Crónica de la inauguración con pocas luces
El rumor masivo que antecede a la inauguración de los Juegos 2018 avisa que Cochabamba está lista a las 7:15 de la noche del sábado 26 de mayo, los sectores aledaños al Félix Capriles están cercados. Hay unos cuantos privilegiados que pueden caminar con autoridad por la zona con sus manillas de exclusividad. Son niños de colegios fiscales que aportarán con la simbología a la inauguración, y los bailarines que mostrarán la cultura boliviana.
Afuera, las familias están atentas con el boleto en la mano. La fila en la avenida Juan de la Rosa se extiende hasta la puerta de Codesur. Llegan voluntarios, no podrán ingresar gratis. Deben comprar sus entradas con 20 bolivianos, pero los boletos se acabaron hace días. No son los únicos, también deportistas y familias quedan fuera.
El Capriles, aquel que viviera la consagración de la selección boliviana del 63`, despliega una luz fuerte sobre las últimas graderías. “Está más lleno que el clásico” comenta un afín al fútbol. Esa luz, que parece estar dirigida hacia el cielo, deja migajas para el mini campamento de la cancha de fútbol, donde bailarines andan a tientas.
Entran los tinkus San Simón con sombreros adornados, golpeando la montera en el piso, tratando de coordinar el paso, sonrientes algunos, con varios europeos que se integraron a la coreografía, pero desde la tribuna solo se ven siluetas negras que contrastan con la blanquitud del escenario. “Enciendan las luces” es el grito que une a deportistas brasileños y argentinos que quieren ver el vestuario, entender el significado de la danza. Pero, el encargado está ocupado dotando de luces multicolores a la chacana, la cruz andina que representa a la cultura inca.
Mientras algunos extranjeros se esfuerzan por descifrar semejante expresión cultural, en la puerta el ruido de protesta se hace más fuerte. La entrada es hacia la avenida Libertador. La reja se mueve. “Queremos entrar, queremos entrar”, se escucha. Compraron su entrada, pero están afuera.
La danza oriental de los macheteros tiene a diferentes personajes de la mitología boliviana. En cada movimiento, los de la tribuna intentan comprender la simbología. Miran atónitos las máscaras orientales, el rostro rojo y sonriente clavado en el medio. Nadie explica la esencia de la danza.
Entran los últimos bailarines. La cancha está bordeada por colegialas con pañoletas de colores. Sus rostros están cubiertos por la oscuridad.
Los silbidos se multiplican con el discurso del gobernador Iván Canelas, quien como contestando el griterío, alza más la voz.
Bolivia dijo No, se escucha. La FIFA prohíbe alusiones políticas en los escenarios deportivos y tiene duras sanciones, pero el Comité Olímpico, no. El silbido se convierte en fervor cuando suena “un mismo sentir”, y los fuegos artificiales pueblan el cielo carente de estrellas. La canción es del venezolano Alfredo Matheus, quien compone para Christian Castro, Gloria Estefan, Chayanne y Marc An-thony.
Una pareja discute sobre si ir a ver los partidos o quedarse. “Cuando los Juegos regresen a Cochabamba, seguramente estarás en silla de ruedas o solo vivas en el recuerdo de alguien”, insiste él.