ignorancia que es signo de salud, pues es bueno no saber aquellas cosas que no conviene saber (aun), la vida avanza para cada uno según tiempos misteriosos, no se le revela al individuo aquello que no estaría en condiciones de soportar (como se suele decir en el lenguaje popular, “la vida aprieta pero no ahorca”), y en esta tolerancia misteriosa se encuentra agazapada la ignorancia saludable. Un querido escritor chaqueño redondeaba esta verdad en una línea: “yo cuido mi ignorancia como oro”. La lectura también estimula esta ignorancia, existen maneras de no comprender un libro que dialogan con otras maneras de no comprenderlo, y se hace bien al dejarlas reposar. La ignorancia así entendida protege la vida, la encamina, le sirve de trasfondo a nuestro saber, como un paisaje en la pintura contiene a sus figuras de cerros, de piedras o de animales, es una exhalación, el tono del bajo que dirige a la guitarra y pone el pie cuando la batería debe entrar en escena. 

Pero si no es la ignorancia el enemigo contra el que combate la educación y la lectura, entonces ¿cuál es? Tal vez el verdadero enemigo sea la incapacidad de conectar. Dado que la información sobrevuela alrededor nuestro, y se actualiza minuto a minuto de una manera insensata, lo que nos abruma es la manera inconexa en que se nos presentan los materiales. Vivimos la cultura del zapping, de la navegación sin brújula, nadie ha hablado de brújula en internet, y eso es algo que te aporta la lectura, cuando comprendes que se trata de conectar puntos, líneas con puntos, puntos entre puntos, líneas con sus prolongaciones... El desorden que nos impone la web, sus múltiples opciones, la dispersión, la lectura fragmentada que nos obliga a incorporar, todo ello termina en la desconexión, que es confusión, o puede terminar en ese acantilado. Pero si afinamos nuestra habilidad para conectar elementos heterogéneos y darles un nuevo sentido en la intersección, probablemente tendremos a mano una buena manera de aprovechar los limones que existen ahí afuera y hacernos una limonada, en lugar de quejarnos por el agrio sabor de los limones desparramados. Este el sentido de los talleres de lectura, o de limonada.

El taller del profesor llegó así a su crepúsculo. Los muchachos tenían la expresión en el rostro de que ya habían tomado los alimentos que necesitaban, era hora de retirarse y salir otra vez libres hacia el encuentro con el aire frío y húmedo que abrazaba la ciudad. Así que los dejó ir, algunos le saludaron con sonrisas al salir. Quedó complacido de haber compartido con semejante talento contenido en cuerpos todavía muy jóvenes, casi adolescentes. Abrió su maleta, guardó sus cosas en la más pura soledad, y se dispuso a partir, sin que nadie lo vea, nuevamente, al infinito mundo del libro verde de ficción del cual se había escapado.

*Filósofo.

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