Las secuelas del Estado Islámico: niños mutilados y pueblos que renacen
Un día Omar estaba jugando con sus amigos entre las ruinas de los edificios destruidos en la ciudad siria de Al Raqa. La mala suerte le llevó a pisar una mina, una de las miles que dejó el grupo yihadista Estado Islámico (EI) y de las que los niños pequeños son las víctimas más vulnerables.
"Me explotó una mina cuando jugaba con mis amigos", contó a EFE Omar, de 10 años, sentado junto a su amigo Firas. Fue EI quien "puso la mina que me explotó", relató con semblante serio desde una escuela con paredes rosas que iluminan las estancias.
Fue poco después de la liberación de Al Raqa, la capital de facto de los extremistas en Siria hasta octubre de 2017, cuando Omar se quedó sin sus dos piernas por la explosión.
Durante los meses de la batalla con las Fuerzas de Siria Democrática (FSD), una alianza liderada por kurdos y respaldada por Estados Unidos, el EI colocó minas por toda la ciudad para evitar que los civiles escapasen.
Estos artefactos continúan siendo el mayor peligro para los habitantes a día de hoy.
"No tenía piernas. Los niños jugaban con las bicicletas, pero yo no podía", cuenta Omar.
Fue la Organización No Gubernamental (ONG) Hope Makers Organization (Creadores de Esperanza, en inglés) la que vio su foto en Facebook. Decidieron ponerse en contacto para ayudarle y darle un porvenir: unas prótesis para las piernas. Ahora, acude todos los días a la escuela de otra ONG, llamada Creadores de Futuro, junto a otros compañeros, niños víctimas de la guerra.
"Estoy contento aquí, me enseñan matemáticas y muchas cosas. En el futuro quiero ser periodista", dijo sonriendo con la mirada.
Omar camina con un poco de dificultad. Ha sido un proceso duro, al que le ayuda su amigo Firas, compañero inseparable y de quien no se despega. Entre ellos emplean el lenguaje de signos por sus dificultades a la hora de hablar.
"Aquí me ayudaron a poner las prótesis y además los creadores de futuro nos dan clases".
Sentado en su pupitre, Omar sólo pidió una cosa: "Quiero que pongas prótesis a los niños sirios para que puedan andar y llevar una vida normal".
KHAULA, LA NIÑA QUE QUIERE SER ENFERMERA
Nueve años tiene la pequeña y tímida Khaula, que sentada en la alfombra de su austero hogar habla con EFE sobre su vida después de haber recibido una prótesis.
A Khaula le explotó también una mina cerca de su hogar en Al Raqa, cuando salió con sus amigos y olisqueó entre los restos de la guerra, jugando como cualquier otra niña.
La pequeña perdió toda su pierna izquierda desde la pelvis y tiene una prótesis completa.
"Después de la prótesis voy al colegio mejor. Antes no podía ir a jugar", susurró sin apenas abrir la boca con una sonrisa tímida y bajo la atenta mirada de sus dos hermanos pequeños.
Una furgoneta va y viene a recogerla cada día desde la escuela a su casa, que se encuentra a muy pocos metros de distancia. Allí la espera su madre, abuela y sus hermanos en una pequeña vivienda alquilada en la que su único acceso es a través de unas escaleras, que Khaula sube y baja con destreza.
Un poco retraída y abrumada, Khaula destacó lo contenta que está en el colegio y, después de lo que le ha pasado, tiene claro lo que quiere ser: enfermera para ayudar a los demás.
LAS VÍCTIMAS DE LA
BARBARIE
Mahmoud al Hadi, coordinador de Creadores de Esperanza, señaló a EFE, mientras acompañaba a Khaula, que ella y Omar tenían el mismo problema: "Están creciendo mientras la prótesis no crece".
Por ello, necesitan cambiarlas cada seis meses ya que el encaje de la prótesis al muñón les acaba haciendo daño, una cuestión que se les hace cada vez más cuesta arriba por la falta de fondos económicos de una ONG que abrió un centro hace escasos cuatro meses en Al Raqa.
El ponerle la prótesis es "el paso más grande" para el "apoyo psicológico", relató, porque con ella empieza el camino para reintegrarse en una sociedad malherida por un conflicto que empezó en enero de 2014.
Firas Mamduh Fahd, director de la ONG, explicó a EFE que unas 4.000 personas han sufrido mutilaciones en el noreste de Siria, la gran mayoría niños.
Del total, unos 200 niños han perdido la mano derecha, según indicó a EFE Itan al Ahmed, el único doctor y especialista en prótesis en el noreste del país mediterráneo.
EI mutiló a muchos de ellos, "cortando intencionadamente la mano derecha de los jóvenes, especialmente a los niños", aseveró Al Ahmed.
Minas y actos desalmados que intentaron liquidar la existencia de unos niños que vivieron, sin quererlo, bajo el yugo de los extremistas y que ahora, como Omar y Khaula, miran al futuro pisando fuerte a la vida
LA CIUDAD
Durante los años de la ocupación del grupo Estado Islámico (EI) en la ciudad siria de Al Raqa, la Plaza del Paraíso también se convirtió en la del infierno donde los yihadistas llevaban a cabo asesinatos en público. Pero, ahora, tras su liberación, ve un nuevo renacer.
Ahora hay vendedores de frutas en los lugares aledaños de la plaza, gente sentada en su centro a la espera de que arrecie una lluvia poco usual en la zona y coches que circulan en la que fue la capital de facto de los extremistas, hasta que las Fuerzas de Siria Democrática (FSD), una alianza liderada por kurdos, les arrebató Al Raqa en octubre de 2017.
"El Estado Islámico, Wilayat (Provincia) al Raqa, sector de la ciudad, organismo de los servicios islámicos, oficina de Al Yibaya unido", reza un grafiti pintado en blanco sobre negro, los dos colores de la bandera que se apropió el EI, en la entrada de un parque ubicado en una esquina de la plaza.
Un hombre y un joven, que rechazaron ser identificados, se acercaron y señalaron con el dedo los edificios que continúan totalmente en ruinas un año y medio después de su liberación.
"Ahí se ponían a vigilar lo que hacían (...) Si alguien fumaba, le cortaban la mano", dijo el hombre, que regenta un local en el que el narguile (pipa de agua) está presente en cada mesa.
Ese era el centro del "Naim" -paraíso en árabe- para los terroristas, según reza en la pintada que nadie borra.
EL SÍMBOLO DEL
TERROR
La Plaza del Paraíso se convirtió en el símbolo del terror del Estado Islámico. Su rotonda, donde hombres eran crucificados, y sus verjas, donde se exponían las cabezas de personas degolladas, aparecían en el material audiovisual que el EI difundía a través de sus órganos de propaganda.
Las cabezas eran exhibidas durante días junto a señales en las que se decía que los ejecutados habían cometido un "crimen", como podía ser fumar, escuchar música o jugar a un videojuego.
Los yihadistas, según las imágenes difundidas, llamaban a través de micrófonos conectados a altavoces para que los hombres y niños se vieran obligados a asistir a esos actos macabros.
"¿Cómo se siente uno si sabe que puede morir en cualquier momento?", se preguntó Aysha, que porta el niqab, un velo integral que solo deja entrever su mirada.
Sentada sola en la Plaza del Paraíso revisa el móvil mientras apunta a EFE que cerca de donde se encuentra cayó un mortero cuando el Estado Islámico ocupó la ciudad en enero de 2014.
Luego hizo de ella su centro de operaciones en el país mediterráneo, donde la mayoría de los terroristas extranjeros se agolpaban para crear su gobierno del terror.
Aysha, nombre cambiado a petición de la fuente, vivió bajo la ocupación extremista, aunque quería escapar.
"No podía salir fuera del Estado Islámico. Quería ir a Damasco o Alepo, pero no podía". Esta siria se vio obligada a guardar un perfil bajo; ir a la compra y quedarse en casa era su día a día.
UN RESURGIR RODEADO
DE RUINAS
Cuatro fuentes ahora dan luz a la rotonda que, con los yihadistas era un terreno pedregoso y sangriento.
Fue reconstruida por el Comité de Reconstrucción de Al Raqa, parte del Consejo Civil de Al Raqa, la autoridad que fue creada por las FSD respaldadas por Washington tras expulsar al EI de la ciudad.
El cometido de este consejo, desde el principio, ha sido la reconstrucción de la urbe, siendo las minas colocadas por los terroristas y la eliminación de los escombros que dejaron atrás la organización sus principales preocupaciones para devolver la vida a los ciudadanos.
El Equipo de Respuesta Rápida, que depende del comité, dijo el pasado 13 de febrero que las tareas de reconstrucción estaban "casi finalizadas" en el área.
Pese a que el centro luzca nuevo, en sus alrededores la destrucción sigue presente y el gris de los edificios se mezcla entre las tiendas abiertas en los bajos.
Dentro de esas viviendas en ruinas cuelgan ropas y se escucha las voces de los que malviven entre el miedo de que una mina pueda ser el final de sus días.
"Nuestra situación es muy difícil. Sufrimos todos los acontecimientos pasados hasta ahora. Estamos cansados psicológicamente (...). Necesitamos apoyo psicológico y económico para poder regresar a como era antes. Aun así, no podemos volver porque lo que vivimos no se puede olvidar", dijo Aysha apesadumbrada.