Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
  • Actualizado 00:00

EL DESTACADO ESCRITOR COCHABAMBINO PRESENTÓ RECIENTEMENTE DOS LIBROS

Edmundo Paz Soldán: “Saenz me ha ayudado mucho para el mundo de Iris”

Edmundo Paz Soldán: “Saenz me ha ayudado mucho para el mundo de Iris”



Un viaje doble al pasado y al futuro propone Edmundo Paz Soldán Ávila (Cochabamba, 1967) con Desapariciones e Iris, respectivamente. El primero, un libro de cuentos de hace 20 años, acaba de ser reeditado por Nuevo Milenio. El segundo, una novela editada en enero por Alfaguara, supone la incursión más arriesgada -y exitosa- del escritor en la ciencia ficción. Ambos trabajos fueron presentados en la reciente Feria Internacional del Libro de Santa Cruz por el también docente de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell (EEUU). 

Desapariciones, un tributo literario del Premio Nacional de Novela 2002 a los laberintos borgeanos y la moral kafkiana, refleja los inicios del autor, cuyo nombre es cada vez más sinónimo de literatura boliviana en el extranjero, afirmación ahora incontestable tras la amplia repercusión que ha tenido y sigue teniendo Iris. Y es que el creador de Río Fugitivo (1998) regresó por unas cortas vacaciones a su país tras haber sido entrevistado o reseñado positivamente por influyentes medios del mundo, CNN incluida.

Parte de ese renovado reconocimiento con seguridad se debe a la apocalíptica historia futurista de un mundo de drogas y guerra, para el que sin embargo el escritor acudió al pasado, retomando imaginarios de la literatura minera nacional y conceptos poéticos del escritor paceño Jaime Saenz.

Sobre tales influencias, sobre los premios y el periodismo dialogó la RAMONA con el también autor de las novelas El delirio de Turing (2003), Palacio Quemado (2006) y Los vivos y los muertos (2009), entre varios otros libros de quien funge además como “padrino” de toda una generación de narradores del país.

-Muchos lectores y críticos afirman que se conoce a un autor sobre todo a partir de sus primeros libros. Usted sin embargo ha señalado que Desapariciones, su segundo compilado de cuentos, es un libro “fantasma”. ¿Sirve o no entonces esta obra para conocer su literatura?

Yo creo que sí. Lo que pasa es que es un libro que salió el 94, ya hace 20 años. Lo editó el Centro Patiño, salieron 500 ejemplares. Como no se trataba de una editorial, sino de una fundación, el libro se conseguía si ibas a la portería y lo comprabas. De vez en cuando encontrabas alguno en otro lado, pero no era un libro que circulara. En ese sentido, el libro en su momento ha tenido muy pocos lectores. Para mí incluso es un libro redescubierto. En 2004 Alfaguara publicó en Estados Unidos una reedición de mis dos primeros libros de cuentos breves. Son cuentos que en Bolivia no han circulado mucho. Mis dos primeros libros de cuento, Las máscaras de la nada y Desapariciones, que creo que son primos hermanos, tienen la base de lo que he venido haciendo después de otra forma, quizás con matices.

-Algunas de las reflexiones que propone en Desapariciones tienen que ver con los lugares comunes, el envejecimiento y el desamor. ¿Son temas que han persistido en otros trabajos?

Esos no tanto (risas). Hubo un punto de inflexión en lo que hago a partir de Los vivos y los muertos. Hay un periodo muy definido hasta antes de esa novela, es decir hasta Palacio Quemado, luego hay un cambio brusco. Cuando comencé a deslumbrarme por la literatura, me fascinaban dos cosas: los laberintos borgeanos y las alegorías kafkianas. No sé si tanto en la novela, pero en los cuentos que escribo ahora esos elementos están de una manera más escondida y matizada. De pronto creo reconocer ciertas estructuras narrativas que las he heredado de lecturas de Borges. Antes eran más explícitas y obvias. Yo leía un cuento de Borges y esa noche quería escribir algo parecido. Entonces para mí Desapariciones es una especie de diario de lecturas. Después aprendes a esconder más tus influencias. Lo de Kafka siento que se refleja algo en Iris, que es una gran alegoría política y moral. Pero en mis inicios había leído La construcción de la Muralla China y otros relatos y me encantaban esas alegorías de una página. Eran alegorías en las que la moral estaba escondida y uno se podía romper la cabeza tratando de encontrar una moral que no era necesariamente la bíblica, sino una más críptica y hermética. Y eso creo que está todavía hoy en mi escritura. La cuestión de las parejas y el envejecimiento por ejemplo la trabajé hasta Amores imperfectos. Ya no son temas que me intriguen ahora.

-En uno de sus escritos de 2004, contó que justo después de Desapariciones mantuvo una polémica con el escritor Cé Mendizábal, a propósito de los premios. Usted afirmaba que reivindicaba a los premios como una oportunidad para la creación literaria, en tanto que Mendizábal apreciaba a los escritores que no publicaban. ¿Sigue defendiendo su punto?

Para un escritor joven, en un país en el que no hay muchas posibilidades de publicar, un premio es una opción para difundir su obra. Pero creo que esa discusión bizantina -o quizás en ese momento importante- quedó obsoleta con la nueva generación que ya no entró a ese debate. Incluso después Cé ganó dos premios (risas). Además me acuerdo que cuando ganó uno de ellos y le preguntaron por qué concursó, él dijo que por el dinero. Si yo hubiera dicho eso, me habrían crucificado. Pero a Cé nunca le pasaron factura por esa declaración. Quizás es que estamos madurando como sociedad literaria y ya no nos rasgamos las vestiduras acerca de si un premio es importante o no. Por otro lado, creo que hay premios y premios. Hay algunos bien respetados y en otros es mejor no presentarse.

-El delirio de Turing fue algo visionaria pues, a pesar de pertenecer al género de la ciencia ficción, su personaje principal tenía por ejemplo mucho del perfil político de Evo Morales y parte de lo narrado ocurrió luego en la realidad. ¿Cree que fue un ensayo para Iris?

Yo tenía dos influencias grandes y como muy opuestas. A grandes rasgos, me gustaba mucho la literatura fantástica, pero a la vez la realista. Borges y Vargas Llosa. Y quería juntar en El delirio de Turing esas dos influencias. Quería escribir una novela más de ciencia ficción, en la primera versión era así, pero no me la terminaba de creer, necesitaba un cable más a tierra. Y lo que pasó fue que en las siguientes versiones hasta la final ganó la tendencia realista y lo de la ciencia ficción quedó más atenuado. Quedó por ejemplo lo de la realidad virtual, lo de los hackers, que en ese entonces no eran algo tanto de ciencia ficción, sino que estaban al margen de la sociedad. Ahora se han vuelto más centrales, aunque antes parecían más de ciencia ficción. La realidad nos ha terminado ganando. Lo que ha pasado ahora con Iris es que quería nuevamente mezclar las dos influencias, lo político y social, que siempre me ha interesado más de la novela realista, con la cosa más fantástica de la ciencia ficción. Pero esta vez quería ser más delirante y asegurarme de que no me pasara como con El delirio de Turing, que no terminara yo mismo atenuando la cuestión más delirante. Por eso reconozco que hay partes de Iris que son bastante delirantes; la literatura debe funcionar por el lado más literal. Hay partes muy herméticas en Iris, en las que incluso necesito que el lector se pierda, que no esté todo tan claro, pero que al final quede una sensación o atmósfera del mundo que está en la novela. Sabía que era un riesgo, pero quería tomarlo.

-¿Puede adelantar que algunas de las predicciones de Iris serán realidades, tal como ocurrió con El delirio de Turing? ¿Es una sociedad apocalíptica y ultracapitalista la que ve en el futuro?

Lo que me interesa de la ciencia ficción es que es una forma desplazada de mirar el presente. Veo cosas en el presente que luego trato de extrapolarlas y decir que sucederán en el mundo futuro, pero de alguna forma ya están los contornos de ese mundo. Hay algo que está en Iris y que va a ser cada vez más central en la sociedad, es la presencia de las drogas en la vida cotidiana. Y cuando hablo de drogas me refiero también a las que vienen con receta médica. Los veladores de nuestros papás están llenos de pastillas, somos una sociedad cada vez más medicalizada y farmacéuticamente dependiente. Y por otro lado están las drogas de diseño, para entretenimiento, escapismo e incluso para búsqueda de trascendencia religiosa. De una forma u otra, las drogas son ya parte de nuestra vida cotidiana. Nuestros papás nos pueden decir no a las drogas, pero ese mismo momento pueden estar tomando Rivotril porque tienen una depresión o hay amigos que toman pastillas para dormir, y no notan que ellos también son de alguna forma adictos. Todos de alguna forma tenemos algún tipo de adicción, a las drogas médicas o a las de diseño o entretenimiento. He pensado en qué pasaría si simplemente asumimos que las drogas son parte cotidiana de este mundo, en qué pasaría si no hay todo ese discurso de la prohibición que existe hoy. Entonces Iris es una especie de radicalización de algo que ya es parte muy fuerte de la vida contemporánea. El otro tema es la unión de los estados con las corporaciones. En la novela, el Estado, Munro, no quiere ensuciarse las manos al explotar las minas y entonces delega eso a una corporación que tiene sus propios guardias de seguridad que hacen el trabajo sucio del Estado. No son soldados que defiendan una bandera, pero actúan como una fuerza parapolicial. Y creo que cada vez más está presente esa relación entre los estados y las grandes corporaciones.

-Iris ha consolidado su reconocimiento internacional como escritor. Hace algunas semanas por ejemplo le veíamos en entrevistas en grandes medios internacionales. ¿Atribuye este renovado reconocimiento a una sumatoria de méritos o le da un papel importante a su reciente novela?

No sé. Pero supongo que llama la atención. La literatura latinoamericana tiene una relación perversa con los géneros populares. En otras literaturas, están muy delimitados los géneros por ejemplo del policial y la ciencia ficción, y hay autores dedicados a ellos, tienen sus premios específicos y no necesariamente van a competir por los premios “serios”. En la literatura latinoamericana todo ha sido mucho más fluido, y entonces tienes a escritores como Piglia, que un día puede escribir una novela policial y luego no, y no es considerado un escritor de novela policial. Muchos escritores respetados escriben novelas más de género, digamos más populares. Pero siempre y cuando no se diga que son escritores de género, todo está bien. Quizás llame la atención que un escritor de corte más tradicional escriba una novela de ciencia ficción. Tampoco soy inocente, sé que Iris ha tenido mucha cobertura, tal vez más de la que yo pensaba. Parece que es noticia en sí algo que no debería serlo. Simplemente hay un escritor que hizo una novela de ciencia ficción y punto, pero creo todavía llama la atención. Aparte, creo que hay excepciones a la regla, pero no una tradición tan policial o incluso de lo fantástico dentro de la literatura de ciencia ficción.

-Pero no todos fueron elogios para Iris. Hubo también malas críticas como una del diario español El Mundo que desdeñaba el uso de neologismos. ¿Cómo afronta las críticas negativas?

Mientras la crítica sea constructiva y no sea personal, me parece válida. El proyecto era arriesgado y ameritaba críticas negativas. Muchas veces siento que al escribir siempre he sido muy cauteloso y traté de dar pasos medidos. Con Iris siento que quería dar un salto al abismo. Tuve amigos que leyeron el manuscrito y me dijeron que les encantó la novela, pero que ellos la pasarían a un español estándar, algo que yo no me podía imaginar. Esos primeros lectores anticipaban posibles críticas. No te voy a decir que me alegra que me critiquen, pero el par de críticas negativas que he leído de la novela me han parecido válidas en tanto tenían su lógica y coherencia interna. La novela requiere de una lectura cómplice y por diversas razones puedes muy bien decidir no ser cómplice, no solo por los neologismos. Puede ser que no te interese el género, una novela de guerras, etc. Veo a Iris como un riesgo asumido. Y más bien lo que más me ha sorprendido es que haya habido una recepción tan positiva. Por ejemplo, en los blogs de ciencia ficción la recepción ha sido muy positiva, y yo pensaba más bien que en los lugares de reseña más tradicional iba a haber mayor resistencia de la que ha habido.

-Desde Palacio Quemado escuchamos que sus proyectos empezaron como obras de no ficción, incluyendo Iris. ¿Por qué no se animó a dar el salto? ¿Lo considera hacer?

No tengo el carácter necesario de un periodista de investigación ni de crónicas. Veo como ejemplo de cronista a Leila Guerriero, alguien que consulta a todas sus fuentes, que es exhaustiva en sus registros de datos, alguien que viaja e investiga, alguien que trabaja muy duro. Los vivos y los muertos está basada en una historia a media hora de donde vivo. Llegué a la historia por la madre de una de las chicas que muere carbonizada en un accidente de auto en la novela. En la vida real, ella era compañera de trabajo de mi exesposa. La madre fue la que nos prestó el dossier de artículos de prensa. Cuando lo leí, me dio pie a pensar en una posible novela. Cuando pensaba en hacerla como una investigación periodística, me imaginaba pidiéndole a ella una entrevista, y tratando de preguntarle, en su dolor, qué había pasado con su hija. Y no me veía haciendo eso, el pudor me frenaba. Pensé que la historia la podía trabajar a partir de la imaginación. Entendí que no tenía el carácter que se necesita para sentarme y poder preguntarle a esa madre las preguntas duras que un buen periodista le haría. Ahí me di cuenta de mis límites que tenían que ver con mi temperamento. Traté de mantener el arco narrativo de lo que ocurrió, pero ya para cada personaje me inventé una psicología, porque no pude vencer el pudor que significaba ir a hablarle a una madre de su hija muerta. Eso es lo que en el fondo me termina pasando siempre. Últimamente he pensando que si hago un trabajo de no ficción tendría que ver con un asunto personal, para así no tener que preguntarle a nadie (risas). Ahí sí me animaría.

-Hablando de Guerriero, en 2011 usted publicó un perfil de Jaime Saenz en el libro Los malditos editado por la periodista argentina. ¿Enfrentó el reto de modo periodístico?

Cuando ella me lo pidió, me dijo que no quería una crítica literaria, que quería un perfil más biográfico de Saenz. Era como enero o febrero, yo estaba en la universidad en Estados Unidos, y me dio como tres meses de tiempo. Le dije que, por la universidad, no podía en ese momento venir a Bolivia a hablar con gente, que era lo primero que se requería para un perfil exhaustivo de Saenz. Ella me dijo que hacer eso sería pensar más en la biografía necesaria que alguien va a tener que escribir pronto sobre Saenz, que lo que se necesitaba era más una especie de carta de presentación de Saenz porque muchos no lo conocen fuera de Bolivia. Me pidió un texto que condense lo que se sabe en el vox populi de Saenz. Me dijo que no necesitaba hacer una investigación de campo. Entonces lo que hice fue hablar con gente como Leonardo García Pabón, leer todo lo que se había escrito en los perfiles biográficos, tratar de cotejarlos e identificar versiones incompatibles que tienen que ver más con la leyenda urbana y el mito antes que con la realidad, y tratar de ver qué había de cierto en las historias que sobre Saenz se contaban. Me ayudó mucho hablar con García Pabón, con quien cotejaba información y quien me orientó mucho. Ese trabajo además me sirvió mucho, porque para hacerlo me puse a leer a Saenz de manera exhaustiva. Lo había leído antes de manera intermitente. Para hacer el perfil tenía que leerlo todo. No alcancé a leer Los papeles de Narciso Lima Achá, pero todo lo demás sí, y me sirvió muchísimo no solamente para entender la potencia de la obra de Saenz, sino al personaje.

-¿Se siente de alguna manera heredero de algo de Jaime Saenz o por el contrario piensa que está en las antípodas del escritor paceño?

Lo más curioso que me ha pasado es que Saenz me ha ayudado mucho para el mundo de Iris. Sentía que después de Palacio Quemado no se me ocurría qué más escribir que esté ambientado en Bolivia. Me puse a explorar cosas en Estados Unidos. Pero de pronto me di cuenta de que Iris podía ser a su manera una novela boliviana, a partir sobre todo ya del imaginario. Me agarré de zonas culturales importantes de nuestro imaginario para ver cómo podía trabajarlas, de una forma también desplazada, en el contexto de la ciencia ficción. Entonces, por un lado entró toda la literatura minera, pues en Iris hay una parte que transcurre en las minas -en el fondo es una novela sobre la explotación minera-. Está también el mito del Tío a partir de testimonios orales de mineros y trabajos de una antropóloga francesa muy buena, llamada Pascale Absi, que escribió un libro que me sirvió mucho, Los ministros del diablo; y ciertas tradiciones relacionadas al Potosí de las minas y al Potosí más espectral y fantasmal, tradiciones que están en Barolomé Arzáns de Orsúa y Vela y que las reescribí. Me interesó trabajar el imaginario de las minas en un momento en el que ya la literatura minera no es fundamental en nuestra narrativa. Pensaba que era también un desafío interesante trabajar en el imaginario que nos ha legado la explotación minera. Por otro lado, buena parte de la novela tiene que ver con personajes que, para enfrentarse con el horror de vivir en un mundo tan hostil, usan todo tipo de sustancias lisérgicas. Pensé para ello en un poema de Saenz, “La noche”, y pensé en cómo él veía el alcohol también como una adicción que se abría como un camino para buscar una trascendencia. Releyendo Felipe Delgado e Imágenes paceñas saqué dos conceptos poéticos de Saenz que los transformé en la novela. Uno es el sacarse el cuerpo, que en Iris se llama verdewer, que es cuando vas a buscar al monstruo del lugar porque sientes que ya te ha llegado la hora de morir y caminas a abrazarte con un dios que te va a evaporar con un abrazo. Eso es de Felipe Delgado. Lo otro, de Imágenes paceñas, es un concepto poético basado en el momento en el que Saenz salía y se tiraba al suelo, embriagado de la belleza del paisaje de La Paz, y veía el cielo y decía una frase que me encantó: “Yo caía al cielo”, como una entrega al infinito. Y ese caer al cielo, que es una de las experiencias para sentirse uno con el universo, lo que hice también fue convertirlo en un neologismo. A esas cosas no hubiera podido llegar en la novela sin haber leído antes a Saenz. No me considero alguien que esté trabajando en la tradición de Saenz ni mucho menos, pero siento que su mundo narrativo y poético es tan rico que hay que saquearlo (risas). Un narrador debe saber cómo enfrentarse a él y tratar de apropiárselo. Siento eso con todos los grandes narradores, con Bolaño, con cualquiera. Tienes que enfrentarte a esos mundos y ver cómo salir vivo de ese enfrentamiento, porque son mundos que te pueden abrumar y asfixiar. Me acuerdo que, cuando tenía 18 o 19 años, después de leer a Borges me preguntaba qué podía escribir yo. Hay esa sensación de que hay algo muy abrumador y no sabes qué puedes hacer con obras tan inmensas. Con los años he aprendido que lo mejor que puedes hacer es enfrentarte, salir vivo y ver qué puedes apropiarte para tu propio crecimiento y obra.

[email protected]