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PANEGÍRICO BICOLOR: SE SEPARAN LOS WHITE STRIPES

Adiós Rayas Blancas

Adiós Rayas Blancas

Para el equipo de RAMONA, la disolución más dolorosa del año involucra a James Murphy y su genial proyecto LCD Soundsystem (un fijo de nuestros rankings de fin de año, número 6 de 2010 con “This is happening”), y si de revivalistas se trata, tenemos el esperado retorno de los Strokes a la vuelta de la esquina, pero la inevitable separación de los White Stripes nos apena igualmente. A pesar de que venía haciendo méritos para caernos cada vez peor, no cabe duda de que Jack White es el último titán del rock clásico sobre la tierra, una anomalía, el eslabón perdido de una tradición tristemente huérfana... además, claro, de ser un músico de enorme talento. Es probable que no lo volvamos a ver junto a su esposa/hermana/compañera sobre un escenario, pero siempre tendremos ese blues tan clasicista como innovador, marca White Stripes, esperándonos en sus discos. Aquí aprovechamos el envío de un lector para celebrar la memoria y legado del dúo de Detroit.



Roberto Oropeza

En un principio fueron dos

Adiós al Sr. y la Sra. White. El 2 de febrero quedará mal grabado en nuestras memorias rockeras como el “día del divorcio después del divorcio”. El sótano ha quedado más limpio y con menos eco; el dúo de Detroit había sido el amo y señor de ese lugar en la última década, imponiendo una estética y sonido que hacía renacer —una vez más— el espíritu básico del rock.

Producto de esta nueva nostalgia, los discos del grupo se han elevado en ventas, llegando a incrementarse en un 612 por ciento en el caso del fabuloso — y mi favorito de lejos— White Blood Cells. Aprovechando la situación no faltará algún despistado —esto es una convocatoria subliminal— que organice una recolección de firmas en la plaza Catorce de Septiembre para que la Real Academia Española incluya alguna foto de la banda junto a la palabra “minimal”; o tal vez para que realicen un concierto de despedida en esta ciudad. Soñar es gratuito.

Guitarra de Blues

El siguiente texto es impuntual.

Tengo problemas con el tiempo. Llego retrasado a todos los sitios. Los White Stripes pulverizaban su tiempo con golpes de batería y afilados riffs. La ciudad está siendo recorrida por elefantes de marfil, ensangrentados. Avanzamos en procesión detrás de ellos. A las nueve, a las doce, a las seis, todo es igual. Corro desesperadamente para tratar de encontrarle un segundo extra al minuto. Finalmente llego a mi destino y mientras soporto las miradas de enojo y escucho las reprimendas, pienso que, en algún escenario de este planeta, habrá alguna banda de garage rock con gotas de blues que llegue tarde al escenario, o que cancele su concierto por culpa de la lluvia o ansiedad. Decido irme. Es el fin, adiós, primer dolor lúcido. Orquídeas azules nunca más. Y el reloj late, te juro que late.

“Los White Stripes ya no pertenecen a Jack y Meg. Los White Stripes ahora les pertenecen (a Uds.) y pueden hacer con ellos lo que quieran. La belleza del arte y de la música radica en que puede durar para siempre si la gente así lo quiere. Gracias por compartir esta experiencia. Su participación no será olvidada, estamos sinceramente agradecidos “

“Let’s build a home (Live at Late Night with Conan O’Brien)”

Todo lo que alguna vez hizo famosos a los White Stripes está aquí. Si hubiese que preservar en una cápsula del tiempo, o enviarle a los marcianos, una muestra de lo que fue el rock en las postrimerías del siglo pasado, sólo habría que incluir el link de YouTube adecuado: la presentación de los White en el show de Conan O’Brien en 2003, en la que convierten un tema menor de “De Stijl” en lo que, sin demasiado esfuerzo, podría considerarse como la síntesis última de su legado.

Construida sobre un riff de una sola nota, “Let’s build a home” consigue invocar al blues más clásico (con una cita directa a “John the Revelator” de Son House) y los frenéticos cambios de ritmo del punk, pero también plasma la conexión telepática que existió entre Jack y Meg White, alimentada por un derroche de energía sexual como por el perfeccionismo de un Jack White que parece querer tocar la batería con la mente. Esta memorable versión también nos ofrece uno de los más logrados vistazos al maniático estilo slide de White, que se reconoce a kilómetros de distancia y lo confirma como el único guitarrista de su generación que suma la identidad a la eficiencia y virtud técnica –cosa harto más difícil cuando del ya muy iterado blues hablamos–, explotando ese indefinible mojo que está inscrito a fuego en el genoma del rock. Y por si alguien tuviese alguna duda de que White es algo más que un enfermo de la guitarra, los últimos segundo del clip son concluyentes: incluso habiendo perdido su instrumento, Jack White sigue irradiando rocanrol con su simple voluntad y presencia, como los viejos blueseros, como el viejo Nietzsche. Eso, créanme, no es algo que se ve todos los días. (JRC)

“Party of special things to do”

Es imposible hacer covers de Captain Beefheart como es imposible repetir los milagros de Cristo. Don van Vliet escribía su material ajustado exclusivamente a sus más excéntricos caprichos, por lo que lograr sonar más Beefheart que el propio Beefheart es de por sí una hazaña.

Saludando la influencia que Captain Beefheart tuvo en la construcción de su propio estilo de blues alienígena, Jack White consigue eso y más, pues deconstruye y se apropia de “Party of special things to do” con tal eficiencia que no hay un momento en que la cosa no parezca provenir de su alucinada cabeza. Y aunque siendo un lado B esta versión no puede calificar entre lo más relevante de la obra de los White Stripes, al sonar a The Fall tanto como “Fell in love with a girl” suena a los Buzzcocks, “Party of special things to do” prueba la capacidad de la banda para unir en un solo acorde el blues más tradicional, el revivalismo garagero, el post-punk y las pretensiones artísticas más recalcitrantes. Por eso te queremos tanto, Jack. (JRC)

“300 M.P.H. Torrential Outpour blues”

El chiste fácil ese de que Jack White hizo el camino inverso de Elvis –de gordo a flaco– tiene menos verdad cuando se lo revisa con más detenimiento. Lo mismo que cuando se trata de situarlo en la misma bolsa de rancios guitar heroes que Jimmy Page o Keith Richards, pues al hacerlo uno se termina percatando que ni sus sutilezas melódicas ni su gusto por la experimentación libre, cuajan entre tanta testosterona machaca cuerdas. Pero el espejo en el que se mira White es uno muy distinto, que se podía intuir desde el cover de “One more cup of coffee” que deslizó en su debut, y que se corrobora con la reciente “New pony” (ya con los nefastos Dead Weather). Conclusión: si es que Jack White quiere parecerse a alguien, ese es Bob Dylan.

Pero en esta canción del menospreciado “Icky Thump”, al margen de la melodía vagamente dylaniana, el verdadero vínculo está en la letra, fundida en el molde del Dylan post “Time out of mind” –ese de los blueses impresionistas, tan intemporales como oblicuamente íntimos– y en la mística siniestra de la interpretación, heredada aparentemente del Dylan circa “Street Legal”. Con toques folkie en la onda de “Led Zeppelin III”, del Neil Young de la Ditch Trilogy, de los Stones de “Aftermath”, del blues turbio de Blue Cheer, White muestra aquí que aprendió de Bob mucho más que eso de robarse para sus canciones la melodía a viejos blueses (“John the revelator” en “Cannon”, “In the pines” en “Icky Thump”) y firma una composición tan poliédrica en sus letras como en sus sonidos. Nos sorprende, pues, la estima que han mostrado tenerse Bob y Jack. Más aún, el que haya visto al de Duluth últimamente –tras el regreso de Charlie Sexton a su banda– tocando “Rainy day women Nº 12 & 35”, encontrará que el parecido sonoro se ha pasado al otro costado, en un caso claro de “Si Alejandro no fuese Alejandro, quisiera ser Diógenes”… ¿O era al revés? (JRC)

“You’re Pretty Good Looking (for a girl)” del De Stijl

El segundo disco de los White Stripes comienza con esta magnífica canción, aunque tal vez no sea la más representativa o la más conocida de su carrera, en forma de un rock-pop juguetón, encarna algo que estuvo muy presente en toda la carrera y el concepto del dúo, lo lúdico, esa recuperación inteligente y sofisticada de la infancia. Pues, digan lo que digan, ese afán por disfrazarse “conceptualmente”, por pretender ser lo que no se es, por crear una mística artística a partir de misterios y mitos inquietantes, es algo muy propio de la infancia, de la más fructífera infancia. “You’re Pretty Good Looking (for a girl)” puede parecer una de las canciones más inofensivas de la carrera de los White Stripes. Después de todo la letra (a la que se le puede dar las más retorcidas interpretaciones), la estructura, la melodía y la instrumentalización son muy simples y básicas, de hecho, es una de las pocas canciones del De Stijl en las que no se recurre al endiablado slide de Jack o a uno de sus incendiarios solos. Aunque, al diseccionarla, se entiende que lo que están tocando tampoco es nada sencillo. Pero, lo realmente magnífico de “You’re Pretty Good Looking (for a girl)” es que tiene un sonido súper clásico, perdurable y divertido. No en vano muchos de los fans de la banda la compararon con los primeros hits de The Beatles o The Kinks. Cuando una escucha a esa guitarra saltarina, a la sólida batería de Meg, uno puede imaginarlos sonriendo dulcemente. Con ese dulzor típico de ellos. Raro y pálido. “You’re Pretty Good Looking (for a girl)” fue la primera canción que escuché de la banda, abre el primer disco que compré de ellos y la que me enamoró hasta hoy día. (AL)

“There’s No Home For You Here” del Elephant

El cuarto single del auténtico disco consagratorio de la banda, es una indiscutible obra maestra, que a su manera refleja con precisión el espíritu esencial del álbum, de una manera más sutil y profunda que ese clásico fundamental llamado “Seven Nation Army”. Sin dudas, el Elephant es la perfecta, oscura, compleja y sofisticada continuación del White blood cells. Bajo esa misma lógica, “There’s No Home For You Here” es una secuela elephantiana de esa gran canción que es “Dead Leaves And The Dirty Ground”. Íntimamente emparentadas musicalmente, estas dos canciones podrían escucharse una de tras de otra, y apreciar anonadados un pedazo de la genialidad de Jack y Meg, apreciar su capacidad para imprimir bellamente situaciones complejas de la cotidianidad. “Dead Leaves And The Dirty Ground” es una canción muy narrativa, que describe los sentimientos que implican el retorno a la mujer amada, pero que concluye en el lamentando de su ausencia, en la que se hace referencia a ese amor espectral (magníficamente representado en el video de la canción dirigido por el gran Michel Gondry). En cambio, “There’s No Home For You Here” es una especie de secuela furiosa, de un sonido menos saturado, con un coro armónico a varias voces, con varias guitarras filosas y punzantes –tan típicas de la banda-, que construye un muro de sonido sólido, con Meg acompañado con suavidad, con Jack casi recitando una letra perfecta para terminar una relación que se ha agotado. La pieza contiene la impotencia, el enojo, ante la imposibilidad de poder seguir con alguien a quien ya no se ama. Supongo, que parte de la genialidad de “There’s No Home For You Here” está en que en ella se puede escuchar gran parte del rango musical de la banda, toques garage y punk, melodías delicadas, solos explosivos, una lírica algo retorcida, todo cubierto por un vaho muy blues. Sin duda, una de las mejores piezas que haya escuchado sobre la resaca post amor, sobre el tedio y el despecho, sobre la extinción de lo que parecía inagotable. (AL)

“Fell in love whit a girl”

Fell in love whit a girl… irrumpe la voz de Jack sobre una guitarra de sonido sucio y enérgico. El momento explosivo que no decae, “these two sides of my brain, need to have a meeting, can’t think of anything to do, my left brain knows that all love is fleeting”. Tiempo que no había escuchado algo tan cierto, y con el coro que le precede solo me quede agitar todo el cuerpo, convulso a los bits de Meg: “she’s just looking for something new, and I said it once before but it bears repeating”. Esta canción, una de las más conocidas del grupo, no se la puede cantar sin acordarse del genial video de animación con “legos”, dirigido por el genial Michele Gondry en técnica de stop motion, y luego procesado en un software especial. Muchas veces me he imaginado zambulléndome en esa extraña piscina sicodélica. Un año después, Joss Stone hizo un cover soul de la canción, le quitó la “girl” (por un “boy”), y algunas cosas más. (LB)

“Dead leaves and the dirty ground”

Con “Dead leaves and the dirty ground” del álbum White blood cells, ahora se puede hablar de premoniciones, Jack White, visitando una casa llena de fantasmas en donde Meg es sólo la proyección de un recuerdo, la pantalla de la tele agrietada, restos de una larga fiesta de tiempo y espacio perfecto. Hermosas imágenes finales como If you can hear a piano fall, You can hear me, coming down the hall, en la perfecta armonía de la guitarra y la batería; pareciera que ésta persigue paciente la arremetida tenaz de la otra, cuando al fin marcan a un solo paso marchante (esa fuerza creciente propia de los White) para confesar: I didn’t feel so bad, till the sun went down, then I come home, no one to wrap, my arms around, inevitable al fin, nostalgia de lo que termina 10 años antes. Tan solo queda observar sus rostros y acariciar su reflejo. (LB)

“Instinct blues”

La historia es la siguiente. Entre 2007 y 2008, a los “ramones” nos invadió la afiebrada idea de formar una banda de rock. Cultura musical había y mucha; ímpetu roquero, aunque más desbocado en unos que en otros, también existía; instrumentos y equipos, aunque precarios y/o en desuso, ya teníamos. ¿Qué faltó, entonces? Talento, probablemente. O algo de consecuencia. Lo más seguro es que no hubiera funcionado. Pero, al menos, queda el recuerdo de las discusiones en que nos enfrascamos para elegir las canciones de nuestros héroes musicales con que empezaríamos a ensayar. Entre ellas, no recuerdo bien sugerida por quién, apareció “Instinct blues”, un blues primario y explosivo del Get behind me satan de los hoy –qué raro suena decir esto- extintos White Stripes.

Demás está decir que nunca llegamos a juntarnos para intentar tocar este blues (ni siquiera nos percatamos de que sólo dos podríamos intervenir en su ejecución). Sin embargo, es probable que casi todos o todos hayamos escuchado la canción una y mil veces ante la posibilidad de ponerla en práctica en un ensayo que nunca llegaría. Al menos es lo que me pasó –y aún me pasa- a mí. Tengo grabadas las canciones del “Repertorio ramonero” en un disco con el que siempre viajó, en la computadora de mi casa y en la laptop de mi trabajo. Y, tarde o temprano, vuelvo a ellas y, en particular, a ese blues que arranca sin mucha convicción, con Jack White haciendo unos punteos que parecen sacados de un ensayo, entre timoratos e inseguros, hasta que un glissando proverbial le impone el tempo a Meg y a su propia voz. De ahí en más, hasta completar los 4:16 que dura, el blues es una montaña rusa melódica, que chirría cansinamente en la guitarra de Jack hasta que sus aullidos y el ingreso de la batería de Meg, en un crescendo irreversible, le vuelven a otorgar cuerpo, ruido, potencia y una intensidad aplastante. Aun ahora me cuesta no golpear el objeto que tenga a mano para acompañar los cambios de ritmo que la baterista acomete con una fiereza expansiva e incontenible.

Ahora que lo pienso bien, fue mejor que no hayamos intentado practicar esta canción. Ni entre los cuatro “músicos”, ni con refuerzos, hubiéramos conseguido recrear siquiera un poco de su visceralidad. Aunque, eso sí, siempre la tendremos grabada en todas partes para recordarnos esos proyectos inútiles -pero compartidos- que supieron unirnos y aún nos unen, y claro, para renovar esa veneración ciega por Mr. y Mrs. White. (SEA)