Clara, de la tranquilidad de su hogar en Perú al “infierno” en una cárcel
Al verla nadie podría pensar que está en la cárcel acusada de ser cómplice de un crimen que conmocionó al país, porque para robar 35 mil dólares, una familia (padres e hijos) mató a dos ancianos y a una niña de apenas dos años de un balazo en la cabeza. Su rostro angelical confunde. Más ahora que está embarazada de siete meses de su tercer hija(o).
Tiene solo 35 años, pero le tocó vivir experiencias que jamás se había imaginado y, más aún, en un país que no es el suyo.
Clara, nombre ficticio para proteger su identidad, es una joven peruana que llegó a La Paz hace 15 años. Tenía apenas 20 años cuando una de sus hermanas mayores la convenció para que venga a Bolivia para pasar unos días. La joven llegó llena de ilusiones. Nunca había salido de su patria.
Los primeros días fueron “lindos”. Con el paso del tiempo fue conociendo a varias personas.
Tenía previsto volver a su natal Ica (departamento del norte del Perú). Pero, su hermana enfermó y se vio obligada a quedarse para ayudarla con el cuidado de sus hijos y su negocio de venta de comida.
Un día conoció a su pareja y padre de su hija mayor, un chofer cochabambino. “Él siempre venía a comer y así lo conocí”, recordó Clara. Con el paso del tiempo se hicieron inseparables y decidieron vivir juntos.
Él trabajaba y la joven peruana solo se encargaba de las labores de casa. Se embarazó y todo iba bien. Nació su hija que ahora tiene nueve años.
Para evitar gastos de alquiler y demás, su pareja le pidió que se vengan a Quillacollo, ya que su familia vive ahí.
Su hermana mejoró y decidió irse a España en busca de mejores condiciones de vida, así que su traslado a Cochabamba fue una buena alternativa.
Es la primera vez que la joven habla sobre su caso con un medio de comunicación y dice su verdad.
“SOY INOCENTE” Clara aseguró que no sabía nada de los antecedentes de la familia de su expareja. “Soy inocente. Estoy pagando por un crimen que no cometí”.
¿No te diste cuenta de lo que pasaba a tu alreddor?, le pregunté. “Siempre vi todas sus acciones con normalidad. Al tiempo, cuando ya estaba en la cárcel, analice y recuerdo que los días previos al crimen, ellos (padres y hermanos) tenían actitudes raras. Hablaban por teléfono muchas veces y lo hacían de forma reservada. Tal vez estaban planeando todo. Nunca me imagine que serían capaces de hacer algo tan terrible por dinero”, recordó.
Inicialmente, la justicia le dio 30 años de prisión porque la acusaron de ser autora intelectual y material del crimen. Después de “pelear” logró que le cambiaran el delito a cómplice y su pena bajó a 15 años.
El crimen sucedió a los 20 días de que ella, su expareja y su hija se trasladaron a Cochabamba.
“UN ALIVIO”
“Clara” mantiene intactos los recuerdos del martes 14 de julio de 2010, día en que los investigadores de la Policía la bajaron de un trufi, en Quillacollo, y la arrestaron.
“Yo presté mi declaración cuando me notificaron, tras el crimen. Pensé que eso sería todo porque les explique que el día del asesinato yo estaba en la casa de mis suegros y no sabía nada de lo que sucedió, pero, ellos (Policía) no me creyeron”.
Añadió que el día que la detuvieron estaba con su pequeña hija en brazos y justo iba a recoger su pasaporte al Consulado de Perú, hasta ese momento estaba indocumentada.
“Me llevaron a un cuarto pequeño. Me torturaban y amenazaban con quitarme a mi hija. Querían que confiese un crimen que no cometí, que no tuve nada que ver con eso. Después de dos días de maltrato, un juez decidió enviarme a la cárcel de Quillacollo. Fue un gran alivio”.
Si bien los primeros días fueron terribles, con el paso del tiempo las reclusas entendieron su situación (estar completamente sola en la ciudad) y la apoyaron.
Comenzó a trabajar ayudando en la cocina y, aunque sabía que era una injusticia lo que le pasó, fue asimilando su situación y “no me quedaba más por hacer”.
Al mes de lo sucedido, tuvo el primer contacto con su familia, su hermana se enteró de lo que le pasaba porque vio la noticia por internet. Luego, vino su madre y otros familiares a verla. Su vida mejoró, al menos no estaba completamente sola.
SU NUEVA VIDA
Hace seis años conoció a su nueva pareja, mientras cumplía su condena en el penal de Quillacollo.
El joven visitaba a una detenida, muy cercana a la peruana, y entablaron un romance.
Ahora, está en el penal San Sebastián Mujeres con su segunda hija de apenas un año y 10 meses.
“La familia de mi nueva pareja sabe todo de mi vida y me apoyan todos”, indicó.
De hecho, el día martes recibió la visita de sus suegros y su pareja en su celda. Ahora, tiene una nueva ilusión, no solo por su bebé que está en camino y que todavía no sabe qué será, sino porque está a punto de recobrar su libertad, aunque todavía le queda algunos obstáculos que superar. Pese a que una jueza le dio luz blanca y, hasta depositó la fianza de 30 mil bolivianos, y la administradora de justicia estaba a punto de firmar su salida de la cárcel, apareció un documento que señala que no puede hacerlo porque su sentencia fue ejecutoriada.
“Me aceptaron la cesación de mi causa el 24 de mayo. Hice todo el trámite para recobrar mi libertad, pero, ahora, aparece un documento donde señala que mi sentencia fue ejecutoriada, el 18 de mayo. No entiendo que es lo que pasó”.
Pese a todo, No pierde la fe y aseguró que segirá luchando para salir de la cárcel, formar una familia y despertar de la pesadilla que le tocó vivir.
Enmanillada
La joven peruana durmió los primeros días enmanillada en el penal de San Pablo de Quillacollo.
La esposaron a una silla y a un horno grande.
Situaciones muy comunes
Juzgadores: Las internas se embarazan más dentro de los penales que fuera de ellos
El juez de Ejecución Penal y Supervisión Nro. 3, Santiago Maldonado Veizaga, dijo que la reclusas tienen más hijos dentro de los penales que fuera.
Añadió que existen normas legales que les permiten a las internas tener visitas conyugales, aunque la infraestructura no sea de las mejores y el número de piezas tampoco.
“Las internas solo pierden el derecho a la libertad, los otros los mantienen intactos”, sostuvo.
Como se conoce, las privadas de libertad pueden vivir con sus hijos en los recintos carcelarios hasta que los pequeños tengan seis años.
Las nuevas parejas de las privadas de libertad casi siempre son familiares de ellas mismas
Las autoridades de judiciales manifestaron que las nuevas parejas de las privadas de libertad, en la mayoría de los casos, son familiares de otras con las que comparten el mismo centro penitenciario.
Esa versión fue corroborada por varias reclusas.
Dijeron que cuando fueron procesadas y sentenciadas sus “compañeros” y padres de sus hijos se “olvidaron de ellas”.
Con el paso del tiempo, van conociendo e interactuando con las visitas que reciben otras internas y terminan uniendose con ellos.
Esa situación no es diferente a lo que sucede en las cárceles de varones.