Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 00:01

RESEÑA DE ARGO, LA NUEVA PELÍCULA DE BEN AFFLECK, QUE SE EXHIBE EN EL CINE CENTER

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana…

Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana…



Empezó esa época del año. La temporada en que los grandes estudios presentan sus producciones “oscarizables”. Los grandes de Hollywood ponen sus mejores carnes al asador, ya sea con directores de trayectoria, elencos de lujo, guionistas consagrados o una mezcla de los tres. El objetivo último es rentabilizar su inversión para verse forrados con el oro de la estatuilla dorada. De las cintas que están sonando para los premios de la academia estadounidense, hay a la fecha cuatro con estreno programado en nuestro territorio. Una de ellas es Frankenweenie (15 de noviembre), película animada de Tim Burton que encandiló a la crítica. Otro filme es El Hobbit (13 de diciembre), el retorno del sobrevaloradísimo Peter Jackson al género épico, que en el 2003, gracias a El Señor de los anillos: El retorno del Rey, le hizo injusto ganador de dos de las estatuillas más importantes (Mejor director y Mejor película). Al año, para alegría de muchos, se podrá ver el western Django Unchained (14 de febrero), de la mente maestra de Quentin Tarantino. Por el momento son solo algunos títulos confirmados.

En este panorama, ha sido una sorpresa que Argo, el tercer largometraje dirigido por el actor, guionista y director bostoniano, Ben Affleck, haya llegado con tanta rapidez a nuestras pantallas. Se trata de una cinta que ha merecido muchos comentarios, críticas y reseñas de la prensa especializada que la colocan como firme candidata a quedar entre las mejores diez de este año elegidas para los Oscar.

Debo aclarar algo. No odio a Ben Affleck; solo, como dice el crítico del diario español El País, Carlos Boyero, me parece un actor “horroroso”. Sin embargo, en su faceta de director ha mostrado una cara muy distinta: visionaria, creativa y talentosa. Con su ópera prima, Gone, baby gone (2007), Affleck sorprendió a propios y extraños, entregando una película muy redonda. De su segundo largometraje, The Town (2010), luego de revisitarla hace unos meses, puedo decir que, si bien no es igual de destacable que su debut, vino a confirmar las esperanzas depositadas sobre Affleck, al que se ve como uno de los directores jóvenes con mayor potencial en Hollywood. Dos años después, Argo no hace más que abrir las puertas de la madurez al director. Esa puerta que dirige hacia donde se forjan los grandes realizadores.

Dorothy, ya no estamos en Boston

Con esta nueva cinta, Affleck deja el brazo protector de su tierra, lugar que conoce muy bien y que le sirvió de inspiración para sus dos anteriores cintas. Ahora se aventura al plano internacional y nos trae una película política sencilla, efectiva y contundente.

Basado en hechos reales, Argo relata la operación encubierta a vida o muerte que se llevó a cabo para rescatar a seis norteamericanos durante la crisis de los rehenes de Irán, y se centra en el poco conocido papel que desempeñaron la CIA y Hollywood (información que no fue revelada hasta pasados muchos años del suceso) en la operación. El 4 de noviembre de 1979, cuando la revolución iraní alcanza su momento de mayor tensión, unos militantes irrumpen en la embajada norteamericana en Teherán, tomando a 52 norteamericanos como rehenes. Pero, en medio del caos, seis de ellos consiguen escabullirse y encuentran refugio en la residencia del embajador canadiense. Conscientes de que es solo cuestión de tiempo que los encuentren y posiblemente los asesinen, los gobiernos de Canadá y Estados Unidos piden la intervención de la CIA, que recurre a su mejor especialista en “exfiltraciones”, Tony Mendez (Affleck), para que idee un plan con el que sacarlos del país sanos y salvos: un plan tan increíble que solo sería posible en una película.

Si algo cabe destacar del filme, es su franqueza. Affleck no teme ser crítico contra el gobierno de su país. Señala su ineptitud, ingenuidad y gran habilidad para meter su nariz donde no le incumbe, ocasionando conflictos internacionales. Aunque también, como todo “gringou”, introduce una dosis de patriotismo y condescendencia hacia su país. Es justo en la introducción del filme donde desarrolla un “mea culpa” de contextualización histórica, evitando demonizar a la turba enardecida de Teherán en las puertas de la embajada norteamericana.

El ejercicio de contextualización le permite jugar con sus recursos visuales: imágenes y grabaciones de archivo se mezclan brillantemente con la animación y el montaje de la película para interiorizarnos en la historia. Detalles como el de la introducción son parte del gran trabajo de fotografía de Rodrigo Prieto (que ya trabajo previamente en más de una ocasión con Oliver Stone, Alejandro González Iñarritú y Pedro Almodóvar). Affleck otorga libertad a Prieto para dotar de personalidad propia a cada escenario que nos muestra la película. El director de fotografía mexicano se mueve como pez en el agua, jugando con el gramaje, los colores y las texturas, para otorgarle al filme un aura más auténtica y real, acorde a los años ‘70 y a parte de los ‘80.

Desterrando a “Bennifer”

Lo bueno de Argo es que no es convencional. Tratándose de una película política con toques de thriller y acción, muchos realizadores hubieran optado por el convencionalismo y la segura empaquetadura del producto dentro del género dramático. Affleck no se limita a esto. Opta por un juego inteligente de las situaciones que la película evoca. Alternando el humor, la parodia, la acción y el juego del thriller político con la comedia autorreferencial del cine dentro del cine, el realizador encuentra una historia que le cae como anillo al dedo. Ofrece un escenario variopinto que, de la suma de las partes, resulta de un acabado rústico y minimalista, el cual, extrañamente, no desentona, sino que funciona muy bien, dejando una sensación de satisfacción.

Recuerdo, como máximo, dos interpretaciones correctas de Affleck. En The sum of all fears y en Changing lanes, ambas de 2002. Después fue un debacle a partir de “Bennifer” (nombre comercial que la prensa rosa utilizaba para referirse al actor y a su pareja de ese entonces, Jennifer Lopez). Quizá sea más recordado más por blockbusters como Armageddon (1998), Pearl Harbor (2001) y Daredevil (2003), que por sus dotes actorales. Esta faceta mediocre también la vimos en The Town, donde su coprotagonista, Jeremy Renner, se lo comía como a cereal para niños. Afortunadamente, en Argo no ocurre eso. Si usted ve como protagonista a Affleck , en esta película, no tema. El también intérprete “bostoniano”, dentro de sus limitaciones, sabe encabezar el filme y se vuelve en el protagonista que esta producción requiere y merece. El personaje que interpreta es metódico, controlador y pasivo, dado a reaccionar con sencillez y sin dramatismo excesivo a las situaciones que se le atraviesan. Sin heroísmos, sentimentalismos, romanticismos y con una inevitable fracción de patriotismo.

Complementar al actor devenido director Alan Arkin, John Goodman y Bryan Cranston, que brillan lo suficiente en los escenarios a los que sus personajes pertenecen: Arkin y Goodman en el Hollywood de esa época y Cranston dentro de la CIA. No opacan al protagonista. Al contrario, lo fortalecen, lo empujan y ensalzan. Funcionan a la perfección como secundarios de lujo, que le dan un valor agregado a la cinta, y sin los cuales la peculiar aproximación a distintos géneros no funcionaría.

La farsa del fanboy

Affleck es un fanboy reconocido. Es por esta razón que también Argo es un homenaje al cine de ciencia ficción de los años ’70, pero también una parodia del mismo. La película arma la farsa de otra película desde el boom post Star Wars que se suscitó en esa época, en la que todos los estudios querían una película de ciencia ficción similar. Las menciones a la película de George Lucas, a Star Trek y a El Planeta de los simios están inmersas en la preproducción de una producción falsa que es tan real como las mentiras y personas que inundan Hollywood. Será autocomplaciente y reiterativo, pero le sirve como un recurso subversivo de despedida a su debacle de blockbuster, como si quisiera señalar que ha crecido y superado ese momento.

En medio de la farsa que nos cuenta Argo, está inmerso el hecho de que una ficción bien relatada puede crear mentiras plausibles más extrañas que la ficción, lo suficientemente creíbles como para convencer al público y montar un engaño político que busca evitar daños colaterales sobre las relaciones diplomáticas entre dos países en conflicto.

Puede que Argo no sea totalmente acertada o fidedigna a los hechos reales, además que intenta vendernos la idea de que los agentes de la CIA de los años ‘70, ‘80 (y los de siempre) eran tipos “buenos” (por no decir “héroes”), cuando, en realidad, por esos años intentaban desestabilizar continentes y apoyaban dictaduras en Latinoamérica. Affleck se toma libertades en ese apartado, dándose permisos dramáticos, fantasiosos y algo clichés, pero que ayudan al clímax, a la tensión que ofrece con detalles de suspenso y a la narración resolutiva, que a uno lo mantiene al filo del asiento en el tramo final.

Argo es oscarizable, contundente, eficaz, entretenida e inteligente. Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, existía un actor de blockbuster al que se lo comía el olvido. Regresó en la piel de realizador y ahora, con su tercer largometraje, comienza a vivir la madurez de quien se confirma como un director al cual no hay que perderle el compás.

[email protected]