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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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NUESTRA PÁGINA POEMA MEMORIA, DEDICADA A LA POESÍA, SE INICIA CON JESÚS URZAGASTI

“La poesía enseña a vivir, lo que bien entendido significa aprender a morir”

“La poesía enseña a vivir, lo que bien entendido significa aprender a morir”



El año pasado, Plural editores, bajo el título El árbol de la tribu, reunió en un libro salpicado de hojas pintadas por Carmen Urzagasti, la obra poética de Jesús Urzagasti (Gran Chaco, 1941). No encontraríamos mejor material que este para iniciar una página destinada a la poesía. En un comentario sobre la poética de este magnífico, fundamental escritor boliviano, Juan Carlos Ramiro Quiroga afirma: “esta poesía conduce a una mística colectiva, más que individual, y a una fe tribal más que a un ideal individualista. Un motojobo ardiente –acaso un trago íntimo del alambique chaqueño- que podemos beber sin perder el conocimiento.” O, acaso, perdiéndolo, agradecidamente. La selección de poemas de Jesús Urzagasti a continuación corresponde a Vilma Tapia Anaya.



La lluvia



La lluvia es para mí lo que yo soy para el mundo. Con eso está dicho todo. Pero ahora llueve en algún patio, en algún camino, en algún cementerio donde los muertos abandonaron sus tumbas para cobijarse bajo los árboles. Llueve para los que murieron en una tibia tarde de primavera. No llueve para los que murieron escuchando el rumor de su propia muerte, porque para ellos ya llovió en mi corazón cuando quise alabar la transparencia y el color azul de las montañas…



La rosa insomne



He vuelto a las calles de una ciudad

más antigua que las tinieblas

he mirado contigo el portón negro

y la retama unida al cielo.

Un callejón oscuro pero no sombrío

asimilaba la luz de lámparas y escrituras

llegadas de la colina que da al mar azul.

Voces de pastores en el círculo secreto

silencio de los pinos cantores.

La diosa habita una isla danzante

si la mirada se inicia en los misterios

rosa insomne en el jardín que nadie recuerda

melodía de una flauta en el valle sin sombras.

A la luz de estas lámparas

la retama es un tributo del cielo y la tierra

las calles hechas para amanecer y anochecer

aldabas que cierran una habitación

y abren la estancia donde respiran

los que llevan grabado en el pecho

el número del portón negro

y conocen la rosa insomne

y su escritura de viento.



Correspondencias



Iremos a un país de hermosos árboles

cruzaremos su ancho río

y en la isla de arena

estaremos desnudos

mirando los caballos

enloquecidos en el horizonte.

El agua caliente

el fresco aire

llegarán y pasarán

día y noche

con su incesante follaje invisible.

No volveremos nunca de ese país

al que todavía no hemos ido.

Nos quedaremos allí

como rehenes nocturnos del verano

y sólo al alba reconoceremos

la belleza de sus habitantes

con la mirada del amor.



El árbol de la tribu



La soledad es eso

un río que no cesa

entre peñascos y tierras labradas

un árbol que sale de una habitación

a buscar el ancho cielo.

Quizás una plaza con palomas

que rompen la arquitectura del pasado

e instalan el presente en aquel hombre

que recuerda un poema

un modo de ver y de retirar una silla azul

mientras el río se desliza ruidoso

y atraviesa la ciudad que habitas

Como un árbol que abandona la habitación.

Eres otro entre el cielo y la noche

Que no cesa de batir sus alas y calla al amanecer.



Camino de sol en la oscuridad

a Sulma

La soñé en una galería cubierta de enredaderas

a contraluz del vuelo de la alondra en celo.

Descalza y con su aromoso pelo largo

contemplaba un rostro ajeno al suyo

en las verdes sombras del aljibe.

Una noche de la luna desaparecieron

el rumoroso patio del verano

y el estanque de la infancia.

Sólo quedó ella en la baranda de los días

dorada por el sol de un inolvidable enero.

Entre nosotros nunca hubo secretos

me dijo cuando le hablé de la luz de la llanura

encerrada en el baúl de los recuerdos.

Entonces sentí pasar el viento de la noche

entre los árboles de su cuerpo.



La mano de la primavera



Sólo entendí el universo enceguecido por la eternidad

cuando miré los árboles detenidos como un don en el alba

mientras un animal subterráneo consumido por la nostalgia

me estiraba su mano formada por la primavera.

La sangre ahora reconoce en el horizonte iluminado

al caballo sumergido en su llanto

al obediente símbolo

que buscaba en la piedra estelar el habitante nocturno.

Como una leyenda amanece la morada de la tierra

triunfan sobre la realidad y desaparecen las flores negras

para que lo sagrado se inscribiera en mi pecho

apartando la melodía transitoria de la muerte.

Árboles fueron los que me recomendaron

recobrar el esplendor del mundo

y devolverle su unidad con mi silencio.