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IN-CO-RECTUS

Azotes de Dios

Azotes de Dios



En 1967, el interesante Norman Jewison dirigió una oscura película llamada In the Heat of the Night. La trama policíaca que encierra es, en realidad, un pretexto para hablar sobre los derechos civiles de los negros norteamericanos y el racismo latente, particularmente, de los provincianos blancos del sur. Sidney Poitier, un actor negro, se estrella contra toda una pequeña ciudad que investiga el crimen de un millonario blanco. Siendo él negro, no solamente es acusado primero del crimen, sino que después su labor de detective es entorpecida por el racismo y la ignorancia. Tanto polvo levanta el moreno, que incluso se da el gusto de devolverle un bofetón a uno de los abusivos blancoides del pueblucho. Su colega local, un magnífico y blanco Rod Steiger, va pasando de la típica actitud de racista inculto a colaborador estrecho del advenedizo Poitier. Pero el orgulloso detective de color es tan insistente y perturbador en su trabajo –por lo que levanta tanto malestar entre la otrora “pacífica comunidad”- , que en uno de los momentos más brillantes del film, Steiger, desencajado, no puede más guardarse la compostura y le grita a voz en cuello: “¡Carajo, cómo me gustaría azotarte!”.

La práctica del azote, símbolo de la autoridad y del racismo, fue abolida hace mucho tiempo. De hecho, como afirma Umberto Eco, si en algo avanzó la civilización durante el Siglo XX fue en el triunfo de los derechos humanos universales. El castigo físico y la brutalidad de las clases hegemónicas sobre sus subalternos (cosa que antes era pan de cada día) han prácticamente desaparecido, “y si no lo cree…”, dice el profesor de semiótica, “intente abofetear a su plomero y vea qué pasa”. Al menos eso creíamos. Sin embargo, acabo de leer el libro de Andrés Oppenheimer, “Basta de Historias”, en el que cuenta que en Singapur existe todavía vigente la practica del azotamiento con rango de ley, pero no por motivos raciales sino como forma de condenar a delincuentes y criminales. El hecho es que en ese país hiperdesarrollado, la muy impopular medida del azote….¡¡¡da resultados!!! Han disminuido los índices de delincuencia y la seguridad de sus calles es envidiable. Pienso yo que, si como sociedad somos bastante tolerantes (mudos, ciegos y cobardes) frente a los linchamientos, por ejemplo, podríamos reinstaurar la práctica del azote en algunos casos.

Verbi gratia: deberíamos permitir el azotamiento de quienes se apropian de las aceras públicas y condenan a los peatones a la inseguridad y la incomodidad. En las aceras hay puestos de venta de impensable variedad de productos, hay carritos de comida ambulante, hay vecinos que quieren ampliar su vivienda y tiran sus escombros en la acera, unos sacan sendos amplificadores para hacer bulla, otros ponen sus mesitas y sillitas, carteles publicitarios, material de construcción, en fin… un montón de originalidades que le dan el carácter pintoresco a nuestra vida urbana. ¡¡¡Deberíamos azotarlos!!! Mientras mayor sea el perjuicio para el peatón, mayor el número de latigazos que recibirá el infractor. Si el peatón se ve obligado a bajarse a la calzada por evitar pisar las yucas o el tomate o para no romperse la cabeza con una sombrilla: 11 azotes. Si al bajarse de la calzada, pisa un charco de agua: 14 azotes. Si es atropellado por una bicicleta: 17 azotes. Justicia con los peatones.

Merecen también el castigo quienes interrumpan el derecho inalienable a la paz y privacidad del hogar. No hay nada más asquerosamente indignante que toquen a tu puerta para ofrecerte la salvación divina. Peor si lo hacen domingo, y en la madrugada. Con sus estúpidas sonrisas, encorbatados a 40 grados de calor y portando fascículos mal escritos y con dibujos espantosos, hablándote de no sé qué alucinaciones bárbaras de remotas épocas incivilizadas y brutales, sólo sientes el odio ensordecedor que te hace estrellarle el portazo en sus muy dignificadas narices. Pero lo justo sería azotarlos. 30 latigazos a los infractores y que se vayan por el camino que vinieron a ver si encuentran a su profeta, su verdad o a quien quiera escucharles su cantaleta. Quedó claro de quiénes hablo, ¿no?

¿Taxistas con la música a todo chancho? Latigazos a granel. Subir a un taxi –sobre todo si está conducido por un imberbe- se convierte inmediatamente en un serio daño a la salud y al tímpano. Allí atrás, donde el destino cruel te ha condenado, sientes en la nuca el ensordecedor macheteo de esas músicas malignas, de esos cantos infernales, de esa dantesca representación del infierno al que están condenadas las civilizaciones obligadas a escuchar tanta porquería. Lo que te molesta no es en verdad la música tan horrible que ponen, es la música tan horrible y tan fuerte. Este debería ser considerado un delito de salud pública. A los infractores, 40 latigazos. Considerando además las posibles agravantes ético-estéticas. Por ejemplo, si la música es de Ricardo Arjona, añadir 20 latigazos. Si es Yuri Ortuño, 10 bofetones. Si es Shakira, una severa llamada de atención.

Y así, habría que ir clasificando este tipo de delitos y otorgarles una pena cuantitativa expresada en azotes. Hay que azotar a los que contestan sus celulares en conferencias, en el cine o en clases. Azote para los que organicen seminarios en los que se pueda leer la palabra “descolonización”; latigazos para los que salgan a las calles con una polera que diga Club Bolívar, Messi o Ronaldo. Pero a quienes debiéramos azotar con la saña que sólo Mel Gibson puede darnos, es a los aduladores mediáticos y a los hipócritas moralistas: a esos hay que ponerles la carne al rojo vivo por las llagas del azote y exhibirlos, públicamente, como ejemplo ante las multitudes enardecidas. ¡¡¡Carajo, cómo me gustaría azotarlos!!!

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