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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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EL PASADO DOMINGO SE CANCELÓ EL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA PRENSA

Extrañando al Fondo Negro

Extrañando al Fondo Negro

En todos estos años de ejercicio del periodismo cultural, la RAMONA ha colaborado con diferentes suplementos y revistas, pero mantuvo una relación especialmente fructífera y larga con el Fondo Negro de La Prensa. Olvidando la lógica de la competencia profesional, por los intereses compartidos y por la amistad que nos unió a algunos de sus editores, fue una publicación hermana, fue uno de nuestros referentes cuando comenzamos nuestro trabajo. Esta semana nos llegó la triste noticia, se canceló a este añejo y notable espacio dedicado a la literatura y a las otras artes. No podíamos quedarnos indiferentes, debíamos despedir y rendir homenaje al Fondo. No se nos ocurrió nada mejor que pedirles textos a nuestros caros amigos Ricardo Bajo, Sebastián Antezana y Mauricio Murillo, que lo editaron y dirigieron en algunas de sus etapas más memorables. Somos muy concientes de que la cultura y el arte son lo que menos le importa a la gran mayoría de los directivos de los medios de comunicación, pues reticentes a la lectura y al ejercicio intelectual, olvidan que justamente es eso lo que engrandece a los pueblos. Salud por esas páginas publicadas, salud por el trabajo cumplido, salud por lo perdurable, salud por el Fondo Negro (ALT). 

Chau Fondo Negro

Sebastián Antezana



Algunas despedidas implican una escritura triste. Ya que, fundamentalmente, son instancias de frustración, potencian un mecanismo nostálgico: es imposible no ceder ante un ejercicio de memoria. El Fondo Negro nació cuando yo tenía quince años y desaparece hoy que tengo treinta. Como en mi casa se compraba regularmente La Prensa leí el suplemento durante exactamente la mitad de mi vida, de modo que la relación que tuve con él siempre fue estrecha. Además de serlo por la lectura cotidiana, lo fue porque, en muchas ocasiones, el Fondo Negro era verdaderamente un remanso de disenso frente al desborde dominical. Literatura, cine, análisis de la cultura. Yo seguía tan de cerca al suplemento que, en algún momento, cuando creo que tenía 19 años y su director entonces –Ricardo Bajo– decidió lanzar un concurso nacional de cuentos policiales, me animé y participé sin casi pensarlo. Mi relato eventualmente ganó una mención y el primer premio se lo llevó Jaime Nisttahuz, pero eso es lo de menos. Lo importante es que el suplemento era para mí una posibilidad: medio de información, análisis e incluso impulso creativo, de modo que cuando, años después, me tocó dirigirlo fue como cerrar un círculo. Yo llegué a La Prensa respondiendo un anuncio que no hacía referencia al suplemento, sin más expectativas que la de conseguir un trabajo de corrector, y tras reunirme con quien era entonces su director, Grover Yapura, terminé encargado del Fondo Negro. Esos eran días llenos de miedo y excitación, de inseguridad y grandes planes. Allí estuve por algo más de dos años y disfruté cada momento.

Durante ese tiempo traté de proponer el Fondo Negro como espacio dedicado a la literatura –aunque, es cierto, en sus páginas se escribía también sobre cine y en alguna ocasión sobre teatro y pintura–. Eso por mi formación personal y porque consideraba que en el país no se mantenía entonces (principios de 2010) ningún suplemento literario, lo que consideraba y considero una gran falta. La noticia de su desaparición, por lo tanto, me llena de desesperanza. Hay espacios, como la Ramona, de Opinión, Ideas, de Página Siete, Tendencias, de La Razón, Brújula, de El Deber, y pocos más que se mantienen, pero ninguno tiene el perfil que tenía el Fondo Negro, que además era el suplemento decano de la prensa nacional –creo que el que le sigue inmediatamente es Brújula, que acaba de cumplir trece años.

En los periódicos y revistas naciónales, pese a honrosas excepciones, parecería haber cada vez menos comentarios especializados en literatura, cine y otras artes; parecería ganar terreno una opinión genérica y desapasionada, descriptiva –en el peor estilo– y conformista, que se queda en la superficie de las cosas y comienza a expandirse, como un tibio protoplasma cuya función parecería ser la de uniformizar. Voy a repetir algo que no por ser trillado es menos cierto: en un gesto incomprensible, frente a las crisis económicas los periódicos suelen cerrar primero las secciones de cultura y literatura. Como si no fuera, precisamente, la gente a quien le gusta leer la que compra el periódico. ¡Como si la provocación a la lectura fuera enemiga del periódico! Al contrario, la posibilidad de generar verdaderas líneas críticas en la prensa, y de fomentar la especialización de los lectores, es el camino adecuado. Así subirían inmediatamente los estándares de nuestro consumo de literatura y de otros discursos, y de nuestras formas de relacionarnos con la historia y la historia crítica de esos discursos.

No puedo menos que atribuir a un prejuicio generalizado el hecho de que en Bolivia la cultura suele verse con menos rigor, menos seriedad y más laxitud que disciplinas como el ejercicio político –ese deporte nacional por excelencia–, la actividad económica, el fútbol y la farándula. Por lo general, creemos que cuando se trata de arte –y quizás más aún cuando se trata de literatura, ese discurso absolutamente menor que no le genera a nadie ninguna ganancia– cualquier aproximación a ella es válida y, por consiguiente, todas son iguales, intercambiables y prescindibles porque, al fin y al cabo, la literatura no es un asunto complejo o de gravedad, es algo menor y a veces incomprensible que está a años luz dela sobredosis de violencia política que se exhibe diariamente en el espectáculo de la prensa nacional. Nada menos cierto. La verdadera función de los periódicos consiste en establecer un pacto de lectura con su público, un vínculo que se basa en el amor a la letra escrita y se expresa en el análisis de la cultura.

Frente a la línea uniformizante de la prensa respecto a estos temas, frente al triste cierre de suplementos como el Fondo Negro, nos queda, simplemente, celebrar los espacios que se mantienen e imponer la marca registrada del lector, de la pregunta y las segundas lecturas. Respondamos a los medios, escribámosles, hagámosles saber nuestras opiniones, nuestras ópticas divergentes. Es necesario establecer a la duda como bandera, es necesario cuestionar las concepciones establecidas, es necesario exigir profundidad y visión histórica a los periódicos, en sus análisis, en sus opiniones. Es necesario demandar profesionalismo a la hora de encarar la compleja experiencia del arte, para poder así llegar a tener una mejor, más variada y más compleja experiencia lectora.

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¡Viva el Fondo Negro, carajo!

Ricardo Bajo H.



Fui el editor del suplemento Fondo Negro de La Prensa durante casi cinco años, de 2000 a 2005. Luego, un mediodía me llamaron al despacho de la directora Amparo Canedo y me despidieron sin razón alguna. Es personal, me dijeron. Nada que ver con tu desempeño laboral. No sabía si reir o llorar. Así que no hice ninguna de las dos cosas y me dediqué aquella mañana a escribir a todos los colaboradores del Fondo Negro, uno a uno, una a una, para despedirme.

Heredé el Fondo Negro de la mano de Antonio Vera, un colega peruano-paceño amante de los libros y del buen periodismo; éste a su vez había tomado la posta de Sergio Cáceres, uno de los pilares de otra publicación legendaria, El Juguete Rabioso.

El Fondo Negro (de un poema del francés Eugene Guillevic) había tenido como precedente en el periódico de Villa Fátima al suplemento Lecturas. ¿Pueden creer que Lecturas llegó a tener 32 páginas cuando salió por primera vez a finales de los 90 junto a La Prensa? Ya sé, no es creíble. Pero yo todavía guardo aquellos Lecturas, bajo la dirección del gran Juan MacLean, gran poeta y mejor personaje paceño-cochabambino.

También guardo todos los Fondo Negro que hice o ayudé a hacer junto a los y las colaboradoras. Soy un fetichista de los periódicos viejos y algún día los encuadernaré. Recuerdo con nostalgia y casi lágrimas aquellas tapas y entrevistas que hice a los que ya no están con nosotros: una vista a la casa de la zona sur de la poeta y fumadora empedernida Blanca Wiethüchter; una mañana alcohólica con Robertito Echazú junto al Gringo Limón y a Jesús Urzagasti, en el local del segundo de la plaza Abaroa; las charlas nocturnas con el mejor rapero que ha dado Bolivia (Abraham Bojórquez de Ukamau y Ké); un cafecito por la tarde en la casa de Ana María Romero de Campero cuando publicó su última novela (“Cables cruzados”); las colaboraciones en crítica de cine de dos cumpas que ya nos dejaron como el strongusita Chesco Díaz Mariscal y Miguel Tamayo Cruz … Y como olvidarme de Viscarrita cuando vivía por Villa Fátima y venía al periódico a pedirme plata a cambio de un cuento inédito que jamás me entregaba. “Por ser vos, te voy a cobrar 20 pesos”, me decía. “No tengo ahorita, Víctor Hugo, te juro, apenas tengo diez pesitos”, le respondía. “Ya cojudo, dame eso nomás pero no te hagas, llok’alla bandido, me debes 10”.

El Fondo Negro fue para mí un escenario de lujo, un privilegio para conocer y escribir sobre nuestros mejores hombres y mujeres, los que hacen en silencio y contra viento y marea una mejor Bolivia con sus libros, músicas, poemas, obras, pinturas, artes, culturas...

Las tapas dedicadas a Elenita Poniatowska, a Volpi, a Laura Restrepo, a los punkeros Attaque 77 (cuando pasaron por La Paz), a Manu Chao, a Monsivais y sus gatos… hicieron del Fondo Negro un referente para muchos y muchas lectores; para una inmensa minoría, para los cuatro cojudos que nos preocupamos por estas pendejadas.

Y como olvidarme de los concursos literarios que organizamos con el apoyo de unos pocos: varios de cuento breve (uno lo ganó Liliana Colanzi), uno de relato policiaco (¡ganó el chaqueño David Acebey con Alison Spedding entre mi jurado!).

Incluso recuperamos cuadros “perdidos” del Salón Pedro Domingo Murillo gracias a una investigación que acabó con el oficial mayor de Culturas de La Paz, el actual ministro, compañero Groux, viajando a Lima para traer de vuelta el cuadro robado “Siembra” de María Luisa Pacheco.

Fueron años maravillosos de amanecerse todos los jueves e irse a casa a dormir con el sol saliendo; noches de compartir en la madrugada con colegas que dejaban todo para el final, años que todos los que pasamos por La Prensa recordamos con nostalgia, cariño y sentimientos de lucha. Y bofetadas en plena sala de reunión de editores los lunes en la mañana por defender la dignidad. Afortunadamente, como editor del Fondo Negro, siempre estaba en la reunión de los lunes y entre acusaciones de “masistas” por un lado y “neoliberales vendidos a las transnacionales” fui testigo de discusiones acaloradas entre colegas y futuras huelgas y paros del periódico en defensa del oficio. Corría el 2003 y yo tenía que pensar luego quien carajo iba a estar en la tapa del Fondo ese domingo. Te escribo de un país donde todo está negro y no es de noche. ¡Viva el Fondo Negro pinches putos!

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Postscriptum: escribo de madrugada y de memoria. Seguro me olvidé de un montón de cuates y cuatachas. Me da flojera a esta hora remover mi vieja hemeroteca. Y además soy alérgico al polvo. Disculpas.

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Literatura y comunión

Mauricio Murillo





De vez en cuando me pregunto por qué dedicarle tanto tiempo y esfuerzo y laburo a una actividad como la literaria. Es tal vez fácil de argumentar que su efecto en nuestra sociedad y en el mundo es nulo. No hay manera verificable de saber cuál es su efecto verdadero. No salvamos a niños de morir (exagerando un ejemplo), no traemos paz a las naciones, no luchamos contra la pobreza, etcétera, etcétera. Pero la cosa no es tan sencilla. Creo de verdad que la escritura tiene un efecto real en nuestro mundo. La ficción nos permite relacionarnos con nuestra cotidianeidad de distinta manera, la completa. En estos tiempos veloces, donde predomina la producción y la búsqueda de ganancia, un espacio como la buena literatura aparece como un alien (esto, lo sabemos, no es solamente de los últimos años o decenios). A la gente no le importa leer. Somos como esos animales descritos en manuales de biología para colegio que viven, se reproducen y mueren. Esencial es estudiar una carrera, tener un buen trabajo, construir una familia modelo y morirse luego de haber trabajado casi la mitad de tu vida. En ese espacio donde la plata es lo fundamental, no es necesario (ni para nada importante) parar un rato para leer, para pensar, para elaborar. Los doce largos años de colegio (donde se nos aleja de la lectura) solamente los utilizamos para planear una vida aburrida y plana.

Es por esto que las publicaciones literarias de calidad, y no sólo la de libros, que se insertaban en la cotidianeidad de las noticias y los líos desde suplementos me parecen necesarios y útiles. Extraño esos suplementos literarios en el país que sí proponían, que iban más allá de una mera descripción de un evento. Recuerdo Presencia Literaria, fue el espacio más importante para poder leer en la prensa estudios completos y propositivos. Mucho de lo que sabemos de nuestros clásicos está publicado ahí. Es necesario ir más allá del mero acontecimiento social. Aturden, aburren y empalagan las presentaciones de libros y los discursos. Mejor leer. Mejor releer y escribir en diálogo. Pero, y esto es claro, a casi nadie le importa la literatura. La lectura es un acto solitario e individual, pero ahí no se acaba esto. Los diálogos que se generan luego son lo que permiten completar un sistema. No se me ocurre una palabra que ilustre de mejor manera la experiencia de la lectura que comunión.

Me parece, ahora que escribo, que lo que digo es cursi o melancólico o melodramático, no sé, pero prefiero optar por la pena que por la rabia (cosa que no sucede tan seguido). Los que hemos elegido la literatura como experiencia de vida sabíamos desde el principio a qué nos ateníamos (lo que no quiera decir que lo que sucede esté bien). Pero igual pone siempre triste que algo tan importante como la literatura o la ficción pase casi siempre como una anécdota. En el tiempo que estuve como editor del Fondo Negro pude constatar algunas cosas que tal vez desdigan el empute de las líneas anteriores. No siempre es malo conocer al autor de un libro que uno ha disfrutado. El suplemento me permitió constituir amistades que seguro van a durar un buen tiempo. Y, segundo, existe un grupo reducido de personas que sí eligen la literatura, y no desde la pose o la búsqueda de notoriedad y éxito (que de esto también hay mucho); esa pequeña comunidad hace que todo lo que se haga valga la pena. Frente a esta vida de mierda con horizontes dudosos y búsquedas simplonas y tristes, nos quedan los libros, la crítica, el diálogo. No sé si sea suficiente, pero es algo.

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