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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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CODEINE, THE CURE, DEATH GRIPS, THE DIRTY THREE, GODFLESH, ICEAGE, JOSH T. PEARSON, LEE RANALDO, MAYHEM, MELVINS, MICHAEL GIRA, MUDHONEY, SHELLAC, SPIRITUALIZED, THE WAR ON DRUGS, THE WEDDING PRESENT, WOLVES IN THE THRONE ROOM Y THE XX, ENTRE MUCHOS OTR

Derviches del ruido duro

Derviches del ruido duro

Cuando en enero pasado la RAMONA publicó su ranking con los mejores discos de 2011, una vez que la indignación popular por no haber seguido la elección obvia se hubo aplacado, comenzó un nuevo debate: ¿Nos habíamos sumado a la moda hipster de abrazar el heavy metal? Este fenómeno ya se iba observando cuando, al terminar la década pasada y en vista de que el revival ochentero no iba a tener continuidad directa en la recuperación de la música de los noventa, ciertos medios y personajes declaraban sus preferencias metaleras. Recordemos al “Pato” Jara confesando en estas misma páginas que él escribía con heavy metal de fondo. Pero el momento culmen del romance entre hipsters y metaleros llegó cuando Pitchfork eligió entre los mejores relanzamientos del año pasado “Peace sells... but who’s buying?” de Megadeth. Oficializada la relación, las huestes indie perdieron el pudor y pasaron de admitir como “placer culposo” el gustar de alguna canción de Black Sabbath, a declararse fanáticos de Mayhem, Brujería y Anal Cunt. Pero el que haya seguido la evolución de la música experimental sabrá que hay poco de “moda” en eso de acercarse al metal. En las últimas décadas, ésta ha sido la rama de la música popular que menos miedo le ha tenido a la innovación y que –a pesar de los legendarios prejuicios de una parte de sus filas– ha expandido sus posibilidades expresivas de formas insospechadas. No por nada hoy, cuando el rock está enfangado en el revisionismo intrascendente, la música que más se parece a lo que hacían compositores como Webern, Schönberg, Reich, Varese o Cage, es el metal.

Evidentemente, las formas musicales surgidas del metal encuentran sus raíces más entre la música popular que estrictamente en las peripecias de la composición contemporánea. Por ejemplo, “Sabotage” o el trabajo guitarrístico de Neil Young en “Rust never sleeps” explican parte del sonido de Earth, así como se puede trazar una línea clara entre el jazzcore de Last Exit y lo que hoy hace Napalm Death, o es imposible entender a Mayhem sin Black Flag, Fugazi, The Germs y los sudorosos sótanos del primer hardcore norteamericano. Claro, a diferencia del rock independiente actual, estas bandas no se limitan a reprocesar vestigios cool del pasado cercano, sino que a esas influencias (más o menos excéntricas) le añaden un giro de identidad: Ahí están el impresionismo pastoral de Earth, las ráfagas vocales de Napalm Death y el rocoso groove, que poco tiene que ver con el trash, de los Mayhem. Lo del reciente acercamiento al metal es una impresión errónea, lo que pasa es que la cantidad de discos notables que se han producido llevando las señales del metal desde 2010, es abrumadora. Sirvan de ejemplo The Men en 2011 y Portal en 2010, dos bandas de rock duro y ruidoso que para nada cuadran con la idea, entre nostálgica y acomodaticia, que quiere reivindicar el filisteísmo de Metallica o Iron Maiden. No hace falta mirar demasiado atrás para encontrar más pruebas: en un primer trimestre en verdad árido para la nueva música, el disco más logrado del año vino de la mano de los drones de Earth y su “Angels of Darkness, Demons of Light II”.

¿Pero hay alguna línea conductora común entre todas esas bandas, más allá de su apego al ruido y a la estética tenebrosa? Sí, y puede que ahí resida la explicación de su predominancia frente al irremediable estancamiento creativo de otras vertientes del rock. Todas estas bandas ofrecen con su música una experiencia superior al individuo, una forma de reconectar con la naturaleza colectiva y performativa de la música como hecho creativo. Hoy, que se consume música con audífonos o se baila en los conciertos mirando al piso y con los brazos cruzados –y lo que es peor, se compone música con ese fin–, esto no es poco. No hace falta atribuirle valores sobrenaturales a la música, se trata más bien de repensar (en estos días hipermodernos) lo que en la antigüedad clásica se conocía como la “música de las esferas”, un murmullo violento y tal vez incomprensible para el oído humano, ese latigazo empíreo y cacofónico que se experimentaba al escuchar resonar las naves de una catedral medieval cuando se tocaba el órgano en su interior. Recuperar la libertad original que gozaba la música antes de que el “Temperamento” academicista triunfase en occidente. No es casualidad que la primera banda de doom metal en hacerse famosa entre fanáticos de la música experimental haya sido Sun O))), un grupo cuya música se caracteriza por su minimalismo, pasando casi por feedback amorfo, simples olas de ruido blanco, mantras de guitarra distorsionada. Inspirados por los primeros trabajos de Earth, los norteamericanos suben al escenario vestidos con hábitos monacales, rodeados de incienso y mostrando una reverencia por el drone (la vibración repetitiva) propia del budismo. Lo suyo esta muy lejos de ser una boutade, y de hecho Sun O))) están considerados como una de las bandas más fértiles dentro de la música experimental. Algo menos dentro del dominio del metal, Psychic TV se formó antes que como una banda, como una mezcla entre una corporación multimedia y una Iglesia pagana, propalando el ocultismo y la magia sexual con canciones tórridas, electrónicas pero difícilmente calificables como pop. Así, buscando una forma de suspender el tiempo para esculpir el sonido con las armas del heavy metal, o queriendo refundar el Vaticano al estilo de Günter Brus, nació el ruidismo místico.

Si hay que apuntar a una banda como la originadora de esa visión del poder sonoro como vía de acceso a la experiencia mística, Spacemen 3 se yerguen como auténticos profetas. Fundiendo los raggas, las ideas del grupo Fluxus, el rock espacial y el blues, lo de los Spacemen 3 eran spirituals en los que la transfixión se alcanzaba a guitarrazos. Aun así, concibiendo su música distorsionada y de altísimo volumen como una forma de purificación, mantuvieron aspiraciones políticas (entendían que su música era el soundtrack perfecto para una insurgencia armada), tanto como militaron en el hedonismo toxicómano (tienen un recopilatorio titulado “Tomando drogas para hacer música para tomar drogas”). Por supuesto, el origen de esa vertiente musical se retrotrae por lo menos hasta Suicide, los Stooges y la Velvet, pero no por ello es menos cierto que el metal visionario de hoy encuentra en los Spacemen 3 algo parecido a sus Staples Singers. Si bien tanto Spiritualized como Spectrum, las dos mitades en las que se dividió el grupo a principios de los noventa, dieron continuidad a las ideas sonoras de los Spacemen 3, ninguna volvió a sumergirse tan de lleno en lo cósmico-trascendental como en la gloriosa trayectoria de su banda madre. De hecho, lo más cerca que estuvimos de retomar esa vía creativa fue “Loveless” y sus nebulosas shoegaze.

Otra banda clave para entender esta evolución es Sonic Youth; el eslabón perdido entre la No Wave y el rock alternativo/independiente, entre la escena arty neoyorquina de finales de los setenta y el panteón rockero que dominó MTV en los primeros noventa. El aporte de SY está en procesar los trabajos de Rhys Chatam y Glenn Branca (que con un ojo en John Cage y el otro en LaMonte Young, ponían a cientos de guitarristas amateur a tocar la misma nota por horas), cortando esa masa de ruido capaz de producir aturdimiento genuino, con el molde de la canción pop. Esto, aunque los alejó en apariencia del núcleo duro de los cultores del ruidismo, los convirtió en el equivalente de Paulo de Tarso para el movimiento, pues probaron que la salvación noise estaba disponible para todos y no sólo para los iniciados. Lamentablemente las ideas que habían dado origen a SY como banda no consiguieron repercutir entre sus contemporáneos (exceptuando a los Melvins), más aficionados a las grandes melodías de guitarra al estilo del rock de los setenta. Sin embargo, ni siquiera el reino del rock altenativo más vacuo significó la desaparición del ruidismo místico de la primera línea del rock masivo: el post-rock, con su parsimonia ritual y su gusto por los crescendos operísticos, y el stoner rock de riffs más turbios, consiguieron mantener viva la llama de este estilo, mientras el heavy metal comenzaba a apropiarse de sus mejores ideas, siempre a espaldas del gusto y medios masivos.

Por mucho que el noise como género, a la cabeza de Merzbow, haya nacido bajo su influencia, no todas las bandas de ruido místico surgieron a la luz de ese evangelio llamado “Metal Machine Music”. Es más, la expresión última de la voluntad trascendental de la música violenta y muchas veces atonal, se halla en Swans, una banda que le debe más a los chamanes y a la música industrial hecha por cavernícolas de Cromagnon, que a Lou Reed o a cualquier otro guitarrista. Liderados por Michael Gira bajo el objetivo de “Regurgitar la clase social adquirida”, con Swans la música como trance, como ordalía y exorcismo colectivo, alcanzó su mayor radicalidad: sus conciertos no sólo fueron los de mayor volumen en la historia, sino que su intensidad física era tal que muchas veces el público sufría desmayos y convulsiones. Usando objetos encontrados para interpretar patrones de percusión propios de ceremonias animistas, la banda sobrevolaba ese dantesco escenario en capas de guitarras y sintetizadores en los que cualquier rastro de melodía era demolido y arrasado con fiereza. Reunidos en 2010 tras 12 años de inactividad, hoy Gira sigue comandando sus performances de dominación catártica con la misma energía que en el seminal “Filth” (1983), y su influencia sobre bandas de aspiraciones similares en indudable.

La última línea sinóptica que conecta las exploraciones vanguardistas con el metal, vuelve la mirada hacia el post-punk y el krautrock. Ya “Atmosphere” de Joy Division insinuaba las aspiraciones ceremoniales de este tipo de música, que cristalizó en su máximo potencial en la porción de la obra de The Cure que va de “Faith” (1981) a “Disintegration” (1989). Lo que distingue estos discos de todos los demás que produjo el post-punk, es su capacidad de condensar la introspección íntima en elación colectiva, por medio de las atmósferas que sugiere su música. Para llegar de ahí al slowcore, que estremecía como un haz de luz celestial con cada beat, sólo faltaba bajar un cambio y dejar incluso más espacio entre los instrumentos, ya no sólo imitando al dub desde la sección rítmica, sino incluyendo en ese juego las guitarras y la voz. Y aunque en su momento se los descalificó como una simple curiosidad, la reunión de una banda tan cimera para el slowcore como Codeine, da testimonio de su lugar en la evolución de esta música. Ya que hablamos del post-punk, es imposible dejar de mencionar a Nurse With Wound, Einstürzende Neubauten, Whitehouse, Throbbing Gristle o Godflesh, que cada cual a su modo, ya tomando como referentes a Brion Gysin, Russolo y el dadaísmo, el Marqués de Sade, Aleister Crowley, Faust o Killing Joke, aportaron a la expansión formal, estilística y creativa de la faceta mística del noise.

Como hemos podido ver, el metal experimental se aleja del empuje demencial del trash y de la herencia oligofrénica de Diamond Head, Deep Purple y afines; aproximándose más bien al espíritu visionario de las bandas de noise y post-punk que surgieron en el ecuador de la historia del rock. Es casi seguro que “Lulu” no desempeñará el rol engendrador de futuros de “Metal Machine Music”, pero eso porque el metal ya está mucho más avanzado en terrenos experimentales de lo que Hetfield y los suyos pueden imaginar. También es verdad que hasta el metal más bruto consigue subvertir ciertas convenciones en el indie pop, como una ya cansina inocencia sentimentaloide que lo caracteriza, pero en ese acercamiento hay mucho más que simple oportunismo. Tras ocho años de boom, el indie se ha consolidado como una institución (e industria), convirtiéndose algunas de sus bandas insignia en el equivalente del Adulto Contemporáneo para papás “buena onda” (Wilco, Feist, Bon Iver, los estamos viendo a ustedes), mientras los hypes que sus medios nos tratan de vender a diario, se pinchan cada vez más rápido (sirvan de ejemplo Odd Future y Lana del Rey). El indie se encuentra en un momento transicional, en el que intenta energizarse mirando al metal como en su momento lo hizo al apoyarse en la electrónica, el post-punk, el tropicalismo o la música disco. De ahí que hasta el hip hop de Death Grips tiña sus rimas con un flow típico del hardcore, o que festivales tan fuertemente vinculados con el rock independiente como el San Miguel Primavera Sound hayan abierto sus puertas a un notable grupo de bandas de metal. En vivo esto no es ningún problema, pero sólo el tiempo podrá decir si es que el matrimonio entre rock independiente y metal nos depara sorpresas gratas en la forma de nuevas bandas y discos o si es un olvidable one night stand. Como fuera, ya lo decía un filósofo alemán de bigotes parecidos a los de Dylan Carlson, hace falta mucho caos para poner una estrella a bailar. O a headbangear, si lo amerita el caso.

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