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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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IN-CO-RECTUS

Polémico sujeto

Polémico sujeto
No se sabe exactamente qué edad tenía por aquel entonces pero se intuye que era joven. Quizás demasiado joven. Lo cierto es que cuando el navío en el que andaba intentaba llegar a puerto seguro, una nave tripulada por corsarios franceses la interceptó, la abordó y se produjo una batalla de esas que sólo se ven en películas de piratas. En el furor de las escaramuzas, un barril de pólvora estalló y, listo, q’erla barcos. Los mástiles y las velas ardieron en el mar y después se hundieron en las aguas como pesadas ilusiones. No quedó tripulante que pueda servir de testigo salvo uno, ese mocoso, que agarrado de un remo nadó como en campeonato casi dos leguas hasta ser recogido cerca de Sagres, puerto milagroso de las rutas portuguesas, y llevado a tierra firme para ser atendido y muy pronto saberse renacido. Era un muchacho más bien fornido, su rojiza cabellera le daba un aspecto curioso. Extravagante, en veces, pero con una inteligencia superlativa. A su corta edad, llamaba la atención su profundo conocimiento del mar y las navegaciones. Cuando se lo preguntaron, dijo que se llamaba Cristóbal Colón, y eso es todo lo que dijo de su pasado.   

Me acabo de almorzar un suculento y exquisito libro titulado El éxito del error, escrito por una personalidad llamada José Luis Comellas. El erudito no sólo es catedrático emérito de la Universidad de Sevilla, sino que ostenta una doble especialidad: historiador y ¡astrónomo! Eso es lo que le permite, precisamente, mandarse un delicioso libro sobre los viajes de Colón en el que, a través de la historia y de la astronomía, se pone de manifiesto la genialidad y al mismo tiempo la contradictoria y controversial personalidad del Capitán de la Santa María. Créanme que, de Colón, sabemos poco. Nueve mil volúmenes escritos en torno a él atestiguan que lo que nos dijo nuestra buena maestra de colegio, no llegaría a considerarse ni anotación de cocina. De hecho, Comellas sostiene que pese a ser reconocido como el “descubridor” de América, Colón es el descubridor de algo tan o más importante que nuestro Continente: el movimiento de la estrella Polar. Compenetrado en latitudes del Atlántico donde nunca antes  nadie había osado navegar, Colón percibe demoledores “errores” de la naturaleza: su brújula se inclina hacia el oeste, las llamadas “guardas” (una especie de reloj del cielo) empiezan a “adelantar y retrasar” y la Polar varía su posición. Cualquier marino de la época se hubiera muerto del espanto. Colón no. Asumió que la suma de los errores daba una verdad y concluyó que la Polar se mueve “como las otras estrellas”. La ciencia cambió desde ese instante.

Pero la impresionante intuición colombina contrasta con su gigantesca incorrección política. El tipo era, a no dudarlo, un maldito bastardo miserable. Lo que narra Comellas es delicioso: La Corona ofreció a los tripulantes de esa primera expedición la suma de 10.000 maravedís a quien avistara por primera vez tierra. A lo largo de la travesía, al menos tres veces creyeron verla. Falsa alarma, consiguiente decepción. A medida que las penurias y frustraciones aumentaban, los marinos tomaron una decisión: quien grite falsamente tierra no recibirá la recompensa aunque después evidentemente la aviste antes que nadie. Una noche antes del descubrimiento, con indicios certeros de la cercanía de una próxima tierra firme, Colón ve a la lejanía una lucecita. “Era como una candelilla de cera, que se alzaba y levantaba”. Colón duda. Puede que sea tierra, puede que no, piensa para sí. No quiere perderse los 10.000 morlacos. Llama sigilosamente a dos de los tripulantes y les dice que miren lo que “parece” una lucecita. Uno la ve, efectivamente. El otro no. Deciden esperar. Horas más tarde, para júbilo general, Rodrigo de Triana con toda la seguridad del mundo grita: ¡Tierra! Y esa es la historia heroica. La otra: Colón le hizo un juicio a Rodriguito de Triana poniendo como testigos a los dos tripulantes a quienes había incitado a ver la candelilla. Le estaba disputando el dinero. ¡El muy hijo de p! Y todo por quedarse con los míseros y sucios maravedís. La gloria no le bastaba al muy canalla.

Pero no hay nada más impresionante que comprender la mentalidad de Colón a través de su contradicción. Siempre entre la más absoluta genialidad y la tozudez retrógrada más grande. Todorov y otros colombistas han explicado que la obsesión de Colón por alcanzar la isla de Cipango (hoy Japón) y posteriormente las costas de Catay (hoy China) no lo abandonó jamás. Al llegar al continente americano nunca aceptó la realidad y se porfió y porfió que estaba dónde él quería. Ni siquiera los indicios descubiertos de civilizaciones como la Inca o la Azteca lo convencieron de lo contrario. Comellas tiene otro relato magistral que ilustra biencito la terquedad del Almirante, el qhonana Cristobal Colón: Llegando a las costas venezolanas en su tercer viaje, los tripulantes de su navío sintieron un fenómeno inexplicable. Primero sonidos ensordecedores por dos flancos, luego una ola gigantesca que levanta la embarcación dos metros y la vuelve a depositar calmadamente en las calmadas aguas. En tierra, confundido y asustado, Colón manda que le traigan un cubo de agua del mar. Colón, prueba el agua. Era dulce. Colón, como sólo un genio podría hacerlo, concluye que el agua de mar está siendo endulzada por la desembocadura de un río caudaloso (estaba en el delta del Orinoco) y eso sólo tiene sentido si el río se encuentra atravesando un continente. ¡Un nuevo continente! Colón, por primera vez y realmente, descubre América. Sin embargo, obsesionado con sus creencias y suposiciones, afirma que se encuentra, atención, en ¡el  Paraíso! En el Edén, ni más ni menos. Niega la realidad y con ello niega su consagración definitiva ¡Qué lo parió!

Y es que este polémico sujeto realmente merece la admiración universal por genio y por tonto. Una doble articulación que le permite convertirse en uno de los misterios más grandes de la historia de la humanidad. Y si hablo hoy de Colón es por tres razones: a) Por tratar de incentivar a investigar más sobre este increíble Almirante b) Porque acabo de leer un libro sobre él y c) Porque quiero dejar bien en claro, a los que me quieren y a los que no, que puedo escribir sobre lo que me venga en gana, en un estilo limpiecito y bonito, lleno de licencias estéticas y literarias -exactamente como este texto- o con un mordaz humor y repleto de brutalidades lingüísticas, palabrotas y otras vainas.

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