NUESTRA PÁGINA POEMA MEMORIA, DEDICADA A LA POESÍA, SE INICIA CON JESÚS URZAGASTI
“La poesía enseña a vivir, lo que bien entendido significa aprender a morir”
El año pasado, Plural editores, bajo el título El árbol de la tribu, reunió en un libro salpicado de hojas pintadas por Carmen Urzagasti, la obra poética de Jesús Urzagasti (Gran Chaco, 1941). No encontraríamos mejor material que este para iniciar una página destinada a la poesía. En un comentario sobre la poética de este magnífico, fundamental escritor boliviano, Juan Carlos Ramiro Quiroga afirma: “esta poesía conduce a una mística colectiva, más que individual, y a una fe tribal más que a un ideal individualista. Un motojobo ardiente –acaso un trago íntimo del alambique chaqueño- que podemos beber sin perder el conocimiento.” O, acaso, perdiéndolo, agradecidamente. La selección de poemas de Jesús Urzagasti a continuación corresponde a Vilma Tapia Anaya.
La lluvia
La lluvia es para mí lo que yo soy para el mundo. Con eso está dicho todo. Pero ahora llueve en algún patio, en algún camino, en algún cementerio donde los muertos abandonaron sus tumbas para cobijarse bajo los árboles. Llueve para los que murieron en una tibia tarde de primavera. No llueve para los que murieron escuchando el rumor de su propia muerte, porque para ellos ya llovió en mi corazón cuando quise alabar la transparencia y el color azul de las montañas…
La rosa insomne
He vuelto a las calles de una ciudad
más antigua que las tinieblas
he mirado contigo el portón negro
y la retama unida al cielo.
Un callejón oscuro pero no sombrío
asimilaba la luz de lámparas y escrituras
llegadas de la colina que da al mar azul.
Voces de pastores en el círculo secreto
silencio de los pinos cantores.
La diosa habita una isla danzante
si la mirada se inicia en los misterios
rosa insomne en el jardín que nadie recuerda
melodía de una flauta en el valle sin sombras.
A la luz de estas lámparas
la retama es un tributo del cielo y la tierra
las calles hechas para amanecer y anochecer
aldabas que cierran una habitación
y abren la estancia donde respiran
los que llevan grabado en el pecho
el número del portón negro
y conocen la rosa insomne
y su escritura de viento.
Correspondencias
Iremos a un país de hermosos árboles
cruzaremos su ancho río
y en la isla de arena
estaremos desnudos
mirando los caballos
enloquecidos en el horizonte.
El agua caliente
el fresco aire
llegarán y pasarán
día y noche
con su incesante follaje invisible.
No volveremos nunca de ese país
al que todavía no hemos ido.
Nos quedaremos allí
como rehenes nocturnos del verano
y sólo al alba reconoceremos
la belleza de sus habitantes
con la mirada del amor.
El árbol de la tribu
La soledad es eso
un río que no cesa
entre peñascos y tierras labradas
un árbol que sale de una habitación
a buscar el ancho cielo.
Quizás una plaza con palomas
que rompen la arquitectura del pasado
e instalan el presente en aquel hombre
que recuerda un poema
un modo de ver y de retirar una silla azul
mientras el río se desliza ruidoso
y atraviesa la ciudad que habitas
Como un árbol que abandona la habitación.
Eres otro entre el cielo y la noche
Que no cesa de batir sus alas y calla al amanecer.
Camino de sol en la oscuridad
a SulmaLa soñé en una galería cubierta de enredaderas
a contraluz del vuelo de la alondra en celo.
Descalza y con su aromoso pelo largo
contemplaba un rostro ajeno al suyo
en las verdes sombras del aljibe.
Una noche de la luna desaparecieron
el rumoroso patio del verano
y el estanque de la infancia.
Sólo quedó ella en la baranda de los días
dorada por el sol de un inolvidable enero.
Entre nosotros nunca hubo secretos
me dijo cuando le hablé de la luz de la llanura
encerrada en el baúl de los recuerdos.
Entonces sentí pasar el viento de la noche
entre los árboles de su cuerpo.
La mano de la primavera
Sólo entendí el universo enceguecido por la eternidad
cuando miré los árboles detenidos como un don en el alba
mientras un animal subterráneo consumido por la nostalgia
me estiraba su mano formada por la primavera.
La sangre ahora reconoce en el horizonte iluminado
al caballo sumergido en su llanto
al obediente símbolo
que buscaba en la piedra estelar el habitante nocturno.
Como una leyenda amanece la morada de la tierra
triunfan sobre la realidad y desaparecen las flores negras
para que lo sagrado se inscribiera en mi pecho
apartando la melodía transitoria de la muerte.
Árboles fueron los que me recomendaron
recobrar el esplendor del mundo
y devolverle su unidad con mi silencio.