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UNA CRÓNICA DEL FARADAY 2011

Celebrando el milagro

Celebrando el milagro



El sábado 28 de mayo de 2011, el Primavera nos pidió que sacrifiquemos a nuestro primogénito. Había que escoger entre la final de la Champions y el festival y como ya se imaginarán, obedecimos los dictámenes superiores. Aunque de entrada no podrían ser más distintos, las diferencias entre el Faraday y el PS van mucho más allá del tamaño y presupuesto –en uno hay más periodistas e invitados que en el otro aforo– pues lo que ofrece el festival organizado en Vilanova i la Geltrú es más una experiencia que un puñado de conciertos. Decimos experiencia ya que el Faraday suma a la oferta musical los atractivos de una pequeña ciudad costeña, la buena onda y amabilidad de una fiesta familiar y una pequeña escala que se agradece como contracara del atracón maratónico que se suele asociar con los festivales. Más aún, no se entendería al festival sin la posibilidad de bañarse en la playa casi entre concierto y concierto, sin el alivio de no tener ochenta sponsors por metro cuadrado o la posibilidad de pasarte todos los conciertos de la tarde tumbado en la hierba, al fresco y sin temer que te obstruyan la visión o una avalancha de hipsters acabe contigo.

A su modo el Faraday 2011 también nos pidió confiar en que habría un cabrito en las montañas. El cartel, aunque homogéneo en su atractivo, no tenía esos nombres que te obligan a viajar 9.000 kilómetros para ver una banda, pero nos invitaba a confiar en las otras fortalezas del Faraday. Es decir, si es posible que nos saltásemos sin demasiada pena un concierto de Klaus & Kinski o The High Llamas en la ciudad, la combinación de esa música con el ambiente del famoso faro, prometía muchísimo. Y podemos decir que cumplió con las expectativas, permitiéndonos disfrutar una vez más de un fin de semana muy especial (en el que casi de paso asistimos a grandes conciertos), quedándonos con las ganas de volver en 2012 y con el compromiso de compartir con nuestros lectores lo que vivimos entre el 1 y 3 de julio.

Viernes 1 de Julio

La tarde comenzó plácida con la presentación de los locales Samitier y su versión catalana del sonido C86, bastante parecida a lo que el año pasado vimos aquí mismo con Fred i Son. Les siguió sobre el escenario Wooky, un DJ que tuvo la mala suerte de tocar a pleno día y cuando todavía no terminábamos de ubicarnos en el recinto, combo letal para sus beats a caballo entre el dubstep y la IDM más clásica. Litoral, una especie de súpergrupo al contar con miembros de La Habitación Roja, Tachenko y Autumn Comets, parece confirmar que eso de “folk pop catalán” ya es un estilo consolidado y efectivo, mucho más en un festival como el Faraday. Combinando a los Pastels con los Kinks más pastorales y las impresiones folkie de Herman Dune, el concierto de Litoral fue una auspiciosa presentación de lo que apunta a la consagración masiva.

Con todo, el primer grupo de verdad interesante en tocar fue el dúo donostiarra Espanto. Sobrios pero incisivos, su pop destartalado bebe tanto del surrealismo incendiario de Vainica Doble como de la excentricidad típica de las bandas de su sello (Imperio Austrohúngaro). A pesar de que fueron recibidos con algo de frialdad por el público, su concierto estuvo entre los mejores del festival. La “normalidad” regresó pronto con Aias, un trío barcelonés de imitadoras de las Vivian Girls que presentaron su predecible pero ya cansino garage pop. Nada del otro mundo y muy poco para justificar que ocupasen el escenario grande en lugar de los ya consagrados Klaus & Kinski, que tomaron su relevo en el escenario pequeño del festival. Precisamente en el reverso de las Aias, K&K ofrecieron su polifacético pop cimentado en las canciones de su notable Tierra trágalos (2010) aunque también cayó algún hit de Tu hoguera está ardiendo (2008), en un disfrutable pero corto show con toda esa bizarra onda de verbena indie que caracteriza a K&K.

Llegado el momento de los cabeza de cartel, The High Llamas y The Bluetones, cuesta admitir que apenas justificaron sus pergaminos con shows correctos pero faltos de emoción. En el caso de los High Llamas, su eficiencia musical sí que rayó a gran nivel, pero la elección de canciones aplastó los matices de un cancionero mucho más vistoso que ese pop jazzeado, meloso y cuasi AOR con el que pasaron por el Faraday. Peor estuvo lo de los Bluetones, que dejaron muy claro que su decisión de separarse tras esta gira no es errada. Apagados, con un sonido tan diminuto que parecía amateur, sin química en el escenario y demasiado ajustados al guión, no consiguieron inyectarse energías ni con sus hits (“Slight return”) y desperdiciaron así a un público que esperaba despedirse en grande de los alguna vez exitosos ingleses.

Y ahí llegó la sorpresa, las bandas locales volaron del escenario a los cabeza de cartel a base de fuerza histriónica y destreza musical. Comenzando con Polock y su apisonadora de pop electrónico, ruidoso y bailable, que suponemos muy pronto seguirá la ruta “exportadora” abierta por Delorean, pero especialmente gracias a Za!, una máquina de caos propulsada por un par de cabrones malévolos, satanizando esa su propuesta vanguardista tan cercana de la No Wave como del noise tribalista o el jazz core. En efecto, el de Za! fue de lejos el mejor concierto del Faraday 2011 y posiblemente uno de los mejores del año; sin embargo, les advertimos que su material de estudio aún no ha conseguido capturar el torbellino demente de este dúo, por lo que es mejor buscar algún vídeo en YouTube que quedarse con los discos. De cualquier forma, si una banda así no consigue trascender y romperla en grande, habrá pasado una grandísima injusticia.

Sábado 2 de Julio

Tal vez por edad o compromisos contractuales, los cabeza de cartel del segundo día del Faraday arrancaron mucho más temprano. Apenas daban las 21:30 y los franceses de Da Capo ya la habían emprendido con su agradable Minor Swing (1997), aunque la cosa sufrió el síndrome High Llamas y a pesar de lo adecuado de la hora para música de este estilo, el show despertó al público casi lo mismo que un partido de solitario. No era la mejor antesala para un Ron Sexsmith que había perdido a su guitarrista (abandonó la gira por cuestiones familiares) y tenía que cumplir con su papel de verdadero peso pesado del festival.

El canadiense, ni por si acaso intimidado, tiró de oficio y armado de su talento como compositor y su magnífica voz, desarmó al público con un repertorio salpimentado con canciones de su reciente Long player late bloomer, pero generoso con los clásicos. Aunque a momentos se notaba un hueco en el montaje sonoro de las canciones, la ausencia del guitarrista le vino bien a las (sobreproducidas por el nefasto Bob Rock) canciones nuevas, que brillaron en versión acústica. De hecho, Sexsmith se mostró tan confiado que se animó a enganchar “Eres tú” de Mocedades con su “Hard bargain”, obligando a todos a reconocer que nos sabemos el coro de la canción. En pocas palabras, un gran concierto, sin sobresaltos emocionales pero muy digno de esa amalgama de melancolía y sensualidad tan propia de la obra de Sexsmith.

Desaparecido Sexsmith, era el turno del francés Arnaud Fleurent-Didier, un desconocido fuera de la órbita francófona pero autor del mejor disco francés de 2010 para “Les Inrockuptilbes”, La Reproduction. A pesar de que el tipo emana una megalomanía con la que cuesta empatizar, o que sus experimentos de “chanson trip hop” tarden en seducirnos, AFD es un interesante descubrimiento, más por su música capaz de combinar la chanson intelectual con la electro-sofisticación de Phoenix o Air que por sus letras, un poquito pasadas de rosca. Con un show de ecos Floydianos, es decir con sobretonos bélicos, síndrome de Edipo, falsas pretensiones intelectuales y confusión política, no se puede dudar que AFD consigue revitalizar el panorama de un pop francés abatido entre la orfandad de ídolos (Benjamin Biolay, Sebastien Tellier, Thomas Fersen?) y los gallinazos (Cascadeur?), cosa que admitimos a pesar de que AFD sea más pretencioso y egocéntrico que un artista cochabambino.

Saldadas las visitas internacionales, le tocaba presentarse los músicos españoles, encabezados por Emilio José. Un pelín excesivo en su excentricidad, lo del gallego tiene que verse para creerlo: mitad sesión de karaoke berreta, mitad DJ de fiesta de pueblo, una bomba desternillante en la que lo mismo cae un cover de Roberto Carlos que los peores tics del mundo hipster… casi casi un Das Racist ourense. Con el set de Emilio José cortado por la amenaza de lluvia o por las caras desconcertadas del público, llegó el turno de Standstill, demoledora banda catalana que suele agradarnos, pero que aquel sábado nos dejó fríos y bastante sonrojados por la llaneza post-adolescente de las letras de Enric Montefusco y el monótono registro de la banda.

Puede que haya sido algo que nos pusieron en la bebida, pero nos pasó lo mismo con The Suicide of Western Culture, sin duda buenos DJs pero no la maravilla que nos prometían los medios locales. Lo mismo que Els Surfing Sirles, que resultaron mejores comediantes (“¿Te sigues follando a tu hija? No, ya salió del coma”) que nada, curtiendo un garage rock revivalista que a estas alturas ya está demasiado gastado. En resumen, una jornada algo más pareja que la del viernes, en la que los locales no terminaron de apuntar lo sugerido el día anterior pero en la que los invitados estelares sí merecieron el esfuerzo.

Domingo 3 de Julio

Verdad, era algo que nos habían puesto en la bebida. No se explica, de otra forma, que el folk pop catalán (¿Es el Faraday una incubadora del estilo? Viendo cómo lanzaron a Manel, parece que sí) de Renaldo & Clara nos enamore tanto. Y no piensen mal, Clara Viñals no es una María Rodés (de hecho parece una mezcla entre Hope Sandoval y Joan Baez), así que la emoción es estrictamente musical. Bueno, hay pocas cosas mejores para hacer un domingo que escuchar este folk ensoñado y sutil, sentado al costado del mar, disfrutando una magnífica tarde estival, rodeado de gente tan educada que te pide permiso para sentarse a tu lado y disculpas si te obstruye la visión, con familias enteras tumbadas sobre la hierba… Esa es la esencia del Faraday, ni las megaestrellas ni el cabeza de cartel del domingo (cuyo concierto solemos abandonar a la carrera, a riesgo de perder el último tren a Barcelona); el Faraday son esas horas magníficas del domingo a media tarde, esa oportunidad de revivir nuestras mejores vacaciones de verano sin importar cuántos hijos o años tengamos encima, o cuán lejos de la playa y la buena música vivamos. Los estupendos shows de Nacho Umbert y John Grant fueron la yapa de lo que estaba vendidísimo a media tarde de aquel domingo. Así, la verdad no importa que al año nos traigan a Fernando Alfaro o al mismísimo fantasma de John Martyn, iremos al Faraday para revivir ese puñado de horas dominicales. Si comenzamos la crónica con una referencia bíblica, podríamos rematar reparando en todo lo que se supone que pasó en Tierra Santa un atardecer dominical… pero con la parafernalia del faro, el puerto y los pescadores, nos estaríamos pasando de la raya. Da igual. Casi como caminar sobre el agua o convertir el agua en vino, un festival como el Faraday existe y eso es todo un milagro.
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