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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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CONTRACRÍTICA ALA ÚLTIMA GANADORA DEL OSCAR, EN CARTELERA EN LOS CINES CENTER Y NORTE

Argoderse, Afleck

Argoderse, Afleck



La coronación de Argo como mejor película del año por la Academia reafirma que los premios Oscar no son más que un simple movimiento de mercadeo. En una noche en la que no hubo sorpresas, todo estuvo todo políticamente correcto, medido, calculado con frialdad; igual que la película de Ben Affleck. Los premios fueron entregados con una escalofriante precisión marketinera. Concretamente, de todas las nominadas que tenían posibilidades de proclamarse ganadoras, la que menor recaudación tuvo fue Argo ($204,9 millones contra $577 millones de Life of Pi). Demasiado evidente. Esta premiación guarda un mínimo de credibilidad gracias a las, a veces ofensivas, concesiones que otorga a los que tendrían que ser los ganadores.

Como prefigurábamos anteriormente, Argo es un filme fofo, desabrido, inanimado, de una vacuidad alarmante. Es como un zombie, un muerto en vida que provoca emociones, pero parece no sentirlas. No ofrece ninguna experiencia, se limita a contar una historia, siguiendo la fórmula adecuada, esa que siempre funciona. En esta cinta es imposible efectuar un juicio de valor hacia lo narrado, nada puede ser objeto de análisis. La perfección de sus formas anula cualquier posibilidad de debate. “Está bien hecha”, ¿qué más podría decirse?

En la tercera incursión de Ben Affleck como director, con el soporte de George Clooney desde la producción, se nos relata la historia oculta de un agente de la CIA. Tony Méndez es un experto en evacuar compatriotas en situaciones riesgosas. El escenario: la revolución popular que determinó la caída del dictador, apadrinado por Estados Unidos, Reza Pahlavi. Desde ya, resulta curioso el personaje que terminará por ser nuestro “héroe”. El mismo está interpretado por el realizador, que debería optar por dedicarse concretamente a la dirección. La actuación de Affleck es tibia, aunque trata de dotarle un halo de misterio a Méndez, lo único que consigue es un trazado chato, soporífero. Lo mismo sucede con la obra en conjunto. La categoría de “thriller político” que le ha sido endilgada solo puede explicarse desde los excelentes trabajos en fotografía (Rodrigo Prieto, Brokeback mountain) y montaje (William Goldenberg, también colaborador de Affleck en Gone baby gone). Lastimosamente, los recursos proveídos por ambas canteras son malgastados en lugares comunes y situaciones por demás predecibles, incluso en la construcción misma de la intriga. No, no es una pérdida de tiempo. Es entretenimiento puro y duro, basado en hechos reales y trascendentales en la memoria colectiva de uno de los países más golpeados por las tiranías internas y externas.

Más preocupante aún resulta la afirmación de estereotipos que rayan en la obscenidad. El fundamentalismo, la intransigencia y beligerancia iraní; la inteligencia y el heroísmo norteamericano. Así, sin matices, el american way a secas. Nos preguntamos qué valor moral tiene que el pueblo iraní nunca haya podido juzgar a Reza Pahlavi por los atroces crímenes cometidos, todo bajo estricta supervisión estadounidense. O cuán inverosímil es que los departamentos de inteligencia gringos, inmiscuidos completamente en los asuntos de estado del Sha, no hayan previsto una revolución nacional en ciernes y que los “rehenes” del cuerpo diplomático no hayan sido una excusa más para justificar su intervencionismo. Para Affleck y compañía las respuestas no importan. En el encantador mundo de la ficción, por más que este se base en hechos reales, poco importa la verdad.

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