Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 13:26

UNA CRÓNICA DEL CONCIERTO QUE LA BANDA COCHABAMBINA DIO EN LA PAZ

Timpana de Bolivia

Timpana de Bolivia



La Paz no podía haber elegido mejor escenario para acoger a Timpana. O mejor dicho: Timpana no pudo haber elegido mejor regalo para Chuquiago Marka, en el mes de las fiestas julianas, que venir a cantarle cargada de su hechizo.

Con la belleza imponente del Museo Nacional de Arte como escenario, el espectáculo del grupo cochabambino le dio sentido a un encuentro en el siglo XXI. De un pasado en piedra labrada por indios, que alberga arte mestizo, del que tan orgullosos nos sentimos, la música obró el prodigio de fusionar este arte con sutiles cantos del norte de Potosí, pasando por guitarras con ritmos latinoamericanos, acordes de charanguito sentido y tempos modernos.

El conjunto liderado por Alejandra Lanza, acompañada por un grupo de músicos de primer nivel, le dio un soplo de dulzura y esperanza a mi Alma Perdida -título del primer álbum de Timpana- , simplemente porque hace mucho tiempo no encontraba nada fresco que me llevara a escuchar una y otra vez las melodías para descubrir las verdaderas raíces de su encanto. Es que estoy embelesada, lo confieso, porque, con elegante perspicacia que sugiere el sentir de América en ritmos bien amalgamados, Timpana encuentra la manera de convertir lo que prometía ser un concierto en una puesta en escena muy bien cuidada, producto del trabajo de una artista multifacética con más de un pie en las tablas y la voz para el canto/cuento.

Desde el inicio del concierto, los músicos se transforman en personajes. Y mientras transcurre la trama, Alejandra inicia una mutación teatral de atavíos de mujeres indias, mestizas, urbanas con el mismo sentir: la búsqueda de un amor que, arrancado por la muerte, parte en forma de un espíritu que deambula por esta nuestra tierra boliviana, acompañado de Pegaso, su fiel perro. Una vez más, los acordes entremezclados con el palacio de los Diez de Medina imprimen un ambiente mágico. Este arte sólo podía nacer del parto aún en curso de lo que será Bolivia, esa historia de encuentros que gritan por una identidad.

Amado Espinoza, que derrocha maestría en la percusión y la composición, Manuel Rocha y José Luis Bueno aportan con melodías inolvidables a este trabajo que, creo, marca un antes y un después en nuestra música.

Debo destacar también el trabajo acertado de Édgar Arandia, director del Museo Nacional de Arte. Más allá de un premio polémico otorgado al Museo, visitar esta edificación que alberga historia en sus paredes y sus salas es un verdadero viaje pleno de satisfacciones. Las renovadas muestras, algo que no veía hace muchos años; la ampliación y selección de obras como la del escultor Gonzalo Condarco, un maestro que dará qué hablar; la nueva muestra de Arturo Borda, de Cecilio Guzmán de Rojas y la acertada incorporación de laureados pintores contemporáneos, como Guiomar Mesa y Gastón Ugalde, por mencionar algunos; hablan por sí solas del aporte a la cultura que salta a la luz para quienes acudimos con cierta regularidad en busca de la belleza, de respuestas, de certezas sobre quiénes somos entre las salas del Museo.

Por todo ello, que el Museo Nacional de Arte haya acogido a Timpana es un acierto más en todas las direcciones. Un primoroso marco para la presentación de una travesía creativa emprendida por Alejandra y los músicos que con ella han elaborado un álbum y un espectáculo dignos de los mejores escenarios dentro y fuera del país.

[email protected]