Víctor: “Yo golpeaba a mi esposa con las palabras y hoy soy otro”
A Víctor, de 33 años, se le cayó el mundo el día en que su esposa decidió abandonar su hogar y se llevó a sus dos hijos, en 2017. En ese momento no podía entender el motivo de su partida.
Solo tuvo una sensación de que tuvo que hacer algo muy malo para que su familia se destruyese de esa manera, pero en su corazón todavía había dudas en relación a la verdadera razón por la que su esposa había tirado la toalla.
Desde que tenía memoria, Víctor había odiado la violencia física. Nació en un hogar en el que veía a su madre llorar porque su papá la golpeaba con frecuencia, generalmente para “castigarla” cuando las tareas cotidianas no salían como él consideraba que debían salir. Y cuando el hombre llegaba ebrio a casa, su violencia se potenciaba.
“Vengo de una familia destruida. Crecí viendo a mi papá golpeando a mi mamá. Yo viví en carne propia la violencia de los golpes, de las patadas. Mi padre era un alcohólico y yo odiaba todo eso. Odié el alcohol y las golpizas, no quería saber nada de eso, me daba cuenta al ver llorar a mi madre, que era algo que la lastimaba profundamente”, rememora.
Cuando Víctor cumplió 10 años, su padre se fue de la casa y formó otra familia. “Un día, de la noche a la mañana, nos abandonó. Mi madre ya no era golpeada, pero la carga era mayor para ella, porque tuvo que convertirse en padre y madre. Trabajé desde muy chico para ayudarla y me prometí a mí mismo que jamás le pegaría a una mujer. No hay algo peor, para un hijo, que ver a tu padre abusando de su fuerza física para lastimar a tu madre”.
Ya adulto, Víctor conoció y se enamoró de una mujer con la que tiene dos niños, uno de ellos en la primaria escolar y el otro en kinder.
“Cuando nos casamos, algo que nos hizo mucho daño fue el convivir con nuestras familias de origen. Tanto su familia como la mía querían intervenir en nuestro matrimonio, y eso era dañino, discutíamos todo el tiempo”, cuenta.
Y entonces llegó la primera separación de la pareja. Ambos sufrieron mucho y, luego de un tiempo, volvieron. “Esta vez decidimos irnos a Argentina a trabajar, para estar solos, pero solo pudimos quedarnos dos años”. La moneda se había devaluado y la crisis económica los obligó a retornar a Bolivia.
Víctor y su esposa no tenían dinero suficiente para tomar en anticrético una casa y volvieron a vivir con sus suegros.
Con el escaso capital ahorrado abrieron un pequeño negocio de venta de carne de res que debía atender la esposa, mientras Víctor buscaba trabajo en su especialidad, la electromecánica industrial. Sin embargo, pese a que presentó su hoja de vida a diferentes empresas, no hallaba empleo.
La carnicería tampoco prosperaba. Una inversión en otro pequeño negocio tampoco funcionó.
“No hallábamos las estrategias para que crezcan. Los dos teníamos ideas opuestas sobre cómo administrarlos y creo que ambos lo hicimos mal, porque no recuperábamos lo invertido y solo servían para consumo. Peleábamos por la falta de dinero y yo estaba muy frustrado porque no hallaba trabajo”, admite.
Las riñas verbales eran muy violentas de su parte. Los insultos y las ofensas salían de su boca sin control. Un día, cuando fue a recoger a su hijo menor del kinder, Víctor se fijó en que estaban construyendo un parque de juegos dentro de la unidad educativa, pero algunos de los equipos metálicos estaban deteriorados y podían causar una tragedia.
“Ya un niño se había caído y tuvieron que operarlo, así que me ofrecí a ayudar a refaccionarlos gratuitamente, pues no tenían cómo pagar. Era una cuestión de seguridad para los niños”. Víctor trabajó muchos días en este proyecto, y su situación económica empeoró.
“Eso hizo que nuestras peleas aumenten. Discutíamos por el dinero y yo la insultaba, la ofendía, gritaba, no podíamos conversar”. Y entonces ocurrió. La esposa de Víctor lo dejó. No por ayudar en el colegio de sus hijos. Tampoco por la falta de dinero, sino por la violencia verbal y psicológica que él ejercía sobre ella y que había terminado por mermar sus fuerzas.
Víctor entró en shock. No lograba identificar qué había ocurrido. Algunos parientes fueron “en su auxilio” y le aconsejaron que denuncie a su esposa por abandono de hogar.
“Yo estaba desesperado. Solo quería que ella y mis hijos vuelvan conmigo. Mi familia insistía en la denuncia y yo me equivoqué. La denuncié en mi afán de que vuelva”, recuerda avergonzado.
La esposa de Víctor tenía una hermana que era abogada. La respuesta a la denuncia de abandono de hogar no se hizo esperar. “Ella pensó que mi intención al denunciarla era quitarle a mis hijos. Nunca pensé en eso. Siempre creí que si una pareja se separa, los niños estarán mejor con la madre. Pero, mi esposa tuvo miedo de que se los quite y me denunció penalmente por violencia psicológica intramilia. El memorial decía que yo la acechaba para arrebatárselos a la fuerza”.
La Fiscalía emitió una orden de alejamiento para que Víctor no pudiera acercarse a su esposa ni a sus hijos. El divorcio llegó rápido.“Entonces toqué fondo. Una jueza me ordenó someterme a terapias, y yo acepté porque realmente necesitaba entender y cambiar”.
Llegó al Centro Terapéutico Hombres de Paz en noviembre de 2017. “Allí aprendí a ponerme en el lugar de mi esposa. Yo nunca la golpeé físicamente, pero sí con las palabras. Yo creía que la violencia física era muy mala, por lo que viví siendo un niño con mi madre, pero no me daba cuenta que la violencia psicológica verbal es igual de dañina. No estaba consciente de que yo ejercía violencia verbal. Creía que eran simples discusiones, pero la lastimaba tanto, que sin darme cuenta, yo mismo destruí mi familia al no buscar soluciones cuando ella intentaba decirme cómo le afectaba cuando yo la ofendía. Realmente no la escuchaba porque estaba convencido de que yo tenía la razón”.
Víctor fue fiel en asistir a las 18 sesiones de terapia individual y grupal ordenadas por ley. Pero, no se quedó allí. Pidió seguir asistiendo a terapias extras para consolidar la transformación de sus pensamientos, para seguir aprendiendo a comunicarse escuchando primero y sin imponer sus ideas.
“Aunque nos hayamos divorciado, ella sigue siendo mi esposa en mi corazón y hemos vuelto a vernos, como amigos. Ella ha visto mi cambio, pero aún desconfía, y eso es natural. Tengo la esperanza de poder recuperar a mi familia. Ambos sabemos que, si volvemos, tendríamos que empezar de cero, para construir todo de nuevo. Ella se ha dado cuenta de que nuestros hijos necesitan a su papá, y que yo me muero por estar con ellos. Presentaré la solicitud a la jueza para que me permita visitar a mis niños”, dice con los ojos llenos de ilusión.
Los cambios en su manera de pensar se han reflejado hasta en su vida laboral. “Me di cuenta que no sabía manejar mis emociones y que eso afectaba mi trabajo. Cuando aprendí a comunicarme, a escuchar y a calmarme, logré hallar un empleo en una inmobiliaria y recién me ascendieron a otro cargo de mayor responsabilidad”. Víctor asegura que se trazó una meta: cambiar su vida por completo. “Nosotros podemos destruir lo más importante en tan poco tiempo. Si uno supiera que es tan difícil reconstruir de nuevo, no nos negaríamos a cambiar. Aunque al final mi esposa no vuelva conmigo, yo quiero ser una mejor persona, deseo que mis hijos me quieran y me tengan respeto. Mis prioridades son Dios, mi familia y después mi trabajo. Son los fundamentos de lo que estoy construyendo ahora”.