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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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EL ESCRITOR CHILENO PRESENTA MORIR EN LA PAZ Y CUENTOS PARA 1 AÑO EN COCHABAMBA

Bartolomé Leal: “El placer que me ha dado la literatura es impagable”

Bartolomé Leal: “El placer que me ha dado la literatura es impagable”



No han pasado ni diez años desde su primera edición y Morir en La Paz (España, 2003) es un clásico cuando en Bolivia se habla de novela policial. Confirmando que la literatura trasciende chauvinismos y guerras, su autor no es otro que un escritor chileno. Es Bartolomé Leal (Santiago, 1946), quien llega al país para presentar la reedición nacional de su trabajo, a cargo de Nuevo Milenio.

Los actos tendrán lugar en la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz la siguiente semana, y mañana lunes en Cochabamba en el café cultural A Puerta Cerrada (C. México casi España), donde a las 20.00 horas el “thriler andino”, premiado en la Semana Negra de Gijón (España), será comentado su autor, el crítico Luis H. Antezana y periodistas de este suplemento.

Desde luego que ambientada en la ciudad sede de Gobierno, la sinopsis de la historia dice así: Isidoro Melgarejo Daza lleva en su nombre y apellidos la maldición de tres gobernantes bolivianos magniciados. Paceño de adopción y devoto de la Fiesta del Gran Poder, vive refugiado en su casa-taller de calle Castrillo, cercana a la plaza Sucre, el Panóptico de mujeres y la iglesia de San Pedro. Allí trabaja en su pequeña imprenta, donde publica a prosistas locos y poetisas francófonas; edita revistas de circulación restringida; financia panfletos, recibe a los amigos y colabora para denunciar injusticias. Sin embargo, cuando algún caso lo merece aunque sea sólo desesperadamente, Melgarejo desempeña labores detectivescas. Así, cuando un amigo de la infancia le pide ayuda para investigar la muerte de su padre, un hotelero de Yungas asesinado por los narcotraficantes, Melgarejo se lanza a la aventura”.

Leal, el más fiel colaborador de esta revista (a través de varias columnas como “Cuentos & Cuentistas”, “Memorialistas & Viajeros” y próximamente con un gran regalo para nuestros lectores), aprovechará también la ocasión para presentar Cuentos para 1 año (también de Nuevo Milenio), una selección que incluye relatos de George Orwell, J.D. Salinger, Margueritte Yourcenar, Máximo Gorki y Juan José Arreola, entre otros.

Sobre sus libros, sobre Bolivia y hasta sobre la cerveza es que dialogamos con el autor de Linchamiento de negro (1994), En el Cusco, el rey (2007) y El caso del rinoceronte deprimido (2009), entre otros títulos de novela policial, es que dialogamos con el destacado escritor, a días de su llegada.

-El género policial parece quedarle como anillo al dedo a La Paz, ¿Es lo cosmopolita de la urbe lo que le permite aquello o qué otras características identifica para tal correspondencia?

Creo que algunos amigos críticos (Andrés Laguna, Mijail Miranda) han dado en el clavo para señalar un elemento fundamental en la trama de Morir en La Paz: el concepto de la “nación clandestina”, tan bien reflejado antes en el cine de Sanjinés. Yo había trabajado de manera más bien intuitiva la propuesta de los críticos franceses de la “novela negra etnológica”, que en el caso de Morir en La Paz, adquirió cuerpo al introducir los poderosos elementos de la cultura aymara que forman parte de un cotidiano que, a veces, los mismos paceños no ven de puro cercano. Eso se da sobre todo en el medio urbano, de allí las figuras del aparapita, el río contaminado, los barrios antiguos, los cabarets, los kioscos de libros y las procesiones como el Gran Poder. Aunque también juega su rol el medio andino en un sentido más amplio, con los capítulos que suceden en Yungas, el Chapare y Tiwanacu. Hay que recordar que el género policial y negro, que nació como un género esencialmente urbano, ha ido evolucionando para incluir otros ambientes. Y en este caso, grandes maestros del policial “etnológico”, como el australiano Arthur Upfield, el norteamericano Tony Hillerman o el sudafricano James McClure, han dado ejemplos de inserción profunda en mundos rurales o nomádicos. Ramón Rocha Monroy ha mencionado la existencia de otras novelas de género negro, o cercanas al género, que hacen de La Paz su escenario; él no mencionó, pero yo sí, la formidable novela de Juan Pablo Piñeiro Cuando Sara Chura despierte. Y hay un thriller espectacular de Gérad de Villiers titulado Safari a La Paz.

-Su historia se sitúa 100 años después de que Bolivia perdió su acceso al mar en la guerra con Chile ¿Por qué eligió esa temporalidad?

Es una coincidencia. Mi interés y cariño por Bolivia. Su gente y su cultura no están ligados a aquella contingencia bélica, a ese contencioso centenario que nos separa. ¡Cuando una sana integración nos haría tan bien para potenciar nuestro mutuo desarrollo! Ahora, el tema de la llamada guerra del Pacífico es menos dramático para la mayoría de los chilenos, menos recurrente, excepto cuando los políticos comienzan a lanzarse ataques y ofensas de un país al otro, exacerbados por la combustión interna de sus aconteceres partidarios. Y allí asoman unos nacionalismos temibles. En Chile no se ha dado aún un debate en la masa ciudadana sobre el tema de la reivindicación boliviana de su mar, arrebatado por las tropas chilenas. Tropas, como se sabe, comandadas por una élite ávida de riquezas pero conformada por pura gente del pueblo. Cuando se dé el debate que menciono, van a aparecer muchas dinámicas nuevas. Creo que en Bolivia no se vislumbra hasta qué punto el nacionalismo chileno, me refiero a aquel del sentir profundo de la población, podría llegar a bloquear cualquier arreglo de reivindicación territorial o marítima, incluso el más racional. Y desde ya, el tema no está presente en los mejores cultores de la novela policial chilena, como Ramón Díaz Eterovic, Roberto Ampuero, Luis Sepúlveda o Poli Délano. Aunque ellos sin duda simpatizan con la nostalgia de Bolivia por el mar.

-La historia de Bolivia, la de La Paz, personajes y el misticismo de esta ciudad se reflejan en su novela. Hay también referencias de los universos de Jaime Sáenz y Truman Capote, y hasta del filme Chinatown de Román Polanski. ¿Ha sido vital la intertextualidad para la construcción de la novela?

Cierto. Toda mi literatura está marcada por la intertextualidad en varios frentes. Yo empecé como lector del género policial y negro desde que era niño. Después vino el cine negro, tengo poderosas imágenes en la memoria, de James Cagney, Robert Mitchum o Bette Davies haciendo de las suyas. Inolvidables Humphrey Bogart y Peter Lorre en El Halcón Maltés. Por cierto, empecé a escribir por amor al género, sobre todo mis primeras novelas firmadas como Mauro Yberra y escritas a cuatro manos con Eugenio Díaz Leighton, amigo de medio siglo. A propósito de la fuerza de los arcanos subliminales, me acordé repentinamente de algo que alguna vez dijo un político boliviano, cuando Carlos Mesa mandobleaba tratando de evitar que el caos se adueñara de Bolivia (y lo logró, como buen crítico de cine sabía que su película debía tener un final digamos feliz); bueno, ese político afirmó que Mesa (gobernando sin basamento en los partidos) había hecho un gabinete ministerial con sus amigos del barrio y sus compañeros de colegio. Carlos Mesa es el que acuñó la frase “gas por mar”, uno de los momentos más bajos en la química entre Chile y Bolivia. Cuando yo residí en La Paz durante los 90, veía a Mesa en la tele hablando con una impresionante, demiúrgica elocuencia, planteando soluciones para todo. Creo que esa intertextualidad también se coló en mi novela.

-Dicen que sus obras podrían clasificarse como policial-etnológicas. Al describir La Paz, un espacio de predominancia indígena, ¿cómo logró un trabajo literario que no cayera en la tentación del etnicismo, la antropología o incluso el folklore?

No sé si lo logré. Antonio Tabucchi ha hablado de las sorpresas que el escritor encuentra cuando se enfrenta a la página en blanco. Es como doblar una esquina. El azar juega su rol objetivo, así tan apropiadamente lo expresó André Breton. Yo agregaría las tentaciones, que de igual forma acechan (si no, preguntemos a San Antonio Abad en su cueva). No me asustan esos conceptos que se mencionan en la pregunta. Creo que las demandas de la construcción novelesca, en particular las del género policial, las morigeran. Por eso creo estar lejos del enfoque de los escritores del siglo pasado, que se apoyaron en ismos como el indigenismo o el naturalismo. Ahora bien, la incorporación de elementos propios de las culturas locales ha sido fructífera en muchos casos, como por ejemplo el siciliano Andrea Camilleri, tal vez el autor de novela policial más querido en la actualidad, con su comisario Montalbano (la intertextualidad de nuevo: se llama así en homenaje al fallecido Manuel Vásquez Montalbán, el creador del detective Carvalho). En cualquier caso, lo étnico o lo folklórico no son lo único que me atrae de La Paz. Una novela semi autobiográfica que estoy trabajando, que se titula provisoriamente Gomitas calientes, retoma mis experiencias paceñas en una clave que podría calificar de mítica-erótica-alucinógena. Otros fantasmas me cercaron cuando emprendí esta escritura, que me sigue demandando atención, sumo y sumo páginas, me acerco al millar.

-¿Qué hay de Bartolomé Leal en Isidoro Melgarejo Daza?

Creo que mucho. Aprecio en él antes que nada el peso que otorga a la amistad, esa amistad ajena a utilitarismos, ésa que invita a compartir una cerveza o un café, a no regatear el consuelo cuando se precisa, a emprender un periplo conjunto, a intercambiar sabidurías inútiles, a respetar el silencio del otro, a amar a veces sin esperanza de retribución. El acercamiento a la religión de Isidoro me conmueve, no soy creyente, pero me interesa la fe como fenómeno social. Y bueno, también me hubiera gustado ser imprentero y/o detective privado. Todo ello en la onda de la intertextualidad, ya mencionada.

-Morir en La Paz deja el escenario abierto para una secuela ¿Podría esta desarrollarse en la actualidad o mantendría sus personajes en la época inicial?

La secuela tiene título, La venganza del aparapita, y se halla en escritura. Es una novela minimalista en su enfoque, que transcurre años después de Morir en La Paz, con algunos de sus personajes retomando el hilo de lo que quedó pendiente tras los enfrentamientos que hay allí. Voy a negociar con mi editor, durante esta visita, un programa para su publicación. Tiene mucho más de ejercicio estilístico que la precedente, con bastante experimentación formal. Es difícil escribir novela negra tradicional en estos tiempos, el mundo editorial está terriblemente comercializado, no interesan géneros, estilos, cultura ni siquiera autores, si éstos no responden a alguna lógica del mercado. Por ello mi opción es la literatura. Ya no me hice rico con ella, pero el placer que me ha dado es impagable.

-Acerca de Cuentos para 1 año, ¿cuáles fueron los parámetros para la elección de los relatos elegidos?

Cabe aclarar que se trata de una selección de buenos cuentos y no de una antología de los mejores. Tampoco es un florilegio de autores, con un enfoque de ranking de calidad. Es una selección más o menos subjetiva. Nació del blog Ecdótica, donde animo una sección llamada “El cuento del mes”. De allí se pasó al papel por decisión de su editor Marcelo Paz Soldán. Yo me sumé alegremente a la iniciativa. La idea es hacer otros volúmenes parecidos, en formato bolsillo, en edición de bajo costo, a un precio al alcance de todo bolsillo como se decía antes cuando se guardaban billetes en la vestimenta. Y bueno, responde por cierto a una dinámica previa: la columna “Cuentos & Cuentistas” que escribí para la RAMONA durante varios años, desde su fundación. O sea, hay mi interés personal en el cuento, en el descubrimiento de autores. Entre tantos estudiados, adopté en el libro una repartición geográfica y lingüística, una variedad de tipos de narrativa, traduje cuando fue preciso, redacté breves textos de introducción. Ante que nada, debo reconocer que en la selección primó mi gusto personal y, sobre todo, el descubrimiento o redescubrimiento de autores menos apreciados, o menos presentes en las primeras planas o las máquinas de búsqueda. Sin embargo, no por eso son menos importantes.

-Sabemos, por otro lado, que usted es un amplio conocedor de las cervezas del mundo -“crítico de cervezas” se le presenta por ejemplo en el libro-. ¿Qué sitial ocupa la cerveza boliviana en el concierto mundial? ¿Cuál y cómo recomienda tomarla?

La Paceña es una buena cerveza lager, bien considerada a nivel mundial, es un ítem de exportación que en Chile se consume bastante. Buenas lager son también las japonesas y las alsacianas. Pero hay que tener en cuenta que el mundo de la cerveza es bastante más amplio. Las lager son una porción pequeña de una rica variedad de estilos, aunque por cierto están entre las más consumidas. En todas partes se hacen cervezas, una moda ha surgido con las llamadas “artesanales”. En Estados Unidos hay todo un movimiento de “microbreweries”. Pero las grandes naciones cerveceras siguen siendo Bélgica (las cervezas trapenses, los vinos de cebada de alta gradación alcohólica), Alemania (las cervezas blancas o de trigo, las cervezas envejecidas), Gran Bretaña (las ale, las stout negras, las bitter), República Checa (las lager originales, que nacieron en el pueblo de Pilsner, al cual llegué en peregrinación), Holanda (las kriek con zumo de cereza), y suma y sigue. La mejor cerveza es, por cierto, la buena cerveza de barril, el schop como se le apela en algunos países. Frank Zappa decía que un país no era país si no tenía su cerveza. Un amigo mío tenía el siguiente dicho: las cervezas se dividen en dos tipos, las buenas y las excelentes. La cerveza, con su bajo nivel de alcohol y su sabor amarguito, es un producto natural amable, un fenómeno mundial. La simple mezcla de flores de lúpulo, cebada malteada, levadura y agua pura que, con dos procedimientos básicos (fermentación alta o baja) y una variedad de trucos de elaboración, nos ha dado este elixir que tanto ayuda a hacer más llevadera la vida. Sin exagerar en su ingesta, por cierto, para no tener problemas con la vejiga, la balanza, la policía, el jefe o la compañera.

-Luego de “Cuentos & Cuentistas” ha ido regalando a los lectores de la RAMONA un recorrido por la literatura de viajes en una posterior columna. ¿Qué es lo básico que debe reflejar un cronista de viajes y cuáles cinco autores vitales recomienda leer?

Uno de mis criterios para elegir los libros de viajes tiene que ver con los autores. Siendo lector de cuentos y novelas, así como escritor de narrativa, siempre me pareció descubrir entre líneas el eco de viajes que han inspirado tramas, situaciones y personajes, aunque eso no esté necesariamente explícito. Por esta razón busco deliberadamente textos de escritores que me interesan. Por ello he disfrutado los libros de viajes de Graham Greene, John Dos Passos, Alberto Moravia, D.H. Lawrence, Evelyn Waugh, Terenci Moix, Paul Bowles, William Golding, Le Clézio, Lawrence Durrell, por sólo nombrar unos pocos autores del siglo XX. Ahora, hablando de los más actuales, entre los grandes maestros del auténtico libro de viajes, no de turismo, están a mi juicio Michel Le Bris, Ryszard Kapuscinski, Alain de Botton, Paul Theroux, Ian Frazier, Bruce Chatwin... Como escribí en mi columna de la RAMONA, a modo de decálogo, la narrativa de viajes debe ser extraña, profética, hedonista, original, reflejar lo importante del lugar visitado, mostrar el cambio en el viajero, distanciada, ajena a interpretaciones, sorpresiva y bien escrita.

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