De “Corazoncito” a “Golondrina fugaz”: visiones divergentes
Contagioso, festivo y jovial. En tales adjetivos coinciden Sumaya Andina y María Juana a la hora de definir al salay, ritmo que ha tenido una suerte de “boom” en Bolivia durante el último lustro. Precisamente, ambas agrupaciones folclóricas cochabambinas son, en gran medida, responsables de este fenómeno.
A fines de 2013, Sumaya Andina publicó “Corazoncito” (canción compuesta por Juan Carlos Soria, vocalista y líder), punta de lanza de la revitalización del ritmo popular. Esta pieza fue la primera de una veintena que a continuación haría el grupo para fraternidades dentro y fuera del país. Paradójicamente, en medio del son que incita al zapateo, los versos son más bien algo tristes: “Corazoncito, no sufras más,/ pues el dolor nos matará./ Ella se fue por otro amor/ y nunca, nunca ya volverá”.
Aunque Soria confiesa que su mayor inspiración para sus creaciones, además del “consuelo para el corazón”, es “la belleza de las bailarinas que zapatean”. Así, ahí están otros hits de Sumaya como “Cariñito”, “Fruto de amor” y “Rompe taquito”, canciones que son las más han sonado “porque asimismo tienen videoclip”.
Para ejecutar este ritmo igualmente “muy urbano” -impulsado desde un barrio de la urbe cochabambina como vimos en las primeras páginas de este reportaje-, Soria ve como imprescindibles “la quena, mamaquenas, zampoña, charango, guitarra y bajo”. Y se muestra reacio a la inclusión de otros instrumentos. “Algunos han incluido el saxo, pero cuando lo haces, ensucias el salay, haces que se parezca al huaylas, un ritmo de Perú. Y nosotros no queremos que los hermanos peruanos digan que les estamos robando su cultura”.
Un criterio opuesto tiene María Juana. Su cantante y director, Marco Veizaga, señala que, justamente, el lema de su grupo es “folclore en libertad”, razón por la que, cuando a mediados de 2017 encararon el desafío de hacer su primer salay, su objetivo era innovar en el ritmo tradicional. “María Juana utilizó por primera vez el saxofón, la introducción majestuosa del piano, la guitarra eléctrica que, aunque camuflada, está ahí y le da otro toque y otro brillo; la batería tocada de forma un poco más agresiva. Hemos roto los preconceptos, porque la estructura musical de lo que es el salay la hemos mantenido”.
De ese modo se gestó “Golondrina fugaz” (compuesta por Braulio Collarana y producida musicalmente por Juan Carlos Veizaga). La pieza, según sus intérpretes, ostenta el récord de la canción folclórica boliviana que más rápido se ha viralizado en internet, con hasta ahora más de 9.6 millones de reproducciones de su videoclip en YouTube (“Corazoncito” tiene 6.5 millones). Aunque la letra igualmente evoca “un corazón partido” (“Quieres volar a otro cielo, salay./ No te preocupes, ya te puedes ir./ Pero recuerda tu infamia, salay), la musicalización aporta una enérgica alegría que ha puesto a bailar a miles dentro y fuera de Bolivia -“sobre todo en el norte de Argentina y Chile, y en muchas ciudades del Perú”-, por lo que el grupo ya alista el lanzamiento de un segundo salay, uno que tendrá una letra “festiva” y alguna otra novedad de instrumentalización.
POPULARIZACIÓN El comunicador e investigador de música popular Marcelo Guardia Crespo señala que la masificación del salay tiene raíces profundas en incorporación del huayño zapateado (de origen precolombino) a la cumbia en la última década. “La cumbia boliviana (…) ha estado transformándose de manera muy dinámica en el ámbito de las culturas populares y las fiestas que generan espacios de circulación. El ‘modelo’ de grupo tiene mucho en común con una banda convencional de rock: batería acústica y/o electrónica, bajo, guitarra, teclado, en algunos casos bronces y cantante. Ese modelo se ha alterado por la incorporación de las cholitas zapateadoras hace unos diez años. Ahora el modelo es grupo X más las cholitas que tienen su nombre e identidad y complementan la agrupación, por ejemplo, Grupo Trueno Azul y Las Cariñositas. Esa es la innovación más importante en el ámbito de la cumbia boliviana de los últimos años. La popularización del salay es consecuencia de este hecho, en vista de que los circuitos de producción y consumo cultural están conectados”.
Estos circuitos están constituidos por las fiestas públicas y privadas, que se vinculan con celebraciones mayores como fiestas patronales y carnavales. “Por tanto, lo que aparece en la cumbia o el folclore se proyecta hacia los bailes de fraternidades”.
Y, señala Guardia, el fenómeno del salay ha sido tal, que incluso le viene ganando terreno al caporal. “En el último Corso de Corsos de Cochabamba (…), por ejemplo, se pudo notar mayor presencia de salay que de caporales (…). Es parte de una dinámica que puede estar marcando la era de otro baile que, como los caporales, tendrá hegemonía durante décadas”.
El especialista adelanta que el salay seguirá transformándose. “El futuro es siempre el de la hibridación creativa, basada en la recreación y renovación de identidades en movimiento”.
Incorporación
Marcelo Guardia señala que la masificación del salay surge por la incorporación del huayño zapateado a la cumbia.