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DOMINGO DE CH’AQUI

La Paz en mi corazón

La Paz en mi corazón



Me llamaron desde La Paz algunos periodistas para que dijera algo sobre mi ciudad, lindo se recuerdan de mí en julio. Hace dos años que no estoy en La Paz, es mucho tiempo y si envejeces peor es. Estuve tres años en México, dos en Brasil, tres en Japón y estos dos en Quito me están pareciendo infinitos, debe ser porque no estoy tocando y me dedico a la célebre gestión cultural, tramitador parezco, pero de los que realizan logros, ché.

El asunto es que extraño agudamente mi ciudad, el 16 de julio me gusta llevar la tea libertaria de Murillo y ponerme chal de vicuña lanzando humito frío por la boca que se derrite en los sucumbes de los toldos. Extraño primordialmente al Illimani, a sus estados de ánimo, me encanta el amarillo melancólico en sus barbas, el violeta mal humorado de su jopete, me fascina el Illimani en luna llena y el Illimani con su sol de las doce. Me hechiza el Illimani desde mi ventana, es el mejor cuadro que jamás tuve. Extraño a las virlochas con su mandil colegial y su guaripola, extraño a los paceños de Sucre, los paceños de Tupiza, los paceños españoles, los paceños orureños, los paceños de Hong Kong, porque mi ciudad tiene enormes polleras para albergar a todos con el mismo amor. Me hace falta la barra del Tigre, el ch’aqui con cervecitas en la plaza Abaroa, el ch’aqui con wallake enay, el ch’aqui con fricase por el cementerio. Extraño sus canchas inclinadas, sobre todo la del kilómetro 7 en el bosquecillo, cuando picabas dejabas una estela de polvo cósmico, ese pique me inspiró la canción “Ch’enko total” (1994): “Teodoro Quispe/ nacido en Choquelulu que en el mapa se llama General Villamor/ salió en bicicleta los andes en las ruedas/picando a su escuela ubicada a horas sol/ tal fue el impulso de este rayo andino que apareció sudando en plena Eloy Salmón/ ofreció sus servicios/cargador rodante/ con propina radiante compro walkman de color…/ Se hizo base/ popular y con crema/ un cuarto en la ladera poster de Laura León/ Manaco, Stronguer/ telenovela a vela/ ayllu vuelto preste curso de computación/ en su nuevo carnet/ es Teodoro Villamor: Ch’enko total, ch’enko total, a ver como digieres la paella conceptual”. Sí, extraño mi ciudad, sobre todo a su gente.

Haaarto hecho de menos a la Sabinita con su sombrerito en equilibrio y su pollera en tic tac, al Canti con su pasamontaña de guarida, a la Hilaria con su anticucho virulento, a la señora gorda dueña de casa absolviendo la renta al desempleado, al k’encha Terán con su chalina y su cigarrito pegado al bigote. Nostalgia tengo de Las Velas, las charlas sin motivo, la llajua de maní, las gringas arrechas persiguiéndome, la bajada prodigiosa desde El Alto, el impacto de las casitas brotando de las laderas, la Sagárnaga y su olor a sullu, al maleante que me invita salteñas. Harto hecho demás el heladito de canela de San Pedro, a las ñatitas bien de la 21, a las ñatitas mal de noviembre, al excombatiente asoleándose en la Pérez, pero creo que ya no hay. Nostalgias tengo de los árboles de Sopocachi, abrazar sus venas recónditas, subirse al Abaroa y resbalar por el borde, la mirada incólume desde Killi Killi, los besos ardorosos en el montículo, la tuba solitaria desde algún páramo del sur. Extraño el Gran Poder con sus polleras multicolores, con su chacha warmi en el preste, la chorreada del queso hirviendo de la llaucha. Extraño al Comandante, portero de mi edificio, con sus siete hijos y quince nietos y su vitalidad paceña baldeando a las 5 de la mañana, a los mecánicos embadurnados cascándole clandes un tapazo al paso. Me hacen falta tus marchas eufóricas, la puteada por la trancadera, los maestritos de taxi con quienes arreglamos el país y terminamos comiendo un sanguche de chola gozoso que suda cebollas. Me hace falta el olor a blader de Miraflores, la pasankalla dulce del lago sagrado, su manto mágico, Copacabana y su locura astral. Extraño la saya afroboliviana, a la gacela de la Graciela con sus pelitos de tundiqui ensortijados sobre todo abajito. Extraño viajar en camión, el tirillo del Gato, la thejeta del barrio, el volador oponiéndose al viento y zarandeándose por el mar aéreo del cielo paceño. Porque La Paz va mas allá de la asombrosa hoyada, se extiende intensamente en el El Alto hacia un altiplano de diez amarillos, se ensancha hacia una selva húmeda con monitos y ciclistas mártires, se engrandece en los Achachilas sagrados. Extraño mi ciudad venerable tan cercana al cielo, la noche paceña tan cercana al infierno.

Paceños de La Paz, paceños de Bolivia, podemos perder todo menos la dignidad, el don de buenas gentes, la alegría de vivir en una de las ciudades más impactantes del planeta, el orgullo del primer grito anticolonial. Así, mutilados, tulliditos, así, altivos y radiantes, somos rotundamente paceños, pioneros en voltear gobiernos a mochilazos, orgullosos de nuestra sangre aymara mezcladita como api. Tranquiiilos nomás hoy nos pijchearemos los pico verdes, porque keran o no keran seguiremos haciendo historia… histooooria… yaaaaa…

16 de julio del 2011.

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*El Papirri es el popular cantautor paceño Manuel Monroy Chazarreta, quien escribe sus crónicas desde Quito, Ecuador.

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