Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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COMENTARIO DE LA PELÍCULA BOLIVIANA LA ÚLTIMA JUGADA DE PAZ PADILLA, EN CARTELERA LOCAL

¿De las publicidades, de los italianos o de las modelos?

¿De las publicidades, de los italianos o de las modelos?

La nueva producción del cruceño Paz Padilla, La última jugada, es difícil de digerir o de catalogar, debido a su inconsistencia en cuanto a la historia, sus falencias en el guión, la sobresaturación con mini-historias superpuestas y el uso de recursos gastados  (como una escena de hospital que trasporta a un ‘cualquier’ capítulo de Scooby-Doo). No está de más recordar que Padilla, conocido por su pasado literario, ya había merecido severas condenas tras su debut en el cine, En busca del paraíso (2010).

En La última jugada existe también una cantidad exagerada de publicidades descaradas y obvias de empresas que aportaron en la producción del film, y un abuso de clichés de la Santa Cruz actual, como el padrinazgo político, la esposa modelo/trofeo, el papel de blanco en la sociedad mestiza, el elitismo político y deportivo, la pobreza y la prensa amarillista. Un medico con problemas maritales que coquetea con una enfermera reaccionaria mientras deja de lado su juramento hipocrático, una familia de escasos recursos que contempla la migración ilegal a Italia ante la muerte de la madre y la compensación de una culpa política, romances descarados de tienen como lecho laboratorios de hospitales, enfermedades que solo se curan en África, abuso de poder, mujeres de políticos y su influencia real, familias inestables e incoherentes, tatuajes, racismo, mucha piel  innecesaria y un político que compra su “premio de Dios” en su lecho de muerte con una jugada final de redencion, son apenas algunos ingredientes de este nuevo film.

La sobrecarga de temas dificulta la atención en la historia central, que es la lucha contra el cáncer en Bolivia en medio del descuido político e institucional y la búsqueda de soluciones sobre esta realidad innegable. Exceptuando la escena de una Carla Morón -abatida y lejos del imaginario de la sensualidad de aquellos anuncios emblemáticos de Monopol- , narrando una lucha casi peregrina contra el cáncer de seno, pocas escenas sensibilizan al espectador. En contraposición abundan escenas sugerentes e innecesarias, como las de Katherine David ante la incompetencia de un médico en turno.

El manejo de recursos de edición y musicalización es también lamentable. Hay obvios errores de continuidad, coherencia y audio, sin mencionar el emblemático final que deja con un aire de ironía premeditada la música de una Italia que recordamos más por alguna caricatura loca de nuestra infancia.

Aunque el fin de la película es la recaudación de fondos para los niños con cáncer, no deja de llevarnos a la reflexión sobre la situación del cine nacional en esta época de acceso a la tecnología facilitadora. ¿Acaso nos conformamos con que la producción nacional llegue a los cines?

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