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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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IN-CO-RECTUS

Bastardos gloriosos

Bastardos gloriosos



“Balada de la trompeta” es una canción muy llorona que la hizo popular en los 70 el aflautado Raphael. Este cantor español, que logró sus años de gloria gracias a una muy potente voz y una histriónica actitud en los escenarios, donde le gustaba mover las caderitas, levantar la mano y girar la muñeca como quien anda robándose focos, tuvo un éxito cinematográfico con la película Sin un adiós donde, vestido de payaso, interpreta la “Balada de la trompeta” en su muy singular estilo, haciendo las delicias de los compañeros (y las compañeras) de esa España setentera y todavía franquista. Muchos años después, esa imagen raphaélica vuelve a la pantalla gigante esta vez de la mano del incorrecto y nada aflautado Alex de la Iglesia.

Balada triste de trompeta es la última película de este genial director. El comienzo del film ya te lo dice todo. Durante la Guerra Civil Española, un comando irrumpe en un circo para reclutar soldados y se llevan a un payaso que, machete en mano, hace una carnicería bestial. Luego cae preso y encomienda a su hijo (predestinado a ser siempre un payaso triste) a encontrar redención en la venganza. Ya en los setenta, el payaso triste, agobiado por la sordidez y el desamor, desencadena el terror y la brutalidad mientras se inspira en la trompeta de Raphael. Un peliculón de pe a pa, en el cual la violencia gratuita, la desfachatez y la exageración, la histérica y depravada ironía nos envuelven en un relato sin mensajes “profundos”, ni “denuncias” intelectuales ni “moralismos” cartuchos. Simple y brutal escupitajo que se da el lujo de alterar la historia a su antojo y los valores más altos. Como esa inolvidable escena en que los condenados al fusilamiento gritan “Viva la República”, salvo uno, que profiere un contundente “Viva el Circo”. Además, Alex de la Iglesia tiene el buen gusto de tener en su reparto a Santiago Segura.

Santiago Segura es un incorrecto y fenomenal actor español. Entre sus muchos aciertos, está en crear la secuela de Torrente, un detective que se define como el brazo tonto de la ley. Gordito y siempre sudoroso, desprolijo y sucio, vicioso, holgazán y lujurioso, Torrente no tiene empacho de literalmente estornudarse en lo políticamente correcto y crear un personaje alucinante que le llama al pan, pan y al negro, negro. Racista como él solo, denigrador por excelencia, Torrente –españolísimo e hincha acérrimo de su “Athleti”- no pierde la ocasión para resolver los casos de la manera más cobarde y corrupta posible. De hecho, Torrente es el paradigma de la incorrección. Explota a las mujeres, pega a los lisiados, se orina en las piscinas, insulta a los migrantes… un verdadero héroe contestatario a estos inmaculados tiempos. No por nada, Sabina, que hace la música en una de las películas, define perfectamente su personalidad con estas rimas: “La patria es una fulana/menos mi madre y mi hermana/no hay coño que no esté en venta”. Torrente y Alex de la Iglesia van nadando contra la corriente de la historia. Como Quentin Tarantino.

Tarantino hizo dos obras de culto llamadas Reservoir Dogs y Pulp Fiction. Se ganó con ellas el limbo de la crítica y de los quisquillosos intelectualoides. Estos se fueron a pasear con la secuela de Kill Bill, que es una suerte de puchero conceptual plagado de sangre pero deliciosamente divertidas. Sin embargo, Bastardos sin Gloria, que “decepcionó” a las muy consentidas nenas de criterio formado, es una obra de arte de la incorrección. El muy autodidacta Quentin (que tiene nombre de una prisión) tiene la desvergüenza de torcer la historia más sensible del Siglo XX –la Segunda Guerra Mundial- y crear un escuadrón de torturadores de nazis sin que el Holocausto, el heroísmo, la Resistencia ni nada de esas recurrencias discursivas propias del género, lo muevan un ápice en su intención de hacer una sinfonía de la violencia. ¡Hasta tiene la ligereza de matar al mismísimo Hitler! ¡Qué cojones! Pero Tarantino es además un gran fan de los incorrectos a quienes cita constantemente. Por ejemplo, toda la secuela inicial de esta película es un tributo a Sergio Leone, a quien cita utilizando los mismos planos y la música de una escena que Leone la materializó, años atrás, en su película The Good, the Bad and the Ugly.

En español, El bueno, el malo y el feo, ésta no sólo es la mejor película hecha nunca, sino que es la película más hermosa que jamás se hará. El trío de matones que le dan vida a esta epopeya rompe con todos los estereotipos sobre las virtudes humanas. La noción de la compasión y la solidaridad están articuladas en contradicciones sublimes, como darle una última bocanada de cigarro a un moribundo o hacer estallar un puente para beneplácito de otro agónico extra. Pero el gran acierto de este western está en el personaje del feo, tremendo Eli Walach, que es el más incorrecto cowboy de todos los tiempos. Asesino, manipulador, mentiroso, lujurioso, sádico, corrupto y borracho pero… ¡Carajo! ¡Qué encantador! Imposible de no rendirse ante su tremenda incorrección y gritar con él, a voz en cuello, “…eres un hijo de…”. Dan ganas de abrazarlo. Como uno quisiera abrazar a de la Iglesia, a Segura, a Tarantino y a Leone, malditos y gloriosos bastardos que hacen e hicieron de este mundo podrido en lo políticamente correcto, un lugar donde existan oasis de completa y profunda incorrección.

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