Vende sándwichs en la Llajta y envía Bs 700 al mes para sus 4 hijos en Venezuela
Roberto M., un venezolano que es padre de cuatro niños, está seguro de que “Dios apreta, pero no ahorca”. El “apretón” inició hace dos años y aún no cesa, a pesar de que ahora sobrevive lejos de Venezuela, en Cochabamba.
Contó que la “hecatombe” venezolana se veía venir, pero jamás pensó que sería tan pronto ni que arremetería tan “inhumanamente”. Lo notó cuando su sueldo empezó a variar. Al principio, sus ingresos mensuales satisfacían la compra de insumos básicos para su hogar, pero, ahorrar era imposible. “Se vivía para el día”.
Poco tiempo después, el dinero solo alcanzaba para costear algunos requerimientos elementales, entonces había que priorizar los más vitales, como la adquisición de comida y el pago de servicios básicos; “comprarse ropa era un lujo”, por lo que no entraba en la lista de prioridades.
Más adelante, la situación empeoró, a tal punto de que el sueldo servía para pagar los alimentos, pero solo algunos. “Con un pago mensual comprabas apenas tres cosas”, generalmente azúcar, arroz y carnes. Su familia se vio obligada a reducir la frecuencia de las comidas de tres veces al día (lo normal) a dos y, en el peor de los casos, a una. “¿Cómo le explicas eso a un niño? ¿Cómo le dices que tiene que aguantarse el hambre, que lo que ganas solo alcanza para pagar una ración de alimentos diaria?”.
Vivía en esas condiciones, con un nudo en la garganta cada vez que oía que sus hijos lloraban por hambre. Roberto M. tomó la decisión de buscar trabajo fuera de Venezuela y, contra todo pronóstico, llegó a Cochabamba.
LA SALIDA
Se fue de su tierra natal con hambre, con unas cuantas mudas de ropa y con dinero que, según sus cálculos, solo le permitía viajar hasta la frontera, pero “tenía claro que iría más lejos a como dé lugar”.
Demoró siete días en llegar a Bolivia por vía terrestre. Para economizar, procuró viajar en las noches, así dormía en el bus y no tenía que pagar alojamiento.
Algunos tramos los recorrió gratuitamente, gracias a “la buena voluntad de los choferes” y, para pagar otros boletos, vendió algunas de sus pertenencias.
Si bien sabía que la inversión sería menor si optaba por otro destino más próximo a Venezuela, Colombia (550 mil venezolanos ingresaron a ese país en 2017), no quería ir donde la mayoría de sus compatriotas iba, por temor a no encontrar trabajo. Por esa razón hizo “hasta lo imposible” por llegar a Bolivia, “un país donde todos comentan que hay estabilidad y es tranquilo”.
SOBREVIVENCIA
Cuando transcurrió sus primeros días en Bolivia, confesó que la situación resultó ser más difícil de la que imaginó.
Contó que los empresarios, grandes, medianos o pequeños se resistían a contratar a personal extranjero, quizá por evitar el tedioso trámite. Se empezaron a cerrar muchas puertas y Roberto M. entró en desesperación porque estaba en una tierra ajena, no tenía un techo donde pasar la noche, ni siquiera se había comunicado con su esposa para decirle que llegó a Bolivia porque no tenía para pagar una llamada. “Tenía que decir bien en qué invertir el poco dinero que le sobró”.
Se hizo vendedor ambulante de sándwichs. Actualmente, recorre sectores estratégicos de Cochabamba, como la plaza 14 de Septiembre o El Prado, ofreciendo el pan con mortadela y aderezos que hace.
Ya transcurrieron ocho meses de su incursión en ese negocio y, aunque no le va de lo mejor, al menos puede enviar 700 bolivianos mensuales hasta Venezuela. “Ese dinero, allá, tiene un buen valor porque les alcanzará para la compra de comida de cada semana”.
Con la venta de sándwichs, de lunes a domingo, también se costea el alquiler de una habitación en Sacaba.
PREOCUPACIÓN
Su mayor anhelo ahora es reunir dinero para traer a Cochabamba a sus hijas y a su esposa, pues, según los contactos telefónicos que recientemente tuvo con ellas, “la situación está peor. Uno ni puede enfermarse porque no hay medicamentos”.
Considera que necesita, al menos 200 dólares por cada miembro de su familia para concretar el viaje.
Aunque está concentrado en reunir ese monto, hay días en los que quiere tirar la toalla, pues hace cinco meses él es ilegal en Bolivia y tiene una deuda con Migración que cada día crece.
La única manera de evitar ese cobro es consiguiendo un contrato laboral.