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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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SOBRE EL FÚTBOL QUE INCULCÓ GUARDIOLA AL BARCELONA

¡Gracias Pep!

¡Gracias Pep!



El fútbol imita a la vida o la vida se parece al fútbol. Sea como fuera, la presencia de Pep Guardiola en el banquillo del Barça reivindicó al futbol; le devolvió la sonrisa a la pelota. El Barcelona del Pep no solo atiborró todos los títulos por caber; sino que, posiblemente su logró más importante, nos restituyó el goce por el fútbol. Guardiola vivió el fútbol en una cancha dentro de la que cabe todo. No solo revolucionó al fútbol transformándolo en un acto poético; sino que le impregnó de un aura de caballerosidad que parecería la reencarnación del Quijote.

El fútbol es una proyección de la personalidad de un individuo y, también, de una sociedad. Es un espejo de aumento que exagera las virtudes y los defectos. En nuestra vida normal nos ponemos disfraces más o menos convencionales para proyectar una determinada imagen. O como diría otro caballero del fútbol, Jorge Valdano: “El juego, sin embargo, nos baja la guardia y nos muestra tal cual somos”. Nos desnuda tal como somos ya que “se vive como se juega” (dixit Francisco Maturana). Guardiola, a través de su discurso fuera y dentro del césped, les inculcó a sus jugadores no solo un estilo de fútbol estético; sino un estilo de concebir la vida a través del fútbol. El fútbol del Barcelona condensaba este estilo de vida. La apuesta por el jogo bonito (no es casualidad que en Brasil en los últimos días suene el nombre de Guardiola como “un candidato serio” para dirigir la selección verde y amarilla), acompañado por una mística envuelta (o alimentado) por un juego de solidaridades, hizo del Barcelona un equipo de ganadores. Paradójicamente, también irradiaban humildad e inteligencia por doquier.

Guardiola rompió algunas afirmaciones borgianas: aquella que decía “once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos” o aquella otra que decía: “siempre uno acaba por asemejarse con su enemigo”. En el primer caso, el fútbol del Barcelona exhaló una estética única. Como diría el periodista de Página 12, Diego Bonadeo, los jugadores del Barcelona fueron los “mágicos solistas del colectivo futbolero más maravilloso que uno pueda recordar”. No es casual que, a pesar de su antipatía futbolera, Borges, al referirse al exseleccionador argentino César Luis Menotti dijo: “Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo”. El propio Menotti manifestó su indisimulada admiración por Guardiola, al que calificó exactamente igual que Borges a él: “Un hombre inteligente”. Y en el segundo caso, Guardiola supo diferenciarse con su eventual rival deportivo, el lacónico José Mourinho, con un discurso gallardo tanto en la victoria, como en las (pocas) derrotas.

La construcción de esa imagen implacable de Guardiola fue in crecendo, amen a un estilo de fútbol que rompió la tendencia del miedo a perder, que redujo el fútbol a un mero cálculo en el que (pre) dominaron, casi por excelencia, las estrategias defensivas. El fútbol del Barcelona de Guardiola alcanzó la plenitud: la pelota fue más pelota, el jugador más jugador (de allí que emergió el mejor jugador del futbol mundial de hoy: Lionel Messi), el fútbol más fútbol, y, por eso, todos nosotros (o por lo menos la mayoría) nos transformamos en hinchas del Barça.

Ver al Barcelona (aunque mediatizado su juego por la tele) era un goce. Una manera otra de mitigar el aburrimiento y las miserias de la vida cotidiana. El Barcelona de Pep no renunció a la alegría, a la fantasía y a la aventura seductora combinando. Al mismo tiempo, tenía un “achique” que necesitaba de una dosis de un convencimiento colectivo de los jugadores por la causa, con un estilo creativo que demandaba del ingenio individual. En un tiempo marcado por especulaciones y cálculos, de previsiones por el miedo a perder, el fútbol del Barcelona sedujo al mundo. Y a los nostálgicos, les hizo evocar al fútbol total de Johan Cruyff y sus camaradas holandeses. Quizás por esta analogía que la maravilla del fútbol pervive: acaso por eso mismo o por todo eso, el fútbol del Barcelona sigue siendo fútbol. Y por eso mismo que Guardiola deja a los catalanes para recargar estas ilusiones futboleras. ¡Gracias Pep!

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