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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Allí donde Ma Rainey y Beethoven antaño desenrollaron sus colchones

Allí donde Ma Rainey y Beethoven antaño desenrollaron sus colchones

Todo cantante de folk es un intérprete”, sentenció Harry Belafonte… y Bob Dylan lo estaba escuchando. Cualquiera sabe que nadie canta una canción de Dylan como Dylan, pero puede que sea verdad que Dylan canta como ninguno. Solemos menospreciar la capacidad interpretativa de un Bob que hoy es más intérprete que nunca: acostumbrándose a pararse al centro del escenario para tocar la armónica o directamente desatando allí su rutina Al Jolson, con bailecito y juego de brazos incluido. Estaba claro que el setenta aniversario de Bob Dylan no iba a pasar desapercibido para la Ramona, pero el verdadero desafío estuvo en encontrar la forma de ser originales en nuestro homenaje. Se estima que 2,000 personas tienen trabajo gracias a las industrias Dylan (lo que no es poco si se considera que Facebook tiene apenas 200 empleados más) y buena parte de ellas se dedican a escribir incansablemente sobre el gran bardo de Duluth. En este Mayo, alrededor del 24, las nuevas entregas llegan en carretillas, aunque difícilmente pasa un mes del año sin novedades derivadas de la obra Dylaniana. Por fortuna a nuestro compañero Santiago Espinoza se le ocurrió reivindicar la faceta de Dylan como intérprete de la música de otros, de donde nace esta lista, que no intenta ser un recuento de los “mejores” covers hechos por Bob Dylan, sino un mero pretexto para prestarle atención a algunas versiones memorables que perpetró el ilustrísimo Robert Allen Zimmerman.

No creemos que sea innecesario repetir las virtudes, logros, méritos y vicisitudes de Bob Dylan y su ya medio siglo de carrera; de hecho, lo hacemos todo el tiempo en estas páginas, tanto que no necesitamos decir “el genial Bob Dylan”, para nosotros Bob Dylan sirve ya como adjetivo. Claro que siempre queda la posibilidad de que alguien vaya a descubrir la música de Dylan ahora, a través de estas versiones, por la ruta más usual de las listas de grandes éxitos o quizás por efecto del más maravilloso azar. Después de eso Google y la Wikipedia harán el resto del trabajo, que comienza consiguiéndose un “Greatest Hits” y termina con la obsesión del fan que llena cofres y estantes con memorabilia, libros, discos incunables, poleras y entradas de conciertos. Es imposible descifrar qué causa eso, racionalizar porqué nos gusta Bob Dylan, pero sin duda es la influencia más fuerte en la vida de sus fanáticos, el responsable por empujarlas irreversiblemente hacia el camino que transitan hoy. Se puede ser directo y decir que somos lo que somos por culpa de Bob Dylan, tomar el lado cursi y citar a Benjamín Prado o comparar el delirio dylanita con la más feroz de las adicciones; lo cierto es que cuando a uno lo toca Bob Dylan, jamás vuelve a ser el mismo. Pero si están leyendo esto sospechamos que ya lo saben, si no… quedan advertidos.

¡Feliz cumpleaños, Bob!

(Javier Rodríguez Camacho)

“Mutineer” de Warren Zevon

Pocas cosas han hecho más por alimentar la legendaria admiración que sentía Bob por Warren Zevon, que el propio Bob. Además de aparecer en su disco “Sentimental Hygene” para tocar la armónica o de invitarlo personalmente a los conciertos donde iba a hacer alguna versión suya, Dylan mantiene en su repertorio actual “Accidentally like a martyr” y hasta ha grabado una extraordinaria versión de “Mutineer”, que hace por la canción del ‘Señor Mal Ejemplo’ lo que Hendrix hizo por “All along the watchtower”.

Pero eso convertiría el cover en importante para Zevon, no necesariamente para Dylan; lo que lo hace relevante para el de Duluth es la huella poética de la canción, que presagia y acaso inspira mucho de su estilo compositivo post “Time out of mind”. Con versos largos armados por frases cortas, en las que se mezcla el soliloquio crepuscular con tonalidades de folk arcano, con un cinismo casi místico al que el arreglo tenebroso y ligero de Dylan le sienta mejor que el minimalismo sintético de la versión original, cuya estructura llena de citas libres y giros entre lo coloquial y lo inesperado, no desentonaría en “Love and theft”. Así, aunque lo de la posible influencia zevoniana en el Bob de hoy sea un simple espejismo, con el cover de “Mutineer” el desaparecido compositor ha merecido un homenaje que ningún otro favorito de Dylan (Jimmy Buffet, Gordon Lightfoot o Guy Clark) disfrutó. Como quien dice, poquita cosa. (JRC)

“Red Cadillac and a Black Moustache” de Warren Smith

Cada vez que alguien dice que Bob Dylan es un cantante de música protesta me dan ganas de abofetear a la gente, pero pasa tan a menudo que de hacerlo habría terminado en la policía o el hospital demasiadas veces. Es indiscutible que ese es el cartel que Bob tiene entre el gran público, pero incluso los fans suelen olvidar que el amor original de Dylan, lo que lo impulsó a ser músico, fue el rock’n’roll: Buddy Holly, Elvis, Johnnie Ray, Little Richard, etc.

Este cover es un gran testimonio de ese chispazo inicial, pues se trata de un rescate de los primigenios discos de la Sun, un rockabilly lento que a pesar de ser un éxito en las rocolas de su época tiene poco para pasar a la historia. Pero Dylan, un adolescente en pleno albor del rock, también se había empapado en la música que precedió al género, y gran parte de su mérito como músico está en haber creado una combinación perfecta entre las raíces, la prehistoria del rock y lo mejor que tenía para ofrecer ese estilo desafiante y poderoso. De ahí que hoy Dylan se mueva como un crooner sobre compases de vals decimonónico o machaque un blues tan eléctrico como fronterizo, al frente de una banda sobre la que lo único que se puede decir es que… ¡toca rock! Es eso lo que encontramos aquí, una canción a la que es imposible adjudicarle un estilo (¿Pop de salón?, ¿Country?, ¿Rock’n’roll?) y que ni siquiera se asoma al sonido de “mercurio salvaje y afilado” que acuñó Bob para su obra en los sesenta, pero que si me preguntan es lo más cerca que estaremos de escuchar al “fantasma de la electricidad” de este lado de los vivos. (JRC)

“Soon” de George & Ira Gershwin

Habría que ser temerario para imaginar a Bob Dylan apoderándose de un tema firmado por un compositor tan emblemático como George Gershwin, más si se trata de una canción de Broadway diseñada para la pompa y proeza de una Ella Fitzgerald. Pero el secreto mejor guardado de Bob Dylan es que sí puede cantar muy bien, además de ser un guitarrista de talento notable. Así fue que, atravesando su “crisis” de los ochenta, al ser llamado para homenajear a George Gershwin en un concierto masivo, Bob no se cortó y se jugó por versionar “Soon”.

Obvio, a nadie se le ocurrió llamar a Nelson Riddle o a una filarmónica, la cosa tenía que ser como en el principio: Bob y su guitarra solos sobre el escenario. Desafectando un poco su voz del acento nasal, Dylan se despachó una versión límpida y elemental de la canción, sacando lustre al prodigioso sentido pop de los Gershwin a la vez que aproximaba la canción a sus propias referencias estilísticas –el folk atemporal, por decir algo. Viendo cómo repuntó creativamente después de esta performance, cuesta dejar de imaginar que el Dylan redivivo como performer comenzó a fraguarse sobre ese mismo escenario. (JRC)

“Friend of the devil” de The Grateful Dead

En su anuario de bachillerato, Bobby Zimmerman llenó el espacio de “Aspiraciones/Planes futuros” con una simple frase: “Seguir a Little Richard”. Por lo visto, dotes proféticas no le faltaban al joven Dylan, que por entonces ya contaba con la experiencia de un puñado de giras junto a los Golden Chords, pero de haberle pedido una actualización quince años después, es probable que Bob hubiese cambiado la frase por “Unirme a los Grateful Dead”.

El cariño que se tienen los Dead y Dylan es de sobra conocido, evidenciado en el disco que publicaron juntos y en sus numerosas giras compartidas; pero que Bob haya insistido en unirse a la banda dice mucho del respeto que sentía por ellos como unidad musical, mucho más si pensamos que se trata de una banda nacida tras la aparición de Dylan –si acaso no bajo su influjo– y no de un ídolo formativo como Woody Guthrie o Hank Williams. A decir verdad, y a pesar de la desastrosa reputación de “Dylan & the Dead”, los Grateful Dead son una de las bandas de los sesenta que mejor versiona a Bob, por lo que su reunión no era tan mala idea: quien haya escuchado a los Dead o Jerry García tocando sublimes versiones del de Duluth, lo tiene claro, ¿pero qué hay de Bob tocando el repertorio deadhead?

Pues tampoco hay que preocuparse, como las múltiples versiones del clásico “Friend of the devil” comprueban, ya sea con Bob al solitario, acompañado por Tom Petty, en versión acústica, en la Neverending Tour… que la alquimia se producía en ambas direcciones. De hecho, este cover es mucho más que una simple devolución de gentilezas, Dylan siempre repite que cuando tiene que adaptar alguna canción al registro de su banda actual, lo que hace es escuchar la versión que los Dead hicieron de ella –o imaginar cómo la arreglarían. Es más, el último disco de material original de Bob Dylan (“Together through life”) fue coescrito con Robert Hunter, autor de “Friend of the devil” entre otros hits de los Dead. Bien vistas las cosas, uno diría que Bob estuvo muy cerca de salirse con la suya en eso de unirse a los Dead. (JRC)

“Grand Coulee Dam” de Woody Guthrie

Si hubo un músico que marcó con fuego a Bob Dylan, ese fue Woody Guthrie. Durante su juventud siguió sus pasos, lo emuló, fue su discípulo más comprometido y el único que superó su leyenda. Guthrie fue la voz más brillante de la canción social de los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX, su más sensible y humilde cronista, la gran figura que reivindicaron tanto los comunistas, como los anarquistas. Fue el portavoz de los más débiles, el hombre común que tenía una guitarra que mataba fascistas. Dylan no podría haber bebido de una fuente más fértil. Durante su breve periodo de “cantante protesta”, quiso someterse al mismo espíritu que inspiró a Woody. Dylan ha interpretado muchas canciones de Guthrie, pero una es fundamental: “Grand Coulee Dam”. La canción fue compuesta por encargo de The Bonneville Power Administration que, por recomendación de Alan Lomax, contrató a Guthrie para escribir canciones que se incluirían en un documental apologético de las obras de la mencionada agencia federal eléctrica. El proyecto fue un breve idilio entre Guthrie y el gobierno de su país, aunque no llegó a buen puerto, permitió una serie de canciones muy optimistas y poéticas, a pesar de su carga propagandística. “Grand Coulee Dam” la canta al río Columbia y a la enorme represa que la da título a la canción, es una elogio a la belleza natural de los Estados Unidos y, en especial, al tesón de los hombres que intentaron dominarla. Un bello verso resume su espíritu, haciendo referencia al río “Rey” dice: “Antes hacía astillas a los botes de los hombres, ahora les da sueños para soñar”. La canción es una acuarela de la modernidad, en la que la industrialización y el dominio de los recursos naturales se imponen como la única alternativa para conseguir el bienestar de la mayorías. Aunque el discurso desarrollista de la pieza podría horrorizar a los ecologistas y a los antisistema, “Grand Coulee Dam” es un himno a las mayorías organizadas y a días que prometían ser mejores. La versión definitiva de Dylan está incluida en esa pieza de coleccionista que es el disco Live: 1961-2000: Thirty-Nine Years of Great Concert Performances, que Sony Japón editó de manera limitada y lujosa. Fue grabada en 1968 en el Carnegie Hall en el concierto en homenaje a Guthrie, que había muerto unos meses antes. Dylan reunido con la mítica The Band y reapareciendo en público después de 20 meses –por su accidente en moto-, tocó con la intensidad de alguien que no puede vivir alejado de los escenarios, con la devoción de alguien que quiere atestiguar la inmortalidad y la grandeza de su maestro. La versión de Dylan es menos folk, más eléctrica y rápida que la de Woody. Su voz, entre suplicante y demandante, con las vocales tan plenas, con los trinos típicos del autor, llega a su punto más alto. Una leyenda rindiéndole tributo a otra leyenda (Andrés Laguna).



“Little Drummer Boy” de Katherine K. Davis

Cuando en 2009 se anunció que Dylan realizaría un disco de villancicos, de canciones típicas de navidad, de estándares, muchos pensaron que era una broma, un gesto irónico o algo parecido. No podrían haber estado más equivocados. Pues, Chrsitmas in the heart es un gesto poético supremo y una pieza musical entrañable.

Charles Foster Kaine, después de haber conseguido todo lo que se propuso, murió anhelando una sola cosa, su mayor tesoro, su pequeño trineo de la infancia, su Rosebud. Murió sumido en la nostalgia, en anhelar el tiempo perdido. Dylan, que no quepa duda, mucho más grande que El ciudadano, como si estuviese repleto de magdalenas proustianas, grabó un puñado de canciones que le permiten recuperar la niñez y ese tiempo en el que las navidades eran blancas, felices, perfumadas. Si me lo preguntan, el punto más alto es su versión de la canción que en castellano se conoce como “El Pequeño Tamborilero”. Ella cuenta la historia de un niño pobre que, ante la imposibilidad de darle un regalo al niño Jesús recién nacido, toca para él su tamborcito. Dylan, con voz madura, con esa textura que el tiempo y la vida han moldeado de manera inmejorable, irradia gran ternura, delicadeza y luminosidad. Alargando las consonantes, con suavidad, siendo la voz del pequeño tamborilero, emociona, acongoja, nos hace recuperar nuestro tiempo perdido. Así como el niño que no tiene nada mejor que ofrecer que la música de su tambor, en “Little Drummer Boy” el genio nos revela toda su magnitud como intérprete. Trascendental. (AL).

“Something” de The Beatles

Compuesta por George Harrison e incluida en el Abbey Road (1969), “Something” ha sido interpretada por más de 150 artistas, lo que la convierte en la segunda canción más versionada del repertorio Beatle, sólo superada por “Yesterday”. La han interpretado desde Elvis hasta Julio Iglesias, pasando por Sinatra, Joe Cocker, James Brown y Smokey Robinson. Personalmente, la primera versión ajena que recuerdo haber escuchado la cantaba la mexicana Ana Gabriel (estaba en un casete que solía escuchar mi madre) y la más reciente que llegó a mis manos pertenece a La Brigada, una banda catalana (cortesía de “mis” hermanos Rodríguez). Pero de todos los covers que he escuchado de “Something”, ninguno me resulta tan entrañable como los que ha cantado más de una vez Bob Dylan (puede que sus versiones sean sólo equiparables a la que interpreta McCartney en vivo, ukulele en mano).

De las que ha hecho Dylan, hay una versión en particular que he estado escuchando en los últimos días: la interpretada en el Liverpool Echo Arena el 1º de mayo de 2009, acompañado por la banda con la que viene grabando y girando desde hace unos buenos años. Instrumentalmente, es bastante fiel a la original, y apenas se permite algunas licencias en el solo de guitarra y un cierre más apoteósico, muy diferente al delicado desenlace de la canción incluida en el último disco que grabaron los cuatro de Liverpool. Pero lo que contrasta con esa fidelidad instrumental, y vuelve única y sublime esta interpretación de “Something”, es la libertad con que Bob asume el canto: su fraseo. A estas alturas, el fraseo de Dylan ya debería ser una disciplina musical-lírica per se. Al igual que hace con sus propias composiciones y con otras ajenas, el de Duluth aborda la balada de Harrison con una prodigiosa arbitrariedad, cambiando el ritmo de la dicción, jugando con las oscilaciones melódicas (nunca sabemos si a continuación viene una nota grave o aguda), apropiándose de los versos (atención con el estribillo en que reconoce, con un carraspeo cortante, inesperado y violentamente honesto, no saber si su amor será capaz de crecer). Su versión acaba convirtiendo una canción tantas veces tocada e imitada en una pieza única, irrepetible, un breve momento de autenticidad creativa e interpretativa que, intuimos, no volverá a repetirse. Sólo Dylan puede ser capaz de convertir esa melodía predecible, cómodamente instalada en nuestra memoria musical y que podríamos repetir (aunque mal) sin esfuerzo alguno, en una experiencia prácticamente nueva, imprevisible a cada momento, que nos sorprende y que, antes de seguir, preferimos escuchar. No quiero decir, con esto, que la versión original de los Beatles sea sosa ni mucho menos; de hecho, cada que escucho la introducción de batería o el solo de guitarra, no hay forma en que no me desgarre hasta el pasmo. Pero, eso sí, Bob nos ofrece la posibilidad de (re)descubrir y (re)enamorarnos de la canción, como si se tratarse de la primera y la última vez que hemos de escucharla. Y eso, al viejo y sabio Dylan, se le agradece siempre. (Santiago Espinoza A.)