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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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SOBRE EL CLUB THE STRONGEST, CAMPEÓN DEL FÚTBOL BOLIVIANO

Volver a la nostalgia: por qué (te) atrapa el “Tigre”

Volver a la nostalgia: por qué (te) atrapa el “Tigre”



¿A qué se parece eso de ser campeón?, pregunta. Mire: es algo así como un champán seco y cálido que baja por la garganta. Una cosquilla ahí donde usted quiere. La piel rejuvenece de golpe”. Osvaldo Soriano



Dijo una vez (en “Nadja”) el tarado de Breton -Wilmer Urrelo dixit- que habría que entrar al cine sin premeditación, con la peli empezada, la sala oscura y sin conocer ni la trama, ni los actores ni las actrices. Ni un carajo. Por azar. Sentarse y dejarse llevar por los sentidos y la emoción, como quien se mete a ciegas al salar de Uyuni: sin guía, sin brújula, sin GPS. Identificarnos sin remordimientos, sin culpas, catarsis pura y dura, dispuestos a la purificación atea. Y reír, gozar, sentir y llorar, hasta que no te queden lágrimas, sin vergüenza. En el cine como en el amor estamos solos y a ciegas, rodeados de mucha gente.

La pasión por The Strongest es como el cine. Vamos a la cancha (hablo de los tres mil hinchas que vamos siempre, llueva o granice, estemos últimos o primeros, salga el sol o el salvador y talismán arco iris) no para ver el principio o el final de los partidos, no en búsqueda de un resultado, una vuelta, un triunfo o una clasificación. Vamos y volvemos al “stadium” por nostalgia, para obtener nuestra adictiva dosis de sentimiento atigrado. Para darnos cuenta que no estamos solos. Sabemos que en el fútbol, como en la vida y el cine, uno siempre acaba por identificarse con uno mismo, con los nuestros, con los colores -oro y negro-, nunca con un personaje, una trama, un marcador. Esos son otros.

Las películas del finlandes Aki Kaurismaki son todas iguales, son perfectamente reconocibles a los cinco minutos de empezadas. Con los partidos del Tigre pasa exactamente lo mismo. Se sufre siempre y el gozo llega después del dolor. Con los títulos conseguidos, idem de idem. Todos comienzan con desastres, cargadas, tragedias inexplicables, broncas bajando desde la grada, pedidos de dimisión, camarillas, imperdonables errores en la zaga, arbitrajes escandalosos, fixtures desastrosos y dirigentes propios que juegan en contra, que se vayan todos.

Entonces algo extraño, irracional, impensado, sutil, impredecible y secreto acontece, como con la pócima mágica de la aldea gala de Asterix y Obelix. Aparece la garra salvadora, la bronca contenida, el puño apretado, el corazón agigantado. Y nadie nos detiene: ni un equipo con mejores jugadores, ni un rival experimentado, ni un plantel joven y correoso, ni una confabulación poderosa, ni un arbi-trucho equis. Todos se vuelven, nos volvemos “loquitos”: la demencia necesaria de Mauricio Soria, el orgullo batallador del “Chumita”, el talento incansable de Pablo Escobar, las carreras del chapaco veloz (Nelvin Soliz), la fe inquebrantable de Lucho Mendez, las atajadas serenas de Vaca... Demasiado corazón, como canta el flaco. Once jugadores –paceños, cruceños, benianos, tarijenos, cochalas, bolivianos de hoy, los que llegaron ayer...- uniendo a la patria, de pie, nunca de rodillas: mensaje del pueblo stronguista.

La victoria o la derrota no son importantes. Lo son los comportamientos que uno manifiesta perdiendo o ganando. Los triunfos “per se” no son nada. Cómo llegan, cómo se logran: eso es lo importante. Cuando la victoria es fruto de la espera (im) paciente y apasionada, de la fidelidad a prueba de bombas, del aliento corajudo a cambio de nada; cuando no se abandonan las gradas jamás y mucho menos en la derrota humillante; cuando se sufre con los labios enrojecidos por los dientes apretados y el alma empequeñecida por la congoja; entonces los triunfos se saborean como nunca, se celebran “más mejor” y se gritan hasta la afonía, en abrazos infinitos y carcajadas mojadas con anónimos desconocidos.

Los campeonatos stronguistas -desde hace un siglo- son como las lluvias en los bosques, hacen aflorar la vida fugaz, los frutos más sabrosos. En la calle Vaca Diez de Trinidad, cerca de la plaza principal, una familia del Tigre -mis vecinos todos los fines de año- lleva demasiado tiempo mascando resignación y bronca. Como todos. Demasiado tiempo -siete años- soportando a los de la acera de enfrente, a los que se apuntan impunemente al éxito seguro, a los amargados, a los pechos fríos que ni sienten ni padecen, a los amargos de cada día, a los que ven el fútbol por televisión, a los que se anotan en las buenas y escapan por la puerta del norte en las malas. Entonces en medio de la noche calurosa y el silencio, llega una banda. Y toca hasta el cansancio “Negra, zamba”, nuestras canciones, nuestros símbolos, nuestros gritos, sin copiar. Podrán igualarnos pero jamás nos van a igualar. Otra vuelta, otra. Después de sufrir en silencio, la altivez en altavoz, el orgullo de las causas nobles y perdidas, a mil gritos por hora, la revancha siempre tarda pero llega. Para que el pueblo entero se entere.

Son éstas horas para la resurrección de los desaparecidos, de los recuerdos que se fueron para quedarse, de los stronguistas que mataron y murieron, de los muertos aurinegros que gozan de buena salud. En cada título, en cada vuelta olímpica, la nostalgia se apodera de los hinchas. Con unos tragos, puchos y una banda, con unas chelas, singanis y música, es el tiempo de la memoria, de volver a vivir aquel partido inolvidable, de citar seguidito aquella formación legendaria, de ver de nuevo aquel joven “Chupita” Riveros abrazado a su bandera, de traer a la mesa a aquel abuelo o padre, abuela o madre, tío o suegra que te llevó a la cancha por primera vez para regresar otra vez con su “ajayu”...

Son las noches alegres de los mitos, la caverna stronguista y sus gentiles gigantes. Y cada cual cuenta la suya. Yo me acuerdo de los que vi en mis quince años de stronguismo, del “Chocolatín” y del “Cabezón”, de lo que leí -Viloco y el Chaco-, de los stronguistas “famosos y orgullosos” que conozco y veo cada tarde de domingo –los “Tano” Fontana, los Uber Acosta, los Oscar Sanz, los Luis Liendo...De los que están “exiliados” como el “Papirri”. Del “Chango” Villarroel, cuando llega de Cochabamba. Y me acuerdo siempre del carismático y tierno Lucho Galarza (el penúltimo ya técnico que nos sacó campeón en 2004) y de todos los ex jugadores que prefieren olvidar los sinsabores de dirigentes pasajeros y olvidados y acordarse del amor infinito de los verdaderos stronguistas, del olor de las viejas camisetas, de los compañeros de antaño, de los minutos gloriosos del ayer.

Nostalgias de infancias, de tiempos pasados que siempre fueron mejores, de goles en el descuento, de cábalas inexplicables (mi cuate Martín Fox fue al Siles en el partido de ida de la final con un zapato roto, sin suela), de guiños a la esperanza.

Por eso escribir sobre The Strongest -como me pide ahora otro stronguista de corazón como el “cochala” Sergio de la Zerda, editor del suplemento cultural la RAMONA- es un esfuerzo inútil. Porque lo importante, los sentimientos, las sensaciones, las pasiones, las rememoraciones que despiertan los triunfos sufridos no son de este mundo (consumista y exitista, problemático y febril). Lo esencial se queda en nuestras penumbras, en algún lugar intangible de nuestros cuerpos, formando parte de esos sueños fatuos, de esas sombras chinescas de nuestra melancolía que la luz de la cotidianeidad, como en el cine, siempre aniquilará. Para volver a ser vividas y recordadas con nostalgia en el siguiente campeonato. Y no nos importa cuanto se demore. Todos estaremos ahí, otra vez. Volveremos a ser campeones, como la primera vez. Hasta la -próxima- victoria, siempre.

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*Dedicado al “Pibe” Tineo, un stronguista que en 2011 se fue para quedarse, seguramente sabiendo que este (ese) año no era del conejo, como creen los chinos sino del tigre, campeón. Rejuvenecido de golpe, como todos y todas.

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