“La violación de mi hija fue peor que la muerte y el autor escapó”
“Feo es. Cuando te pasa esto, y te dicen que tu hija ha sido abusada (sexualmente), ese rato no puedes ni llorar. No te salen las lágrimas. Es peor que la muerte. Cuando alguien en la familia ha fallecido se puede llorar. Cuando le pasa a tu hija, no sabes qué hacer”, dice Aurelia, madre de Jazmín (nombres cambiados), víctima de violación cuando tenía 11 años.
Después de tres años de lucha y con el apoyo de Misión Internacional de Justicia, un juzgado de El Alto, en La Paz, condenó a Valentín Ajno Condori a 30 años de prisión. Estuvo en la cárcel menos de seis meses, pues se benefició con detención domiciliaria, en una audiencia sobre la que no notificaron a la abogada de la víctima, antes de que Misión Internacional tome el caso.
Jazmín afirma que cuando escuchó la sentencia se sintió tranquila. Pensaba que Valentín iba a pagar por el daño que le causó, pero cuando supo que escapó a Brasil volvió el miedo. “Temo por mi madre. Le puede pasar algo”, dice. Durante el proceso, en cada audiencia Aurelia fue amenazada por su propia hermana quien es esposa de Valentín. “Pido que se haga justicia por mi hija y por tantas niñas a las que hacen daño”.
Cuando aprehendieron a Valentín, su hermana le dijo: “Qué bonito que ha contado tu hija, ahora yo te voy a matar. Ustedes no tienen a nadie. No tienes marido, eres sola. Tengo casa, tengo auto, tengo seis cuñados”.
Jazmín complementa: “Si ya lo sentenciaron, debían poner su foto en todas las terminales para que no salga del país ni de la cárcel de San Pedro. Yo no me siento tranquila porque en cualquier momento puede llegar de Brasil. Quiero que las autoridades lo busquen, que se hagan cargo”.
Los funcionarios de la Fiscalía y de los juzgados conocen bien a Aurelia y cuando pregunta ¿cuándo atraparán a Valentín? solo le dicen que pregunte a su abogada.
“Nos cambiamos de casa. Ya no voy a mi pueblo ( a tres horas de la ciudad de La Paz), aunque tengo que ayudar a mi abuelita. Tengo miedo de que las personas se rían de mí o que estén hablando a mis espaldas. Sus familiares se ríen y mi propio papá, que antes pagaba pensión, dejó de darme. Me dice ¿qué me vas a hacer si a él (Valentín) no le ha pasado nada?”, agrega Jazmín.
Aurelia clama justicia. Asegura que si tuviera dinero buscaría a Valentín que “está feliz trabajando en Brasil, como si no hubiese pasado nada. También llevó a su familia”. En su pueblo, Aurelia tiene que aguantar que le digan que en vano hizo “tanto lío”, si Valentín no está en la cárcel, “debe ser que no pasó nada”, lanzan el hiriente comentario. O peor aún, que por su culpa tuvieron que irse.
Unos años antes, Valentín fue expulsado de otra comunidad campesina de La Paz, también por abuso sexual a una niña. Entonces pagó para que lo trataran como a un ladrón.
La violencia sexual genera en muchos casos el sentimiento de muerte en vida, afirma la coordinadora de Misión Internacional de Justicia, Alejandra Cámara. Cuando no se resuelve psicológica ni legalmente y no hay una reparación integral en las víctimas, muchas de ellas desvalorizan de su propio ser”.
En Holanda se dio el histórico caso de Noa Photoven, de 17 años, que pidió la eutanasia por una depresión causada por la violencia sexual que sufrió desde los 11 hasta los 14 años.
“A nivel de Latinoamérica se tiene que ocho de cada 10 personas hemos sufrido violencia sexual reportable, que son tipos penales como abuso sexual, violación, estupro y violación niño, niña adolescente, descontando el acoso callejero que sufrimos las mujeres a diario”.
La Fiscalía General recibió 424 denuncias de violencia sexual contra menores de 18 años en todo el país, solo entre enero y mayo de este año.
EL TÍO AGRESOR
Flora no se perdona el exceso de confianza que tuvo con su hermano Marcelo, que hizo toques impúdicos a su hija desde los 11 años hasta que la violó dos veces cuando ella tenía 14 años. Marcelo recibió una sentencia de 15 años, pero el caso fue apelado y él goza de “detención domiciliaria” sin que nadie lo vigile.
Flora llora desconsolada. “Yo tonta estúpida no hice nada por mi hija, porque no me daba cuenta. Pensé que él (mi hermano) no podía hacer eso”.
El dolor de esta madre es inmenso porque ella también fue víctima de violencia sexual desde los tres años. Vivía en un conventillo y los vecinos la acosaban. Sus padres alcohólicos la dejaban a su suerte, la ponían a cuidar a sus hermanos menores y la maltrataban tanto que bendice el día en que, a sus 11 años, su madre le dio la peor paliza de su vida. Porque solo entonces intervino su abuela y logró que el Consejo Nacional del Menor (Coname) la interne en un colegio de religiosas.
“A partir de ese momento, cambió mi vida. Ya sabía que tenía que usar calzón. Que tenía que usar zapatos, que tenía que lavarme los dientes”, recuerda.
Al terminar el bachillerato, Flora volvió a casa de su madre, porque no tenía dónde ir. También recurrió a ella cuando su esposo la echó a la calle con su hija menor. Ella se prestó 500 bolivianos de su madre para recuperar a otros dos de sus cuatro hijos. Su madre le ayudó con 1.000 dólares para comprar un lote próximo a su casa. Pero, en cuanto Flora denunció la violación a su hija acusando a su hermano Marcelo, su madre la amenazó y dejó de hablarle. Viviana, la hija de Flora se siente amenazada, porque su tío agresor es prácticamente su vecino y alguna vez se cruza con él. Flora ha recurrido a uno y otro psicólogo para que ayuden a su hija a superar el trauma, pues estaba desarrollando hipersexualidad.
Encima, la madre de Viviana por poco pierde su trabajo de tanto tener que ir a las audiencias del juicio que se suspendían una y otra vez. Ahora está a punto de perder su lote y el galpón en el que vive con sus tres hijos. Su madre falsificó un documento y logró ejecutar una supuesta deuda de 47.950 bolivianos. Flora destina el 100 por ciento de su sueldo de enfermera a pagar una deuda al banco y vende queques para alimentar a sus hijos.
TE QUITAN TODO
Martha, de la comunidad Monte Quilla, distrito 6 de la provincia Sud Yungas de La Paz, ha sido conminada a abandonar la tierra donde trabaja hace 16 años. Era el terreno del padre de su esposo fallecido y, ahora que tiene plantaciones, los hermanos de su esposo le quieren quitar. “Yo sé que la tierra es de quien la trabaja, pero en mi comunidad no me hacen valer”, dice afligida.
Martha (nombre cambiado) relata que cuando su hija cumplió los 12 años fue víctima de violación. El agresor: primo hermano de su esposo fallecido. Desde que presentó la denuncia, Martha fue hostigada por la esposa del agresor y por toda la familia, que es numerosa. Ahora se unieron todos para quitarle el terreno a Martha.
A pesar del hostigamiento, siguieron el proceso y el autor fue declarado rebelde. “No sabemos dónde encontrarlo. Por razones económicas yo no puedo buscarlo y tampoco la Policía se mueve”.
Teolinda (nombre convencional), hija de Martha, está totalmente traumada, insultada y amenazada por la esposa del agresor. “La Fiscalía no nos dio ningún apoyo”, lamenta. Cuando denunció no se movió ni la Defensoría. “El agresor todavía estaba caminando en el pueblo. El abogado le decía: ‘yo no lo puedo detener’. No es creíble la denuncia y hasta sacar la orden de aprehensión, con tanta burocracia, hasta eso el agresor se escapó”, cuenta.
Hasta hace tres semanas, Teolinda seguía recibiendo amenazas de muerte en su celular. La culpaban de destruir una familia.“ Te estamos vigilando. Sabemos por dónde caminas. Tú no eres mujer. Eres violada, violada”, decían los mensajes.