En el fondo, rituales son sobornos a Dios
La etnopsicóloga Esther Balboa habló sobre ofrendas. Reconoció que aún se asesina gente “para apaciguar a entidades espirituales”.
25 de noviembre de 2018 (17:36 h.)
Para le etnopsicóloga Esther Balboa, las ofrendas, en el fondo, “calman nuestras propias transgresiones” y son como una especie de soborno a Dios”.
Sentenció que, en pleno siglo XXI, el sacrificio humano es visto, generalmente, como “una práctica sádica e inhumana de antiguas culturas, basada en ancestrales supersticiones”.
P. ¿En qué se fundamenta la costumbre de ofrendar a la Pachamama en Bolivia?
R. La ofrenda es una expresión material que se fundamenta en la concepción del ayni. Es decir, la reciprocidad que los humanos tienen con la providencia de la naturaleza. Así como la tierra nos da alimento, de la misma manera tenemos que agradecer a nivel humano.
El agradecimiento es la base de todas las fiestas agrícolas en los andes. Se ofrendan desde flores, dulces, comida, vino, alcohol, cigarros, coca, lana, estaño y papeles dorados y plateados.
P. En algunos lugares se ofrendan sullus o fetos disecados de llama, ¿Cuál es su significado?
R. La llama es un animal creado a través de selección artificial por alguna cultura pre-incaica. Hoy, solamente, podemos acceder a la narración de su origen incaico.
Así, el mito cuenta que el hijo de Manco Khapajj y Mama Ojjllo se enamoró de una de sus hermanas menores que estaba destinada a ser una Virgen del Sol. El inca prohibió el matrimonio y los jóvenes desobedecieron y huyeron al campo, por lo que su padre los condenó a muerte.
La madre pidió clemencia al dios creador Wiraqocha, quien se apiadó de ella convirtiéndolos en una pareja de llamas.
Un día el inca oyó hablar de la existencia de dos animales que vagaban con una mirada humana en sus ojos y ordenó que los capturasen y llevasen al Cuzco y cuando los tuvo delante, los reconoció y los mandó sacrificar.
Los espíritus emprendieron viaje por la vía láctea a la morada de Wiraqocha. Se dice que cuando las llamas lleguen a su destino, recuperarán su forma humana y regresarán al mundo para un nuevo reino con armonía entre los hombres.
P. ¿De dónde provienen estas costumbres?
R. Las ofrendas se realizan desde hace miles de años, cuando el ser humano tomó conciencia de su relación de dependencia con la naturaleza y con los otros seres humanos. Los egipcios y los incas, por ejemplo, sacrificaban animales y niños como ofrenda a las divinidades. Creían que, al entregar algo valioso o querido, los dioses prestarían atención a sus ruegos y entenderían que la gente estaba dispuesta a realizar cualquier esfuerzo para satisfacer los mandatos divinos.
Por la literatura dejada por los cronistas españoles y mestizos conocemos el rito de Capacocha “ofrenda de niños”, la cual buscaba mantener "el orden cósmico" en circunstancias difíciles para los incas, como la muerte del emperador, la cercanía de las siembras y cosechas o un desastre natural. La ceremonia abarcaba los adoratorios o huacas que se localizaban en toda la extensión del Tawantinsuyu, y servía para unir el espacio sagrado con el tiempo ancestral.
Las diversa narraciones de los cronistas coinciden, con más o menos detalle, en lo siguiente: de las cuatro direcciones del estado inca, los pueblos enviaban uno o más niños al Cuzco, los que eran elegidos por su excepcional belleza y perfección física libre de todo defecto, por lo general hijos de caciques y con el fin de realizar alianzas con este ritual.
Transitaban por los sólidos caminos construidos por el vasto imperio, acompañadas de las huacas más importantes de su tierra natal, integraban además la cohorte (cuerpo de infantería) los curacas y representantes más notables (políticos y religiosos) de las provincias conquistadas.
“Llevaban por delante y en hombros los sacrificios y los bultos de oro y plata y carneros (llamas) y otras cosas que se habían de sacrificar; las criaturas que podían ir a pie, por su pie, y las que no, las llevaban las madres” (Molina, 1575).
Una vez en el Cuzco, adoraban al sol, al rayo y a las momias de la dinastía real. Luego de esta celebración, los niños, sacerdotes y acompañantes regresaban a su lugar de origen, pero no lo hacían por el camino real, sino en línea recta, debiendo salvar todo tipo de obstáculos del terreno.
La peregrinación podía durar semanas o meses según la distancia; al llegar, eran recibidos y aclamados con gran regocijo. Después, el séquito iba a la montaña (adorada, pero también fuente de temor) donde realizarían la ofrenda entonando canciones rítmicas.
Los elegidos para el sacrificio subían lentamente al santuario de alta montaña y había una última noche en sitios de ceremonial construidos en piedra, a distintas alturas.
La criatura era vestida con la mejor ropa, le daban de beber chicha (alcohol de maíz) y, una vez dormida, era depositada en un pozo bajo la tierra, junto a un rico ajuar.
Según la creencia inca, los niños ofrendados no morían, sino que se reunían con sus antepasados, quienes observaban las aldeas desde las cumbres de las altas montañas. Las ofrendas humanas se realizaban solo en las huacas o adoratorios más importantes del Tawantinsuyu.
P. ¿Qué opinion le merece las supuestas ofrendas humanas que se realizan actualmente en el país?
R. Vivimos ya en el siglo XXI, el sacrificio humano es visto, generalmente, como una práctica sádica e inhumana de antiguas culturas, basada en ancestrales supersticiones.
La mayoría estamos seguros de que es una práctica erradicada desde hace siglos y completamente extinguida. Por desgracia, eso no es exactamente así. Incluso, en la actualidad existen casos de sacrificios humanos. Aunque, afortunadamente, no es algo habitual.
Algunas personas son asesinadas hoy en día, a veces brutalmente, para apaciguar a entidades espirituales y recibir favores de entidades sobrenaturales, basados en antigua leyendas incas.
Entiendo que todavía es difícil para el ser humano comprender la grandeza de Dios y que la fe en su presencia imperecedera lo transforma en un niño pequeño que está dispuesto a hacer cualquier cosa, incluso sacrificar a sus propios hermanos, para satisfacer sus deseos materialistas y perecederos como el sustento, la fama, la fortuna.
Todavía no podemos comprender que el Creador no necesita de sacrificios y rituales, en el fondo todos los rituales son apariencias que calman nuestras propias transgresiones, como una especie de soborno a Dios: “Yo te ofrezco y tú me tienes que dar”; los seres humanos en nuestra inconsciencia somos los que necesitamos estas certezas.
Estudiando más a fondo el mensaje dejado por los sabios y santos de varias culturas, tengo que decir que la necesidad humana de plantearse una perspectiva sagrada para entender el sufrimiento “¿Por qué me pasa a mi?”, o, para no sufrir “para que yo tenga”, este mensaje dice que Dios sólo espera que seamos buenas personas para tener éxito y bendiciones.
También aquí se aplica la ley de causa y efecto. Es decir, si mi proceder no es, o, no ha sido correcto; aún más, si el proceder de mis antepasados no ha sido correcto, entonces sufriré las consecuencias.
Desde ésta perspectiva, dejo de culpar y culparme; y, solamente, me queda el agradecimiento porque tengo la posibilidad de rectificar mis faltas y mis transgresiones.
De la cultura andina rescato el ayni como una práctica altruista para mantener la armonía con lo sagrado, la armonía con lo humano, la armonía con la naturaleza. Si todo proviene de Dios, entonces tengo ganas de ser una mejor persona, anhelo perfeccionarme día a día. Yo creo que esa es la forma de hacer bajar del cielo toda la abundancia y la bendición.